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Carta enviada por Marisa Rossi a los párrocos de Roma el 17 de enero de 1999

Mi querido hermano sacerdote:

Yo soy Marisa Rossi y mi nombre, sin duda alguna, no te es desconocido. Siempre permanecí en silencio, orando y sufriendo, pero ahora me atrevo a enviar esta carta a los sacerdotes porque quiero defender a mi director espiritual, el Padre Claudio Gatti quien, durante casi veinte ocho años, ha sido maltratado por todos, sobre todo por sacerdotes y también me refiero a obispos y cardenales. A mí se me enseñó que calumniar y difamar seriamente a alguien es siempre un pecado mortal, tal como lo enseña el "Catecismo de la Iglesia Católica".

El periodo más duro y más sufrido empezó con las apariciones.

El 20 de junio de 1993, Nuestra Señora me dijo que era voluntad de Dios que las apariciones se volvieran públicas y el Padre Claudio lo informó a Mons. Cesare Nosiglia. Así es que el obispo fue la primera persona que recibió del Padre Claudio los mensajes de Nuestra Señora: El Padre Claudio también le explicó al obispo cómo le gustaría hacer la catequesis para las personas que estarían presentes en las apariciones. El Padre Claudio no recibió prohibición alguna y las apariciones públicas empezaron el 24 de octubre de 1993.

Desgraciadamente, el 6 de diciembre de 1994, el cardenal Camilo Ruini, por medio de un decreto, prohibió la celebración de la Santa Misa en nuestra capilla y la Eucaristía fue retirada.

La respuesta del Padre Claudio fue: "Con la muerte en mi corazón, yo obedezco." De hecho, no había razón para retirar la Santa misa, porque ya se celebraba antes de que las apariciones empezaran, en base a permisos concedidos por el anterior cardenal vicario, Hugo Poletti. Por supuesto, los que tienen el poder en su mano pueden hacer lo que deseen, yo entendí esto a mi pesar y también que ellos pueden actuar contra el Evangelio y la Ley Canóniga.

No obstante las repetidas peticiones del Padre Claudio para poder celebrar de nuevo la Santa Misa en nuestra capilla, siempre recibimos un rechazo categórico del cardenal Ruini.

Por tres años y medio hemos sido privados de la Santa Misa y puedes imaginar mi dolor, dado que vivo de la Eucaristía, Que también es mi apoyo físico así como espiritual. También puedes imaginar el dolor del Padre Claudio, que habría tenido un infarto si el Señor no hubiese intervenido. Nuestro sacerdote fue obligado celebrar a solas la Santa Misa en otras iglesias y a traernos la sagrada comunión a casa y a las personas enfermas de nuestra comunidad.

Deseo pasar por alto todas las vicisitudes y los sufrimientos que este decreto causó a nosotros y a la toda la comunidad, que fue privada del bien más precioso que Jesucristo nos dio, y así llegamos al 14 de septiembre de 1995, el día del primer gran milagro Eucarístico: en esta fecha empezó la gran lucha contra el "triunfo de la Eucaristía", que había sido anunciado por Jesús el mes de junio anterior. Los milagros se repitieron con frecuencia, tal como lo había prometido Nuestra Señora en varias ocasiones. Muchas personas de la comunidad estuvieron presentes en estos milagros y pueden dar su testimonio, pero la autoridad eclesiástica no quiso investigar sobre estas personas.

La única ocasión que algunos miembros de la comisión de investigación vinieron a interrogarme, fui tratada peor que Santa Bernardita y los tres partorcillos de Fatima, sin la menor caridad, como enseña el Santo Evangelio y también la Ley Canóniga. No deseo repetir aquéllas palabras tan malas dichas por los miembros de la comisión, que me perturbaron durante casi tres meses, como consta en el certificado emitido por el doctor de la policía, el cual que fue enviado a la Vicaría. El obispo Nosiglia declaró entonces nulo y sin valor aquél encuentro de la comisión, porque no redactaron ninguna minuta de tal encuentro.

Mi querido hermano sacerdote, las pruebas sobre el estado de mi salud mental las llevó a cabo el médico en jefe de neurología y psiquiatría del Policlinico: ellos callaron todas las imputaciones promovidas, incluida la imputación de estar afligida por una "patología religiosa". Estos documentos también están guardados en la Vicaría. Las calumnias y difamaciones aumentaron: contra el sacerdote, contra mí, contra nuestros jóvenes y las personas que venían a orar al lugar que Dios había declarado prodigioso.

El 8 de marzo de 1998, el día del 35 aniversario del sacerdocio del Padre Claudio, el sacerdote recibió la orden de Dios de celebrar la Santa Misa y él informó a la Vicaría quien amenazó con la suspensión del ejercicio de las funciones sagradas (a divinis). El sacerdote, dividido por la obediencia a Dios y el respeto a la autoridad eclesiástica, tuvo presente las palabras de Jesús del mensaje de 1º. de febrero de 1998: "¡Obediencia sí, chantaje no!".

La obediencia al Papa y a los obispos que están unidos con el Papa es indispensable, pero debe darse cuando el amor está unido a la obediencia: éste no es el caso cuando hay un deseo de venganza o la exigencia de negar todo lo que se cree, incluida la Eucaristía. Por lo tanto, la decisión de confiar en Dios no puede considerarse como desobediencia a la autoridad o como rebelión, sino como un acto de amor hacia Dios, la Iglesia, la Madre de la Eucaristía; éste es el significado de las palabras de San Pedro: "Es necesario obedecer a Dios, antes que al hombre."

Efectivamente, no soy una persona de gran preparación, pero me pregunto: "¿Cómo puede la gente obedecer a la autoridad eclesiástica cuando ésta no respeta a la gente o a la voluntad y las obras de Dios?". Algunos sacerdotes manifestaron que de todos modos el Padre Claudio debía haber obedecido a los superiores, porque no sería su responsabilidad, sino de las personas que le pidieron que fuera irrespetuoso con la Eucaristía.

El Padre Claudio siempre me enseñó a obedecer a los superiores, con la condición de que sus órdenes no estuvieran en contra del Evangelio y la Ley Canóniga. Además, ¿porqué ellos no obedecen al Papa cuándo él dice que las apariciones son un regalo de Dios?

A pesar de todo esto, el Padre Claudio intentó de nuevo cooperar con la autoridad eclesiástica, así es que el 1º. de abril de 1998 llevó a Mons. Cesare Nosiglia a la Vicaría, una Hostia grande la Cual, el 22 de marzo de 1998, había vertido sangre. Cuando el Padre Claudio abrió el relicario, la Eucaristía emitió un olor celestial y mi director espiritual se arrodilló, mientras que el obispo hizo un gesto de irritación y pronunció palabras ofensivas: "¿Qué es ese pedazo de pan?". Él incluso se negó a guardar la Hostia para ser estudiada.

Estos milagros de la Eucaristía Que vertió sangre ocurren sólo para dejarnos entender que Jesús está realmente presente en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad: el último milagro ocurrió el 17 de mayo de 1998. La Eucaristía, traída por Jesús, fue colocada sobre unas flores, cambió su forma y se cerró a manera de una concha, casi como para guardar la preciosa sangre de Jesús que se extendió poco a poco por encima de toda la Hostia. Mi querido hermano sacerdote, ellos también nos prohibieron que rindiéramos culto y nos dijeron que tirásemos las Hostias en el agua, para que se disolvieran, porque en la opinión de la autoridad o eran producto de un truco de feria o fueron traídas por el diablo. También pedimos la intervención de un exorcista, pero también esta petición fue rechazada por la Vicaría.

Mi querido hermano sacerdote, a mí se me enseñó que para formarse un juicio sobre las personas y los eventos, no sólo es necesario escuchar a los que tienen el poder en sus manos, sino también a un simple sacerdote que está involucrado en tales eventos.

Ahora te pido, mi querido hermano, que ores por la situación de la Iglesia que es conducida por hombres que están haciendo todo lo posible por destruir a un pobre sacerdote, quien totalmente solo está tratando de continuar la gran misión que Dios le confió. Él es un simple sacerdote, que no tiene poder, que no tiene autoridad, pero que tiene a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo, a la Madre de la Eucaristía, a San José, a todos los Ángeles y los Santos quienes siempre lo acompañan en su vida, en sus decisiones y en sus responsabilidades.

Es mi esperanza que también lo acompañes por lo menos por medio de tus oraciones.

Bendíceme y ora por la gran misión que Dios confió a nuestros débiles hombros

Adiós hasta el 2000, "Un año profundamente Eucarístico" (Juan Pablo II).

Marisa Rossi

Roma, 17 de enero de 1999.