Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 29 junio 2006
Ésta es la oración que S.E. Mons. Claudio Gatti, Obispo ordenado por Dios, ha pronunciado espontáneamente delante de la Eucaristía que ha sangrado en ocasión del cierre del año social 2005-2006.
Oh Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, Dios Uno y Trino, realmente presente en la Eucaristía, reconocemos, expresamos y cantamos nuestra fe. Estamos seguros de que, en este momento, estamos en presencia de la Santísima Trinidad y por esto desde nuestro corazón brotan himnos de alegría y de agradecimiento.
Oh Señor, Tú conoces las intenciones que tenía en el corazón durante la bendición Eucarística, la cual he dado tres veces. La primera bendición se ha aplicado a todo el mundo. Sí, oh Señor, todo el mundo, independientemente de la religión, de la raza o de la cultura tiene necesidad de Ti, de Ti Palabra y de Ti Eucaristía. Conocemos la historia pasada y presente, lamentablemente, notamos que hoy todavía hay muchas guerras en curso. Si los hombres hubiesen aceptado Tu palabra y Tu presencia y si hubiesen aceptado Tu mandamiento, el del amor, hoy no habría muchas viudas, muchos huérfanos o muchos enfermos graves y mutilados para toda la vida.
Este inmenso sufrimiento ha caído sobre la humanidad porque algunos hombres han buscado sus intereses de manera egoísta, reprimiendo a los inocentes y pasando por encima de las lágrimas de los débiles, creyendo así llegar a ocupar lugares privilegiados en la historia.
Oh Señor, en mi corazón he deseado extender la segunda bendición a Tu Iglesia. Y quiero subrayar el adjetivo posesivo “Tuya”, porque la Iglesia es solo Tuya y no de los hombres. A veces algunos asumen derechos y poderes por lo que deciden, de manera arbitraria, quien forma parte y quién está fuera. Hemos visto, y la reciente misión nos lo ha demostrado, que algunos sacerdotes están fuera de la Iglesia, porque no han reconocido Tu presencia y Tu sangre que brotó de la hostia consagrada por mí el 11 de junio del 2000, atribuyendo al demonio este gran milagro obrado por Tí. Y justamente éstos son los que nos acusan de estar ¡fuera de Tu Iglesia!
Bendice Señor a Tu Iglesia, Tú la has instituido y fundado de manera limpia y honesta y le has dado todo para que sea fiel transmisora de Tu palabra y de Tus enseñanzas en la historia. Los hombres de la Iglesia habrían tenido que administrar con humildad y gratitud los sacramentos, sin embargo a menudo han conservado en sus corazones la raíz venenosa de la soberbia y de la presunción. Los hombres, que durante los siglos han continuado perpetuando Tu presencia eucarística, a menudo se han comportado como Caín contra Abel; estos hombres Señor, han llenado Tu Iglesia de realidad negativa… Estaba a punto de usar un término fuerte, por esto he hecho un momento de pausa. Sí, estos hombres han llenado Tu Iglesia de realidades diabólicas y, sin embargo, se enorgullecen de ser los guardianes de la ortodoxia.
Señor, Tu Iglesia ha salido de Tu costado, fruto de Tu sacrificio, pasión, muerte y resurrección. Te suplico, realiza cuanto antes lo que la Madre de la Eucaristía, recitando con nosotros el Magnificat, ha querido subrayar durante tres veces: “Derriba del trono a los poderosos”. Esperamos todo esto, no para hacer estériles reivindicaciones, sino porque creemos, a pesar de todo, en Tu palabra y todo lo que has prometido cuando has anunciado que tus enemigos caerían como bolos.
Entonces, Señor, me permito dirigirte la misma súplica de Tus apóstoles: “¡Señor, despierta porque de lo contrario perecemos!”. Los apóstoles, bajo la presión del viento y de la tempestad, nosotros bajo los continuos golpes de Tus enemigos que hoy ocupan puestos de poder y autoridad en la Iglesia.
Señor, purifica Tu Iglesia de la cizaña, esto es lo que Tú quieres, es Tu voluntad, pero no al final de los tiempos. Esta cizaña puede destruir también el grano naciente y bueno, que ya vemos despuntar en la tierra fecundada por Tu sangre y por Tu sufrimiento.
Oh Señor, en mi corazón he deseado reservar la tercera bendición a nuestra querida y mal gobernada diócesis de Roma. Tú sabes cuánto la amamos, cuánto hemos sufrido y llorado por ella. ¡Y hasta se nos acusa de ser elementos de división y confusión! Siempre se repite la misma historia: aquellos que trabajan para destruir acusan a su vez a otros de ser trabajadores de destrucción! Pero nosotros sabemos que somos trabajadores del bien y de la paz, de lo contrario no habríamos vivido estos treinta y cinco años en la inmolación, en el sufrimiento y en la oración.
Roma capital del mundo, Roma sede de Pedro y del auténtico y fiel sucesor de Pedro. Pues bien, Señor, haz renacer esta Iglesia de Roma, porque con ella renacerán todas las demás Iglesias. Y entonces, oh Señor, extiende Tu bendición también a las diócesis a las que pertenecen todos los hermanos presentes hoy aquí que han venido de fuera de Roma y de fuera de Italia. Bendice sus diócesis y haz que pueden ser elementos de testimonio, para que otras personas se agreguen a ellos honorando Tu nombre, adorando la Eucaristía y venerando a la Madre de la Eucaristía.
Y ahora, Señor, acepta los frutos de nuestro trabajo. Abel te ofrecía los corderos más hermosos de su rebaño, nosotros en este momento te ofrecemos estos libros y estos folios en los que se cuenta, de manera sintética, la historia de esta misión. Nunca habríamos osado, Señor, dar testimonio a Tus sacerdotes, si esta orden no hubiese venido de Ti.
En este momento, hablo en nombre de todos vosotros que habéis llevado a cabo esta misión. Al inicio, al emprender esta misión, no nos sentíamos preparados en varios campos: en el derecho canónico, en la moral, en la dogmática y en la exégesis bíblica. Sin embargo, tú has puesto sabiduría y conocimiento rectos en nuestro corazón, en nuestra mente y en nuestros labios y somos conscientes de que hemos hablado de manera clara y justa. Y, a través de nuestras palabras, has empezado a transformar lentamente el corazón de muchos sacerdotes. Sí, es verdad, algunos te han ofendido de nuevo atribuyendo al demonio lo que es obra Tuya, profanando la Eucaristía, cayendo así en la excomunión y, por esto, están fuera de la Iglesia. Pero al lado de estos, hay un número mayor y más relevante de sacerdotes que han aceptado Tu palabra y, en silencio a menudo pasado delante de Ti, en la Iglesia o en su propia habitación, meditaban sobre lo que les hemos dicho.
Señor, solo Tú que has iniciado este trabajo, lo puedes conducir a buen término del mejor modo. Si me es lícito expresar un deseo, en nombre de todos, te pido que lo hagas, oh Señor, lo antes posible, porque el cansancio se está apoderando de nosotros, y porque después de tantos años, deseamos finalmente vivir una vida más ordenada, más serena y más tranquila. Una vida que se exprese en el trabajo y el compromiso pero sin tener que correr para defendernos de los golpes que lamentablemente nos siguen dando.
Señor, Te presentamos, por medio de las manos de la Madre de la Eucaristía nuestros corazones. Tú los conoces todos, Tú sabes lo que contienen. Y también te pedimos, ya que has expresado un nuevo deseo, un nuevo orden y voluntad, que nos ayudes a realizar la segunda fase de esta misión. Pensábamos que la habíamos terminado. Tú nos has dicho, dejándonos siempre libres, que sigamos adelante. Pues bien, seguiremos adelante en la fase B, esperando que, a esta no tenga que seguirle luego una fase C o D. Tú comprendes, Señor, lo que quiero decirte.
Pues bien, Dios mío, bendice y refuerza a esta comunidad que, incluso con sus límites, defectos y enfermedades, ha tratado de amarte y de dar testimonio de ti. Sabemos que no somos fuertes, poderosos y ricos y que no gozamos de protecciones autoritarias sino solo de la Tuya, que es la indispensable. El que nos mira diría que somos ilusos, pero somos personas de fe y confiamos no en nuestras fuerzas y cualidades, sino en Tu poder y omnipotencia.
Señor, como responsable de esta comunidad, te pido: bendice a cada uno de estos miembros, bendice a las familias de las que provienen y convierte a los familiares de nuestros miembros, que todavía no Te conocen y no Te aman. Llévalos hacia el bien, para que verdaderamente cada familia que tiene un miembro en esta comunidad, pueda ser una familia cristiana, ejemplar, en la que florezcan y estén presenten las virtudes domésticas de la familia de Nazaret
Señor, a Ti la alabanza, la gloria ahora y siempre, por toda la eternidad. Amén.