Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 1° octubre 2006
XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (AñO B)
I lectura: Núm 11,25-29; Sal 18; II lectura: Sant 5,1-6; Evangelio: Mc 9,38-43.45.47-48
La primera lectura, tomada del Antiguo Testamento, y el fragmento del Evangelio que, todos saben pertenece al Nuevo Testamento, son como dos caras de la misma medalla. Aunque se haya hablado en tiempos diferentes y en siglos lejanos, la Palabra de Dios, en ambos casos, revela una verdad que afecta a toda la Iglesia y también a nosotros. Necesitamos profundizar en el concepto que sobresale de las dos lecturas. Dios, al dar sus dones, sus carismas, actúa independientemente de la voluntad o de las reglas humanas. Esto es claro y se ve de manera nítida en estas dos lecturas: de hecho, Dios también dio sus dones a las personas que no cayeron en ciertos esquemas, como los dos que pertenecen al pueblo judío, mientras aún deambulaban, antes de entrar a Palestina. De hecho, al no entrar en la tienda como estaba prescrito, no habrían tenido que entrar entre los que eran objeto, por parte de Dios, del don de la profecía. ¿Cuál es la sorpresa? Dios los reconoce también a ellos, que no profetizaban en el nombre del Señor. Los otros, en vez de sentir alegría, expectativa y serenidad, porque Dios actúa de manera libre y sin ninguna coacción, sienten celos. Y es la palabra de Moisés, que nos viene al encuentro y nos hace comprender: ¿Acaso debería yo estar celoso, porque otros tienen el don que yo tengo y participan en el don que yo tengo, por qué estáis celosos, porque no lo tenéis y los otros tienen este don? Se descubren aquí los celos, el desear cosas de otros y, ya que uno no tiene estos dones, se lamenta, se entristece, se vuelve, a veces, malo y la propia maldad la descarga después ¿contra quién? Contra los que tienen los dones. Los celos no se descargan contra quien no tiene lo que tú quieres, sino contra quien tiene lo que tú quieres y, mirad, de esto, de esta ley, de esta constatación podéis hacer todas las deducciones que queráis y llegaréis ciertamente a las mismas conclusiones. Si no bastase cuanto es fruto de enseñanza por parte de Dios en el Viejo Testamento, nos viene al encuentro la Palabra de Dios del Nuevo Testamento. Los que han escogido estas lecturas, han hecho una elección verdaderamente inteligente, luminosa y providencial. Aquí nos encontramos con los apóstoles y el protagonista es Juan que concibe este sentido de pertenencia. Juan se siente parte del grupo bien definido, cuyos miembros han sido todos, uno a uno, llamados por el Señor. Juan ha experimentado, en el curso de algunas misiones, la potencia de la Palabra de Dios. Él y los demás apóstoles han echado demonios y, en nombre de Cristo, han realizado también prodigios. ¿Y cuál es su maravilla, sobre la cual carga la envidia? Debe notarse que otra persona que no pertenece a su grupo, que no es parte de su círculo, es decir, no es uno de los doce, uno de los llamados en el nombre de Cristo, ejerce un poder, no en nombre propio, sino en el nombre de Cristo, del Mesías. En el nombre de aquél que los apóstoles han reconocido Mesías e Hijo de Dios. De esta persona no sabemos la identidad pero, probablemente, no pertenecía ni siquiera al círculo de los discípulos, o al círculo de los simpatizantes del Señor, estaba fuera, pero a él le llegó ciertamente la voz que Jesús hacía cosas maravillosas, obraba milagros, echaba demonios, diciendo: “Yo te lo ordeno, sal de este”. Y entonces con buena fe, esta persona que permanece desconocida, hizo lo mismo, pero repito y subrayo, lo hizo citando la autoridad de Cristo y en nombre de Cristo. Los apóstoles se asombraban de ello. Juan es el que tiene un poquito más de confianza, por tanto va directamente al Señor y se lo dice con estupor, y también con un poquito de envidia; no ha descendido todavía el Espíritu Santo, no están aún llenos de la luz y de la gracia divina, están todavía en la fase de preparación, de enseñanza y de maduración. ¿Cómo reacciona Jesús? Jesús no defiende a Juan, no le da la razón, y sin embargo es el discípulo que Él amaba, pero Jesús da la razón al otro, porque hace un discurso clarísimo, un discurso nítido que se presenta de este modo: si aquella persona echa los demonios en mi nombre y con mi autoridad, ciertamente no puede hablar mal de mí porque sería un contrasentido. Primero en nombre de Jesús echa los demonios y ¿después ofende este nombre? ¿Comprendéis por tanto, el discurso que hace el Señor? ¿Y cuál es la conclusión? Quien no está en contra nuestro está con nosotros, o conmigo o contra mío, pero con el Señor se puede estar de maneras diversas, no es obligatorio recorrer siempre el mismo camino, el único camino. Lo que diré ahora probablemente podrá ser considerado como una herejía por algún malpensado, que no está sentado entre vosotros sino en otra parte, pero ¿creéis que la salvación, ir al Paraíso, es prerrogativa solamente de los católicos? ¡No! Todas las personas aunque no sean católicas, o cristianas, que viven honestamente su religión, su fe, y que por tanto honran la ley natural y la ley positiva, aunque esté hecha por los hombres, pero no va contra la ley natural, irán al Paraíso, y yo he tenido confirmación de esto muchas veces; la última ha sido preparando la lista de las personas que, del Purgatorio subirán al Paraíso, cuando el Señor llamará a sí a Marisa. Entre estas personas, yo sé con certeza, porque se me ha dicho, no hay solo católicos, también hay musulmanes; si oyera esto aquel que dentro de poco se asomará en San Pedro… Hay también pertenecientes a otras religiones, porque Dios llega donde los hombres no llegan: “O conmigo o contra de mí”. Si uno no se despliega aguda y claramente contra Cristo y por tanto se esfuerza en mantenerse honesto, recto, procurando en no hacer sufrir a los demás, podrá salvarse. Por tanto el decálogo comprende las leyes que pertenecen a todas las razas y a todas las religiones. Si uno no hace sufrir a los demás, si se comporta rectamente, si cumple su deber de esposo, de padre, de esposa, de madre, de hijo, de no casado, cualquier otra confesión que pueda profesar, si ha hecho bien todo esto, ¿por qué no tiene que ir al Paraíso si no es cristiano? ¿Por qué no tiene que ir al Paraíso si no es católico? ¡Claro que irá! Eh ahí porque digo: ojalá pudiera ser escuchado todo esto incluso de quien dentro de poco se asomará en San Pedro. Dios es amor y no tiene límites, Dios es libertad y no tiene leyes que lo puedan paralizar. Dios ha llamado en el Antiguo Testamento, Dios ha llamado al inicio del Nuevo Testamento, Dios continúa llamando en el Nuevo Testamento y ¿quién eres tú para oponerte a Dios? Dios llama independientemente de la cultura, del censo, de la raza y de la religión. Dios llama a quien quiere y los que son diputados para dirigir y gobernar, si no son capaces de comprender esto o no lo aceptan, están fuera de la verdad, porque combaten la verdad y, además, combaten contra Dios porque, luchar contra las obras de Dios, equivale a combatir contra Él. Así pues, para estas personas, independientemente del grado de autoridad que ejercen, de los poderes que tienen, y de los cargos que ocupan, resuenan tremendas y actuales las invectivas del apóstol Santiago contra los ricos. Leéis aquí: “Y vosotros, los ricos, llorad con fuertes gemidos por las desventuras que van a sobreveniros. Vuestra riqueza se ha podrido y vuestros vestidos se han apolillado. Vuestro oro y vuestra plata se han puesto roñosos, y su roña será un testimonio en contra vuestra y devorará vuestra carne como fuego. Atesorasteis en los últimos días. El jornal de los obreros que segaron vuestros campos, defraudado por vosotros, clama, y los lamentos de los segadores han llegado a los oídos del Señor todopoderoso. Habéis vivido sobre la tierra en delicias y placeres y habéis engordado para el día de la matanza. Habéis condenado y habéis asesinado al inocente sin que él os opusiera resistencia”. Ahora vosotros podéis poner en el lugar de estas expresiones otras equivalentes: los poderosos, los que tienen el poder, los que abusan de su poder, los que acumulan dinero y bienes, explotando el poder para enriquecerse, pues bien también sus riquezas se pudrirán, incluso el poder será destruido. Tenían que dar a los pobres y no lo han dado, tenían que ejercer el poder en defensa de los débiles y del perseguido y no lo han hecho, así pues, para esos, la condena es segura y no podrán ser resguardados por el hecho de que son sacerdotes, obispos o cardenales. Ponerse contra el hombre y, sobre todo, combatir contra el hombre que es llamado por Dios a desarrollar una misión en el interior de la Iglesia, equivale a ponerse en contra de Dios y, para estos, independientemente del color del hábito que llevan, resuenan tremendas las palabras de Dios: “Ay, ay de estos, ay de estos”. Mirad, es mejor ser pequeños, porque los pequeños son defendidos. ¿Quién es, de hecho, el que da escándalo? Ordinariamente son los grandes, los ricos, los poderosos, los que ostentan el poder. ¿Qué significa dar escándalo? Impedir a los demás, sobre todo con la autoridad y sirviéndose de la autoridad, que hagan el bien, impedir a los demás que aprovechen las obras que Dios cumple directamente o a través de sus llamados. Para estos, suenan tremendas las palabras de Señor: el que escandaliza a uno de estos pequeños que creen, y los pequeños de los que habla Jesús no son niños sino los discípulos, los que siguen a Cristo, que no tienen poder, dinero, cultura, lazos de amistad importantes. Estos son los pequeños, nosotros somos los pequeños. Pues bien, para los que nos impiden a nosotros los pequeños el hacer el bien, suenan tremendas las palabras del Señor: “Sería mejor para él o para ellos que le pusieran una rueda de molino al cuello y lo tiraran al mar”. Estas son las palabras del Señor, estas son las palabras del cabeza y fundador de la Iglesia, estas son las palabras del Hijo de Dios, estas son las palabras de Dios, no las estoy inventando. Todos los que habéis encontrado en vuestro camino y os han desanimado y os han impedido seguir el camino del Señor, se encuentran en esta situación. Desafortunadamente, muchos se han escandalizado, han sufrido el escándalo, a estos libremente les han impedido, con su consentimiento, seguir a Cristo. Los que han hecho esto, que han dado escándalo, recibirán de Dios ciertamente un reproche, y Dios no lo quiera, la condena. Ciertamente los que les han impedido acercarse a Dios, serán condenados y sufrirán un castigo tremendo, un castigo que se llama Infierno, la Gehena “donde el gusano no muere y el fuego no se extingue” (Mc 9,48).
Aclaremos una vez más que estas son imágenes que el Señor ha tomado de situaciones que estaban bajo los ojos de todos: la Gehena era un valle donde se tiraban los desperdicios, que daban repulsión, mal olor y, para impedir que se descompusiera lo que era tirado, se quemaba; por tanto es un lugar repelente, repulsivo y verdaderamente repugnante. Pero el Infierno es algo más tremendo que el fuego, el Infierno es el rechazo consciente y libre de adhesión a Cristo, de adherirse a Dios, y este rechazo genera un sufrimiento que no tiene igual y que no podemos imaginar y os deseo que no lo experimentéis. ¿No lo queréis experimentar? Entonces seguid a Cristo, seguid sus enseñanzas, seguir a los que verdaderamente aman en nombre de Cristo, y entonces vuestro camino será recto y os llevará directamente a los brazos de Dios.
No puedo terminar sin recordar, incluso para nosotros los de esta comunidad, un hermoso aniversario, dulce e importante: no uso el condicional, quizás otros en mi lugar dirían: “Si la abuela Yolanda estuviese viva, hoy, aunque la fiesta sea mañana, pero nosotros la recordamos hoy, hoy tendría cien años”, yo os digo: “Abuela Yolanda está viva y hoy celebramos su centenario”. La habéis oído, Dios había prometido que hablaría, había pedido esto a Dios, al menos esto, hoy para nosotros es un momento duro y difícil y lo habéis oído también en el mensaje. Hay un momento en el que, a todo el cansancio pasado, amargura pasada, sufrimiento pasado, se añade de nuevo una preocupación, una incerteza, una incapacidad de tomar una decisión y esto es motivo de sufrimiento. Habéis oído a la Virgen pediros que recéis por Marisa, para que tenga la fuerza de llevar adelante su misión tan dura y tremenda, de rezar por el Obispo; bien, hacedlo, hoy es urgente hacer exactamente esto. Yo me pongo en vuestras manos y en vuestras manos confío también a Marisa, y todos la confiamos a abuela Yolanda, que es nuestra abuela, es la que cotidianamente está cerca de nosotros. Puedo deciros que ayer, tanto ella como la Madre de la Eucaristía, que están realmente a nuestro lado, y que se manifiestan continuamente, lloraron muchas veces y largamente, lloraron por Marisa, lloraron por el Obispo; esto por deciros que no hay exageración, no estoy pidiendo limosna de cosas inútiles, estoy abriendo mi corazón, os estoy diciendo las cosas tal como son y, si la Virgen que está aquí, si abuela Yolanda, que está aquí, han llorado, quiere decir que la situación es verdaderamente insufrible, es una situación que parece no acabar nunca, es un sufrimiento que ha generado sufrimiento, y es imparable. La Virgen dijo ayer: “Vosotros sois llamados a esto”, pero también estamos cansados. Ya sé que Dios no da nunca nada que sea superior a las propias fuerzas, pero cuando se tiene la tremenda sensación de no tener ya más, de estar casi paralizado por el cansancio, creedme, entonces se vuelve difícil vivir la jornada. Pero hagamos como ha dicho la Virgen, levantemos los ojos hacia el Padre, gritémosle que venga en nuestra ayuda. También este año cuando decía: “Dios mío, Dios mío, ¿Dónde estás?”, él respondió “Estoy cerca de ti y no te das cuenta”. Lo mismo ha dicho la Virgen: “Estoy cerca de ti, estoy a tu lado”. Es tremendo, a veces, tener la sensación de que no están, que no esté Dios, que no esté la Virgen, que no está abuela Yolanda, que no esté Jesús y, sin embargo, están; estaban también cerca de Cristo, Dios Padre y la Madre en Getsemaní, pero Él lloraba y gritaba: “Pase de mí este cáliz”. Él es Dios y añadía después: “Que se haga tu voluntad, no la mía”. Para mí decir esto significa hacer esfuerzos enormes; sí, lo digo: “Que se haga Tu voluntad” pero, creedme, me cuesta mucho y me pesa mucho; eh ahí porque tengo necesidad de oraciones, tenemos necesidad de ayuda, tenemos también necesidad de oíros, de sentiros cerca, pero no a través de los medios humanos o telefónicos, no es esto de lo que tenemos necesidad, sentir vuestra cercanía significa encontrar una persona sonriente, que dice una palabra afectuosa, o que hace algo. Por eso, hacedlo, porque lo necesitamos.
Sea alabado Jesucristo.