Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 1° de mayo 2008
I Lectura: Gn 1,26 - 2,3; Salmo 89; Evangelio: Mt 13, 54-58
Para los que aman a la Virgen, y nosotros estamos ciertamente entre estos, es simplista y casi inútil celebrar el inicio del mes mariano como algo particular, exclusivo y reservado sólo al mes de mayo.
Si consideráis las relaciones familiares, un marido ama a su mujer, los padres aman a sus hijos, un amigo ama a su amigo, no un solo un mes, sino durante todo el año. Por esto es restringir la celebración del mes mariano sólo en mayo. De mismo modo que es indispensable y necesario para un marido tener siempre al lado a su mujer y viceversa, para los padres tener siempre al lado a los hijos y viceversa, para un amigo o una amiga, igualmente, y aún más, para nosotros es necesario tener siempre al lado a aquella que Jesucristo bajo la cruz nos ha dado, regalado y confiado como Madre.
A la madre se la ama todos los días del año, no sólo en los aniversarios, aunque, por desgracia, ocurre esto con muchos hijos. Pero estos no pueden responder al calificativo de hijos si olvidan a su madre, para acordarse sólo durante las fiestas.
Este pensamiento me ha venido a la mente hoy, mientras paseaba por el jardín y recitaba el rosario: me he preguntado “¿Qué estamos haciendo? Empezamos algo que nosotros ya manifestamos durante el año”. Si para nosotros, como dice la Madre de la Eucaristía, cada día es Navidad, entonces os digo, por el mismo motivo, cada mes es mayo, en cuanto que, en los otros meses, no acabamos ni cesamos de manifestar nuestro amor a la Virgen.
La Virgen para nosotros es indispensable y es necesaria su ayuda cada día, de hecho no puede haber un verdadero y fuerte amor, centrado en su hijo Jesús, si no hay también un verdadero y fuerte amor centrado en María.
He escrito en una de las presentaciones de los libros que recogen año tras año las Cartas de Dios mi respuesta a un obispo que, con seguridad y con comportamiento casi indiferente, me preguntaba: “¿A usted para qué le han servido estas apariciones?”. La respuesta que le he dado inmediatamente y que ha reducido al silencio a mi hermano en el episcopado fue: “Me han hecho amar más a Jesús y me hacen vivir la Santa Misa, que celebro cada día, con más amor, con más fe y con mayor participación”.
Eh ahí porque, en los designios de Dios, su Madre lo precede en el tiempo y lo precede en la acción. No puede haber un renacimiento espiritual, una auténtica conversión espiritual y un crecimiento en la vida espiritual y en la santidad, independientemente de la Virgen: la seguridad se nos da justamente por su constante presencia.
Otros hermanos nuestros cristianos han reducido el papel, la presencia y la importancia de María.
La santidad significa poseer todo lo que Dios nos ha dado; rechazar alguno de sus dones significa impedir la posibilidad de convertirse en santos. Si Dios quiere que María esté presente en la vida de sus hijos, y estos hijos reducen tal presencia alegando el pretexto o la idea de la sola presencia de Cristo, se ponen en una posición diferente de Dios y, como consecuencia, no pueden coger aquellos frutos espirituales que maduran sólo cuando la Virgen está presente.
Si queréis convertiros en santos arrimaos a la Virgen. Yo no hablo de la devoción que se convierte a veces en sensacionalismo, que puede rayar en la superstición, sino que afirmo la voluntad de Dios que es clara y nítida: acerquémonos a Cristo, dejándonos coger de la mano de su Madre, que se asegurará siempre de que entre cada uno de nosotros y Su Hijo haya unión.
Espero que un mañana será definido en la Iglesia el dogma relativo a la “Mediación de María” en cuanto verdadera, auténtica intermediaria entre su Hijo, Uno y Trino y los demás hijos, simples hombres. Mediadora y, al mismo tiempo, corredentora. No hay redentor sin corredentora, no hay mediador sin mediadora, no hay salvación sin una Madre.
Hoy trato de espolearos y de empujaros a realizar y a hacer que en vuestra vida la presencia de María sea cada vez más “incómoda”; llene cada vez más la vida de cada uno de vosotros. De este modo podremos mirar adelante, conseguiremos recorrer este último tramo de camino antes de llegar a la meta indicada por Dios y tan deseada y esperada por nosotros.
Cuando sentimos fuerte la fatiga y las fuerzas parecen faltar, las rodillas doblarse y parece propulsar el deseo de sentarse, de no levantarse ya y de no reemprender el camino, una vez más, Dios manda a su Madre a darnos ánimos y a hacernos una compañía continua y “acosadora”. Uso este adjetivo con respeto, para indicar la frecuencia y la cercanía. La Virgen no nos deja nunca, no nos abandona nunca porque, en el momento en el que tuviese que retirarse de nosotros y no hacernos más compañía, estaríamos particularmente débiles y expuestos a caídas y, quizás, incluso a darnos la vuelta y a traiciones. Por esto ella nos es tan cercana.
Me he permitido confiarle a ella todas las oraciones, incluso nocturnas, los sacrificios, los florilegios particulares escogidos de cada uno de vosotros, las buenas acciones que hagamos día tras día. Imaginemos una florista que compone un ramo de flores y consigue exaltar su belleza y sus colores confeccionándolos elegantemente y armoniosamente en lugar de ser tiradas una sobre la otra sin estilo. Si queremos causar una buena impresión a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo confiemos, día a día, estas flores nuestras a María y ella, con elegancia, amor e inteligencia, presentará este ramo maravilloso a Dios Padre. Os puedo asegurar que Dios agradece mucho esta iniciativa y no podía ser de diferente manera. Yo mismo se lo he pedido: “Te ha gustado la iniciativa de esta campaña?” y él ha respondido: “Me ha gustado mucho y ha sido muy grata”. Ha usado el adjetivo superlativo “muy grata”, y esto nos debe inducir a continuar y a tener mayor confianza porque, incluso cuando nosotros lo ignoramos, las acciones y las obras de Dios se esparcen en la Iglesia y en la humanidad.
Al respecto os puedo decir que aquellas famosas cartas, de las que habéis querido saber tantas veces el resultado, han obtenido un resultado inimaginable. Las hemos enviado a sesenta y ocho cardenales y, a continuación, ellos mismos las han mandado a otros, hasta alcanzar el número de trescientos. Si lo hubiese sabido antes, habría escrito menos, me habría cansado menos y ¡me habría ahorrado los sellos! A parte de la broma, es muy hermoso que los cardenales se hayan transformado en mis secretarios. Muchísimos han aceptado, han comprendido, han sentido respeto, admiración y estima hacia aquel que las ha escrito. Pero la Madre de la Eucaristía nos ha aconsejado no esperar ninguna respuesta y nosotros sabemos el motivo: todavía hay un miedo paralizante de perder la parroquia, de comprometerse o de exponerse, pero, por ahora, está bien así.
Dios obra en el silencio, incluso cuando pensamos que nos encontramos en la plena y total bonanza y, para quien es experto en el mar, sabe que bonanza es ausencia de viento, por lo que las barcas y los barcos si no tienen remos y esperan el viento, no pueden salir, sino que se quedan allí inmóviles en la atmósfera estancada.
Dios, repito, está trabajando y para nosotros esto es ya motivo de alegría y de exultación, en un momento en el que, a pesar de todo, hay mucho cansancio y no podría ser diferente, y aunque veo en vosotros generosidad, dedicación, ganas de colaborar, y de esto tengo que daros las gracias y animaros a continuar. Estamos trabajando, os estáis esforzando, estáis verdaderamente tratando de conmover en todos los sentidos el corazón de Dios, tengo que decirlo y quiero manifestar mi agradecimiento, junto al de Marisa, porque honestamente, no nos esperábamos tanta participación. Mi gracias es importante porque es el del Obispo ordenado por Dios, pero el de Dios es todavía más importante. Gracias también por la colaboración material que muchos de vosotros manifiestan cotidianamente o más veces incluso durante la semana.
A pesar de ciertas caídas y algunos momentos de descenso del tono espiritual ocurrido en el pasado, hoy se ha alcanzado una atmósfera familiar. Nos comprendemos más, colaboramos mejor y nos amamos más y eso es hermoso y agradable al Señor y os doy el mérito merecido. Cuando Dios “tocará la trompeta” cada uno de vosotros tendrá que estar en su lugar de combate y no es seguro que yo me quede aquí todavía durante mucho. Si yo no estoy, seréis vosotros los que llevéis adelante una misión hermosa, entusiasta y grandiosa a los ojos de Dios. Tendréis que ser los testimonios del amor, de la bondad, del poder de Dios. El poder se debe sentir en cada uno de vosotros. ¿Qué habría sido de vuestra vida si no hubieseis encontrado a la Virgen y a Jesús Eucaristía? ¿Cuál habría sido el estilo de vuestra vida, de mi vida, si Dios no hubiese venido al encuentro de cada uno de nosotros? Así pues que cada uno de nosotros pueda decir: “Yo soy testigo y represento el amor de Dios en el mundo, represento el poder de Dios en el mundo”. Preparémonos aún en el silencio, en la humildad, en la inmolación y vivir nuestras futuras responsabilidades, cada uno en su lugar, en el ámbito querido por Dios, en la situación escogida por Dios, en la responsabilidad que él ha decidido confiar a cada uno de nosotros.
Miremos adelante, deseemos que se realice eso por lo que estamos rezando. Para todo el resto abandonémonos a Él e incluso si alguna vez nos quejamos, y eso nos une a San Pedro, o si nos ponemos a llorar, tratemos de seguir adelante y de llevar tras de nosotros y con nosotros un número cada vez mayor de personas. Siempre y todo a gloria de Dios, por el renacimiento de la Iglesia y por la salvación de muchas almas.
Incluso están presentes y en ciernes los secretos que Dios ha revelado a Marisa, algunos de los cuales son terribles. Conozco sólo algunos, quizás los más duros y peores no los conozco, pero os puedo asegurar que existen y hacen referencia a la Iglesia y al mundo. Dios está pidiendo más tiempo porque sabe que, cuando empiecen sus acciones y sus intervenciones, no todos responderán o se salvarán. Para salvarse el hombre tiene que abrirse a Dios pero si está cerrado a él, a su acción y a su gracia, nadie lo podrá salvar y reconducir por el recto camino. Eh ahí porque tenemos que ser verdaderamente misioneros, tratar de llevar a Dios también a otros hermanos. A veces no es suficiente la acción, lo que hace falta es la inmolación, una palabra dura de aceptar, todavía más dura de vivir, pero es la única llave que puede abrir a nuestros hermanos la puerta del Paraíso.
Sea alabado Jesucristo.