Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 1 diciembre 2007
I lectura: Dn 7,15-27; Salmo: 3; Evangelio: Lc 21,34-36.
Hoy, muchos de vosotros, habéis gustado por primera vez la misma familiaridad y afabilidad que la Virgen manifestó en el pasado cuando se aparecía a Marisa. Las apariciones sucedían más o menos de esta manera y eran amables, afectuosas y libres, tanto por parte de la Virgen como de parte de los que asistían. En algunas de éstas, los ex jóvenes lo recordarán, la Virgen les permitía además que le hicieran preguntas a las que ella después les respondía.
Aquellas apariciones después terminaron, porque la respuesta no fue muy entusiasta; hubieran podido ser vividas de aquella manera incluso por los adultos, pero eso no ocurrió porque, por desgracia, la situación no lo permitía. Nos equivocamos varias veces, tanto los ex jóvenes como los adultos y era triste constatar que la Virgen se vio obligada a desempeñar el trabajo de maestra haciéndonos reproches, por los cuales ella sufría la primera.
Ahora le toca a cada uno de nosotros el ser capaces de mantener el tono familiar que ha tenido hoy la Virgen hacia nosotros y para hacerlo sólo hay una condición que respetar: el amor. Tenemos que querernos, ser honestos recíprocamente sin hablar a las espaldas o cotillear, sin crear pequeños grupitos cerrados sino una sola mirada abierta y rostro amigo hacia todos. Si nuestra comunidad responde de este modo, entonces gozaremos también de otros momentos entrañables como el de hoy.
En un mundo que se presenta cada vez más egoísta e intolerante, dar un poco de calor significa mejorarlo y el deseo que tendríamos que tener los unos para con los otros es este: dejar un mundo mejor que en el que hemos nacido. Esta mejora no depende solamente de los demás, sino también de cada uno de nosotros. El empeño también de un solo individuo en una familia, en una comunidad, en la Iglesia o en el mundo, delante de Dios es un bien valioso que luego recae en beneficio de todos. Me gustaría que viviésemos realmente así este último periodo en el que, espero, estemos todavía en compañía de la Virgen: vosotros sabéis, de hecho, que con la muerte de Marisa terminarán las apariciones, las cartas de Dios y los coloquios tan amables, pero no terminará la presencia de la Virgen.
Sentiréis nostalgia, como ciertamente la sentís de los milagros eucarísticos, pero hay un pensamiento que os tiene que alegrar y consolar, el de reanudar un día estas conversaciones en el Paraíso.
Yo no sé si vosotros pensáis en el Paraíso o si este pensamiento os da miedo porque, es lógico, hay que traspasar una puerta donde está escrito "muerte". Pero nosotros no tenemos que tener miedo de traspasarla, tenemos que tener, en cambio, la certeza y la seguridad de que, pasada aquella puerta, nos adentraremos en una maravillosa realidad que es imposible de describir, si no es para los que han tenido la suerte de vivirla. A través de la oración tenemos la nostalgia del Paraíso, por lo que rezamos con el corazón; no tenemos que pensar en el momento de la muerte, sino estar proyectados hacia la eternidad, es decir, verlo todo en la luz de Dios. Todas las pequeñas peleas, las mentiras, las pequeñas faltas de caridad y la susceptibilidad, no valen nada, todo son tonterías comparadas con la eternidad: tenemos un programa maravilloso del que podemos y tenemos que gozar.
Recordaréis que la Virgen, más de una vez, ha citado a Dante repitiendo: "No te preocupes por ellos, mira y pasa"; esto indica que hay que llegar a ver las maldades dirigidas hacia nosotros, casi con un sentido de desapego, porque tenemos que ser absorbidos por Dios. Me vienen a la mente las palabras de Manzoni dirigidas a aquellos promotores que trataban de propagar el contagio durante la peste de Milán para apoderarse de los bienes de los apestados: "No seréis vosotros, pobres promotores, los que destruyáis a Milán"; pues bien no serán estos pobres "homúnculos" los que puedan destruir la Iglesia, aunque sean muy poderosos.
En las lecturas de hace unos días, hemos encontrado la interpretación del profeta Daniel, donde, para hacer caer una enorme estatua que tenía los pies de hierro y de arcilla, fue suficiente con el golpe de una piedrecita que después se convirtió en una piedra enorme. Así pues, nos encontramos justamente en esta situación; pongámonos todos en el balcón y esperemos que Dios Padre lance estas piedrecitas que irán poco a poco golpeando a varios personajes. Recordaréis también otra expresión pronunciada por la Madre de la Eucaristía: "Caerán como bolos". Todo se recompone, todo excepto nuestro mosaico que continúa perdiendo trozos. (El mosaico presente en nuestra capillita detrás del altar N. d. R). Aprovecho la ocasión para pediros que reparéis lo más pronto posible todos estos agujeros. Para el 8 de diciembre haced este homenaje a la Virgen, reparando el mosaico.
Intentemos vivir verdaderamente y de manera fraternal, tratando de estar preparados incluso de alargar la mirada fuera de casa; tenemos que ser un poco como aquellos círculos concéntricos en los que los más grandes abrazan a los más pequeños y la caridad tiene que partir del centro, donde tendremos que estar puestos nosotros, no porque tengamos que sobresalir respecto a los demás, sino porque cada uno tiene que evidenciar las propias responsabilidades. Imaginemos que estamos en el centro de uno de los círculos y empezamos a pensar que si un hermano o una hermana que forma parte de la comunidad o del grupo de amigos, tiene problemas o dificultades, tenemos que tratar de intervenir.
Os doy las gracias anticipadamente por el regalo que queríais hacerme y os pido, como se hizo el año pasado, que recojáis el dinero que será dado para ayudar a los niños de los diferentes continentes y de diversas naciones que viven situaciones dramáticas. Me gustaría tener las posibilidades económicas de Bill Gates o de cualquiera que lo haya superado en riqueza, no por envidia, sino porque sus posibilidades podrían verdaderamente secar tantas lágrimas de madres, de ancianos y de niños.
Me gustaría poder disponer también del tesoro de San Pedro que podría ser donado para disminuir los sufrimientos de tantas personas. Dios será extremadamente severo e inflexible con los que, sobre todo miembros del clero, que sólo han pensado en enriquecerse ellos mismos o a sus parientes, pero no han pensado en los demás.
Padre Pío tuvo una visión que hacía referencia a las condiciones de los sacerdotes, y vosotros sabéis que cuando se habla de sacerdotes se entiende todos, desde el jefe al más pequeño; el santo vio a Jesús con el rostro sufriendo, que dirigido a estos sacerdotes los llamaba "carniceros".
Pío XII, que amó y protegió a Padre Pío, dijo: "Muchas personas que han sido condenadas por el Santo Oficio, por la autoridad eclesiástica, después han sido declaradas santas por la Iglesia". Ved como los juicios se invierten, la autoridad eclesiástica primero condena y luego pone en los altares, inciensa, venera, reza y se encomienda a aquellos que sus predecesores han condenado. No creo que os sea difícil hacer comparaciones; os estoy diciendo esto no para exaltar a alguno, sino para empujaros a ver la realidad con los ojos de Dios.
Dios es eterno y trabaja en la eternidad, nosotros en cambio, hombres de la Tierra, vivimos un espacio de tiempo más o menos largo, durante el cual nos preocupamos tanto que incluso somos elemento de perturbación para los que están en torno a nosotros. Si alguno permaneciese pacífico, sereno y tranquilo en su espacio, en su vida, no haría sufrir a los demás y todo esto en la luz de Dios. ¿Quiénes son los ciegos? Son personas que buscan la luz humana, pero vosotros sabéis que a veces los rayos del sol no pueden penetrar en la niebla o en otros obstáculos, por lo que hay accidentes; la luz de Dios, en cambio, lo penetra todo y llega a todas partes, nadie puede huir del juicio de Dios.
Adán y el pecado cometido con Eva, Caín y todos los varios "Caínes" de la historia, pensaban poderse salir con la suya, pero con Dios no se juega. Eh ahí porque yo me digo a mí mismo, y a cada uno de vosotros, que levantemos la mirada y nos confiemos a Dios incluso en el cansancio, en las dificultades y en los problemas. Si queremos lamentarnos hagámoslo también con Dios, es nuestro Papá. Yo creo poder decir que con la persona con la que me he lamentado más, es justamente con Él. Después de haberlo hecho me he sentido libre, el peso que tenía en el corazón ya no estaba, porque me había dirigido a Dios: le he dicho todo lo que tenía dentro, aunque Él ya lo sabía todo. Tenía necesidad de desahogarme y Él me lo ha permitido. Es maravilloso, esta es la actitud paterna de Dios, que está allí escuchando. A veces, sobre todo en los momentos en los que Él se manifiesta y hay pocos presentes o, incluso, a veces sólo Marisa y yo, sabéis con cuanta paciencia me escucha, hasta que no he terminado, no responde, no me interrumpe y además bromea.
Tomemos, pues, ejemplo de Dios, porque a veces somos intolerantes entre nosotros, no escuchamos a los demás y demostramos nerviosismo, fastidio e irritación si intentan hablarnos. Mirad, en cambio, cuánta paciencia tiene Dios, qué ejemplo nos da. Eh ahí porque cuando se empieza a hablar de Dios y de la Virgen el tiempo parece detenerse. Yo os estoy hablando con el corazón en la mano, tenía intención de deciros otras coas, pero he creído oportuno deciros esto.
Os invito a transformar nuestra comunidad en una comunidad de amor donde haya honestidad, diálogo y atención. Esta tarde he sentido el deber de deciros estas cosas y creo que es vuestro trabajo y testimonio de amor contar también a los ausentes lo que os he dicho; guardarlo para vosotros sería una manifestación de egoísmo. Si habéis comprendido, se habéis disfrutado, si habéis gozado, entonces haced que disfruten también los demás.