Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 29 octubre 2006
Fiesta de la Madre de la Eucaristía
A Tí Dios Uno y Trino, Uno en la naturaleza, Trino en las personas, Igual en la divinidad, sea ante todo nuestra alabanza y nuestro amor.
Ante Ti, nos inclinamos adorándote y reverentes, proclamando Tu paternidad universal, alabamos tu amor que ha llegado hasta la crucifixión y muerte y exaltamos tus obras a lo largo de los siglos de la historia de la Iglesia.
Permítenos, hoy, Señor, Padre nuestro, dirigirnos a la que Tú has amado y pensado desde la eternidad: a María, Madre de la Eucaristía. Celebramos hoy el decimotercer aniversario de las apariciones públicas de la Madre de la Eucaristía. En estos trece años diversas realidades han cambiado en el mundo y en la Iglesia. Tu Madre, nuestra madre, ha venido en silencio y continúa viniendo a este lugar contra el cual, por desgracia, todavía se ensañan las maldades y las oposiciones de los hombres. Sin embargo, en el mundo, fuera de Italia y sobre todo fuera de Roma, el triunfo de la Madre de la Eucaristía se ha afirmado: Han surgido muchas congregaciones que llevan el nombre de María, Madre de la Eucaristía, se han edificado iglesias dedicadas a ella y se han multiplicado los grupos de oración de la Madre de la Eucaristía. En todas partes del mundo, incluso donde hoy existe una fuerte oposición al cristianismo, como en las tierras habitadas por musulmanes, María, Madre de la Eucaristía, es conocida y amada. Nuestra Madre se ha reservado la tarea de llevar a sus hijos, Tus hijos, oh Dios, a la salvación y a la felicidad eterna. Nosotros le damos las gracias, porque ante todo ha tenido mucha paciencia con nosotros, nos ha corregido con sus advertencias maternas en los momentos de nuestras debilidades y nos ha animado en los momentos de prueba que nunca parecen terminar.
El Obispo y la Vidente se habrían derrumbado, sin su ayuda materna, bajo los golpes infligidos con crueldad y continuidad por los hombres del mundo, pero sobre todo por los de la Iglesia: su presencia ha sido fuerte con nosotros de manera particular.
María, hoy queremos festejarte de la manera más solemne posible, has dicho siempre que eres una reina pero sin corona, eres reina porque Dios ha puesto en tus manos Su omnipotencia que proporciona a tus hijos gracias y ayudas, con milagros e intervenciones. Hoy, en nuestro corazón tenemos una larga lista de gracias que pedirte. Cada uno te las pide en el silencio de su corazón, te pide algo y tú sabes reconocer las súplicas y las peticiones de cada uno y, tal como nos has enseñado, concluimos siempre con la expresión: “Pero que se haga la voluntad de Dios”.
Madre, yo Obispo ordenado por Dios, te encomiendo de manera particular a la Iglesia, la ha fundado tu Hijo, por ella ha sufrido, ha muerto, ha derramado Su sangre que es tu sangre, pero hoy en día está incrustada con tantas realidades que no reflejan su naturaleza. Quita estas incrustaciones, restituye a la Iglesia su rostro joven, sereno, pobre y humilde. La Iglesia tiene que ser pobre, la Iglesia debe ser pobre, debe hacer la elección de la pobreza. La Iglesia debe abordar con mayor cuidado y atención a los pobres, incluso como tú has dicho, vendiendo sus tesoros, sus valores y sus riquezas: la Iglesia cuánto más pobre es, más rica es, es decir cuánto más débil es humanamente, es más fuerte espiritualmente.
“Yo estaré con vosotros” ha dicho Cristo tu Hijo y ha mantenido Su palabra, pero parece que los hombres ocasionalmente o frecuentemente quieren ponerlo en un rincón, sustituirlo y tomar su lugar; así éstos pecan como Lucifer, contra Ti, Dios mío.
Dale a todos los pastores humildad y sencillez de corazón, sentimientos puros: amor profundo, fe sincera y esperanza inquebrantable. Sí, yo confío la Iglesia a Tus manos. Tú sabes, oh Señor, que no hago nada más que repetir lo que Tú mismo quieres: te confío la Iglesia, haz que renazca y triunfe sobre el mal, libérala de todo peso, vínculo y dependencia humana. Ella tendrá que resplandecer de gracia y de amor junto a todos sus hijos. Oh Señor, ¡cuántos has llevado y cuántos más llegarán pronto al Paraíso! Que consuelo, que alegría nos has dado hoy revelándonos algunas realidades y abriéndonos Tu corazón a ciertas confidencias y, permitiéndonos, como decía Padre Pío, leer en Tu libro misterioso.
María, Madre de la Eucaristía, gracias por todo, continúa estando cerca de nosotros. Te necesitamos, queremos sentir tu amor, tu cariño y gozar de tu protección. Queremos ser tus hijos y encerrar nuestra realidad en un único adjetivo: hijos eucarísticos marianos.
A alabanza y gloria de la Trinidad por el renacimiento de la Iglesia, por la salvación del mundo, por nuestra santidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.