Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 3 marzo 2007
I Lectura: Dt 26,16-19; Salmo 118; Evangelio: Mt 5,43-48
El micrófono estaba encendido y vosotros habéis oído: “Yo soy Dios Padre”, pero sabiendo que el mensaje estaba dirigido a Marisa y a mí, he tenido que apagarlo. Dios Padre nos está muy cercano en las situaciones duras, difíciles, sufridas que hoy estamos viviendo. Ha venido para autorizar a Marisa, que tiene problemas de digestión, a alimentarse de nuevo casi exclusivamente de la Eucaristía, añadiendo sólo el alimento ligero que pueda masticar y digerir. Demos gracias a Dios de esta intervención Suya efectuada justamente para ayudarla un poco en un momento extremadamente duro y pesado.
Os pido que recéis para que Marisa sea fuerte, porque la experiencia me enseña que, en situaciones donde la alimentación se basa principalmente en la Eucaristía, uno siente deseos y quiere comer también otras cosas y, por lo tanto, todo se vuelve más difícil. Podrá ser difícil también para nosotros los de la casa que comemos, mientras que ella se queda en la habitación, a pesar de que de este modo es una ayuda para resolver una situación que de otro modo sería difícil de llevar a cabo. Dios Padre reiteró de nuevo que los grandes (y creedme que no exagera) sufrimientos de Marisa son para los que sufren: los niños, los enfermos, los ancianos y los que sufren guerras sin tener culpa alguna.
La guerra causa destrucción y arruina no solo material, casas, edificios, escuelas y hospitales, sino que sobre todo destruye a las personas. De hecho, el hombre en la guerra, me viene esta expresión, se convierte en un animal y tal vez peor: la crueldad explota de manera violenta humanamente incomprensible, procurando sentimiento negativos: odio, rabia, rencor, resentimiento y venganza. Marisa tiene que sufrir por estos motivos, ya no por los sacerdotes y ministros de la Iglesia. Tendrá que rezar y sufrir por uno solo, y vosotros sabéis quién es, pero por los demás ya no tendrá que hacerlo; parece que también Dios se ha cansado. Hay muchos inocentes que están viviendo situaciones dramáticas, difíciles y pagan culpas de las que no son responsables. Entonces, Dios, en su bondad, unida a su justicia, pide a pocas personas, y sobre todo a Marisa, una inmolación total por estas realidades preocupantes. El mundo va hacia su total autodestrucción, Dios está tratando de detener el descenso hacia el abismo más profundo, triste y perturbador. La Iglesia está en manos de los mercenarios y la suciedad está ya en todas partes. Dios la limpiará y pedirá la colaboración de algunos hombres de buena voluntad: vosotros estáis entre estos, así que usad el sombrero de un operador ecológico, en un sentido espiritual y positivo. Está bien también desdramatizar un poco porque de otro modo no nos quedaría más que tirarnos por tierra y decir como el profeta Elías: “Ahora basta Señor, toma mi vida” (1Re 19,4). En cambio nosotros tenemos que mirar adelante; los cambios, por desgracia, llegan a través del sufrimiento, la inmolación y a través del abandono en lo que a Dios se refiere, que cuánto más alto y total, más cuesta.
Sí, rezad por los que sufren, pero os encomiendo, de modo particular, a Marisa; lo habéis hecho y lo estáis haciendo, pero yo solicito una vez más nuevas oraciones por ella. En el fondo su vida está privada de alegría, es un cordero que bala inmolado en el altar gimiendo por el sufrimiento y los golpes; por otra parte la Virgen con ella ha sido siempre extremadamente clara y sincera incluso hasta parecer quizás exagerada: “Tú serás feliz sólo en el Paraíso”. Es una misión dura, difícil, creedme, la más difícil de cuantas yo pueda conocer en toda la Historia de la Iglesia, que conozco bastante bien. No hay nadie entre los santos del pasado y del presente, (no puedo hablar del futuro, espero que ya no haya necesidad de tanto sufrimiento) que sufra o haya sufrido como ella. El drama es que todo este sufrimiento dura desde hace años, desde decenios, parece que no se acaba nunca. Cuando en el pasado parecía que se acababa, como una barquita que ha sido mandada de regreso a alta mar y allí, nuevamente, era necesario ponerse a remar contra corriente para acercarse a la meta: al Paraíso. Tenéis muchos motivos por los que rezar, la novena para la fiesta del sacerdocio no ha sido hecha y ahora pido el consuelo de vuestras oraciones también por mí. Conocéis las razones, tal vez no estéis al tanto de algunas situaciones, pero lo suficiente como para orar incluso por mí mismo. Eh ahí el motivo del consuelo. Cuando el sufrimiento es más fuerte, la lucha es más difícil y se consume más energía; cuando uno se da cuenta de que uno está al final y uno debe hacer un esfuerzo más, nos damos cuenta de que no estamos solos, entonces la esperanza y el coraje regresan.
Ofrezcamos esta S. Misa a Dios por todas las intenciones de las que os he hablado.