Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 3 septiembre 2006
XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (AÑO B)
I lectura: Dt 4,1-2.6-8; Sal. 14; II lectura: James 1,17-18.21-22.27; Evangelio: Mc 7,1-8.14-15.21-23
Haré una breve homilía, ya que, creedme, estoy haciendo un gran esfuerzo, si bien para mí, hablar es bastante fácil, pero el esfuerzo nace de motivos y factores fuera de la homilía misma.
En primer lugar, os pido un acto de caridad, respondiendo a las solicitudes de ayer de la Madre de la Eucaristía: ofreced esta santa Misa a Dios exclusivamente por el Obispo y la Vidente.
Nuestra misión es ciertamente la más dura, difícil y ardua y por esto tenemos más necesidad de ser ayudados, sostenidos e incluso aliviados, en la medida de lo posible, de alguna obligación y de algún problema. El año que acaba de pasar ha sido difícil, también para vosotros, porque os ha faltado la presencia continua del pastor. He tratado de estar presente pero, por desgracia, las situaciones contingentes me lo han impedido. Recuerdo que se lo había prometido también a la Virgen en un coloquio, ella lo había aplaudido y aprobado, pero a causa de situaciones particulares y de cambios que se han realizado, no he podido atender a cuanto he prometido, más que durante un breve período de tiempo, después, por desgracia, he sido absorbido en otro lado.
Todo parte de Dios y ciertamente también esto. El Señor no puede pedir a nadie lo imposible, por tanto ni siquiera a nosotros. Pero es lógico que si por una parte Dios promete ayudarnos, por la otra tenéis que ser vosotros que, con la oración, recordéis a Dios el compromiso que he tomado. “Ayuda a estos pobres” ha sido también la oración con la que a menudo la Virgen y la abuela Yolanda se han dirigido a Dios, postrándose ante Él; “Dios ayuda a estos pobres hijos”, así decían llenas de amor, de solicitud y de compasión. Tú misma, Marisa, a menudo has asistido a escenas en las que estas dos criaturas, porque también la Virgen es una criatura, por muy elevada que pueda estar, postradas delante de Dios, le suplicaban por nosotros. Por ahora nos encontramos más o menos en la misma situación, quizás peor humanamente hablando, ya que estamos como envueltos en la niebla y ha desaparecido el panorama que para nosotros era claro. Seguimos adelante a trompicones, tocando, buscando, porque parece que esta niebla será derribada solo por la presencia exclusiva de la Eucaristía. El sol vendrá y se llevará lejos la niebla y entonces veremos el camino que hemos recorrido, el camino hecho, los objetivos que hemos alcanzado, el programa realizado. Por ahora, creedme, al menos yo me siento en esta situación y creo que también tú, Marisa; tantas preguntas sin respuestas, tantas súplicas no escuchadas, el continuo estribillo escuchado a menudo: “Dios sabe lo que hace, fiaros de Dios, confiaos a Dios”. Yo puedo decir, y aquí está presente también la Virgen que puede atestiguarlo, que en treinta y cinco años siempre hemos sido obedientes y dóciles. Todavía se nos dice: “Sed fieles a Dios”, cuando siempre lo hemos sido. Querida Virgen, perdona si te lo digo, pero lo hemos hecho incluso exponiéndonos a situaciones muy fuertes. Probablemente ni siquiera tú, querida Madre, puedes conocer todos los designios de Dios, al menos esto pienso yo. Muchas veces siento que estás cerca de nosotros, que estás de nuestra parte, pero ante la voluntad divina, cada criatura se detiene, inclina la cabeza y pronuncia su "Fiat". Tú lo pronunciaste el día de la Anunciación, lo pronunciaste en el momento de tu concepción, en los años de infancia, en los años de adolescencia, lo dijiste cuando Jesús empezó la Pasión, cuando estaba en cruz y cuando ascendió al Cielo. Has enriquecido tu vida con un Fiat mucho más generoso que el mío, porque tú, llena de gracia, has podido reaccionar de la mejor manera: de hecho teniendo más gracia, has podido tomar decisiones difíciles, imposibles y humanamente inalcanzables. Sin embargo nosotros tenemos necesidad de vuestra ayuda (el Obispo se dirige a la Comunidad, ndr).
Recordaréis ciertamente la frase que hizo época en su tiempo, y después, poco a poco, olvidada: “Volad al contacto de las alas”. Probablemente se han perdido un poco los contactos porque, en lugar de ser una única escuadra, a veces, he visto despuntar en el cielo algunos grupitos, tres o cuatro por una parte, dos o tres por otra, cuatro o cinco de otra. Tratad de reformar la escuadra, de estar verdaderamente en contacto, no seáis extraños los unos con los otros. Algunos de entre vosotros no se conocen aunque desde hace bastante tiempo frecuentan este lugar o tienen un conocimiento superficial el uno del otro. Tratad de abriros, tratad de daros a conocer porque sólo así podréis ser ayudados de la mejor manera y conservar dentro de vosotros la gracia.
Cuantas veces, sobre todo al inicio, la Virgen hablaba de la llamada oración del corazón y yo os he explicado que no tiene nada que ver con las emociones, ni con los sentimientos, como por desgracia se ha presentado en otras partes. Se trata, más bien, de la oración de la que habla Jesús en el Evangelio: cuando un corazón es bueno, cuando contiene la gracia, cuando contiene el amor de Dios, entonces del corazón sale todo lo que es bueno; si, por desgracia, le falta la gracia, si Dios no está presente en nuestro corazón, en lugar de pensamientos buenos salen impulsos y pensamientos hacia el mal. El secreto para hacer el bien es estar unidos a Dios. En el momento en que esta unión con Dios se debilita o, peor aún, se quiebra, busca amar sorpresas y derrotas fuertes. Nosotros queremos vencer y quisiera que también vosotros esperaseis que la victoria esta cerca; pero es necesario estar dispuestos y unidos a Cristo, cabeza supremo. Si estamos cercanos a Él, si estamos unidos entre nosotros, nos convertimos en la famosa falange macedonia que va adelante y derrota a todos los enemigos y los adversarios.
Sea alabado Jesucristo.