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Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 29 junio 2007


Ésta es la oración que S.E. Mons. Claudio Gatti, Obispo ordenado por Dios, ha pronunciado espontáneamente delante de la Eucaristía que ha sangrado en ocasión del cierre del año social 2006-2007.

Nosotros, reverentes, Te adoramos y, unidos a los ángeles y a los santos del Paraíso, cantamos Santo, Santo, Santo. A ti te queremos alabar porque eres nuestro Papá, nuestro Hermano, nuestro Amigo y huésped de nuestra alma. A Ti elevamos nuestros corazones cansados, y quizás, justamente porque están probados, no tienen un ritmo cardiaco regular. Tú sabes mejor que nosotros, porque nos has creado, que cuando hay dificultad para respirar, cansancio y sufrimiento, el órgano que primero se resiente es el corazón y nosotros, que nos sentimos parte integrante de Tu corazón, sufrimos contigo y por Ti. Yo quiero darte gracias, Dios Papá, por cada uno de nosotros. Si estamos aquí, si continuamos viniendo aquí, si creemos firmemente en los milagros eucarísticos y en las teofanías trinitarias, si leemos con atención tus cartas y tratamos de poner en práctica las enseñanzas contenidas en ellas, y si, a pesar de todo, creemos en este episcopado que Tú has querido y que hoy celebramos y festejamos, oh Dios mío, el mérito es tuyo. Durante este año, a veces, en nuestros corazones, ha entrado la incertidumbre, la tentación y el deseo de dejarlo todo y abandonarlo todo, pero Tú has triunfado una vez más porque nosotros hemos gritado: “Ayúdanos oh Señor”, y henos aquí todavía. Tú sabes que hemos dado prueba de fidelidad y testimonio, hemos tenido que luchar, empezando desde el interior de nuestras familias, y si es cierto que ningún profeta es aceptado en su casa, también es verdad que los que se encuentran alrededor de los profetas, a su vez, no serán aceptados en sus casas, y nosotros esto lo hemos sentido y experimentado. Preocupación, tensión y sufrimiento se han amalgamado y creo que estas flores sobres las cuales Tú, Jesús Eucaristía, has pasado, son una parte de todo lo que hemos tenido que sufrir, además de padecer, y que ahora Te ofrecemos. Gracias porque estamos aquí, y yo, como pastor, tengo que darte las gracias por la fidelidad que han demostrado, por ahora, las pocas ovejas que me has confiado, a la espera de que este rebaño aumente de número, porque siento, como has dicho a Pedro, resonar en la mente Tus palabras: “Pastorea mis ovejas, pastorea mis corderos”. Hemos amado Tu palabra, la hemos conservado celosamente, la hemos meditado; Tú nos la has presentado fresca y actual, y ha florecido de mi boca para entrar en el corazón de los que escuchaban. Con Pablo puedo decir: Yo predico a Jesús, Jesús crucificado” que el equivalente de decir: “Predico a Jesús Eucaristía”. A mi lado, cerca de mí, Te he sentido a Ti, Jesús, la presencia de la Madre de la Eucaristía, la de San José y de la abuela Yolanda. Me has garantizado que me ayudarían y sostendrían siempre, pero lo más hermoso es que Tú has entrado dentro de mí y has salido fuera, en el momento de la consagración, uno contigo, y lo mismo ha ocurrido durante la catequesis y en el momento de la explicación de Tu Palabra. Por esto, oh Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo, yo tengo que decirte gracias y Te estoy sumamente agradecido. Esto no significa que yo no reconozca también el cansancio que veo en mis hermanos, pero lo noto fuerte y dominador en mí y en Marisa. Es un cansancio que nos está poniendo en una situación cada vez más difícil. También nos has ayudado en este campo, quitando a Marisa algún problema grave y dándome a mí el don de aquella renovada juventud que sólo Tú puedes dar. Sabemos que, aunque nos ayudas mucho, no nos quitas las pruebas y los sufrimientos y entonces, con humildad, Te digo: “Señor estamos verdaderamente cansados”. Es un cansancio físico y moral. Sólo Tú puedes darnos una nueva fuerza y una nueva energía. Creo poder decir que, con cada celebración del 9 de marzo, o en cada celebración del 29 de junio, cada uno de los presentes, en su corazón, ha pensado y ha deseado que fuese el último de los misterios dolorosos que viviríamos. Esperemos que el año próximo podamos comenzar a desgranar los misterios gloriosos. Dios Papá, cuando decimos apresúrate, es esto lo que queremos decir. No dudamos de Ti, estamos seguros de tus intervenciones pero, créeme, estamos cansados de esperar y esperar, miramos alrededor nuestro, tratamos de agudizar la mirada y de alargarla más allá de nosotros. Es verdad, Te sentimos cada vez más cerca. De hecho, estas ordenaciones sacerdotales y episcopales, que Tú has querido que yo realizara en Tu nombre y por Tu intervención, a mi modesto parecer, hacen comprender que el momento se acerca. Señor, te pedimos que lo aceleres, no porque queramos colocarnos en una posición de triunfo, sino porque tengo miedo de que esperando aún, no todos puedan llegar al momento que Tú has establecido. Y ahora, Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo y huésped dulce del alma, Dios Uno y Trino, danos Tu bendición, danos días más serenos y felices, haz que en esta casa puedan volver aquellas explosiones y aquellos momentos de alegría, casi incontenibles. Si vuelven será sólo por mérito Tuyo. A veces, las únicas risas serenas y plácidas que oigo son las de los niños. Oh gracias, has mandado muchos a esta comunidad, otro se va, esperamos que puedan llegar otros, porque cada vez que vemos a los niños, yo pienso que Dios está con nosotros. Esta es la prueba de Su presencia en medio de nosotros. Gracias, Dios mío, por habernos dado estos tesoros porque nos están ayudando y nos están haciendo vivir, quizás, los únicos momentos serenos y alegres de la jornada. Y ahora, Señor, estamos a la espera de que Tu nos digas algo y, si entra en Tus designios, haznos un regalo. Hoy es la fiesta del Obispo que Tú has ordenado y, créeme, espero como un niño que Tú me puedas hacer un regalo, envuelto en Tu amor, ligado con Tu bendición y que, en el interior, contenga algo hermoso, bueno y agradable para mí y para mis hermanos. Si no es posible esta circunstancia, esperaremos la ocasión que Tú hayas establecido. Todo sea, oh Dios mío, por Tu gloria, en Tu honor, por el renacimiento de la Iglesia y por la salvación de las almas. En este momento, además de bendecir mi comunidad y a todas las personas, y son muchísimas, que en el mundo están unidas a nosotros, y de esto tengo una continua documentación, Te ruego, oh Señor, que bendigas, animes y sostengas a mis obispos y sacerdotes. Por Cristo nuestro Señor. Amén.