Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 2 noviembre 2008
I Lectura: Jb 19,1.23-27a; Salmo26; II Lectura: Rm 5,5-11; Evangelio: Jn 6,37-40
La palabra "resurrección" es la única que puede ser pronunciada y proclamada con ocasión del día dedicado a nuestros seres queridos, vivientes delante de Dios. He dicho ya en otras ocasiones que a mí no me gusta la palabra "difuntos", yo los defino como "vivientes delante de Dios", porque son los que viven o a la espera del encuentro con Dios o en un encuentro que ya se ha realizado. Ayer meditábamos en las palabras de la Sagrada Escritura que nos presentaron a la Iglesia militante, a la que todavía pertenecemos, en su proceso histórico y reflexionamos sobre la Iglesia triunfante.
Hoy vamos a examinar la revelación privada y deseo subrayar, una vez más, que también esa viene de Dios y que le tiene a Él como fuente. De Lubac, uno de los más grandes teólogos del siglo pasado, ha escrito muchas veces que la revelación privada tendría que ser acogida con la misma alegría y la misma mirada con la que es acogida la revelación pública, ya que es la misma persona, Dios, que nos comunica determinadas cosas y afirma determinadas verdades, aunque esto ocurra de maneras y tiempos diversos.
Incluso después de la muerte del último apóstol, Dios continúa hablando de muchas maneras, pero hay que estar seguros de comprobar la autenticidad de la fuente, pero siempre es válida la respuesta: "Si queréis, lo aceptáis, si no queréis no lo aceptéis". Han cambiado muchas cosas en la Iglesia y tendrá que cambiar también la actitud de la autoridad eclesiástica con respecto a la revelación privada.
Volvamos a nuestros seres queridos "vivientes delante de Dios". En todas las iglesias, en los misales y en las hojas para la Santa Misa, encontráis esta expresión: "Conmemoración de todos los fieles difuntos". El término "Conmemoración" a mí no me gusta ya que se utiliza también cuando son recordados personajes que no han tenido nada que ver con la fe cristiana, con Cristo y con la revelación. Si continuamos valiéndonos de este término, tenemos que añadir significados precisos, relativos a la realidad que hemos conocido durante años a través de las cartas de Dios y en las apariciones de la Madre de la Eucaristía. Con la expresión fieles "vivientes delante de Dios", abrigamos mucho más que un recuerdo, con ellos podemos continuar teniendo una relación y una unión profunda. Este lazo, entre nosotros que vivimos en la Tierra y ellos que viven en el más allá, se recoge de una manera especial y particularmente hermosa, viva y eficaz, en el momento de la celebración de la Eucaristía.
En toda la liturgia de hoy, tanto en las lecturas como en las oraciones, vuelve la expresión "resurrección" y nosotros en la Santa Misa hacemos presente la resurrección de Cristo. La celebración eucarística es pasión, muerte y resurrección, por tanto desde un punto de vista teológico, es decir por parte de Dios, es en ella que podemos tener con nuestros difuntos, vivientes delante de Él, suma e infinita verdad, esta unión profundísima, porque en Cristo todo se reúne y unifica. En Él hay una unión entre los que nos han precedido en el más allá y nosotros que permanecemos todavía en el momento presente. Por tanto, además de la "conmemoración", existe también la posibilidad de encuentro, por el que se realiza, además, un intercambio de oraciones. Nosotros rezamos por los "vivientes delante de Dios": por los que están en el Purgatorio para que se acelere su entrada en el Paraíso, y para los que están en el paraíso, para que puedan presentar nuestras oraciones a Dios y utilizarlas haciendo ellos mismos las peticiones o confiándolas completamente a Dios, para que las pueda utilizar para lo que quiera
Ésta es una de las realidades más hermosas y más consoladoras, por lo que, no tenemos que hundirnos o derrumbarnos con el recuerdo de nuestros seres queridos con los que hemos roto las relaciones, porque las relaciones permanecen, mejor dicho, en un cierto sentido, son más fuertes y más seguras que las que hemos tenido con ellos en la Tierra. Muchas veces, de hecho, viviendo en este planeta, no podemos llegar a nuestros seres queridos por diversos motivos.
Tenemos que entender "Conmemoración" como unión, como andar hacia Dios. Por otra parte, nosotros creemos en las mismas verdades en las que ellos creen, nosotros adoramos a Dios Uno y Trino, como ellos adoran a Dios Uno y Trino, nosotros amamos a la Virgen como ellos aman a la Virgen, nosotros nos inclinamos ante la revelación pública y privada como también ellos se inclinan ante la revelación pública y privada. Tenemos más puntos en común que aquellos que, a veces, con nuestros propios parientes o, incluso con los miembros de la misma comunidad, porque entre nosotros y los que están en el Purgatorio y en el Paraíso existe la misma realidad. De hecho, tanto nosotros como ellos, de manera diferente y en cantidad diferente, tenemos la gracia y esto nos permite estar unidos. A veces, sin embargo, en las familias no hay la misma unión, existe sólo una unión exterior. Si un miembro de la familia está en gracia y el otro no, no puede haber unión; es desunión, es rotura que muchas veces se manifiesta y se expresa en discusiones, litigios y malicias.
Mirad, nosotros hoy descubrimos esta alentadora realidad: con nuestros seres queridos "vivientes delante de Dios" tenemos una sólida, fuerte y consoladora unión. Nos gustaría que todos estuvieran en el Paraíso y por esto nos hemos comprometido: la Misa de hoy, de hecho, es celebrada en sufragio de los parientes de todos los miembros de la comunidad que todavía están en el Purgatorio para que puedan subir pronto también ellas al Paraíso. Le estamos sufragando del mejor modo, del modo más alto, del modo más seguro. En el Purgatorio, nos ha hablado de ello muchas veces la Madre de la Eucaristía, existe el sufrimiento, pero es completamente diferente del de las almas que están en el infierno, del que no deseo hablar. Las almas que están en el Purgatorio sufren, pero es un sufrimiento que se transforma en melancolía y tristeza porque todavía no pueden ver a Dios y esto es causa de su infelicidad. Quizás, nosotros que estamos todavía en la Tierra, no podemos entender bien este concepto, porque no se comprende con la inteligencia humana, con el raciocinio, sino solamente con la experiencia. Por tanto fiémonos de la experiencia de estos seres queridos, que nos suplican para que les hagamos los dones de las celebraciones de la Santa Misa, las oraciones, la adoración Eucarística y las obras buenas, realizadas a favor de las personas necesitadas o enfermas. La caridad nos une profundamente. Hay, sin embargo, también una advertencia por su parte, una advertencia dulce, porque ellos aman (el amor es la única virtud que permanece en el Paraíso, pero el amor existe también en el Purgatorio). Si ellos pudiesen hablar, hoy, y si yo pudiera dar voz a sus peticiones, estoy seguro de que dirían: "Queridos hermanos, haced lo posible para no venir al Purgatorio, empeñaos en vivir un cristianismo auténtico, sincero, hecho de amor puro, dad a los demás sin ahorrar nada". Su tristeza conoce momento de serenidad, cuando saben que personas que ellos han conocido con las que han tenido durante la vida lazos de afectos o de sangre, suben directamente al Paraíso. Ellos gozan de esto, porque en el Purgatorio no hay celos, ni envidia y el modo de comportarse de estas almas, que son almas salvadas, nos induce a imitar su ejemplo. ¿Por qué estar envidiosos de los demás, por qué estar celosos de los demás? Demos amor a los demás como hacen ellos. Estas almas viven en la espera, una espera que en cualquier modo recuerda la espera del pueblo hebreo, por lo que se refiere a la venida del Mesías: "ellos esperan la llamada de Dios con ansia".
También nosotros estamos esperando la voz de Dios, la orden de Dios, una señal suya que diga basta, se trata, por tanto, de dos situaciones semejantes. En el Purgatorio las almas esperan que Dios las llame al Paraíso, nosotros esperamos que Dios realice lo que ha prometido. También las experiencias se funden, se unen, se amalgaman y nos inducen a pensar que nosotros tenemos con estas almas relaciones múltiples y continuas.
El Señor, para hacernos comprender la espera que viven las almas del Purgatorio, la manifiesta a través de las visiones, como en el caso del apóstol Juan, que ha visto la Iglesia militantes y triunfante. Del mismo modo, a nuestra hermana Marisa, el Señor le ha mostrado en qué consiste la espera: ella ha visto a nuestros padres sentados y sufriendo porque les faltaba algo, no pudiendo ver ni siquiera a la Virgen, ni a los ángeles ni a los santos. Por otra parte, para hacernos comprender que la espera disminuye progresivamente, el Señor ha hecho ver a Marisa que las sillas en las que estaban, se desplazaban gradualmente hacia lo alto. A través de las imágenes llegamos a la realidad y la realidad es ésta: se vive la espera con el gran deseo de la llamada de Dios. Yo me encuentro en la misma situación que Dante que, cuando ha escrito sobre el infierno, no ha tenido muchas dificultades, pero cuando ha tenido que describir el Purgatorio, ha tenido mayores dificultades. Cuando ha descrito del Paraíso se ha perdido, ya que solamente quien ha tenido el don de Dios de poderlo visitar, aunque por un tiempo limitado, puede hablar sobre él. También en este caso sobresale nuevamente la importancia, la grandeza de la revelación privada. Nadie en dos mil años de cristianismo ha alcanzado un conocimiento tal del Paraíso que pueda saber que hay una división entre el Paraíso de la Espera y el Paraíso de la Visión Beatífica. Nosotros mismos, hasta hace poco tiempo sabíamos del hecho que el que sube al Paraíso ve inmediatamente a Dios, pero Él nos ha hecho saber, y no sé por qué motivo nos lo ha dicho a nosotros, sobre todo después de veinte siglos, que no todas la almas que van al Paraíso ven a Dios inmediatamente. Existe el "Paraíso de la Espera" donde las almas, a diferencia del Purgatorio, son felices, aunque se trate de una felicidad incompleta, no absoluta. En el Paraíso de la Espera las almas ven a la Virgen, a los santos y a los ángeles, todavía no he comprendido bien si también ven a Jesús, teniendo Él el cuerpo, pero no ven el misterio de Dios, no ven el misterio trinitario. En este punto nuestro conocimiento se agota, nadie puede describir a Dios.
A lo largo de los siglos Le hemos imaginado de manera errónea: un hombre viejo, con barba, serio, severo, inflexible. Nosotros hemos descubierto exactamente lo contrario, lo hemos sabido por Él: ha dicho que es joven, y ha añadido: "En el Paraíso son todos jóvenes". Ánimo a vosotros septuagenarios, octogenarios y más allá, ¡tenemos que ir al Paraíso para volver a ser todos jóvenes! Dios no es inflexible, es exigente, lo estamos descubriendo también por lo que dice Marisa o por lo que puedo decir yo, pero también es paterno, de hecho a mi pregunta: "¿Te podemos llamar Papá?" Él ha respondido: "Claro". Es afectuoso, divertido y a menudo también simpático. Mirad quién es Dios. Luego, cuando pide ciertas cosas, la simpatía disminuye un poquito, pero somos humanos y es justo que sea así. Todo esto lo hemos sabido gracias a la revelación privada, por esto es tan importante.
Vuelvo a repetir el motivo por el que las personas que están en el "Paraíso de la Espera", que Dios ha definido santos, no lo ven. Ya lo he explicado y lo repito a los que pueden haberlo olvidado, o no lo han oído porque estaban ausentes. La caridad es la única virtud que permanece en el Paraíso y Dios quiere que nosotros la practiquemos en grado sumo, teniendo presentes nuestras capacidades y nuestras potencialidades. Dios señala a cada uno de nosotros una altura de amor y de caridad a la que tiene que llegar; si no alcanza esta altura que Él quiere, es necesario alcanzarla en el Paraíso de la Espera. Si hay tanto amor en el Purgatorio, como ya os he dicho, mucho más hay en el Paraíso, ya que las almas que se encuentra en el "Paraíso de la Espera", continúan ejercitando la única virtud que queda, es decir, el amor, para alcanzar el nivel que Dios ha designado a cada uno.
Cada uno de nosotros tiene un nivel diferente, porque tiene responsabilidad, experiencia, cultura y edad diferentes. Dios establece la altura de amor que tenemos que alcanzar y cuando llegamos a aquel nivel, Él es el primero en alegrarse y en decir: "Ven te espero". Es justamente Él el primero en ser feliz por ello y nosotros esto lo hemos experimentado: hemos sentido Su alegría cuando ha admitido en el "Paraíso de la Visión Beatífica" a personas que conocemos, o porque están ligadas a nosotros por afecto, por amistad, por parentela o porque han sido los últimos Papas. Es grande la alegría de Dios al llamar a Sí a estas personas. Explota también la alegría de estas personas que finalmente, como dice Juan, ven a Dios "sicut est" - "tal como es".
Nosotros, ante esto, no podemos citarnos en el Purgatorio o para el "Paraíso de la Espera". Nosotros aspiramos más alto y no es orgullo ni soberbia. Podemos lograrlo. Si no volamos enseguida al "Paraíso de la Visión Beatífica" la culpa será sólo nuestra, porque a nosotros Dios nos ha dado todo lo que es necesario para llegar. Por tanto, apresurémonos, empeñémonos, apretemos los dientes y sigamos adelante. No excluyo que alguno, un mañana, pueda ser declarado Santo de la Iglesia, por la autoridad eclesiástica y, como he dicho yo y repite a menudo la Virgen, quién sabe si un día no veamos bajar en San Pedro, nuestro tapiz, nuestra propia tienda. Está claro que esto a nosotros no nos importa. No nos importa la declaración por parte de los hombres, sino sólo de parte de Dios y cuando Dios dice: "Es Santo", hay que creer en ello y espero que lo pueda decir a alguno de vosotros. Esto es posible aunque difícil. Hay que ejercer una gran fuerza, a veces incluso contra sí mismo, contra los propios deseos, las propias inclinaciones y las propias ideas. La santidad es un compromiso al alcance de todos, los que no creen demuestran que tienen poca fe en Dios; yo no puedo decir otra cosa que no sea ánimo, apretemos los dientes y sigamos adelante. Dios no nos imputa la queja, al menos a los que ha llamado a estar en cruz como su Hijo. Pero, cuidado, el mismo lamento hecho por una persona o por otra puede tener una incidencia diferente; el que se queja y no tiene motivo de hacerlo tiene una responsabilidad, el que se lamenta y tiene motivo de hacerlo tiene una absolución anticipada por parte de Dios.
Ahora, unámonos a los vivientes delante de Dios y todos juntos, Iglesia purgante, Iglesia militante e Iglesia triunfante, adoremos a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Sea alabado Jesucristo. Siempre sea alabado.