Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 2 mayo 2009
Primera Lectura Hch 9,31-42; Salmo 115; Evangelio Jn 6,60-69
Antes que nada quiero informaros sobre la difícil y dolorosa situación que estamos viviendo y luego haré una reflexión partiendo del fragmento del Evangelio que se acaba de leer.
Todos vosotros sabéis que, hace diez días o incluso menos, Marisa tenía dolores muy fuertes, mejor dicho, atroces, y no hablo de los sobrenaturales. Por desgracia, hace una decena de días, debido a la negligencia, la superficialidad y el descuido de una persona, Marisa se cayó con todo su peso hacia delante, con consecuencias extremadamente dolorosas, en el pecho experimentó mucho sufrimiento y este dolor no se le calmó, o solo en parte, por los analgésicos. Vosotros diréis: "Dios no ha intervenido". Sí, Dios ha intervenido, lo ha dicho Él mismo y lo han repetido Jesús, la Virgen y la abuela Yolanda, con la que ayer tuve la alegría de tener una larga conversación. Si Dios no hubiese intervenido Marisa a estas horas estaría en una situación mucho peor. Pues bien, si a esta situación, ya tan atroz, añadís también lo que nosotros de la casa hemos visto entre las nueve de ayer tarde y las siete de esta mañana, creo que en nuestro lugar vosotros habríais huido. En diez horas, Marisa ha vivido por tres veces y durante largo tiempo la pasión y sus gemidos y sus lágrimas eran tan fuertes que los que estábamos a su lado nos quedamos impactados. Por más que uno quiera evitarlo, la pregunta es legítima: ¿por qué en un cuerpo ya tan desgarrado se le inflige también la pasión? Y sin embargo, puedo deciros que también ha habido un arrebato humano de irritación o fastidio, pero a pesar de todo, hemos rezado. Era lo único que podíamos hacer: hemos rezado y sufrido, rezado y llorado. Aquellos momentos han sido tan violentos que creo que no ha habido otros antes o que han sido verdaderamente pocos. Los motivos por los que nuestra hermana sufre la pasión tan frecuentemente y dolorosamente, han sido muchos y los sabéis, están a la vista de todos; los medios de comunicación dicen algo, los servicios televisivos dicen otra cosa, pero a esto le tenéis que añadir muchas otras cosas que no han dicho ni se han visto. Si no me equivoco, el versículo antes del Evangelio dice: "Te doy gracias, Señor porque me has salvado" y en medio de este sufrimiento, tengo que decirlo públicamente, tanto Marisa como el Obispo han sido salvados; Marisa de algo tremendo y yo había llegado a un punto tal que, creedme, me era difícil ni siquiera moverme. Esto es normal después de tantas noches de insomnio, tenía incluso mareos; entonces hice esta oración: "Dios mío, si tengo que ayudar a Marisa haz que esté bien, porque corremos el riesgo de caer los dos". Entonces Jesús mismo ha intervenido y me ha quitado este malestar del que no sabía la naturaleza. He ahí porqué digo que, a pesar de todo, el Señor nos ha salvado. Vosotros no sabéis muchas de las cosas, os son desconocidas, pero yo que releo los mensajes, sobre todo los que están reservados a Marisa y a mí, recuerdo una frase que Dios Padre nos ha dicho exactamente a finales de enero: "La fecha de la partida de Marisa ha sido aplazada una vez más, pero no está muy lejana". Es por eso que hoy, cuando la Virgen ha hablado, no estaba claro el concepto para vosotros como lo estaba para mí. El lejano o cercano, para Dios tienen una perspectiva diferente de la nuestra, en perjuicio nuestro, por desgracia. Tengo que aceptar lo que Él dice y, cuando por enésima vez, oigáis decir a la Virgen que recemos, recordad que la única intención, o al menos la primera que tiene que ser recordada, es para la partida de Marisa. No porque nos queramos liberar de ella, sino porque verla sufrir de aquel modo es, no exagero, agonizante. Es una agonía que vive ella, es una agonía que viven los que están a su lado. Ir al Paraíso, reunirse con sus seres queridos y a su Esposo divino para ella es mejor que quedarse. Para mí no verla sufrir más y acompañarla al Paraíso es mejor que verla sufrir, por lo tanto no hay egoísmo en esta petición, sino solamente amor. Sin embargo, estoy convencido de que, faltándoos a vosotros la experiencia directa y no siendo yo capaz de haceros comprender lo que quiero decir, no podéis participar de esta situación. No os ofendáis, pero es la verdad. Vosotros volveréis a vuestras casas, tenéis vuestras comodidades, vuestro bienestar, tendréis problemas, pero con todo el respeto, un problema nuestro es más grande que todos los vuestros juntos; no lo digo por presunción, es la verdad. Rogad a Dios para que la llame o para que disminuyan sus dolores. Hace tres o cuatro años que oigo este llamamiento de la Virgen. Ella está unida a nosotros, es una madre y sufre al ver sufrir a sus hijos, pero nos ha enseñado también la obediencia a Dios y ni siquiera ella con toda su grandeza y plenitud de gracia puede saber la realidad, las situaciones, el futuro con la misma claridad y profundidad que el mismo Dios. Por tanto también ella se pone de nuestra parte y une nuestras oraciones a las suyas, nuestras súplicas a las suyas y sobre todo nuestras lágrimas a las suyas. Es por eso que os pido que insistáis: a veces habéis hecho noches de oración, ahora hacedla en vuestra casa, pero no toda la noche porque al día siguiente se está embotado. Y sin embargo, yo estoy aquí a pesar de las noches de insomnio, claro que tengo ayuda. Eh ahí porque te doy gracias, Señor, porque me has salvado. ¿Podría bajar a decir la Misa y hablar si la situación hubiese sido la humana ordinaria? Os ruego que intensifiquéis la oración, si queremos a Marisa, como ella misma ha dicho en su testamento espiritual, tenemos que arrancar esta gracia. Después os haré saber lo hermosa que es, lo feliz que es, cuando llegue al Paraíso.
Y ahora una reflexión sobre la lectura y la Palabra de Dios.
+ Evangelio según san Juan.
En aquel tiempo, muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: "Esto que dice es inadmisible. ¿Quién puede admitirlo?". Jesús, conociendo que sus discípulos hacían esas críticas, les dijo: "¿Esto os escandaliza? ¡Pues si vierais al hijo del hombre subir adonde estaba antes! El espíritu es el que da vida. La carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Pero entre vosotros hay algunos que no creen". Jesús ya sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar. Y añadió: "Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no le es dado por el Padre". Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y no andaban con él. Jesús preguntó a los doce: "¿También vosotros queréis iros?". Simón Pedro le contestó: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios"
Lo que cuenta Juan, Marisa y yo lo hemos vivido; de hecho tal como se retiraron muchos discípulos que dejaron a Cristo, así lo han hecho muchas personas de esta comunidad. Se ha dicho que muchos de sus discípulos Le abandonaron, pero nunca se ha dicho lo que ha sufrido Jesús. ¿Quién ha hablado alguna vez de su sufrimiento causado por estas traiciones? Yo puedo hablar porque si he sentido un sufrimiento verdaderamente fuerte ha sido el de sentirme abandonado incluso de personas a las que yo quería mucho, jóvenes y adultos. Me viene continuamente una frase a la mente que, el día de mi primera Misa, me dijo mi padre, una persona sencilla, que no había estudiado, pero Dios se sirve de todos, como se sirvió de Baal y de un asno que dijo: "Si hacéis callar a los niños, hablarán las piedras". Mi padre me dijo: "Acuérdate, Claudio, que te harán sufrir más las personas a las que más ames". Para Jesús fue lo mismo. Y es tremendo este sentido de abandono. Humanamente hablando hay también un deseo de venganza, es lógico, es humano. ¿Cuántos de vosotros no lo ha sentido? Pero yo os puedo decir las palabras que Jesús dijo a los hijos de Zebedeo: "¿Podéis beber el cáliz que yo beberé?" Y ellos respondieron: "Sí que podemos" y Jesús replicó diciendo: "Beberlo, lo beberéis, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía, es para quienes lo concede Dio Padre". Yo veo en los dos apóstoles nuestra situación. Cuantas veces Marisa ha dicho: "Este cáliz está agujereado, no se acaba nunca, el contenido está siempre allí, no se termina", pero Dios mismo nos ha consolado diciendo que después de la muerte iremos enseguida delante de Él y con Él. Estas son palabras que nos ayudan y sostienen, y en la oración de esta mañana he dicho a Dios Padre: "Continúa haciéndonos sentir que estás cerca de nosotros hablándonos, porque tenemos necesidad de sentirte cerca, no porque dudemos, sino porque somos hombres y por lo tanto tenemos una sicología que quiere ser satisfecha físicamente y concretamente por ciertas experiencias. Mi experiencia de sentirte es la de Marisa de verte a través de una flor, una rosa, una estrella, nos da verdaderamente la fuerza para volver a emprender cada día el camino que a veces no ha sido ni siquiera interrumpido, porque la noche ha sido enteramente vivida en el sufrimiento, en la oración y en el insomnio". Cuando llega la luz del nuevo día, te acuerdas de la Eucaristía, el sol está a punto de salir, pero la Eucaristía está siempre presente y nos da fuerza. Humanamente hablando, tenemos necesidad de consolación, que tarda un poquito en llegar, pero esperemos que venga pronto y cuando venga yo creo que nadie tendrá más derecho que el Obispo y la Vidente a beber finalmente el cáliz de la alegría. El del dolor ha sido saboreado en cada astilla, el de la alegría tiene que ser saboreado completamente, así pues, espero y deseo, que volváis a ver al Obispo sonreír; creo que, si lo merecéis, podréis ver a Marisa cuando la Virgen realice su promesa: "Me veréis en este lugar en compañía de los ángeles y de los santos", pero no os enorgullezcáis de ello, vivid en la espera humilde, en la sencillez, en la obediencia, en la docilidad y en el amor. Releed los mensajes y descubriréis lo hermosos que son, lo altos que son y a veces, también difíciles de respetar; pero recordad que Dios, si nosotros lo queremos, nos llevará tan alto que nos parecerá que volamos en Sus brazos y de este abrazo saldrán todos los bienes que el Cielo y la Tierra reservan a los verdaderos y auténticos hijos de Dios.