Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 4 marzo 2007
II DOMINGO DE CUARESMA (AÑO C)
I Lectura Gen 15,5-12.17-18, Sal 26, II lectura Fil 3,17- 4,1 Evangelio Lc 9,28-36
Hoy, os habéis dado cuenta de que no ha habido ni la aparición ni el mensaje, porque Marisa se encuentra en una situación particular de cansancio. Está agotada porque esta noche hemos vivido, en nuestro pequeño camino, sufrimientos, dolores, soledad y sentido de abandono semejante a los de Getsemaní. Necesitamos probar estas experiencias para comprender su realidad devastadora y creedme he hecho un esfuerzo enorme para estar aquí, pero lo he hecho por vosotros. Haceros marchar sin la S. Misa no habría sido bonito, el pastor tiene que ser capaz de inmolarse hasta el final. Me he dicho: “Voy a celebrar la S. Misa a mis hermanos, pero ¿tendré la fuerza para hablar?” Es reconfortante para mí leer en el Evangelio el episodio en el que los apóstoles, aunque oprimidos por el sueño, permanecieron despiertos; bien, también esta experiencia la hemos vivido. Creedme, hemos vivido muchas noches en blanco, pero es el modo en el que se viven ciertas noches que después dejan huella.
En aquellos momentos ciertamente Dios Padre, la Virgen y la abuela Yolanda estaban cerca de nosotros, pero no se manifestaron. Jesús en Getsemaní gritaba de manera dramática: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, y su experiencia y la nuestra son semejantes. Si Dios Hijo pronuncia estas palabras dirigido al Padre en el momento más dramático de su existencia, las pueden decir también los hijos que están viviendo una prueba dramática y atroz que continúa ya desde hace diversos años y parece no acabar nunca y todo esto provoca ulterior cansancio.
Pero Jesús, de aquella dolorosa experiencia, se levantó y afrontó la Pasión. Subió al calvario y, no encuentro un verbo más significativo pero creo que es el más idóneo, ascendió a la cruz. Nosotros cuando meditamos la Ascensión de Jesús al Cielo después de la resurrección, estamos habituados a verlo glorioso y triunfante. Pero hoy, querría que vuestra atención se detuviera sobre otra ascensión, precisamente la de la cruz.
Cristo ha ascendido a la cruz porque Él mismo dijo: “Y Yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraerá hacia mí” (Jn 12, 32), por tanto también la cruz es una verdadera y propia ascensión, porque de esta inmolación cruenta salen y derivan todas las otras ascensiones, también las nuestras. De hecho, nosotros ascendemos y nos elevamos al amor de Dios durante la vida terrena y en la gloria del Paraíso después de la muerte, justamente porque Cristo ha ascendido a la cruz.
Nunca antes había pensado en este concepto: ascender a la cruz. Esta ascensión es dolorosa, pero eficaz, propicia y fértil por lo que si yo, a pesar de todo, estoy aquí hablándoos y vosotros me estáis escuchando, esto se debe a la ascensión de Jesús a la cruz. Ved, este es el significado de la expresión “ascender a la cruz”, es una experiencia de vida. Durante este período de cuaresma reflexionemos sobre este nuevo concepto, será el mejor modo para vivir lo que introdujimos hace años: “la cuaresma eucarística”. Os he dicho que esta última idea ha entrado en la Iglesia, porque escucho el eco de esta expresión de una parroquia a otra, de una diócesis a otra y, como ya os he dicho, incluso en las palabras de aquél que actualmente ocupa el lugar más alto de la Iglesia.
Gracias a esta expresión “cuaresma eucarística”, se agiganta y encuentra nueva vida la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, realidades presentes en la Eucaristía. Creedme, la Eucaristía da la fuerza, de hecho esta noche he hecho la comunión dos veces porque tenía necesidad, tenía que sacar fuerza de Aquél que podía dármela; me parecía que se hubiera escondido y yo no me había dado cuenta que sin embargo estaba a nuestro lado, así Marisa y yo nos hemos alimentado de la Eucaristía y, en la medida de lo humanamente posible, hemos continuado la noche esperando que llegase pronto el alba para poner la palabra fin a todo este sufrimiento. Por tanto si estoy aquí delante de vosotros y os estoy hablando, es gracia a Jesús Eucaristía que me ha dado la fuerza. Han resonado en mí algunas palabras maravillosas que hace años, como sabéis, Jesús en persona me dijo: “Cuando estés en la prueba, cuando estés en el sufrimiento, pégate al sagrario, aliméntate de Mi Eucaristía y encontrarás todavía la fuerza para seguir adelante”. Después de ciertos duros golpes, después de algunas dolorosas experiencias, si no está presente la fuerza y la gracia que viene de Dios, creedme, no es posible volver a levantarse, como hizo Cristo en Getsemaní para continuar Su pasión. Sin Cristo nosotros nos podemos hacer ni siquiera un paso, pero con Su ayuda, con Su gracia todo es posible, incluso si nos quejamos, porque un desahogo humano es legítimo, incluso con lágrimas porque son experiencias que han hecho todos, incluido San Pablo.
Como hemos leído hoy en la carta a los Filipenses: “Hermanos, seguid mi ejemplo y observad a los que se conducen conforme al modelo que tenéis en mí. Pues hay muchos entre vosotros, de quienes muchas veces os dije, y ahora tengo que repetirlo con lágrimas en los ojos, que son enemigos de la cruz de Cristo”. (Fil. 3, 17,18). Él, de hecho, habla de sí mismo con las lágrimas en los ojos; vosotros estáis habituados a ver a Pablo como una persona fuerte, aplastante, valiente, pero también es una persona llena de sensibilidad y que sabe expresar su emoción y conmoción.
La semana que está a punto de empezar es muy importante: ha hablado de ello Dios Padre y la Virgen así pues tratemos de estar a la altura de la importancia de esta semana, que será bajo la bandera de Getsemaní y esperemos que domingo próximo sea bajo la bandera de la transfiguración, es decir, del cambio que puede ser obrado solamente por Dios.
Cristo todavía nos da otro grandioso ejemplo: oraba y durante su oración ocurrió la transfiguración y por tanto también para nosotros tiene que valer la misma ley: es en la oración que nos transformamos y de débiles nos tenemos que sentir fuertes, de desanimados tenemos que sentirnos confiados, de derrotados nos tenemos que sentir vencedores. De hecho, la ayuda de Dios se asimila en la oración y experimentamos Su amor y sobre todo Su poder.
Recordad, sin oración no hay camino espiritual; recordad la famosa oración de las huellas en la arena, esta mañana la he recitado junto a Marisa: miremos las huellas que Jesús deja en la arena a medida que avanza, el alma sigue y sigue sus pasos. Pero desde un cierto punto, ya no son visibles las huellas del alma, sino solamente las de Jesús, ¿por qué esto? Eh ahí la respuesta: “Porque te he cogido en brazos, por tanto ya no ves tus huellas, porque soy Yo el que te acompaña hacia adelante teniéndote en brazos”.
Esto es lo que hoy mi corazón os ha dicho con sencillez y franqueza, son conceptos igualmente valiosos, porque son el resultado de una experiencia vivida intensamente.
Sea alabado Jesucristo.