Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 2 diciembre 2007
I lectura: Is 2,1-5; Salmo: Sal 121; II lectura: Rm 13,11-14; Evangelio: Mt 24,37
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén. Sucederá en los días venideros que el monte de la casa del Señor será afincado en la cima de los montes y se alzará por encima de los collados. Afluirán a él todas las gentes, vendrán muchos pueblos y dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, para que nos enseñe sus caminos y caminemos por sus sendas. Pues de Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra del Señor. Él gobernará las naciones y dictará sus leyes a pueblos numerosos, que trocarán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. No alzará ya la espada pueblo contra pueblo ni se entrenarán ya para la guerra. Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor.
Reflexionemos sobre cuánto ha dicho uno de los más grandes profetas: Isaías. En lo que ha dicho yo veo presentes muchos momentos de la historia del hombre. En el tiempo en el que profetiza Isaías, el pueblo judío atraviesa una fase muy difícil, porque hay una gran y peligrosa crisis política y religiosa. Los judíos, aún encontrándose en una situación difícil, en lugar de buscar la ayuda y el apoyo de Dios, como había ocurrido tantas veces en el pasado, se refugiaban en alianzas humanas y en rechazar al enemigo que estaba entrando en su territorio. Ante este inminente peligro, el gran profeta Isaías, despierta y suscita en el corazón de los habitantes de Jerusalén y en los de toda Palestina, la esperanza y la certeza de que su ciudad, Jerusalén, se convertirá en un faro que iluminará todo el mundo. Isaías infunde en ellos esta esperanza a pesar de que los judíos, en aquel momento, corriesen el peligro y el consiguiente riesgo de convertirse en esclavos y prisioneros. De hecho, es esto lo que dice. Entre los diversos montes y colinas sobre las que surge Jerusalén se distingue el monte Sión, sobre el cual había sido colocada el arca que contenía el decálogo y sobre el que se había alzado un templo semejante al nuestro porque no estaba hecho de muros sino de sencillos toldos. Después de esta primera estructura dedicada al culto, Salomón construyo el gran templo al cual, como en la primer Iglesia de San Pedro, sucederán otras iglesias. De hecho, del mismo modo, al templo de Salomón seguirán otros templos. Pues bien, sobre este monte y desde este monte, viene la salvación porque hay una identificación entre el monte Sion y el pueblo judío. Por tanto, como del monte Sión parte esta luz que salva e ilumina al mundo, igualmente del pueblo judío viene la salvación. Y es eso lo que ha dicho también Jesús y, de hecho, en el Evangelio de Juan encontramos justamente esta expresión: "La salvación viene de los judíos" (Jn 4, 22), y en el Evangelio de Lucas encontramos la otra expresión: "Hay que predicar la conversión y la remisión de los pecados, empezando por Jerusalén" (Lc 24,47), porque la salvación y la luz vienen del monte Sión, sobre el que está el templo de Dios, que reina y domina toda la ciudad. En mérito al peligro que corren los habitantes de Jerusalén de ser invadidos por el enemigo y de ver su ciudad saqueada, Isaías habla de alargar la mirada porque Jerusalén será el centro hacia el cual confluirán los pueblos de todo el mundo. Isaías se refiere a una intervención de Dios y nosotros sabemos que el Señor está siempre presente en la historia y creo poder afirmar que es el mayor protagonista de la historia del hombre. De hecho, aunque los hombres no se den cuenta, Dios está siempre presente y, según Su Omnisciencia y divina voluntad, hace surgir los tiempos según un determinado fluir. No hay determinismo en esto, entendámonos, porque existe siempre la libertad y el libre albedrío del hombre, pero Dios dirige al hombre hacia el bien, le indica el camino del bien y el hombre es libre de recorrerlo o de ir a un camino diferente, de darle la espalda a Dios y de volver de donde había partido, es decir del pecado y en el pecado. Pero las intervenciones de Dios en la historia son múltiples y esta presencia y descripción, este invocar los montes, me han hecho venir a la mente el pasaje de la Jerusalén judía a la Jerusalén cristiana. De hecho también Roma tiene sus colinas y sobre una de estas, aunque a menudo no se cite en las guías turísticas, Dios ha puesto Su tienda material. Dios ha posado su mirada sobre este templo que nosotros denominamos, aunque a veces suene ampulosamente, "Basílica" pero que, sin embargo, no es otra que la definición que Dios le ha dado. El Señor ha agradecido el primer templo de Jerusalén, que ha sido hecho con telas, a pesar de que los judíos tuvieran casas de piedra. Dios ha agradecido también este templo que Él ha querido y que los hombres, y hoy uso el término hombre de Iglesia, los grandes hombres de la Iglesia, no lográndolo, han intentado demolerla. Nos han creado complicaciones y contratiempos; puedo también deciros que han venido personas, mandadas por esos tales, a filmar con cámaras de televisión y máquinas fotográficas esta carpa, para podernos denunciar y hacerla derribar. Seguimos adelante y quien quiera entender puede comprender lo que quiero decir. Dios ha elegido esta colina, aquí ha querido su morada y en ninguna otra parte del mundo. La Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo se han manifestado, no delante de una multitud sino a pocas personas: a vosotros que frecuentáis este lugar, aunque en el pasado erais más numerosos, o a un exiguo número de personas y me refiero a Marisa y a mí. Dios no cuenta las personas, no piensa: "Sólo sois dos, no me molesto" o "Sois cincuenta, no me molesto", no dice: "Quiero multitudes" porque de este modo se comportan los hombres que, además, llegan a hacer comparaciones entre un pontificado y otro, diciendo: "Durante este pontificado, en tres meses, ha sido superado el número de peregrinos que han venido a Roma en los mismos meses del año pasado". Mirad que mezquindad, que bajeza, y os digo todo esto porque es de dominio público, porque son datos difundidos por la oficina de relaciones sociales. Ved que mezquindad por parte de estos que creen que son zorros, pero que en realidad, sólo son serpientes. Dios, a estas personas, les enseña otra cosa: "Yo voy aunque sólo haya una persona o dos". La importancia y la grandeza del encuentro se mide por la importancia y la grandeza de la persona que interviene y cuando interviene Dios, podéis poner juntos a todos los hombres del pasado, del presente y del futuro, pero delante de Él son o somos poco más que polvo. ¿Pero por qué los hombres no entienden estas cosas y, sobre todo, por qué no las comprenden los grandes hombres de la Iglesia? No creáis que esté polemizando, sólo estoy refiriéndoos las mismas cosas que se nos han dicho a nosotros y que, finalmente, empiezan a fluir también al exterior.
Pues bien, como del monte Sión ha surgido la luz, igualmente del Monte Mario ha surgido la luz: el triunfo de la Eucaristía. No soy ni yo ni vosotros quien lo dice, porque tendría poca importancia, sino que lo dice Dios y esto es lo importante. Los hombres pueden pensar, decir y escribir lo que quieran, pero nosotros creemos, porque se nos ha dicho claramente, que de aquí ha surgido el triunfo de la Eucaristía e, idealmente, es hacia este lugar que, en número cada vez mayor, los pueblos están volviendo porque esta es también la voluntad de Dios. Por tanto, cuando hablamos del Monte Sión entendemos el primer inicio y cuando nos referimos a Monte Mario consideramos el nuevo inicio, el renacimiento y la renovación en la Iglesia. Hemos hablado de tinieblas y de luz, pero qué dice Pablo, nuestro gran Pablo:
Hermanos, haced esto, teniendo en cuenta en qué tiempos estamos: ya es hora de despertar del sueño, porque ahora está más cerca de nosotros la salvación que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada y el día está cerca; por lo tanto, dejemos a un lado las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Comportémonos decentemente, como en pleno día; nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de peleas ni envidias; al contrario, revestíos de Jesucristo, el Señor, y no busquéis satisfacer los bajos instintos.
Las obras de las tinieblas son las acciones, los pensamientos y los deseos que son contrarios a la ley del amor de Dios. Pero quiero haceros notar una cosa, un particular, ¿por qué Pablo dijo: "dejemos a un lado las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz", y no "Hagamos las obras de la luz"? Porque aquí Pablo quiere evidenciar una grandísima enseñanza: nosotros podemos dejar las obras de las tinieblas y realizar las obras de la luz si utilizamos las armas que Dios nos pone a disposición. ¿Y cuáles son las armas que Dios nos pone a disposición? Su Palabra y los Sacramentos. Por tanto hay que ser fieles, obsequiosos, obedientes a la Palabra y dóciles y obedientes en aceptar los sacramentos y en beneficiarnos de la gracia sacramental que cada sacramento nos da. Esto dice Pablo, esta es la enseñanza de hoy y la sacudida y el último zarandeo nos lo da siempre Pablo: "Despertaos del sueño", no oís resonar las muchas cartas de Dios, las muchas solicitudes de ánimo de la Virgen, cuando dice: "Despertaos de este largo sueño", cuántas veces nos lo ha dicho. Eh ahí que esta es una confirmación ulterior de que las cartas de Dios, que la Virgen nos trae, contienen la Palabra de Dios pública y oficial, la Sagrada Escritura. La Palabra de Dios privada es igualmente Palabra Divina y, por tanto, importante y digna de ser aceptada.
Mirad, tenemos delante el programa del Adviento, a medida que aquellas velas se enciendan, a medida que aquellas velas disminuyan de altura, porque la cera se consumirá, a medida que disminuyan, nosotros tenemos que crecer; a medida que ellas se debiliten, nosotros tenemos que robustecernos, a medida que su luz descienda, nosotros tenemos que alzarnos. Esto es todo lo que tenemos que hacer, éste es el programa que os sugiero que respetéis y, en este punto, no os queda nada más que pronunciar vuestro "Sí". Tenéis que pronunciar vuestro "Sí" en dos momentos distintos de la Santa Misa. En el momento de la consagración y elevación del pan y del vino, que ya no son pan y vino, sino que, bajo la apariencia del pan y del vino, está presente Cristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad y, en el momento del abrazo, que no dirigimos nosotros a la Eucaristía, sino que es Jesús Eucaristía el que nos lo tiende a cada uno de nosotros. El que abraza es siempre la persona más importante, el Papa me ha abrazado, el Obispo me ha abrazado, el Presidente me ha abrazado, pero nosotros podemos decir, si queremos: "Cada día Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, Mesías y Salvador, Redentor y Maestro, me abraza", y ¿qué hemos de envidiar de los demás? Nada. Recordadlo y ponedlo en práctica.
Sea alabado Jesucristo.