Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 3 diciembre 2007

Primera lectura: Is 2,1-5; Salmo responsorial: Sal 121; Evangelio: Mt 8,5-11

5° día de la novena para el 8 diciembre

Quizás a alguno de vosotros no se le ha escapado el hecho de que el 11 de febrero del próximo año se celebrarán los 150 años de las apariciones de la Virgen en Lourdes. Para los hombres, pero sobre todo para el Señor, es un aniversario particularmente importante. Si volvéis a leer las cartas de Dios os daréis cuenta de cómo, incluso en ocasiones menos importantes, la Virgen, en nombre de Dios, ha dado siempre una relevancia particular a la celebración que estábamos oficiando. A veces eso que ha ocurrido durante los aniversarios importantes, como el primer milagro eucarístico o el milagro eucarístico ocurrido en mis manos o incluso para los demás milagros eucarísticos con efusión de sangre. Eso significa que Dios tiene en cuenta todas sus intervenciones y las protege y considera con respeto. Estoy convencido de que él quiere que también nosotros, criaturas suyas, nos pongamos en su misma longitud de onda. Cuando se repiten aniversarios importantes y durante la celebración de las grandes fiestas, como nos ha enseñado la Madre de la Eucaristía, hay que tener una participación interior sentida. Es importante cuidar también los aspectos exteriores, como la preparación de los ritos, de las vestimentas particulares, de los vasos sagrados más solemnes, los adornos, las flores, los tapetes, pero si no se participa con el corazón y de manera recogida, estas fiestas no sirven para nada. He ahí porque muchas veces, durante las fiestas importantes, como la de San Pedro y San Pablo, de la canonización de Padre Pío de Pietralcina y en otras ocasiones, la Virgen y Jesús han dicho que no estaban en los lugares en donde se hacían las grandes celebraciones, sino aquí, en este pequeño lugar taumatúrgico. Esto significa que Dios, en Su actuar, no tiene necesidad de rodearse de personas que están calificadas según la lógica humana.

Yo no puedo examinar y hablar de todas las diferentes apariciones, al menos de las reconocidas por la autoridad eclesiástica, porque tampoco soy un encargado de los trabajos. Vosotros sabéis cuál es mi estilo y que me dedico exclusivamente, con sentido de responsabilidad, a las apariciones de la Madre de la Eucaristía. Por tano he leído, me he interesado, he visto los servicios televisivos inherentes a otras apariciones y puedo decir que hay un denominador común: Dios no tiene necesidad de los hombres y, si los escoge, lo hace siempre entre los más sencillos. De hecho los que escoge son niños, como el indio Diego, en Guadalupe, al que se le apareció la Virgen de Guadalupe, o la misma Marisa, por lo que se refiere a estas apariciones que han sido definidas por Dios, y vuelvo a repetir que es el único juicio que me interesa, las más importantes en la historia de la Iglesia. ¿No creéis que todo está bien encajado en la celebración "del Año de la Humildad" que empezará el 8 de Diciembre?

A mí me parece que Dios está preparando el camino de manera que los hombres, empezando por nosotros, estén más atentos y más preparados para sentir y percibir sus intervenciones con una cierta anticipación. Incluso la expresión que está contendía en Isaías, en el Antiguo Testamento, "despertaos del sueño", que a nuestra comunidad se le ha repetido muchas veces, tiene esta finalidad. Despertarse del sueño significa que nosotros tenemos que darnos cuenta, de manera consciente y responsable, de las intervenciones de Dios. No tenemos que estar allí simplemente a contar cuántas apariciones hay, cuántos los milagros eucarísticos, cuántos los de efusión de sangre y así sucesivamente, sino que Dios nos pide que recordemos estos acontecimientos sin faltar al respeto a la Eucaristía. Vosotros sabéis cuánto amo a la Eucaristía, porque sé con certeza que representa la actualización del sacrificio, de la muerte y de la resurrección y es presencia real de Cristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. En la Eucaristía está presente la Trinidad. Por lo tanto, sin querer faltar mínimamente de respeto a la Eucaristía haciendo esta comparación, no puedo dejar de haceros notar que al término de la consagración se pronuncia la frase: "Haced esto en memoria mía". Y con esto quiero decir que también las apariciones y los milagros eucarísticos son obras de Dios y no se han de olvidar, sino recordar cada año.

¿Recodáis cuando os dije: "Hagamos memoria de todo lo que os digo ahora"? Por tanto "haced esto en memoria mía", por lo que se refiere a la Eucaristía, significa preservar la memoria por estas obras de Dios, porque es siempre la misma Persona Divina la que actúa. Y lo que ocurrió hace dos mil años se hace presente en nuestros días, en cada día de nuestra vida y continúa su eficacia, porque la acción es divina y empezó en el Gólgota y se renueva, se repite en cada rincón de la Tierra, incluso en una cabaña modesta o incluso en una cárcel. Por otra parte, y esto es muy hermoso, ¿cuántos sacerdotes y obispos, encarcelados por varios regímenes, han podido tener granos secos de uva y trocitos de pan microscópico, que guardaban celosamente y con esta miseria eran capaces de celebrar la Eucaristía? Memoria no significa recuerdo, para nosotros significa presencia, actualización y lo mismo tiene que ocurrir para estas obras de Dios. Dios no quiera que la memoria palidezca por estos acontecimientos. Vosotros, los más jóvenes, y vuestros hijos e hijas de vuestros hijos y así sucesivamente tenéis que mantener esta memoria.

No tiene importancia si, cuando Dios lo ha realizado había pocas, sencillas y humildes personas, porque las apariciones de Guadalupe, por ejemplo, han tenido una eficacia y un poder espiritual, cuyos beneficios se han esparcido por toda América latina. Si América no cayó a merced de la herejía y del cisma protestante, se debe justamente a las apariciones de la Virgen a este sencillo, modesto y humilde indio. Y si en Europa el positivismo, el materialismo y el ateísmo no se han convertido en fenómenos de masa, se debe a las apariciones de la Virgen en Lourdes y en Fátima. Si la Iglesia renacerá poderosa ante Dios, fuerte, limpia y honesta, se deberá a estos milagros eucarísticos, a estas apariciones.

Los sujetos son siempre los mismos: los pequeños, lo humildes. Estas humildes personas no habrían pasado nunca a la historia sin la intervención de Dios. ¿Quién habría recordado a un indio, a Bernardette, a los pastorcillos de Fátima, a la misma Marisa o, por añadidura al que habla? Si no hubiésemos sido, cada uno de nosotros, destinatarios de las obras y de las intervenciones de Dios, y me he puesto también yo con humildad y con conciencia, nadie habría podido pensar, imaginar o fantasear que Dios habría ordenado obispo a una criatura. Tanto es así que los obispos, que a veces crean las camarillas y grupos cerrados, dijeron: "Sólo nosotros podemos consagrar a otros obispo y nadie más. ¿Dios ha consagrado obispo a un sacerdote? No es posible". Los teólogos de esta manera blasfeman. ¿No se dan cuenta de que ofenden a Dios? ¿No se dan cuenta de que faltan de respeto a Dios? Lo mismo han hecho los exorcistas, incluso los más famosos. El más famoso de Italia, y Claudia sabe algo sobre ello, ha blasfemado contra este don de Dios.

Los soberbios deberían escuchar a los pequeños y no lo hacen. Jesús en el templo, se impuso a los doctores de la ley porque era omnisciente. Estas humildes criaturas de las que os he hablado y a las cuales se les aparecía la Virgen, han sido maltratadas, ofendidas y no han sido creídas. ¿Por qué nosotros tenemos que creer lo que ha dicho Bertone, que dice haber hablado con Sor Lucía? Por qué, en cambio, Bertone no debería creer lo que afirmo yo o lo que dice Marisa? Pero ¿dónde está la verdad de los hechos? ¿Tenemos que creerle a él porque lleva una faja roja? ¿Tenemos que creerle porque tiene un solideo rojo? ¿Estamos obligados a creerle porque tiene el cargo más importante, después del Papa, en la Iglesia? ¿Cuál es la razón por la que deberíamos creer en él? Nos olvidemos que, cuando Dios quiere manifestarse, lo hace de las maneras más sorprendentes. Recordad el asno de Balaam, que habló al profeta, recordad lo que dijo Jesús durante su entrada en Jerusalén, cuando los niños le gritaban hosanna: "Maestro, di a estos niños que se callen". Dios lo puede hacer todo.

Hay que hacer todavía otra consideración: el Señor, cuando interviene, escoge siempre la manera más sencilla, porque es lo que más trastorna. Cuando los tres pastorcillos, Bernadette, San Pedro y Marisa, se han encontrado ante la autoridad eclesiástica, estas personas, que pertenecen a naciones diferentes y han vivido en tiempo diferentes, han manifestado el mismo estilo. No somos nosotros los que hemos de juzgar, sino Dios. Tú, sacerdote, teólogo, exegeta, obispo, cardenal o incluso Papa, no puedes juzgar las obras de Dios, porque querría decir que juzgas a Dios. Solamente tienes que reflexionar, examinar y, si al final tu intelecto se rinde, sólo te tienes que arrodillar y decir: "Dios mío, te doy gracias" y repetir las palabras de Jesús: "Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los pequeños, a los humildes y las has tenido escondidas a los soberbios y a los orgullosos". El Evangelio lo olvidamos muy fácilmente, pero ¿nosotros sacerdotes y obispos no tenemos que predicar el Evangelio? Si Jesús ha dicho esto, ¿quién eres tú para tener dificultades o incluso repugnancia en conocer la verdad a través de una persona pequeña y humilde? La verdad tiene siempre a Dios como fuente y como origen. Santo Tomás, el más grande teólogo de toda la iglesia eclesiástica, ha hecho una afirmación que ha sido olvidada por estos: "La verdad, incluso si viene del demonio, viene siempre y tiene siempre como origen a Dios" Y entonces, si esto es verdad, yo miembro de la jerarquía eclesiástica, investido de la autoridad episcopal, no me tengo que poner en el trono y juzgar con desapego, arrogancia y orgullo.

El Año de la Humildad, en los diseños de Dios y por su voluntad, no hace referencia sólo a nosotros, sino a toda la Iglesia. Mira por donde ha sido publicada la encíclica sobre la esperanza y es justo ésta la que nos lleva hacia la humildad, porque esperar en Dios significa aceptarlo y, como consecuencia, sólo los que esperan ciegamente serán capaces de reconocer a Dios, Su actuar y Su querer. Cuidado con cometer actos de orgullo. Delante de Dios las personas que están en gracia son las más importantes. Recordad que Dios no considera a los hombres según las categorías humanas, sino que los distingue según la presencia y la cantidad de gracia en ellas. De hecho, la persona que más ama Dios es la Virgen que por el ángel ha sido definida "llena de Gracia". Nosotros no hacemos otra cosa que estar pegados al Evangelio, no nos alejamos ni una coma del Evangelio. Por tanto la persona más importante para Dios es aquella que, en Su nombre, el ángel ha presentado como "llena de gracia". Después de ella, Juan Bautista ha sido definido por Dios el más grande los hijos nacidos de mujer. Cuando el precursor estaba todavía en el seno de Elisabeth, estaba ya santificado por la gracia, un don particular, pero importante. De hecho Juan el Bautista no es importante porque es el precursor de Jesús, sino porque ha sido dócil a la gracia y la gracia ha entrado en su corazón de manera abundante. También en este caso los que entienden de teología habrían podido decir: "Pero si Jesús no había redimido a los hombres, ¿Cómo es que la gracia está en él?". Pero ¿creéis que Dios abre el calendario y se pone a colocar los días según el tiempo de los hombres? Él tiene su propio calendario.

Ahora volvamos a hablar de la Inmaculada Concepción. María está exenta de pecado original, está llena de gracia y tiene todas las virtudes dentro de ella, teologales, sobrenaturales y preternaturales, porque le han sido aplicadas anticipadamente, según nuestro reloj, los méritos de la redención. La eucaristía, que es la actualización de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, ha sido celebrada antes de la redención. El tiempo no puede ser un obstáculo para Dios, de hecho el gran teólogo diría: "Para Dios no existe pasado y futuro, es todo presente". Yo no sé si también este año la Virgen nos hará don, a través de la experiencia de Marisa, de venir en medio de nosotros con el vientre materno bastante pronunciado y visible. A varios santos, puedo citar a San Antonio de Padua, ¿quién se le aparecía? ¿No se le aparecía el Niño Jesús? Os estoy diciendo esto para convenceros, aunque no es necesario, de que para Dios nada es imposible. ¿Cómo sucederá esto? El ángel le ha dicho a la Virgen y lo ha dicho por nosotros, porque ella ya lo sabía todo, "el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, Aquél que nacerá de ti será santo y llamado Hijo de Dios, le pondrás el nombre de Jesús". Espero haberos avivado un poco el corazón. La vida es bastante aburrida, triste, a veces melancólica, así que os doy mis reflexiones. Conservadlas y haced como hacía la Virgen, como lo ha descrito Lucas muy bien en su Evangelio, que conservaba todas esas cosas meditándolas en su corazón. Vosotros y los otros miembros de esta comunidad y los que conocen estos grandes dones de Dios y que viven en todo el mundo, pensad en estas obras de Dios, recordad los 185 milagros eucarísticos, aquellos con efusión de sangre, recordad las múltiples veces, y siempre con modalidades diferentes, a través de las cuales hemos tenido el don de la Eucaristía de Jesús y de la Virgen, de los ángeles y de los santos. Haced memoria de todo esto, conservadlo en vuestro corazón y transmitidlo a los otros. Sí, yo creo poder decir que he sido un instrumento, para que esta memoria se mantenga fresca. Todas las diferentes presentaciones de los libros que recogen las cartas de Dios tienen la finalidad de recordar lo que Dios ha hecho, porque pasarán los decenios, los siglos, pero también en el tres mil se tendrán que recordar estas obras de Dios. Termino mi homilía invitándoos a pensar en esta realidad. He hablado del tres mil y nosotros por aquella fecha estaremos en el Paraíso desde centenares de años. La Virgen ha dicho que quien le sea fiel, que acoja las cartas de Dios, el que ame a Dios y al prójimo, tendrá su visita en el momento de la muerte y será acompañado por ella al Paraíso. En el tres mil estaremos todos en el Paraíso. Pensad también en esto y entonces estaréis más dispuestos y comprometidos a reír. El Paraíso nos lo tenemos que merecer haciendo el bien, quien tenga que planchar, que planche bien, quien tenga que trabajar, que trabaje bien, quien sea médico, que lo haga bien y así sucesivamente. Me gustaría concluir diciendo que los celos y la envidia son feos, pero que hay un caso en el que se puede ser, aunque parezca un contra sentido, santamente celoso o, mejor santamente envidioso. Tenemos que ser celosos en el compararse con el primero de nosotros que alzará el vuelo al Paraíso. ¿Quién será? No lo sé. Habría querido deciros que quien os habla, pero sé que esta no es la voluntad de Dios. Seguramente será alguno y nosotros tenemos ya en el Paraíso a muchos miembros de nuestra comunidad y de nuestras familias que nos han precedido y que están rezando por nosotros. Pero ¿no tenéis deseos de estar con ellos, de cantar y de alabar a Dios? Pues entonces, ea, recemos, como decimos en la oración a Jesús Dulce Maestro, por "la nostalgia del Paraíso" y que Dios esté siempre presente en cada uno de nosotros.