Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 1 enero 2008
MARÍA SANTÍSIMA MADRE DE DIOS
I Lectura: Num 6, 22-27; Salmo 66; II Lectura: Gal 4, 4-7; Evangelio: Lc 2,16- 21
Estabais todos presentes, nadie ha sido olvidado porque, en momentos importantes como este, es bueno sentir el compañerismo, la unión, la armonía, la concordia. Por tanto estad tranquilos porque Dios os ha bendecido y sabéis que, para Dios, es suficiente Su presencia, porque Su presencia es bendición. No hay necesidad de que Dios diga: “Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, estos son modos humanos y a los que también la Virgen recurre pero, ni Jesús, ni Dios Padre, ni Dios Espíritu Santo tienen necesidad de recitar fórmulas para bendecir a sus hijos. Por tanto ha habido la bendición y ha estado ciertamente la mirada de Dios que se ha posado sobre cada uno de vosotros porque, si la Virgen, que es una criatura, ha dicho: “Yo estoy aquí pero, al mismo tiempo, estoy sobrevolando todas las naciones del mundo, deteniéndome de modo particular sobre aquellas pobres, desfavorecidas, donde hay guerras y destrucción”, tanto más lo ha podido hacer Dios, que es Omnipotente y, por tanto, ciertamente, os ha visto en vuestras casas, con vuestros parientes, con vuestros amigos, mientras estabais brindando y, probablemente alguno, de vosotros en aquel momento ha elevado a Dios su pensamiento y habéis hecho muy bien, así habéis combinado lo útil y lo agradable, como suele decirse. Es bueno estar en familia en estos momentos, es justo sentir el calor familiar y Dios bendice a las familias que verdaderamente tienen en su interior un espíritu de unión y de amor. Esta es la misma bendición que se expresa en la primera lectura que hemos escuchado, pero vayamos un poco en orden. Son tres lecturas, tres joyas de las que se puede extraer una secuencia de reflexiones maravillosas, oportunas, que claramente podemos aplicar a nuestra vida.
“Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno” (Lc 2,16-21)
Empezamos por el Evangelio y ved como podemos convertirnos en protagonistas de la narración evangélica, igual como la Virgen y San José en aquel tiempo, los miembros de la comunidad Movimento Impegno e Testimonianza fueron a toda prisa y encontraron a María, José y al niño acostado en el tabernáculo. La Virgen está aquí también aunque no la veáis y ella misma ha dicho que, cuando ella está presente, muy frecuentemente, y hoy es ciertamente así, está también presente San José y, más importante, Jesús Eucaristía. El encuentro con Jesús Eucaristía tiene que provocar en todos nosotros, las mismas reacciones que suscitaron en los pastores, por tanto: “Contad lo que del niño se os ha dicho”, podemos entender cómo referís con vuestro testimonio lo que aquí se dice, sobre Jesús Eucaristía, a través de las Cartas de Dios, las catequesis y las homilías, para que seáis idénticos a los pastores. Todos los que oyeron a los pastores, en la comunidad, se asombraron de las cosas que contaban. No siempre habéis tenido encuentros fáciles, pero recordad lo que dijo muchas veces la Virgen y también Jesús con ocasión de la famosa misión en beneficio de los sacerdotes de Roma: “incluso aquellos que, aparentemente, no aceptan y, además, os alejan, sabed que, después, para muchos de ellos comenzó el replanteamiento y la pregunta, "¿y si ellos tenían razón y los que nos decían ciertas cosas estaban equivocados?". Por tanto no nos detengamos nunca en las apariencias, sino que vayamos más allá. De este niño, Jesús Eucaristía, y de la presencia de la Virgen, habla también Pablo en el fragmento de la Carta a los Gálatas.
“Hermanos, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley, para que recibiésemos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios”. (Gal 4, 4-7). ¿Qué significa la plenitud de los tiempos? Se trata del famoso momento decidido y querido por Dios, por lo que también nosotros podemos decir: “cuando llegue la plenitud de nuestro tiempo…”, pero, como he dicho a alguno, parece que esta plenitud del tiempo, es decir el momento preciso en el que Dios empezará de manera clara y visible sus intervenciones, no lo conoce nadie, solo lo sabe Él. He dicho parece, porque también la Virgen dice: “Pero yo sé tanto como vosotros hijos míos, del momento establecido por Dios”. A veces, incluso recientemente, me he permitido, ciertamente no indicar o proponer, sino manifestar a Dios una fecha en la que Marisa podría partir para el Paraíso, porque todo empezará después de su partida y la Virgen me ha dicho que tanto ella, como los santos y los ángeles en el Paraíso, estaban rezando por la fecha hipotética pero, por desgracia para ella, pobrecita, ya ha pasado. Ayer traté por todos los medios de obtener una respuesta: “pero yo estoy cansada, ¿cuándo me llevaréis?”, pero no hubo respuesta. Parece que sea uno de los misterios de nuestra fe, y no exagero, hay que continuar creyendo, teniendo fe. Como decía Dios Papá ayer: “No dudéis de mi” y Marisa decía: “Yo sí, alguna vez”, y Él respondía amablemente, a veces hacía ver, como un buen papá, que estaba resentido, pero sabemos bien que no estaba en lo más mínimo molesto, y mucho menos ofendido porque, leyendo en los corazones, sabe que estamos continuamente implorando y, junto a nosotros, la reina, los príncipes y principitos del Paraíso pero, por ahora, no hay respuesta, solo un canto pero yo prefiero recordar la palabra que sentí. “Cuando llegó la plenitud de los tiempos”, se refiere a la Encarnación, y es hermosa esta expresión; nosotros habríamos dicho: “en el momento de la plenitud de los tiempos, el Verbo de Dios se encarnó en el seno de María", en cambio mirad a Pablo, él es diferente a nosotros, dijo "Él envió a su Hijo", ésta es la expresión, es decir Dios Padre pide a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que vaya, y Él es, por lo tanto, un enviado del Padre, es un mandato del Padre. Se destaca la acción en la que Dios manifiesta Su participación en el misterio de la Encarnación, por lo que no se trata de una simple Encarnación, aunque se haya realizado por obra del Espíritu Santo, sino de una misión que el Padre encomienda al Hijo y, por si esto fuera poco, la expresión que sigue es sumamente esclarecedora, en mi opinión: “nacido de mujer”. En estas palabras yo veo el nacimiento virginal de Jesús. ¿Por qué dice “nacido de mujer”? habría podido usar una expresión común y sin embargo destaca esta presencia exclusivamente femenina, por lo tanto de una mujer, lo que significa que San Pablo quiso indicar el nacimiento virginal del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, con la sola participación humana de la mujer. “nacido bajo la ley” y, parece un juego de palabras, "para redimir a los que estaban bajo la ley", pero ¿qué significa esto? Pablo ya lo explicó en la Carta a los Filipenses, es decir, Jesús, el Hijo de Dios, es idéntico a nosotros en todo, por lo tanto verdadero Hombre excepto en el pecado y siendo Hijo de Dios, nos pudo redimir y, por tanto, se utiliza la imagen del esclavo. Nosotros, con el pecado, ante Dios somos esclavos del pecado, por lo tanto teníamos que ser liberados, pagados, rescatados y la moneda para el rescate sólo la podía ofrecer quien, en cuanto a dignidad, fuera igual a la persona ofendida: por tanto Dios ha sido ofendido con el pecado y aquel que podía reparar esta ofensa enorme, grandísima, infinita a Dios, podía ser solo Dios. He ahí explicado el misterio de la Encarnación, la razón por la cual los sacrificios de los animales pero también los sacrificios humanos, cualquier sacrificio que pudiera hacerse, como en el caso de Abraham y la inmolación y muerte de su hijo Isaac, no hubiera sido suficiente para redimir a los que estaban bajo el pecado. He aquí, pues, el gran amor de Dios: manda a su Hijo y pide al Hijo la Encarnación y la inmolación, para que los demás hijos pudiesen pasar de la condición de esclavitud, a la condición que Pablo expresa claramente: “Para que recibiéramos la adopción de hijos”. Para que nos convirtiéramos en hijos de Dios era absolutamente necesario que el Hijo de Dios reparase los pecados que nosotros habíamos cometido. Mirad, esto, es el gran anuncio que se hace hoy y que nos levanta y nos eleva a una dignidad a la que nunca hubiéramos podido llegar, ni alcanzar, si Dios mismo no nos hubiera tomado a todos y cada uno con sus manos y llevado de una situación de extrema bajeza a una situación de extrema altura. Este viaje, que es un viaje inmenso, lo hemos podido comprender solo porque Dios nos ha cogido de la mano. Si Dios no nos hubiera cogido de la mano, nunca podríamos haber alcanzado esta gran altura. Cuando se nos pone ante la palabra de Dios, no podemos permanecer indiferentes, tenemos que vivirla con pasión, con participación. Por eso proseguimos con esta reflexión que ahora tiene que llegar a una conclusión: ¿cómo se expresa esta grandeza, cómo se expresa esta filiación, cómo se expresa esta determinación? Vosotros lo habéis redescubierto recientemente. Yo pedí a Dios el poderlo llamar Papá y que vosotros sois hijos lo prueba el hecho que Dios mandó a nuestro corazón, el Espíritu de Su Hijo, el cual clama Abba. Nos preguntamos por qué tuvieron que pasar veinte siglos para redescubrir el rostro paternal y afectuoso de Dios, y por qué, añado, vosotros hombres sólo nos presentasteis un Dios lejano, desprendido, a veces duro, hosco y por qué nos desprendieron de lo que ya se entiende en la escritura. Veréis, yo creo que hay una razón, aunque todo lo que os he dicho es verdad, lo que os he contado, nos cuesta concebir a Dios como Papá, nos cuesta dirigirnos a Dios, porque es tan grande en comparación con nosotros, infinitamente superior a nosotros, que somos incapaces y necesitamos que Él nos anime y nos diga: “pero venid a Mi, Yo soy vuestro Papá, Yo os amo, os he amado antes de que me amarais, os he amado desde la eternidad, os he tenido presentes en Mi en mi mente desde la eternidad y os he amado desde la eternidad”. Deteneos en esta expresión, cada uno de nosotros, cada uno es amado por Dios desde la eternidad. ¿Pensáis en ello? ¿Pero no sentís nada? ¿No escucháis nada? Tenemos que dar gracias a Dios, con humildad, gratitud y reconocimiento, por estas experiencias y por estas manifestaciones suyas. ¿No necesitamos apariciones? Todo está en el Evangelio, pero ¿qué habéis hecho con el Evangelio? ¿Cómo lo habéis preservado el evangelio? Por supuesto que hay necesidad de apariciones, más aún si, después de veinte siglos, todavía estáis pensando, por ejemplo, en el Padre Nuestro que indica el pan temporal pero ha sido necesario todos estos siglos para comprender que no era el pan temporal sino el pan eucarístico. Me quedo perplejo, me quedo asombrado y, por eso, debo decir que nosotros, como comunidad, somos afortunados, vosotros sois afortunados, porque habéis descubierto realmente la verdad, habéis entrado en la verdad y la habéis recorrido, yendo mucho más lejos que los grandes teólogos que se quedaron demasiado atrás. Con espíritu jocoso os digo que se ha reído, ha agradecido el cuadro y ha hablado del aquel cuadro. ¿Tenéis curiosidad de saber a lo que me refiero? Cada cosa a su tiempo, uso Su misma táctica, está el Obispo que quiere las cosas cocinadas y comidas. Terminamos con este espíritu sereno y alegre y esperemos, oh Dios Papá, que lo podamos conservar durante el año y, cuando el cansancio, el sufrimiento, la prueba se haga fuerte, querido Papá, Te ruego, hazte presente como ayer porque, animándome a mí, pueda animaros a vosotros. Felicidades, y que esto, como ha citado Dios Padre y repite el Obispo, sea verdaderamente el año de la certeza, el año en el que, finalmente podremos comenzar a gozar, porque todos, puedo decir, nos lo merecemos, no solo el Obispo, no solo la Vidente, aunque nosotros mucho más y de eso no hay duda, sino que también vosotros porque, a pesar de todo, habéis permanecido fieles, a pesar de los intentos incluso de despegaros, de alejaros, habéis mantenido el rumbo y habéis permanecido fieles. A cada uno de vosotros os deseo que, como se ha realizado para el viejo Simeón, al que se le había prometido que vería al Mesías antes de morir, también todos vosotros podáis ver al menos el inicio de las grandes intervenciones de Dios. Yo le pido esto a Dios Padre, oficialmente, que ninguno de la comunidad pueda partir, si antes no ha visto, se ha alegrado y disfrutado algo de Tus intervenciones y, cuanto más pase, más se gozarán ellos y vuestros hijos. Disfrutarán más que vosotros, pero debéis recordarles que, si disfrutan, si tienen una vida fácil, el mérito es más nuestro. Dios Padre se estará riendo de esto, truena en sus oídos la bendición de Dios como fue dicho aquí por Dios, cuando le habló a Moisés: "El Señor te bendiga y te guarde, el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y te dé gracia, el Señor vuelva a ti su rostro y te conceda la paz". Este es el deseo que te deseo, el deseo con las palabras de Dios y que, por tanto, tienen un significado particular.