Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 5 enero 2007
I lectura: 1 Jn 3, 11-21; Salmo: Sal 99; Evangelio: Jn 1, 43-51
Hijitos, éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros; no como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. Y ¿por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. No os extrañéis si el mundo os odia. Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene la vida eterna en sí mismo. En esto hemos conocido el amor: en que él ha dado su vida por nosotros; y nosotros debemos dar también la vida por nuestros hermanos. Si alguno tiene bienes de este mundo, ve a su hermano en la necesidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede estar en él el amor de Dios? Amémonos no de palabra ni de boquilla, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia delante de él: en que, si alguna vez nuestra conciencia nos acusa, Dios está por encima de nuestra conciencia y lo sabe todo. Queridos míos, si nuestra conciencia no nos acusa, podemos estar tranquilos ante él. (1 Jn 3, 11-21)
Deseo reflexionar con vosotros sobre el fragmento tomado de la primera carta de S. Juan, porque hay muchas realidades en las cuales nos hemos encontrado y claramente establece, como siempre lo hace Dios, las verdades y principios imperativos, pero que mantienen inalterada su vivacidad, verdad y vitalidad, incluso si los siglos pasan.
Juan es el apóstol del Amor, el discípulo que Jesús amaba, aquél que recogió los últimos respiros del Crucificado y las lágrimas de la Virgen. Él, habiendo experimentado y vivido en el amor y habiendo sido objeto de amor, junto al gran Pablo, es el apóstol del Amor. Creo que él habló mejor que nadie del amor.
“Hijitos, éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros” (1Jn 3, 11). Juan se dirige a todos los fieles, indistintamente, no sólo a los de una Iglesia particular. De hecho, siendo apóstol, él tiene autoridad sobre todas las Iglesias y su jurisdicción, como la de los demás apóstoles, no está limitada a una región territorial, sino que abarca todo el mundo, lo mismo vale para los apóstoles.
El mensaje que Juan anunció siempre es justamente este: el Amor de Dios. Él hasta el final de su vida, ya viejo, cansado y fatigado, no ha hecho más que repetir hasta el final estas palabras: “Amémonos los unos a los otros”. El amor es el inicio y el fin de toda su predicación, y el mensaje es el de amarnos los unos a los otros. Por desgracia muchos cristianos, e incluso los ministros, han traicionado la enseñanza de Cristo, y donde no hay amor no está Cristo, donde no está Cristo no hay Iglesia y donde no hay Iglesia no hay posibilidad de anuncio.
“No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano”. (1Jn 3, 12)
No os he hablado ni de venganza, ni de abusos, ni de afirmaciones indebidas, sino de amor. De hecho, Caín representa todo lo que va contra el amor y que ofende el amor: vivir en el rencor, en el resentimiento y en la venganza y vivir como Caín que estaba agitado y deshecho por los celos hacia su hermano. Cada bautizado, fiel o ministro de cualquier grado del sacerdocio, si no ama y si tiene aversión o resentimiento hacia un hermano suyo, es un Caín, por tanto es reprobable a los ojos de Dios. Este está en una situación de total desapego de Dios, por eso aunque ocupe un puesto en la jerarquía eclesiástica, no puede ser ni seguido, ni obedecido, ni respetado y tanto menos aceptado porque es un Caín, ¿Por qué motivo mató Caín a su hermano? “Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas” (1Jn 3, 12). La vida es esta y las situaciones se repiten. ¿Por qué hoy, en la Iglesia, personas que han sido declaradas santas por Dios y que han recibido de Dios tareas y misiones, son condenadas? Aquellos que condenan a estos nuevos Abeles, son los mismos que han matado al primer Abel, por tanto en la Iglesia se repite la triste, dolorosa y dramática situación: Caín mata a su hermano.
“No os extrañéis si el mundo os odia” (1Jn 3, 13)
Aquí por “mundo” se entiende a todos los que están alejados de Dios; en el Evangelio de Juan existen dos categorías: los que siguen a Dios y le aman y los que, en cambio, no lo siguen y no le aman. Juan advierte: aquellos que odian a Dios, con sus vidas y sus acciones, llegan a odiar a los que lo aman. Por desgracia, entre los que odian a sus hermanos forman parte los que además deberían anunciarlos y predicarlo.
“Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos.” (1Jn 3, 14)
Muchos se pararían aquí preguntándose: ¿pero qué dice Juan? ¿Por qué hemos pasado de la muerte a la vida? ¿Qué es la muerte? Es el odio. ¿Qué es la vida? La vida de Dios. Dios mismo es amor, por tanto pasamos de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Si no amamos a nuestros hermanos delante de Dios somos como cadáveres muertes, por tanto incapaces de actuar. El cadáver está podrido, apesta y con dificultas se está al lado de él; del mismo modo los que están en el pecado, en el odio, en el rencor y en la muerte, no amando, apestan, son repelentes y repugnantes. Juan hace una fuerte afirmación: “El que odia a su hermano es un homicida”. (1Jn 3, 15). Nosotros estamos habituados a catalogar a las personas según sus ideas y las ideas preconcebidas, por lo que solo el que mata físicamente a alguien es un homicida; pero también los que odian a su hermano, marido, mujer, hijo, un pariente, un subalterno o un cofrade pertenecen a la categoría de los homicidas. Nos asombramos con referencia a ciertos “ilustres” personajes, pero si leyerais algunas páginas de la historia eclesiástica del Medioevo o del Renacimiento, os escandalizaríais por lo feas, nefastas e infames que son las historias que se cuentan. Hoy es peor, porque el odio satánico ha llegado a lo alto. Cuando el grandísimo Pablo VI (no veo el momento en que sea declarado santo, ha sufrido mucho, lo han destruido aquellas serpientes que estaban a su lado) dijo: “El humo de Satanás ha entrado en el interior de la Iglesia”, entonces nadie lo comprendió, pero hoy lo habéis entendido; el verdadero humo diabólico, la verdadera peste diabólica es el odio y ha entrado en la Iglesia. Ningún homicida posee en sí mismo la vida eterna, porque está muerto, por tanto ¿qué vida puede tener? Dios es amor y la antítesis es el odio; Dios es vida y la antítesis es muerte, por tanto el que odia es opuesto a Dios. Me gustaría que comprendierais este concepto hasta el fondo, eh ahí porque al inicio he dicho que tenía que hablar, no podía callar. Mientras escuchaba esta lectura, mi cerebro estaba trabajando de forma vertiginosa y estaba pensando en compartir mis pensamientos con mis hermanos también. “En esto hemos conocido el amor” (1 Jn 3, 16), pero esto lo puede decir cualquier cristiano, “en que él ha dado su vida por nosotros” (1 Jn 3, 16). Hoy, durante la carta de Dios, vosotros no lo habéis oído, la Virgen, hablando de Jesús Eucaristía, ha dicho: “En cada S. Misa Jesús vive y renueva Su Pasión”. Nosotros hemos conocido a Cristo, su gran sufrimiento, pero de Su muerte en cruz ha surgido la vida para nosotros y la Eucaristía.
Hoy, agradezco a todos los que han colaborado para formar este maravilloso cestito que hemos regalado a Jesús con vuestras ofrendas. He renunciado de buena gana a los regalos de Navidad justo porque he pensado en los humildes y los pobres. He dado lo que podía, pero hay tantos que podrían dar más y para estos no hay ninguna posibilidad de salvación. Esto dice la palabra de Dios: “Si alguno tiene bienes de este mundo, ve a su hermano en la necesidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede estar en él el amor de Dios?” (1 Jn 3, 17) Y si en los poderosos y grandes hombres de la Iglesia no hay amor, compasión, respeto, solicitud hacia el pobre, ¿cómo aman a Dios? Si no aman a Dios para ellos no hay salvación. ¿Para qué ha servido acumular poder y riqueza y perder el alma? ¡Entonces entendéis por qué Dios perdona los pecados por una obra de misericordia! Nosotros, como cristianos, hemos infravalorado las obras de misericordia tanto espirituales como corporales, las hemos reservado quizás en algunos momentos de nuestra vida, por ejemplo en Navidad, cuando también los personajes del espectáculo van a los orfanatos, a los enfermos crónicos y a los hospitales. Todos los días deberíamos hacer obras de misericordia espirituales y corporales, así el mundo sería menos triste y sufriría menos. Es fácil decir rezar y ayudar a las personas afectadas por la guerra, por los desastres y por los huracanes a través de un micrófono o asomándose a una ventana. ¿Pero qué han hecho concretamente?
“Hijitos, amémonos no de palabra ni de boquilla, sino con obras y de verdad”. (1 Jn 3, 18)
Mirar qué clara e inmediata es la palabra de Dios: obremos a través de los hechos y en la verdad. Recordad la enseñanza de Jesús: ”Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y fuisteis a estar conmigo. Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos emigrante y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.” (Mt. 25, 35-40) ¿Tan difícil es poner en práctica esta enseñanza evangélica? Os digo, y creedme que no quiero ser ni irónico ni irreverente, es inútil escribir un documento de cualquier género, vanagloriarse que se han vendido un millón y medio de copias, traducido en cincuenta lenguas, y después ¿qué has hecho por tu hermano? ¿Un calendario? Esto se me ha escapado…
“En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia delante de él: en que, si alguna vez nuestra conciencia nos acusa.” (1 Jn 3, 19-20)
Nosotros estamos tranquilos si hemos hecho el bien y hemos amado; podemos morir más tranquilos, porque seremos ciertamente premiados, éste es el secreto: liberarse del odio, del resentimiento y ayudar a los demás según nuestras posibilidades.
“Dios está por encima de nuestra conciencia y lo sabe todo.” (1 Jn 3, 19-20)
¡También esta expresión es muy hermosa! Nosotros somos capaces de llegar a eso, pero Él nos supera y nos une a Su amor y a Su Corazón. La exhortación final es:
Queridos míos, si nuestra conciencia no nos acusa, podemos estar tranquilos ante él. (1 Jn 3, 11-21). Vemos a los malos que lo tienen todo: gloria, honores y consensos, pero todo esto es sólo apariencia. Los periódicos dicen que estos duermen y están tranquilos, pero alguien, yendo a escondidas a sus apartamentos, y vosotros habéis entendido lo que quiero decir, ha notado que por la noche, cuando se encuentran solos, son asaltados por el miedo y no pueden dormir. ¿Queréis dormir tranquilos? A menos que el Señor quiera de vosotros que paséis la noche como la pasamos nosotros, y no os la deseo, id a dormir con el amor en el corazón. Este es la gran enseñanza que la Virgen ha dirigido sobre todo a las parejas: “Si hay algo que no va bien, no vayáis a la cama sin haber aclarado las cosas, sin haber reencontrado la sonrisa, sin haber reencontrado las ganas, el deseo, la alegría, la felicidad de estar juntos”.
Hemos hablado del amor, esto es el amor que salva, redime, ensalza y nos hace Hijos de Dios. Como dice Pablo: coherederos de Cristo, herederos del Paraíso. “Si somos hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si verdaderamente sufrimos con él, para ser también glorificado con él” (Rm 8, 17)
Amaos, amemos, y todo el resto se nos dará en abundancia, pero recordad aquella frase: “El amor es el pasaporte para el Paraíso”