Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 1° marzo 2006
I Lectura: Jl 2,12-18; Salmo 50; II Lectura: 2Cor 5,20-6,2; Evangelio: Mt 6,1-6.16-18
Miércoles de Ceniza
«En aquél tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Guardaos de practicar vuestra justicia delante de los hombres para que os vean; de otro modo, no tendréis mérito delante de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando des limosna, no toques la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que los hombres los alaben. Os aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, que prefieren rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea todo el mundo. Os aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y cuando ayunéis, no estéis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que los hombres no se den cuenta de que ayunas, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará». (Mt 6,1-6.16-18)
¿Usaría Jesús también hoy la palabra “hipócritas”? Estoy convencido de que sí, porque todavía hoy hay una forma de exhibicionismo en la Iglesia que lleva a enaltecerse a sí mismo, a mirar a los demás desde arriba, a considerarse casi como Dios mismo ante el cual hay que inclinarse. Sin embargo el corazón de algunos está lleno de porquería y soberbia. Aquella porquería y soberbia de la que se habló claramente durante el vía crucis al cual participó, por última vez, Juan Pablo II. Éste es uno de los días en los que hay que recordar que en la Iglesia están presentes porquería y soberbia y por desgracia éstas conciernen a los pastores. Existen pastores buenos y honestos pero a su lado hay tantos mercenarios que empujan la situación de la Iglesia hacia lo negativo. Los sacerdotes buenos son pocos y todavía no afirmados, sé que se están preparando, sé que Dios ha puesto los ojos en algunos de ellos para que en un futuro sean elegibles para el episcopado, pero hoy ¡cuánta miseria y cuánta porquería hay todavía!
Habéis oído lo que está escrito en el pasaje del profeta Joel y yo me permito adaptar algunas de estas palabras a la situación de hoy y cambiarlas: “Entre el vestíbulo y el altar los sacerdotes, ministros del Señor lloran, dicen perdona Señor a tu pueblo y no entregues tu heredad al oprobio y la burla del pueblo". (Jl 2, 17)
Juan Pablo II, a pesar de ser criticado, demostró valor al pedir perdón a Dios por las culpas cometidas por la Iglesia y por los hombres de la Iglesia. Quizás debido a la mala salud y la edad avanzada, habría necesitado más coraje y debería haber pedido a Dios perdón por los pecados cometidos por el clero, desde los más altos a los más bajos, no refiriéndose a siglos pasados sino refiriéndose al tiempo presente. Lo que no ha ultimado Juan Pablo II, tendrá que ser hecho ciertamente por el que el Señor quiera escoger como su representante en toda la Tierra.
No hay que aferrarse al poder, a la riqueza, a los placeres; hay que pensar en vivir en gracia y dar la gracia, con la palabra y con el ejemplo, también a los demás. Yo aborrezco aquellos pastores que no son según el corazón de Dios. Dios prometió ya en el Antiguo Testamento: “Os daré pastores según mi corazón”. Yo suplico a Dios que estos pastores según su corazón, vuelvan a ser más numerosos que los otros. Bastan pocos pastores para renovar el rostro de una iglesia, de una comunidad, de una diócesis pero al menos hace falta llegar a un número que pueda servir a todos los fieles, los cuales justamente, piden poder ser beneficiarios de los Sacramentos. Cuántas veces pedís en vuestras parroquias el poderos confesar y os responden que volváis en un horario preestablecido, ¿por qué en aquel momento están ocupados o no pueden venir? Estos no son pastores auténticos, son mercenarios; es absurdo que cuando un sacerdote o un obispo sea llamado para confesión no esté disponible. ¿Los obispos confiesan o no? He llegado casi a pensar que para ellos, el gran sacramento de la Confesión es deshonroso. ¿Habéis visto alguna vez en las iglesias confesando a cardenales u obispos? En Roma tenemos decenas y decenas de obispos y cardenales. No hace falta gozar de una salud excepcional para hacerlo, basta tener la fuerza de estar en el confesionario. ¿Por qué, entonces, éstos no van a confesar? El que no va inmediatamente al encuentro del hermano que desea confesarse, de ser liberado del pecado, el que no ejerce este sacramento con alegría, no tiene el sentido del pecado y vive en el pecado. Aparte de mí, ¿cuántos de vosotros se han confesado con obispos? Este debería ser uno de los primeros deberes, y la grandeza de un obispo, de un cardenal, se puede ver en esto.
Juan Pablo II intentó, a través de su ejemplo, de involucrar a sus hermanos obispos. Lo han acompañado vestidos con vestiduras solemnes, con solideos morados y rojos, con bandas multicolores, pero se quedaron fuera de los confesionarios. ¿Por qué no han entrado en los confesionarios? ¿Por qué los obispos no entran en los confesionarios? Tendrá que venir el que los obligue a ir a los confesionarios. ¿Tienen otra cosa que hacer? ¿Y qué han de hacer? ¿Qué hay de más importante que celebrar un sacramento que lleva la gracia del Señor? Cristo, el hijo de Dios, nuestro Redentor, para hacer comprender con qué espíritu de auténtico servicio tienen que vivir los sacerdotes su ministerio, les ha lavado los pies. Si Dios hace esto, tenéis que hacerlo vosotros, con mayor razón. Participan en las ceremonias, rodeados de capillas musicales, de personajes importantes, caminan solemnemente en las iglesias, se arrodillan cuando la liturgia lo exige, pero solo para honrarse a sí mismos. No se siente, en aquel momento en ellos, la presencia de aquél que, como dice San Pablo, a pesar de ser justo se hizo pecador porque cargó con los pecados. Esto es lo que hizo Cristo: justo, hijo de Dios, cargó con los pecados de todos los hombres. Os pregunto: ¿Pero por qué nosotros que continuamos su ministerio, al contrario, nos alejamos de este ejemplo? ¿Por qué cuando estamos delante de Dios, en vez de sentir el peso de nuestros pecados y el peso de los pecados de las personas que se nos ha confiado, tratamos de eludir esta responsabilidad buscando continuamente aplausos, honores, recompensa y festejos?
La Cuaresma es un gran momento de reflexión y yo ruego a Dios que todos los sacerdotes, desde aquel que ocupa el puesto más alto al que ocupa el más bajo, tengan momentos de reflexión, momentos de toma de conciencia. ¿Qué ocurrirá sin embargo? Esta tarde volverán a sus casas contestos y felices si más personas que el año pasado han participado en sus funciones o si notaron más asistencia que sus antecesores. Esto para ellos es motivo de orgullo. ¿Qué clase de pastores son estos? Que Dios tenga piedad de ellos, que Dios tenga compasión de ellos. Permitidme añadir: “Dios, ¡libra a tu Iglesia de estos pastores!” no me habéis oído hablar nunca así, pero si me expreso así hay un motivo. No se puede seguir así. La situación es triste y dramática, pero no demos siempre la culpa a los que no frecuentan la Iglesia, que no participan en la S. Misa, que no rezan o a los fieles. ¿Tienen que ser siempre culpabilizados los fieles? ¡Cambiemos el modo de razonar! Las iglesias están vacías, los jóvenes siguen diversión y sexo, las parejas no se casan por la iglesia sino que se separan y viven juntas, los ancianos a menudo ya no tienen intereses religiosos, los enfermos solo piensan en la salud del cuerpo y no en la del alma. Pero ¿de quién es la culpa? Si un muchacho se ha convertido en delincuente, se droga, roba y ha llegado a cometer acciones delictivas, decimos que no ha recibido una buena educación, una buena formación. ¿Por qué no trasladamos este razonamiento a los motivos por los que no hay vida cristiana en las iglesias, no hay conocimiento de la palabra de Dios? Entonces repito: “¡Dios, libra a tu Iglesia de los mercenarios, que todavía hay demasiados en ella!”. Esto es lo que os pido que hagáis, que leáis la oración que recité el viernes pasado y que se os distribuirá el viernes próximo. Es hora de que los pastores buenos y las almas que se inmolan empiecen a sonreír y a sufrir menos, porque tiene que llegar pronto el momento en el que el sufrimiento ha de ceder el lugar a la serenidad y a la alegría. No es posible continuar asistiendo a personas que se inmolan en el silencio, día y noche, en un consumirse tremendo y continuo. Señor acelera tu justicia y mándanos pastores buenos y santos.