Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 27 de febrero de 2009
Hace algunos días que digo esta oración, animado también por las palabras de Jesús: “llamad y se os abrirá, pedid y se os dará”
En este momento, no quiero hacer consideraciones ni recriminaciones o enumerar una larga serie de “porqués” o quejarme de por qué se ha dicho algo y se ha hecho algo, no me importa ahora. En cambio, me dirijo a todo el Paraíso, empezando por la Trinidad, pasando por la Virgen, San José, abuela Yolanda, por todos nuestros santos, amigos, protectores, los ángeles, todas las personas que gozan de la visión beatífica y que están, tanto en el Paraíso de la visión beatífica como en el Paraíso de la espera. También me dirijo a las almas salvadas del Purgatorio en busca de ayuda, me dirijo a todos.
La mía es una súplica que dirijo a Dios, por intercesión de María, Madre de la Eucaristía y la súplica nos concierne a nosotros, quiero decir con “nosotros”, al Obispo, la Vidente, Yari, Laura, la familia que vive en esta casa. Estamos derrumbándonos de una manera preocupante y desastrosa.
Estamos poseídos por el cansancio y, cuando una persona está cansada, ve las cosas bajo una luz diferente, de pesimismo, de desánimo, de tristeza, de melancolía, y nosotros vemos las cosas a través de esta lente, pero no podéis decirnos que no tenemos razón.
Solo Tú, Dios, puedes ayudar a esta casa, solo Tú, Dios, puedes hacer que, en esta casa, vuelvan finalmente, porque se han alejado desde hace tiempo, la serenidad, la alegría y el entusiasmo.
Parecemos todos prisioneros de una situación de la cual querríamos liberarnos, pero no lo logramos: no es esto lo que los hijos de Dios tienen que vivir.
He dicho que en este momento no haré ningún tipo de reflexión y consideración, sino una súplica: procurad que esta situación que nos oprime, mejor dicho que nos destruye, pueda cesar. Dadnos la posibilidad de respirar, la posibilidad de vivir, trabajar, gozar de la familia. Solo Tú, Dios, pues hacer que esta situación tan dura, triste, estaba a punto de decir y quizás es también justo decirlo, horripilante, pueda terminar.
He dicho que no haré preguntas, pero yo acudo a ti, Dios, a tu misericordia, a la Madre de la Eucaristía, a tu amor materno por nosotros y a todos los otros santos y ángeles, a su intercesión fraterna, para que verdaderamente, finalmente, cambie esta condición que ya no puedo ver ni soportar en Marisa, ni en mí, ni en Yari y ni en Laura.
Señor, tu puedes, si quieres, solo Tú puedes, si quieres, ningún otro puede cambiar esta situación, ningún otro puede restituirnos la alegría y la serenidad de vivir, sino tú, Dios mío que, a pesar de todo, cada uno de nosotros ama profundamente. Si no te amásemos, ninguno de nosotros estaría aquí, sino que habría escogido ocasiones más serenas, caminos diferentes, ambientes diversos.
Esto es cuanto tenía en el corazón y esto es lo que te he exteriorizado, pero Tú ya lo sabías porqué, en estas noches, en estos días, te lo habré repetido decenas y decenas de veces. Pero a mis palabras, seguía tu silencio, para nuestra angustia parecía, y utilizo este verbo, seguir casi un distanciamiento.
Dios, Tú nos amas, demuéstranoslo según nuestros esquemas, según nuestras esperas, según nuestros deseos. No tengo nada más que añadir, sino es encomendarte de manera particular a Marisa, Yari y Laura.
Marisa: y al Obispo.
Obispo: yo os encomiendo a vosotros, vosotros me encomendáis a mí.