Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 1° noviembre 2008
Fiesta de Todos los Santos
I lectura: Ap. 7, 2-4.9-14; Salmo 23 (24); II lectura: 1Jn 3, 1-3; Evangelio: Mt 5, 1-12
Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 1° noviembre 2008
Hoy nos detendremos de manera particular a "gustar", éste es el verbo exacto, el fragmento tomado del Apocalipsis, pero antes de adentrarnos en la compresión del texto hay que hacer algunas premisas. Antes que nada, vosotros sabéis que el Apocalipsis ha sido escrito al final del primer siglo, lo más tarde en los primeros años del segundo, periodo en el que se han verificado algunas situaciones históricas que han empujado al apóstol a escribir el Apocalipsis, por desgracia aquellas situaciones eran de sufrimiento para la Iglesia; empezando con Nerón, hasta llegar a Domiciano, las persecuciones contra los cristianos se volvieron cada vez más crueles e hicieron cada vez más mártires. Nos encontramos en particular en el período de la persecución conducida por Domiciano que no ocurría solamente en Roma sino también en las provincias lejanas y exactamente en Asia Menor, el territorio que, de alguna manera, podemos definir como dirigido por Juan. Los cristianos, en las diversas generaciones que transcurrieron, estaban verdaderamente cansados, abatidos y descorazonados y la pregunta que más frecuentemente se hacían es la misma que tantas veces nos hacemos también nosotros: "¿Por qué Jesús no interviene? ¿Por qué Jesús no nos libra de estos perseguidores?". Y eh ahí que entonces Dios enseña a Juan una serie de visiones que tratan del argumento que interesa a los cristianos perseguidos. Por desgracia, y diría que es justamente éste el anuncio principal del Apocalipsis, las persecuciones acompañarán a la Iglesia en toda su historia, pero, a pesar de ellas, conseguirá siempre salir triunfante y victoriosa sobre sus perseguidores. Aparentemente puede parecer que el mal vence al bien, pero ya que Dios es Sumo Bien, a Él, en cuanto Omnipotente, le pertenece no sólo la victoria final, sino también la victoria que se manifiesta a lo largo de los siglos.
El Cristianismo es una religión que respeta a todos los hombres, pero no puede permitir a ninguno, y cuando digo ninguno quiero decir a cualquier autoridad, incluida la eclesiástica, que se introduzca y que invada la conciencia del individuo porque pertenece exclusivamente a Dios. Ninguna autoridad puede entrar en la conciencia del hombre, por esto es imposible una conciliación entre el mundo pagano romano y el mundo cristiano. De hecho el mundo pagano obligaba a sus ciudadanos a practicar el culto al emperador considerándolo como un dios, y este es el núcleo del conflicto y de la tremenda persecución que los emperadores promovieron con respecto al Cristianismo. Pues bien, Juan recibe de Dios esta visión en la que está presente tanto la Iglesia militante como la triunfante. Está claro que se habla a través de símbolos e imágenes no siempre clara y sobre las que no siempre concuerdan las interpretaciones de los exegetas. También entre ellos a veces hay peleas; de hecho, cada uno, o mejor, cada escuela trata de imponer a las otras su punto de vista. Yo personalmente no me refiero a ninguna escuela sino es la de Jesucristo y de la Virgen. He pensado, he reflexionado y después de haber leído he llegado a conclusiones que ahora os diré.
Yo, Juan, vi otro ángel, que subía del oriente y llevaba el sello del Dios vivo; y gritó con voz potente a los cuatro ángeles a los que se les había dado el poder de dañar la tierra y el mar: "No toquéis la tierra, ni el mar, ni los árboles hasta que hayamos sellado en la frente a los servidores de nuestro Dios". Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil, provenientes de todas las tribus de los hijos de Israel. Después de esto vi aparecer una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua. Estaban en pie delante del trono de Dios y delante del cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Gritaban con voz potente: La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del cordero. Todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes. Cayeron de rodillas ante el trono y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén. Uno de los ancianos tomó la palabra y me dijo: "Esos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?". Yo le respondí: "Señor, tú lo sabes". Él me dijo: "Ésos son los supervivientes de la gran persecución, y han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del cordero".
Analicemos esta primera afirmación: "Yo Juan". El pronombre "yo" no es una afirmación de orgullo y de soberbia, sino que sirve para dar autoridad a lo que está diciendo: Juan es uno de los doce, es el último apóstol que permaneció con vida y recordad que cada apóstol había recibido directamente de Cristo jurisdicción y mandato sobre toda la Iglesia. Es verdad que Juan se refiere y escribe a las diócesis que pertenecen al Asia menor, pero lo que dice lo tenemos que considerar dirigido a toda la Iglesia porque, como apóstol, él ha recibido de Jesucristo, fundador y cabeza perpetúa de la Iglesia, el mandato de ejercer Su poder.
Continuemos analizando el texto: "Yo Juan, vi subir de oriente "; no es casualidad que la acción se desarrolle en el oriente, porque es de allí que sale el sol y de allí viene la vida y la luz, por tanto hay una identificación entre una situación geográfica y una espiritual y podemos añadir que el sol siempre nos recuerda a la Eucaristía, como tantas veces nos ha dicho la Virgen. Los exegetas no podrán agotar nunca la comprensión y la definición de un texto bíblico, esto, de hecho, es tan profundo que nosotros nos podríamos pasar el turno los unos a los otros, como oradores, predicadores y comentarista, pero nunca podríamos decir que lo hemos dicho todo. La expresión por tanto, "vi subir de oriente", se refiere a la Eucaristía, que es el sacrificio de Cristo, es Su muerte en la cruz. La Eucaristía es pasión, muerte, resurrección de Cristo que lleva a la luz y que lleva a la salvación, por tanto el oriente, y Jerusalén respecto a nosotros está situada al oriente, indica el lugar donde Cristo ha instituido la Eucaristía y donde ha muerto en el Calvario. Desde Jerusalén, es decir, desde el oriente, viene la fuerza, el calor, la luz que es la Eucaristía, es decir, Cristo que vive, sufre, muere y resucita.
Juan vio un ángel con el sello: este elemento en la antigüedad indicaba a través de los símbolos o escritos al propietario de un objeto o de una persona. Por ejemplo, el esclavo era marcado con un sello grabado a fuego en la carne dejando un símbolo indeleble que indicaba que aquella persona pertenecía a su dueño para toda la vida. El ángel del que habla Juan había recibido de Dios la tarea de estampar su sello en las personas y, en cuanto representante de Dios, dice a los otros ángeles que han recibido a su vez la tarea de destruir a los enemigos de Dios: "No toquéis la tierra, ni el mar, ni los árboles hasta que hayamos sellado en la frente a los servidores de nuestro Dios". En el Apocalipsis no podemos esperar de ninguna manera que haya una cronología exacta: para Dios un minuto es un siglo y un siglo es un minuto. Tenemos que adentrarnos en la lectura del Apocalipsis teniendo más presente el método racional que el cronológico. Esto quiere decir que la permanencia en la tierra de los buenos y de los cristianos auténticos, permite que los malvados no sean castigados. Parece una cosa absurda que los malos vivan por mérito de los buenos, y sin embargo en el Evangelio hay la explicación de esta paradoja. En la parábola del trigo y la cizaña, cuando los agricultores dicen que quieren extirpar la cizaña, el dueño responde que no, por el peligro de quitar también el trigo. "Dejad que el uno y la otra crezcan juntas hasta la siega y en el momento de la siega diré a los segadores: "Coged primero la cizaña y atadla en gavilla para quemarla; pero el grano ponedlo en mi granero" (Mt 13, 24-30). Por tanto podemos decir que los malos, los que nos están persiguiendo y nos están haciendo sufrir, siguen viviendo porque nosotros tratamos de permanecer fieles a Dios. Creo que esta es una explicación que no podréis encontrar en otros lugares, pero lo digo con extrema sencillez, ya que Dios se sirve de quien quiere, incluso de los asnillos, para hacer llegar a los destinatarios sus mensajes.
Los siervos de nuestro Dios estarán hasta el fin de los tiempos y con ellos estarán presentes también los malos, los cuales, alentados por sus pasiones o empujados por el demonio, continuarán lanzando ataques contra los buenos. Por desgracia, sin embargo, veremos que los malos no son solamente los que están fuera de la Iglesia, sino que también están presentes en el interior de ella e incluso en posiciones jerárquicamente muy elevadas.
"Y oí el número de los que fueron sellados: ciento cuarenta y cuatro mil, provenientes de todas las tribus de los hijos de Israel". No os detengáis en el número, se trata de una simbología que anticipa lo que se dice a continuación con palabras claras, y es que un número enorme y relevante de personas formará la que definimos como Iglesia militante, o sea nosotros. Para entrar a formar parte de la Iglesia militante no existen favoritismos ni excepciones, todos tiene el derecho de salvarse, independientemente del pueblo al que pertenezcan, de la cultura de la que provengan o de la cultura que posean. Todos los pueblos, en todas las épocas o condiciones históricas, se tienen que abrir a la gracia, al amor y a la salvación. "Provenientes de todas las tribus de los hijos de Israel": no cometáis el error de pensar que aquí sólo se refiera a Israel y al pueblo hebreo; los hijos de Israel somos nosotros, los hijos de Dios. El Israel por excelencia es Jesús, como nos ha explicado nuestro gran amigo Pablo que, en la carta a los Gálatas, utiliza exactamente esta expresión refiriéndose a Él: "El Israel de Dios" (Gal 6, 16). Jesús es el Israel de Dios, por tanto si nosotros somos los hijos de Israel somos los hijos de Dios. Todos los hombres somos llamados a ser y a participar de la dignidad de hijos de Dio y a formar parte de la Iglesia militante. Después, el apóstol es invitado a levantar la mirada y a contemplar a la Iglesia triunfante. Vosotros sabéis que describir el Paraíso no es fácil y entonces se recurre también aquí a una imagen, pero lo que es importante evidenciar inmediatamente es que la Iglesia triunfante está compuesta por una multitud también incalculable de personas. También aquí, en el Paraíso, están presentes los miembros de todas las razas, de todas las culturas y podemos añadir, gracias a la revelación privada, de todas las religiones, con tal de que hayan respetado el código moral natural, es decir el principio básico de no hacer daño a nadie.
"Estaban en pie delante del trono de Dios y delante del Cordero": en la cultura oriental la oración en el templo se hacía de pie y con los brazos alargado, eh ahí porque nosotros recitamos el Padre nuestro en esta posición. El Cordero es Jesús. El Cordero manso del que habla Isaías que es llevado al patíbulo es Jesús y sobre esto nadie puede tener ni la más mínima duda.
"Vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos". Éstos no son sólo los mártires representados con la palma, que es el signo del martirio, sino que también todo cristiano tiene la vocación al martirio. Todo cristiano para respetar su vocación tiene que luchar, tiene que combatir, a menudo en el interior de su propia familia y mucho más a menudo fuera de ella; combatir significa luchar, sacrificarse, encontrar el dolor y beber el cáliz amargo, aunque no sea el mismo que ha bebido Cristo. El término "Vestiduras blancas" se refiere a la parábola que Jesús dijo de los invitados a las bodas del hijo del rey (Mt 22, 1-14). Los pobres, los ciegos y los cojos son llamados después de aquellos que habían rechazado la invitación a sentarse en aquél banquete. Estos no tienen nada, entonces el rey los hace lavar y les da vestiduras blancas para que puedan presentarse dignamente en este banquete. Esta es una imagen maravillosa que indica y sobreentiende la redención, la sangre de Cristo que nos lava, nos quita el mal y el pecado, la gracia inunda nuestro ser espiritual por el cual nos presentamos delante de Dios en un estado de inocencia y pureza. Es lógico, por lo tanto, que en el Paraíso se exclame y se repita el Hosanna, la alabanza de Dios.
Admirad la belleza de la imagen que sigue: "Todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes". Las palabras "ancianos" y "seres vivientes" han hecho ejercitar la dialéctica de muchos exegetas. Una primera versión identifica a los ancianos como ángeles, por tanto, personajes importantes de esta corte celestial; una segunda es que esos sean los santos del Antiguo Testamento, los grandes patriarcas, los grandes profetas. Tercera versión es que los ancianos son todos los santos del Antiguo y Nuevo Testamento y esta satisface a todos. Hay todavía una cuarta hipótesis, que no es mía, pero de la que me apropio porque me parece la más idónea y sería para mí una gran alegría si esta fuese la versión más correcta. En griego sacerdote se dice "presbyteros" que significa anciano; los ancianos, por tanto, son los sacerdotes que han vivido hasta el fondo y con rectitud su vocación sacerdotal, son los que han hecho, durante su vida terrena, el culto más solemne a Dios con la celebración de la Santa Misa y que en el Paraíso continúan, con mayor derecho que los otros, ejerciendo el culto referente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Los cuatro seres vivientes son otra imagen misteriosa ya presente en Ezequiel (Ez 1) donde los cuatro vivientes tienen cuatro caras, una de hombre, una de toro, una de águila y una de buey y de estas imágenes viene la simbología de los evangelistas. Estos son los querubines, la jerarquía más alta de los ángeles, la más cercana a Dios. Estos se inclinan delante de Dios para demostrar su sumisión y su dependencia, para elevar la alabanza y el hosanna a Dios. De hecho, después de haber empezado la audiencia de pie, hay que inclinarse delante de Dios.
Uno de los ancianos hace una pregunta claramente retórica a Juan y le pregunta: "Esos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?"; Juan responde con franqueza: "Señor mío, tú lo sabes". He dicho que es una pregunta retórica porque implica de parte de quien la hace el conocimiento de la respuesta y que de hecho este anciano hace la pregunta y da él mismo la respuesta y ésta nos concierne: "Ésos son los supervivientes de la gran persecución, y han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del cordero". Os he dicho que la Iglesia sufrirá siempre persecuciones; lo que no le ha sido revelado a Juan, al inicio de la historia del Cristianismo, ha sido dicho directamente por Dios después de veinte siglos, y es una verdad alucinante y tremenda que nos hace sufrir y nos pone en un estado de profunda tristeza, por lo que podemos repetir con Cristo en Getsemaní: "Mi alma esta triste hasta la muerte".
Habrá persecuciones en la Iglesia hasta el fin de los tiempos y durante muchos siglos e incluso si no provienen del mundo exterior, ya sea político, social, económico o cultura, se llevará a cabo por miembros de la Iglesia pertenecientes incluso a los más altos niveles de jerarquía. En este sentido me vinculo a la explicación de aquella imagen que forma parte del fragmento del tercer secreto de Fátima y que Dios nos dio hace exactamente un año, cuando dijo que los perseguidores son los Obispos, los Cardenales y a lo largo de la historia podemos añadir a los Papas, que han perseguido no sólo a los herejes, los cismáticos o a los miembros inmorales de la Iglesia, sino a los que han sido llamados por Dios a llevar a cabo en beneficio de la Iglesia, incluso en su interior, grandes e importantes misiones. La profecía de Fátima se ha realizado también bajo este aspecto. Aquellos que hablan todavía de esta división, Obispos contra Obispos y Cardenales contra Cardenales, no tienen que poner esta lucha en un futuro que tiene que venir, sino en un pasado que ya ha transcurrido y en un presente que estamos todavía viviendo. Tenemos que concluir, sin embargo, marcados por una renovada esperanza con el último versículo del Evangelio: "Bienaventurados vosotros cuando os insulten" y hemos recibido muchos insultos, "Cuando os persigan", y hemos sido perseguidos, "Y mintiendo" y hemos conocido también mentiras y engaños, "Diciendo toda clase de males contra vosotros a causa mía". Muchas veces la Virgen ha dicho que estos señores, que por desgracia todavía están encumbrados en puestos importantes en el interior de la Iglesia, no pudiéndose abalanzar contra Dios, se han abalanzado contra el Obispo y la Vidente; se golpea a los mandados porque es imposible luchar contra aquél que los manda. Eh ahí los "bienaventurados: porque grande será vuestra recompensa en los cielos".
Terminamos diciendo: Jesús, acuérdate que Tú has dicho que también en la tierra tendremos de nuevo el cien por cien de lo que nosotros te hemos dado; la vida eterna nos va bien, pero también nos gustaría que Tú nos dieras finalmente lo que has prometido y el cien por cien de lo que te hemos dado.
Sea alabado Jesucristo.