Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 1° enero 2009
María Santsima Madre de Dios
(I Lectura: Núm 6, 22 - 27; Salmo 66; II Lectura: Gal 4, 4 - 7; Evangelio: Lc 2, 16 - 21)
Supongamos que tenemos delante un cuadro compuesto por tres escenas diferentes, como los frescos que los pintores de la Edad Media solían pintar en trípticos. En el centro ponemos a la Virgen María que ofrece a su hijo con el don de la Eucaristía. A cada lado ponemos otras dos escenas: en la primera se ve a la Virgen con el Niño Jesús en brazos, la representación de la fiesta de Navidad y, en la otra a María, que lleva en brazos a Jesús recién descendido de la cruz (imagen que Miguel Ángel ha esculpido en sus tres famosas Pietà).
Consideremos la parte derecha del tríptico: la Virgen nos presenta al Niño Jesús. Tras la aparente fragilidad de un niño, se esconde el mismo Dios, con su Omnipotencia y su Omnisciencia. Sería hermoso que nuestra comunidad estuviese unida al pequeño niño, sobre las rodillas y en el corazón de la Madre de la Eucaristía. La Virgen nos ha recordado en varias ocasiones: "Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos". Incluso las personas menos jóvenes pueden representar juntas al pequeño niño que la Virgen protege. También nosotros tenemos fragilidad, debilidad, y tenemos necesidad de ser protegidos y es por esto que la Virgen ha sido creada por Dios y nos la ha dado como Madre, para hacernos sentir tranquilos y protegidos.
En la parte izquierda del tríptico está representada la Pietà: María abraza el cuerpo de Jesús adulto, lleno de sangre y sin vida. Así como el Niño Dios representa nuestra comunidad, Jesús adulto, bajado de la cruz, representa a la Iglesia, puesta en los brazos de Nuestra Señora. La Virgen ve el cuerpo místico de Su Hijo herido, escupido, ultrajado y humillado, pero lo protege y lo abraza porque sabe que Dios derramará en nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo. Su cuerpo sin vida, después de tres días, volverá poderoso y manifestará el poder de la divinidad y del alma. Es un cuerpo herido y golpeado por los hombres, pero junto a María, esperamos que vuelva a desempeñar el papel que le corresponde, el papel que corresponde a la Iglesia. Hoy, por desgracia, sufre y ayer noche Dios Papá nos lo recordó y nos reiteró Su promesa (Carta de Dios 1º Enero 2009 - hora 00:01). No sabemos cuando se realizará, pero nos ha pedido que tengamos confianza en Él, que no retrocedamos y que estemos convencidos, incluso con dificultades (y quizá el que os habla soporta más que otros), que todo lo que hace se realiza de la mejor manera y en el momento oportuno, aunque no lo comprendamos. Ayer noche Dios dijo que el día, me lo comunicará a mí, pero que al igual que la resurrección de Cristo tuvo lugar después de Su muerte, también nuestra resurrección ocurrirá después de la subida de Marisa al Paraíso. Hasta entonces seremos como el pueblo de Israel que, peregrino, va vagando por el desierto del mundo, pero un desierto en el que cada terreno producirá plantas y flores maravillosas.
Antes de la aparición he pedido a los presentes que rezaran de modo particular por la Iglesia. Dios ha aceptado esta oración porque desea que la Iglesia sea lavada y que el cuerpo místico, ofendido por sus propios ministros, resurja. La Iglesia, aunque herida, está protegida por la Virgen porque la tiene sobre sus rodillas. En ella ha ocurrido y podrá ocurrir todavía sólo lo que Dios permita y quiera. ¿No ha permitido Dios que Su Hijo muriese y fuese tratado tan cruelmente por los hombres? La cruz, ¿no es voluntad de Dios? Por tanto, la Iglesia sin vida y desgarrada, no manifiesta la derrota de Dios, sino que indica, aunque de manera incomprensible para nosotros, que ésta es Su voluntad.
Si viésemos un cuerpo muerto resucitar nos maravillaríamos y nos alegraríamos. Creo firmemente que Dios quiere que nos alegremos mostrándonos finalmente a la Iglesia resucitada. Esta es la esperanza que deseo que esté presente en mí y en cada uno de vosotros durante este año. No es casualidad, y es una petición, el que la Virgen haya querido que éste fuese el año de la fe. Para creer que un cuerpo muerto resucitará se necesita tener fe. Cuando Cristo murió en la Cruz y fue puesto en el sepulcro, sólo una persona se acordó y cryó inquebrantablemente en la resurrección. Hoy, la situación es mejor, porque no sólo María cree en la resurrección de la Iglesia, sino también una enorme multitud de hijos. Nosotros estamos entre los primeros en creer que la Iglesia resucitará. La amamos, nos hemos inmolado, hemos derramado sangre, lágrimas, elevado oraciones, hecho adoraciones eucarísticas, vigilias nocturnas, ayunos, florilegios y sacrificios; tenemos que continuar haciéndolos con mayor insistencia y entusiasmo, porque es voluntad de Dios que aquel cuerpo sin vida resucite. ¡Será hermosísimo!
Los hombres han inflingido graves heridas a la Iglesia, pero de aquellas heridas, provocadas por la maldad humana, saldrán rayos de luz que iluminarán el mundo entero y nos mostrarán la realidad con los ojos de Dios. Esto es lo que yo deseo para la Iglesia, es lo que os deseo a cada uno de vosotros y es el trabajo que confío a esta comunidad. Es maravilloso que este tríptico, originalmente iluminado por una luz vacilante y débil, en el momento en que Dios quiera, aparecerá un despliegue de luces, de colores y de cantos. Los ángeles volverán a repetir lo que cantaron en la gruta de Belén, porque para Dios es el honor, la gloria y nuestro agradecimiento. Sólo por Su intervención y sirviéndose de pequeñas criaturas, lo que parece muerto y a punto de ser sepultado, resurgirá; infundirá miedo como en el momento de la resurrección, cuando, sin ver la luz ni el Cuerpo Glorioso, fue suficiente oír el ruido de la piedra al ser removida por los ángeles, para que los soldados amedrentados se escaparan. Todos los mercenarios, como dijo Jesús en la parábola del Buen Pastor, huirán. Se cumplirá también aquella visión que el Señor ha enseñado dos veces a Marisa: nosotros entramos en la Basílica de san Pedro deslumbrante de luces, aclamados y festejados con himnos y cantos, precedidos por la Virgen, San José, la abuela Yolanda y la propia Marisa. En el rincón más oscuro de la Basílica, mortificados y desilusionados, los que creían que habían vencido. Estos hombres ahora brindan con champagne por el poder conquistado, pero lo perderán todo y Dios dirá a cada uno de ellos: "Hoy tendrás que rendirme cuentas de lo que has hecho".
María, cuando tenía a Su Hijo muerto entre los brazos, estaba cansada, porque había aguantado horas intensas al lado de Jesús: con Él en Getsemaní, en el pretorio, en casa de Pilato, en casa de Herodes, en la subida al Calvario, mientras era crucificado y, siempre con Él, en la espera de la resurrección. Su espera ha sido más breve respecto a la nuestra y esto, quizá, para nosotros es motivo de cansancio, desilusión, abatimiento y desánimo, pero tenemos que mirar al centro del cuadro del que os he hablado. Es allí donde María nos da la medicina y la fuerza: la Eucaristía. Tenemos necesidad de la Eucaristía, de la luz que surge de la Eucaristía, de la fuerza que sale de la Eucaristía, para que nos dé, en nuestro camino, el modo de superar los baches y los obstáculos que los hombres continuamente nos ponen delante. Sabemos que a lo largo del trayecto estaremos siempre acompañados por la Virgen que nos llama y nos indica el camino, nos llama y nos indica quién puede ser para nosotros alimento y bebida y cuál será la felicidad a la que queremos llegar. Hoy tenemos una ulterior confirmación de que sólo se puede alcanzar el Paraíso si somos como los pastores. Volviendo a nuestros hogares llevemos dentro de nosotros el ansia y el deseo de aquel día luminoso: pensad lo bello que será aquél día.
No os he narrado una historia ni os he contado una fábula, sino la verdad. Dios es verdad, inclinémonos delante de Él y reafirmemos nuestra fe con el Credo.