Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 2 abril 2006
V Domingo de Cuaresma (Año B)
I lectura: Jer 31, 31-34; Salmo 50; II lectura: Hb 5, 7-9; Evangelio: Jn 12, 20-33
Hoy escucharéis nuevamente todo lo que he afirmado muchas veces y por tanto no es nuevo para vosotros: amo de modo particular a Cristo cuando sufre, está turbado y se siente solo; estos son los momentos en los que lo siento más cercano a mí. No puedo sentirlo cercano mientras realiza grandes milagros, mientras dirige Su palabra divina a las masas, mientras cura, mientras se transfigura delante de los Apóstoles, ni siquiera cuando es levantado en la cruz o asciende al Cielo con el poder divino, del cual es partícipe como Hijo de Dios y Dios mismo.
Me fascinan de manera particular las primeras palabras del fragmento de la carta de nuestro querido San Pablo escrita a los hebreos y un versículo contenido en el Evangelio de Juan que hoy habéis oído de nuevo. “Cristo”, dice Pablo, “en los días de su vida terrena, presentó con gran clamor y lágrimas oraciones y súplicas al que podía salvarle de la muerte y fue escuchado en atención a su obediencia” (Hb 5,7). Mirad, éste es el Cristo que veo delante de mí como modelo y también vosotros debéis verlo así, el Cristo en quien cada uno de nosotros puede inspirarse, para tener la fuerza de superar sus propias pruebas y sufrimientos.
Estos versículos me han abierto la mente y el corazón a algunas reflexiones: cuando Pablo afirma “en los días de su vida terrena”, no se refiere solo a algunas horas antes de morir en Getsemaní, es decir cuando Cristo se infligió a sí mismo la prueba de sentirse abandonado por Dios y privado de su amor paterno. Creo que hoy, sostenidos por la Sagrada Escritura interpretada y comprendida a la luz divina del Espíritu Santo, podemos afirmar por primera vez que esta prueba dolorosísima, este sufrimiento inaudito en el que Cristo se sintió solo y abandonado incluso por el Padre, lo vivió también muchas otras veces y no solo al inicio de su pasión.
Además, debemos, en aras de la justicia, hacer una adición y dar una explicación. Cristo, durante su vida terrena y por tanto también cuando estaba en el silencio de Nazaret, vivió esta prueba dolorosa del abandono, porque era su voluntad. En aquellos momentos Cristo se sintió tan solo que no sintió ni siquiera el amor de su Madre, porque quiso privarse también de aquello.
Eh ahí el Cristo que gime, que sufre, que levanta con voz poderosa aquel lamento que no fue pronunciado sola en la cruz: “Dios mí, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, sino que repitió muchas veces durante su existencia terrena. ¿A quién se dirigía? A aquél que podía librarlo de la muerte. Cristo sabía a lo que se iba a enfrentar. Entonces es oportuna hacer otra reflexión: Cristo vivió también anticipadamente los sufrimientos de la pasión, no los vivió solamente en el momento descrito por los Evangelios, sino incluso antes. La violenta pasión, la flagelación, la coronación de espinas, la fatigosa y dolorosa subida al calvario, la elevación en la cruz donde fue clavado con aquellos clavos que le perforaron la carne, dejándole ilesos los huesos, para respetar la profecía de Isaías, pues bien, todo esto Cristo lo vivió también durante su vida terrena.
Pero ¿os dais cuenta lo que el Seños nos hace comprender lentamente y de qué modo nos está abriendo su corazón? En las cartas de Dios, hace tiempo, Jesús había dicho que este año me dictaría su vida y todo esto que os estoy diciendo forma parte de su vida.
En el Evangelio tenemos todo lo que nos hace falta, pero muchos particulares, muchas otras noticias han sido silenciadas, probablemente ignoradas también por los que las han escrito. Ahora, siglos después, el Señor abre su corazón, hace sus confidencias y nos revela que ha sufrido mucho más de lo que pudiéramos imaginar, nos desvela que ha sufrido muchísimo por cada uno de nosotros y por todos juntos.
“Fue escuchado en atención a su obediencia”; pero ¿qué significa que fue escuchado? ¿Jesús suplicaba ser liberado y fue escuchado? Esto lo hemos aprendido de la Virgen: pedid a Dios, abrid vuestro corazón a Dios, llamad a su amor, pero terminar siempre con: ”Padre mío, que se haga tu voluntad, no la mía”. La Virgen nos ha enseñado este comportamiento, porque ella lo ha aprendido de su hijo y ella la primera se comportó así. Es en Getsemaní que Cristo dirá: “Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz! Pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,44) y la alegría del hijo es escuchar, satisfacer la voluntad de Padre.
Esto es incomprensible según la lógica humana, pero según la lógica divina se vuelve claro y es un empuje para nosotros a comportarnos del mismo modo. Que el Señor sufrió incluso durante su vida terrena tenemos confirmación siempre de la palabra de Dios; de hecho, en el fragmento del Evangelio de hoy, Cristo está desarrollando su vida pública y está todavía lejano el inicio de la pasión, y sin embargo dice: “Ahora mi alma está angustiada; y ¿qué he de decir? ¿Padre, sálvame de esta hora? ¡Si he llegado a esta hora para eso!” (Jn 12, 27) ¿Angustiado de qué? De su perfecto conocimiento como hombre de la cruz, de lo que sufriría. Por tanto aquella angustia significa sufrimiento, significa anticipación de la pasión, significa: “Yo estoy sufriendo, estoy sufriendo terriblemente”. No sé si los Apóstoles, a los que les dirigía esas palabras, comprendieron completamente lo que quería decir el Señor, pero por otra parte no lo hemos comprendido ni siquiera nosotros, no lo he comprendido ni siquiera yo sino después de decenios de vida sacerdotal. Jesús dice: “Mi alma está angustiada”, es decir, está sufriendo de manera indecible, pues bien, incluso sufriendo, sería lógico decir “Padre, sálvame de esta hora, impídeme que sufra”. Sin embargo, Jesús dice: “¡Si he llegado a esta hora para eso!” es decir “He venido a sufrir", pero para sufrir no solamente durante las últimas horas de su vida terrena, sino también en otros momentos.
Mirad, hoy hemos levantado un poquito un velo, hemos leído en el corazón de Cristo, porque Él ha querido que descubriéramos lo que ha vivido y sufrido verdaderamente. Recordaréis lo que os he dicho muchas veces que la Palabra de Dios, incluso dentro de millares de años, provocará siempre nuevos estímulos e impulsos para conocer otras verdades y enseñanzas. Esta es la confirmación de cuánto os he dicho muchas veces.
¿Y cuál es el deseo de Cristo hombre-Dios? Es la glorificación de su Padre. ¿Y cuál es el concepto de glorificación del Padre? Que el Hijo escuche, respete su voluntad subiendo a la cruz; solo entonces Cristo atraerá a todos hacia sí. Pero si miramos alrededor, ¿cuántas son las personas que hoy son verdaderamente atraídas por Cristo? Si no son muy numerosas no depende de Cristo, depende del hombre que rechaza obedecer.
Al igual que Adán rechazó obedecer, igual que los ángeles rechazaron obedecer y se convirtieron en demonios, también los hombres tienen la posibilidad de escoger el Sí de María o el No de Adán; el Sí de María es salvación, es empuje para estar unidos a Dios. En el momento de la Anunciación también la Virgen estaba turbada: “Se turbó por estas palabras” (Lc 1, 29) y se repite siempre este término, porque la Virgen vive dentro de sí los sufrimientos que el Hijo viviría, no solo durante las horas de su pasión, sino también durante los días silenciosos de Nazaret y los días más tumultuosos de su vida pública.
He aquí, esto nos ha dado el Señor, esto nos ha hecho entender. Entonces acercándonos al jueves y al viernes santo, días muy cercanos en el calendario, pero que tienen que ser mucho más cercanos en nuestro corazón, debéis recordad esto y dar gracias al Señor que nos amó tanto que la intensidad y el drama de su amor fueron desconocidos durante siglos, casi para no impresionar a los hombres; éste es el verdadero motivo. El que se acerca a él goza de sus confidencias.
Nosotros nos hemos acercado porque, a pesar de nuestras debilidades, a pesar de nuestras faltas de las que ha hablado hoy la Virgen, el esfuerzo está de parte de la mayoría de nosotros. Entonces es justo que conozcamos a Cristo, para poderlo amar cada vez más, sin atrincherarnos detrás de los tópicos habituales, sino conocer la verdad tal como es, en toda la intensidad del drama de su sufrimiento.
Cristo nos ha amado hasta el punto que ignoramos su sufrimiento y no podemos comprender la intensidad. Me viene a la mente Juan Pablo II, que durante la aparición de hoy la virgen ha dicho que estaba cerca de ella. La última imagen que tengo de él es la del Viernes Santo, cuando estrechó la cruz. Lo que ha dicho al Señor solo él lo sabe, pero el gesto ha sido extremadamente elocuente. Desafortunadamente, hoy la cruz se usa como adorno en el pecho de muchas personas, pero la cruz debe entrar sobre todo en el corazón. Por tanto en vuestras casas debe reinar la cruz, a ella debéis referiros; seguid el ejemplo de San José que, cuando entraba en la casa de Nazaret, iba primero a adorar a Jesús en la cuna que había fabricado con sus manos y después iba a saludar a su mujer.
Entrando en vuestras casas, id primero a besar el crucifijo y, si podéis, paraos algunos instantes delante de él, después sumergíos en vuestros trabajos domésticos y en vuestras actividades familiares. En primer lugar tiene que estar Cristo, Cristo en la cruz, porque este es el trono que él prefiere. La cruz es su trono y de allí no quiere ser desclavado, porque solo en la cruz continuará atrayendo a todos los hombres y entre estos esperemos que estemos cada uno de nosotros y todos juntos, para gloria de Dios y para la salvación de las almas.
Sea alabado Jesucristo.