Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 2 Diciembre 2006
Sábado de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario
I Lectura: Ap 22,1-7; Salmo 94; Evangelio: Lc 21,34-36
No es para nada una S. Misa de sufragio, es una S. Misa que nosotros regalamos en el día en el que es el tercer aniversario del encuentro de abuela Yolanda con Dios. Es hermoso hablar de este modo: un encuentro con Dios que yo deseo que todos vivan cuando llegue el momento. Desde aquél primer encuentro con Dios han pasado tres años, durante los cuales, tengo que admitirlo, he comprendido mejor la grandeza espiritual de la abuela Yolanda. Esta mujer vivió en la Tierra casi un siglo y a pesar que yo la conocía muy bien, solo después de este encuentro suyo con Dios, Él mismo, a través de la Virgen, nos ha hecho partícipes de su grandeza.
Desde hace tiempo os estoy diciendo que encomendéis y elevéis vuestras oraciones a la abuela Yolanda, porque estoy seguro que es voluntad de Dios que esta pequeña gran mujer humilde y sencilla un día suba a la gloria de los altares.
Estoy seguro de que su oración de intercesión ante Dios ya ha obtenido gracias, pero nosotros esperamos los grandes milagros que necesita la autoridad eclesiástica para poder decidir primero la beatificación y a continuación la canonización.
Y Dios ya la ha glorificado, confiándole, como habéis oído, dones y muchas misiones. La última, quizá ésta no la conocéis, os hablo de ella por primera vez, ocurrió con ocasión del viaje de Benedicto XVI a Turquía.
Por parte de los protagonistas de estos encuentros, tanto a nivel político como religioso, ha habido tonos triunfalistas y rostros satisfechos. Cada uno de ellos se ha atribuido a sí mismo el mérito del buen resultado de la visita, durante la cual no ha habido ningún incidente. Ésta es la lectura humana, sin embargo la lectura de Dios es completamente diferente. Si no ha habido incidentes, aunque se habían preparado atentados, es gracias a una intervención divina. De hecho, junto a la delegación del Vaticano, a la delegación de Turquía y a la de nuestros hermanos ortodoxos, estaba presente una delegación celeste.
Diez personas, nueve venidas del Paraíso y una que está todavía en la Tierra (la Vidente Marisa), han acompañado durante todo el tiempo el cortejo pontificio para evitar incidentes. Estaban presentes la Virgen, S. José, la abuela Yolanda, la madre de la abuela Yolanda, Esperanza, la hermana de la abuela Yolanda, Anna, Mons. Oscar Romero, asesinado mientras celebraba la S. Misa y que, como me dijo Dios, hace tiempo que ora mucho por mí; estaban presentes también Don Juan Acristini, un compañero mío de seminario hermano sacerdote muerto gravísimo a causa de un tumor, Don Enrico, párroco de un pueblo del Tirol del Sur donde íbamos de vacaciones y que al enterarse de estas apariciones creyó inmediatamente, Don Puglisi, un sacerdote siciliano que fue asesinado por la mafia y que ciertamente también él, junto a Mons. Romero y otros, tendrá que ascender a los honores de los altares.
He ahí porqué no ha ocurrido ningún incidente, pero esto los periódicos no lo escriben y los telediarios no hablan de ello, pero la historia un día hablará de esto; seré yo mismo en el momento oportuno el que proclame que estas intervenciones son obra de Dios, para exaltarlo, darle gloria y todo honor a Dios: éste es el motivo que me empujará en el momento oportuno a hablar de ello. Así se podrá decir: “Dios mío, Tú nos asistes aunque los hombres no se den cuenta”. Y Dios ¿de quién se ha servido? De un obispo, de tres sacerdotes y después de algunas sencillas criaturas a las que el mundo no les ha dado ninguna importancia, pero que delante de Dios son grandes. Este cortejo no se ha limitado a permanecer en Turquía sino que, cuando la situación era más tranquila, se ha desplazado para ir a asistir a otras personas necesitadas, como los niños, tanto en Brasil como en la India, a los polos opuestos del mundo. Os cuento todo esto para glorificar a Dios y de esto la abuela Yolanda ha sido una de las artífices más grandes. Por otra parte sabéis, porque se os ha dicho, que con ocasión del paso de millones de almas del purgatorio al Paraíso, la abuela Yolanda estaba siempre presente. Eh ahí porque nosotros tenemos que sentirnos más tranquilos. Hoy la abuela Yolanda ha hablado, dirigiendo palabras de amor: “Dios me ha dado el permiso de hablar. Hola a todos hijos míos, sobrinos y nietos, soy vuestra madre y vuestra abuela. Soy feliz y estoy bien en el Paraíso, pero cuando vengo a la Tierra y veo tanta miseria, sufro y estoy mal. Mis queridos y dulces hijos y sobrinos, amaos, amaos. Mis queridos sobrinos, criad bien a vuestros hijos, aseguraos de que sean siempre buenos, respetuosos y sobre todo que no se peleen entre ellos; deben amarse recíprocamente. Mi amor y mi afecto está dirigido a la Excelencia, mi Excelencia, por el que rezo mucho. (…) Cada vez que me acerco y me inclino ante Dios, rezo por él. Ahora hay otras personas, como sus hermanos sacerdotes y la abuela Esperanza, que rezan por todos vosotros. Vosotros los del cenáculo, del pequeño grupo del Movimento Impegno e Testimonianza, amaos y tratad de amar a vuestro Obispo. Yo, desde lo alto del Cielo, os veo, rezo por vosotros y me uno a vosotros; sed respetuosos el uno con el otro” (De la carta de Dios del 2 de diciembre 2006). Es justo, es normal que la abuela Yolanda haya dirigido palabras de amor y de afectos hacia sus hijos, sobrinos y nietos, y hacia el Obispo que ella ha amado ciertamente como y más que a un hijo y ha sido amada más que a una madre. Me gustaría que también la comunidad la invocase y tomase ejemplo de ella y me dirijo de modo particular a las mujeres aquí presentes.
La santidad es esto: dar a Dios y a los demás lo mejor de sí mismos en el ocultamiento y con humildad sin recriminaciones, sin maledicencias, sin sentir envidia, viviendo la vida como abuela Yolanda: una vida de servicio y de apertura hacia los demás, viviendo en el ocultamiento todo el bien hecho. Mirad, me dirijo a vosotras mujeres, desde las que tienen los cabellos canosos a las que son un poco menos jóvenes, hasta las más jóvenes: tomad ejemplo para vuestra vida. Claro que, nosotros tenemos la fortuna de tener a la Virgen como modelo, es nuestra Madre y será siempre nuestra Madre, pero yo sé la gran estima que tiene por la abuela Yolanda. La Virgen es la primera en gozar y alegrarse, porque estamos hablando de ella y de las otras almas sencillas como ella.
Como bien sabéis, porque ya os le he dicho varias veces, en el Paraíso la abuela Yolanda no necesita sufragios. Cuando se celebra una Santa Misa por un alma que está en el Paraíso, le damos gracias, dones, grandes méritos y Dios determina la cantidad. La S. Misa es un don inmenso, incalculable, sin embargo un alma en el Paraíso no tiene necesidad para sí misma, sino para los demás; por lo tanto hoy yo celebra la S. Misa, vosotros participáis en la S. Misa para la abuela Yolanda y juntos la hacemos esta gran regalo, que vuelve a nosotros a través de otras gracias, a través de las ayudas extraordinarias, a través de ayudas particulares. Me dirijo a los que saben que tienen parientes en el Paraíso: haced celebrar S. Misas no en sufragio, sino como un regalo. Está claro que cada alma en el Paraíso tiene un lazo particular con su familia y reza de manera particular por ella; por tanto abríos a la esperanza, a la certidumbre. Vivid, vivamos estos días en la espera; no sé si se ha escuchado el mensaje que se ha pronunciado en voz bastante baja, pero la Virgen ha dicho: “No te preocupes, cuando Dios me diga, vendré de inmediato", es esta la esperanza que estamos viviendo junto a todo el Paraíso. No es una exageración, pero todo el Paraíso está rezando por nosotros y con nosotros; también esto lo ha dicho la abuela Yolanda, delante de Dios reza incesantemente por nuestras necesidades y para que se apresure el momento en el que, como ha dicho muchas veces la Virgen, acabarán los sufrimientos y el aislamiento. Acabará este sentirse solos desde un punto de vista humano y empezará la alegría sobre la Tierra a la espera de aquella más alta y más hermosa del Paraíso. Sea alabado Jesucristo.