Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 5 noviembre 2006

I lectura: Dt 6,2-6; salmo 17;II lectura: Heb 7,23-28; Evangelio: Mc 12,28-34


Dirijo mi pensamiento, mi afecto y mis palabras, de manera particular, a las dos criaturas que, dentro de poco, recibirán el Bautismo: Miriam e Ismael María. Ellos no entenderán ni un gesto ni una palabra de lo que haré y diré, pero es trabajo de sus padres, en el momento adecuado, recordar lo que todos nosotros, los adultos, hemos vivido. En primer lugar es para mí una alegría acogerlos, en nombre de toda la Iglesia, en la misma la Iglesia. Si queremos hacer una comparación entre como se trata, acepta y considera a un niño cuando nace, por el Estado y por Dios, vemos que hay una notable diferencia. El estado toma acto de que ha nacido una criatura y la destina a continuación a ser sujeto de derechos y deberes. Dios, en cambio, actúa como es en su naturaleza, en el amor. Acoge a esta criatura en la que él ha infundido ya el alma por su intervención directa y la hace semejante a sí en la gracia del Bautismo, atribuyéndole en primer lugar el maravilloso apelativo de hijo o hija de Dios. Su amor no se acaba solamente al llamar o al permitir que los hombres sean llamados hijos de Dios, sino de tal modo que esta filiación, que postula una paternidad en el origen y es la de Dios, se pueda vivir de la mejor manera. Providencialmente, para nosotros todo entra en los planes de la Providencia divina, el Evangelio de hoy subraya exactamente la importancia del amor. “Un maestro de la ley que había oído la discusión, viendo que les había contestado bien, se le acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos». El escriba le dijo: «Muy bien, maestro; con razón has dicho que él es uno solo y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, al ver que había respondido tan sabiamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y ya nadie se atrevió a preguntarle más”. (Mc 12,28-34). El amor que se da a Dios y al prójimo es el amor del que debe ser objeto desde los primeros instantes de su vida una criatura que nace en la tierra y vivirá todos los años, que nosotros deseamos largos y felices, de manera que, en el momento adecuado, esta felicidad sea potenciada, transformada y mejorada por la felicidad del Paraíso. Según Dios – y lo que cuenta es su juicio – los hombres son llamados a vivir en la felicidad de la Tierra y del Cielo. Si no conseguimos ser felices, y cada uno de nosotros puede preguntarse a sí mismo, la propia experiencia y preguntar a su conciencia por qué en diversas ocasiones de su vida no ha sido feliz, podéis encontrar la respuesta en vuestro corazón: no porque Dios haya aceptado amaros, sino porque los hombres no os han amado. Diciendo hombres me refiero a todas las relaciones humanas. Estos niños son afortunados porque tienen una familia que los ha acogido con amor. Los padres volcaron antes de comenzar a vivir, antes de que su pequeño corazón comenzara a latir en el útero, en Miriam, de Domenico y Federica, y en Ismaele Maria, de Fabrizio y Giulia, tanto amor que sería suficiente para satisfacer las necesidades de otros niños, lo que les deseamos, si ésta es la voluntad de Dios. Son afortunados porque son amados, han sido amados antes del nacimiento, son amados ahora que son pequeñitos y, ciertamente, serán amados cuando se vuelvan más grandes. Les deseamos que puedan crecer y tener una salud que puedan disfrutar en toda su potencia en el campo físico y en el campo espiritual. Mirad, de esto son responsables los padres: curar el cuerpo, curar el alma, estar preocupados, a medida que crecen, que su alma pueda ser siempre hija de Dios, gozar de la unión con Dios. Nos enorgullecemos de tener relaciones, a veces, con personas más o menos famosas, con los VIP, pero ellos y nosotros, incluso la persona más desconocida en la Tierra, que vive una relación con Dios de unión y solidaridad fuerte, se puede enorgullecer de tener la relación más calificada y mejor. ¿Qué importa estrechar lazos de amistad con los poderosos y estar después desunidos con Dios? La Misa que celebro tiene como intención que la gracia, que dentro de poco entrará en su alma, cancelará el pecado original y los colocará en la familia de Dios, no cese nunca. Hoy el gran Pablo nos viene de nuevo al encuentro, recordándonos que Cristo es sacerdote, y su sacerdocio no tiene fin por lo que es la persona del Obispo quien infunde las virtudes, en estos niños, del amor, de la fe y de la esperanza, pero no soy yo el que da la gracia, es Dios que se sirve de mí como instrumento y como ministro para transformar estas criaturas. Aparentemente, cuando al término de la celebración saldrán de la Iglesia, no notaremos nada de diferente en ellos, respecto a cuando han entrado, pero Dios sí. Entonces Dios se volverá con ojos de predilección y repetirá a cada uno de ellos las mismas palabras que le dijo a su Hijo en el momento del Bautismo: “Tú eres mi hijo amado, en ti pongo – y éste es el deseo – mi complacencia y me satisfacción”. ¿Cuál es la complacencia de Dios, en qué se manifiesta? Haciendo que cada hombre lo pueda llamar Padre y Él pueda llamar a cada criatura hijo. Eh ahí la relación que empezará dentro de algunos minutos. El Bautismo es un don excepcional, es una gracia inmensa, lo que me desconcierta es que, a veces, se celebre entre la indiferencia y la insensibilidad de las personas. Sin embargo, yo os digo: “Mirad, de ninguna manera, no os dejéis influenciar por las apariencias externas, id al interior de la realidad y gozad porque Dios dentro de algunos minutos cumplirá, aunque si exteriormente no sea visible, una transformación tal - podemos decir una transfiguración de un ser opaco a un ser luminoso-, por gracia, de un ser distante de Dios a un ser unido a Dios, de quien no pertenecía a la familia de Dios a quien, en cambio, puede llamar a Dios “Padre”. ¿Os dais cuenta? Esto es el Bautismo, esta es la grandeza de la celebración que estamos realizando. No puedo olvidar a la que ha rezado tanto por estos niños y me refiero a la Madre de la Eucaristía. Ha velado durante los meses de la gestación, para una más tranquila y para la otra menos, pero lo que cuenta es el resultado final, lo que tenéis en los brazos en este momento. Puedo aseguraros que el manto materno de la Virgen os ha envuelto, sobre todo a las madres, en el momento del nacimiento de sus criaturas, de modo que pudieran tener la alegría de estrecharlos junto a su corazón a los que habían tenido presentes, cobijados en su seno durante nueve meses. Son los padres los que hoy tienen que dar gracias a Dios de manera particular, son los padres los que tienen que asumir la responsabilidad de ser también educadores y maestros. Al lado de la figura del padre y de la madre, aunque es una realidad más redimensionada, tienen que estar los padrinos, los cuales no son solo los que tienen que hacer los regalos más costosos que los demás; no es este el trabajo del padrino en la ideología y en la teología católica. El padrino y la madrina son los que tienen que acompañar a sus padres con el ejemplo, con el testimonio, con las palabras, con el ánimo, y a veces también si es necesario, con un dulce rapapolvo, porque también ellos son responsables de la educación. De lo contrario, es inútil, en esta celebración, la presencia de los padrinos. Sentiros también vosotros responsables, sentiros que también formáis parte, de manera más amplia, de la familia de Ismael María y de Miriam, no olvidéis nunca que también hoy, vosotros padrinos y madrinas, asumís vuestras responsabilidades y tenéis que llevarlas adelante en sintonía con los padres de los niños. A todos los demás, a los parientes, a los amigos, a los conocidos, pido, en nombre de los padres, que viváis este momento como los estáis viviendo ahora: en el silencio, en el recogimiento y en la oración. Pedidle a Dios, y Dios os lo concederá, todos aquellos dones y aquellas gracias de las que tendrán necesidad en la vida; es un patrimonio que hoy empieza a ser consciente y del cual los niños tendrán que servirse después durante su existencia. Preocupaos muchos más de ofrecer oraciones y asistencia que darles regalos. Son importantes también estos, pero la responsabilidad del que hace el regalo se acaba al pagar el ticket y después todo vuelve a ser como antes. Sin embargo, sentiros todos responsables, padres, padrinos, parientes, amigos, conocidos, porque habéis oído lo que ha dicho la Virgen: todos debéis sentiros padrinos y madrinas de estas dos criaturas y esto para suscitar responsabilidad. Ahora, poniéndolo bajo el manto de la Madre de la Eucaristía, empezamos el rito del Bautismo y los únicos que podrán hablar, además del Obispo, son los niños. Os ruego que observéis un silencio total, un recogimiento completo, una participación afectuosa.