Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 4 noviembre 2007
I lectura: Sab 11,22-12,2; Sal 144; II lectura: 2Ts 1,11-2,2; Evangelio: Lc 19,1-10.
Os he hecho notar muchas veces que cada fragmento del Nuevo Testamento, tanto si está tomado de los Evangelios como de otros libros, cuando se lee y se medita no está dirigido exclusivamente a una categoría o a algunas personas, sino que el mismo fragmento puede estar dirigido a todas las categorías y al mismo tiempo puede ser aplicado de manera precisa y detallada a cada uno. El fragmento extraído de la segunda lectura de San Pablo apóstol a los Tesalonicenses, puede ser tomado como punto de partida y de meditación si se aplica a las almas consagradas, a los sacerdotes, a los obispos, a los jóvenes; esto porque la Palabra de Dios es fértil y de ella salen todos los discursos y las diferentes reflexiones. Nadie puede decir: "Yo soy obispo, este fragmento no se refiere a mí"; la Palabra de Dios es infinita, por lo tanto comprende a todos los hombres de todas las categorías, razas o culturas. Me gustaría que esta consideración mía estuviese clara, sobre todo porque es quizás la demostración más hermosa de todo lo que está contenido en la escritura, en el Antiguo Testamento y en particular en los Evangelios, son palabras que provienen de Dios. Sólo Dios, cuando habla, puede dirigirse simultáneamente a todos los hombres mientras que nosotros somos limitados. Si tengo que hablar a los chicos es lógico que tenga que usar temas, expresiones, palabras y conceptos adaptados a ellos; si tengo que hablar sólo a las mujeres tendré que usar un lenguaje que se adapte mejor a ellas, en cambio las palabras de Jesús pueden ser perfectamente insertado en el corazón y en la mente de cada hombre, de cada ser humano. Esta es la prueba que aquellas palabras pronunciadas son palabras de Dios, por esto me gustaría que todo se recondujera a Su Palabra. Yo todavía no soy capaz de comprender y mucho menos de aceptar cuando los hombres persisten en tratar la palabra humana antes que la divina. Los doctores de la Iglesia son importantes, como también los padres de la Iglesia, los exegetas, los teólogos y los filósofos, pero no sirve de nada comentar y explicar la palabra del hombre, si, por el contrario no se explica la Palabra de Dios; ved porqué hemos de volver a predicarla de manera exclusiva. Pablo dice lo mismo: "Yo predico a Cristo y Cristo crucificado"; él no predica a un determinado teólogo o filósofo, sino que sólo predica a Cristo. Todavía hoy veis como en las homilías, en los discursos y en los libros raramente está presente la Palabra de Dios mientras que sin embargo abundan las palabras humanas. Nosotros no queremos esto y puedo anticipar que ésta será una de las novedades presentes en la nueva Iglesia. Sólo de esta manera se garantiza la fidelidad a la doctrina porque cuando Cristo habla, cuando Dios habla a los hombres no provoca aburrimiento; sin embargo, cuando escucho ciertas disertaciones donde hay la manifestación de un orgullo intelectual prepotente, a mí me provoca fastidio, incluso si los que hablan pertenecen a la susodicha categoría de los intelectuales. Dicho esto, procedamos con la explicación de los conceptos y apliquemos lo dicho hasta ahora.
Hermanos, pedimos sin cesar por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de vuestra vocación y que con su poder lleve a término todos vuestros buenos deseos y la obra de vuestra fe; para que sea glorificado el nombre de Jesús nuestro Señor en vosotros y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo. Ahora os rogamos, hermanos, respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, que no os dejéis tan fácilmente impresionar, ni os alarméis por supuestas revelaciones, palabras o cartas que os induzcan a pensar que el día del Señor es inminente, por más que os digan que son nuestras.
Pablo, en el fragmento leído, se dirige a los Tesalonicenses; es una de las Iglesias que ha fundado y de la que es responsable, pero yo podría decir del mismo modo que San Pablo se dirige al Papa, a los obispos, a los cardenales, a todos los hombres, a las mujeres, a los jóvenes y lo que dice se adapta perfectamente a todos porque las personas lo entienden: es este el modo en el que debería hablar cada sacerdote y cada obispo. Nosotros estamos más preocupados en dar una buena impresión ante la asamblea antes que preocuparnos si lo que decimos entra en vuestros corazones. Hay orgullo intelectual para lograr el interés de las personas que citan frases de efecto, sobre todo porque hoy en día es muy fácil de hacer, gracias a Internet se puede encontrar mucho y desarrollar fácilmente incluso una encíclica. Si habéis estado atentos a mis homilía, a las catequesis y a los encuentros bíblicos, os habréis dado cuenta que hago poquísimas citaciones humanas, no porque no las conozca, sino porque las considero superfluas. Cristo se explica por Cristo y no por los intelectuales. Esta actitud estaba bien para las personas a las que se dirigía antes, pero hoy, con todo el respeto, los escritos de hace siglos dejémoslos estudiar en la universidad eclesiástica y a las personas démosle la Palabra de Dios. El pastor, antes de hablar a sus fieles, tiene que ponerse en un estado de escucha a Dios; se tiene que sumergir en la lectura de la Palabra y dirigirse a Dios pidiendo: "Dios mío, ¿Qué tengo que decir a tus hijos, a mis hermanos para que puedan cambiar?", por esto Pablo dice: "Pedimos sin cesar por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de vuestra vocación" (2Ts 1, 11). Todo hombre es llamado por Dios, cada hombre tiene su vocación, no existe sólo la del sacerdote o religiosa, sino que todo hombre es llamado. Existe el llamado a formar una familia, a consagrarse a Dios, a ejercer una profesión. Dios nos indica el objetivo que tenemos que alcanzar pero en el momento en el que nos encaminamos pueden surgir dificultades y es por eso que Pablo nos anima a seguir adelante con altibajos e incluso si a veces nos paralizamos más, si queremos, será Dios el que trabajará, se fatigará por nosotros para que lleguemos a ser una buena madre o un buen padre de familia, un buen sacerdote, un buen obispo, un buen Papa, un buen profesional o un buen jefe de gobierno. Si no hay la ayuda de Dios no podemos llegar a realizar lo que Él nos ha llamado a hacer; aunque se trate de cosas poco comprometidas que exponen a pequeñas responsabilidades, todo puede ser alcanzado con la gracia y con la ayuda de Dios porque Dios es insustituible. Alguno podría pensar que es suficiente la propia inteligencia, el compromiso y la voluntad pero no es así. ¿Cuántas veces, y ahora me dirijo a las madres, os habéis desalentado en vuestro papel, y es un compromiso natural, inherente a la naturaleza humana? Cuántos padres han resoplado, han llegado a la exasperación, han tenido incluso comportamientos muy discutibles porque estaban cansados no siendo capaces de llevar adelante su tarea; estas madres y estos padres y a veces también los sacerdotes, sin embargo habrían podido vivir mejor su vocación con la ayuda y la gracia de Dios. No es verdad que es suficiente la inteligencia y la voluntad en la vida, porque si fuese verdad, entonces sería incomprensible que grandes artistas, literatos y personajes famosos que parecían tenerlo todo, se hayan quitado la vida. Estos no han vivido la llamada de Dios como debía ser vivida. "Que Dios os haga dignos de Su llamada", todo lo que os he dicho es con esta expresión: " y lleve a término, con Su poder, todos vuestros buenos deseos". En nosotros, e insisto también el deseo del bien, querer convertirse en santo, querer convertirse en un buen profesional, formar una familia y tener hijos, son todo cosas hermosas, pero la ayuda para que todo llegue a cumplimiento sólo lo puede dar Dios. Tenemos necesidad de Dios, no es él el que necesita de nosotros. Pero no tenéis que pensar que no valemos nada; más bien, valemos muchísimo, tanto delante de Dios que él mismo se preocupa de darnos la ayuda, yo os amo, os quiero, os ayudo porque sé que sin la ayuda de Dios no habríais llegado donde estáis ahora; yo mismo no habría sido capaz de vivir esta vocación mía tan grande, importante y pesada al mismo tiempo si no hubiese tenido Su ayuda y la Eucaristía. Jesús mismo me ha dicho: "Cuando estás angustiado, cansado o estás abatido pégate a la Eucaristía y Yo te daré la fuerza de continuar tu misión". Cada padre, cada madre, puede tomar ejemplo de esta indicación que vale también para ellos. Cuantas personas hoy están tristes, se arrastran, ya no tienen ideales porque les falta la fuerza interior que sólo da Dios y que permite llevar a término lo que se ha de hacer. "Con su poder lleve a término todos vuestros buenos deseos y la obra de vuestra fe", se entiende el compromiso en la dimensión natural y sobrenatural. Los Santos canonizados fueron juzgados y luego sus imágenes se han colocado en los tapices en S. Pedro. Los Santos son las personas más trabajadoras, más activas y más dinámicas aunque hayan elegido el camino de la inmolación, del silencio y de la oración, porque también en la vida enclaustrada se trabaja mucho. El fundador de los monjes, San Benito, que invocaba y que llevaba una vida de oración, de recogimiento y alabanza a Dios desde el alba hasta el final de la jornada, decía: "Ora, es decir reza, pero añadía "Et labora", por lo tanto el compromiso tiene que estar, pero precedido de la oración, para ir al encuentro de Dios porque da la fuerza. Si yo no tuviera cada día la ayuda y la fuerza que me viene de Dios, no podría llegar a la noche y en los momentos dramáticos y tremendos en los que la fatiga y el cansancio aumentan; el Señor ha puesto a mi lado permanentemente a la Virgen, a San José y a veces también a la abuela Yolanda para llevar adelante esta misión que, sin Su ayuda, no habría podido continuar. Esta es la prueba más grande que indica que hemos sido llamados realmente por Dios, que Él ha trabajado en este lugar, de otra manera ninguna persona habría podido resistir más de treinta y seis años de esta vida y en este camino. Es inútil decir de mí: "Pero tiene fuerza, tiene carácter, es robusto"; treinta y seis años de vida transcurridos de este modo no habrían sido soportables y cuando el domingo pasado comparé las vicisitudes de San Pablo y la lista de nuestros problemas, creedme, he pensado que nuestra lista era más larga. Yo os hablo con el corazón y os digo que realizar la vocación y llevar adelante el compromiso es necesario para que sea glorificado el nombre de nuestro Señor Jesucristo y de Dios, no ha finalizado, pero para vuestra o para mi gloria personal; empeñándome en ser un buen sacerdote, con mi ministerio doy gloria a Dios. No cuenta que los hombres me alaben, lo que cuenta es que yo alabe perenemente a Dios y a Jesucristo Su Hijo. En Pablo está siempre presente este binomio: el Padre y el Hijo, el Hijo y el Padre y lo grande es que Jesucristo está presente en cada uno de nosotros con la gracia, con su amor, con Su Palabra y nosotros estamos en Él. Este es el Cuerpo Místico, él es la Cabeza, nosotros los miembros, diversos miembros para diversas funciones, diversas personas y diversas vocaciones. Es infinitamente hermoso acercarse ahora a la Palabra de Dios y comprenderla de la manera más clara y más profunda posible.
Y ahora pasemos a explicar el último punto: "El día del Señor" (2Ts 2, 2). Ya os he dicho que, en la mentalidad judía, el día del Señor indica la intervención de Dios, cualquiera que sea, por tanto podemos indicar con este término cualquier acción realizada por Dios y aquí hay algo que nos une. Este día del Señor, dice Pablo, no es inminente, hay que esperarlo y cuántas veces también nosotros hemos oído el mismo concepto. Cada año ha sido dedicado a un tema particular, la Eucaristía, el amor, la humildad y el próximo ocho de diciembre empezará el Año de la Esperanza; os he dicho siempre que cuando nosotros hablamos de la esperanza, en un contexto que abarca a Dios, tenemos que entender "certeza", por tanto éste será el año de la certeza de las intervenciones de Dios. Yo no sé si se realizarán dentro de este año, pero lo deseo. Es la certeza, independientemente del momento en el que se realicen, de la intervención de Dios, de las gracias y de los milagros que nos ha prometido, la certeza de que llegaré a donde Él me ha destinado, la certeza de que en el mundo la actitud hacia la Eucaristía ya ha cambiado, la certeza de vencer esta dura batalla contra el demonio y sus aliados que son muchos. El demonio tiene muchos aliados, no sólo sacerdotes, sino también laicos y algunos los hemos conocido también nosotros. Mirad lo bajo que se puede caer y lo digo como amonestación, para que os responsabilicéis; si cesásemos de creer en Dios y de amar a la Virgen todos nos podríamos convertir en aliados del demonio. Pero si no quiero, si combato el mal y escucho la Palabra de Dios, si pongo en práctica las cartas de Dios y soy dócil y respetuoso hacia el Obispo, no me convertiré nunca en aliado del demonio. Todo depende de nosotros, de qué camino queremos recorrer llevando dentro de nosotros esta última advertencia: Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros, ni de mí ni de vosotros, ni del Obispo ni de la vidente, Dios no tiene necesidad de nadie. Si pide es porque quiere una unión profunda con Su Hijo, le ha pedido a Él el sufrimiento para salvar al mundo, a los que más Le aman les pide que participen en Su pasión y en Su sufrimiento, todo cosas que tienen en común el sabor amargo del dolor. Os toca a vosotros, queridos míos, decir y pronunciar una vez más vuestro "Sí". Soy yo el que tiene necesidad de que vuestro "Sí" sea convencido, no Dios; no me sirven los compromisos, no sé qué hacer con ellos. Después del milagro de la multiplicación de los panes y después del gran anuncio de la Eucaristía, cuando cinco mil discípulos abandonaron a Cristo, dirigido a los apóstoles él dijo: "¿También vosotros queréis iros?" (Jn 6, 67). Dios no quiere compromisos y, recordad, yo llamaré a mi lado sólo a los que han estado siempre a mi lado, que no han tenido miedo y que han demostrado valor. A éstos, usando las palabras del Evangelio, yo diré: entra hermano, entra hermana porque tú puedes entrar; en cambio no dejaré entrar a quien se ha alejado o a quien se ha ido, calumniando y difamando. Para ellos el lugar está cerrado y un ángel con la espada les impedirá que entren. Es fácil pedir perdón después que han sido derrotados; el perdón es sincero si precede la acción de Dios pero si es consecuente, para éstos no habrá posibilidad de entrar. Recordad lo que ha dicho el esposo a las vírgenes necias: "No os conozco" (Mt 25, 12). No quiero aterrorizar a nadie, sólo quiero responsabilidad. Es hora de un paso decidido: o con Cristo, con la Virgen y con el Obispo o en contra. No hay alternativa. Sea alabado Jesucristo.