Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 6 enero 2008
I lectura: Is 60,1-6; Salmo 71; II lectura: Ef 3,2-3.5-6; Evangelio: Mt 2,1-12
En la liturgia de hoy, el concepto que se presenta con mayor frecuencia es la manifestación de la gloria de Dios. Los acontecimientos narrados, sin embargo, desde un punto de vista humano, no emiten luz ni gloria. Si miramos la realidad circundante con los ojos de Dios, veremos, aunque sólo en parte, lo que Sus ojos divinos ven. Cuando nació Jesús, el mundo se llenó de tanta luz y alegría, de un canto celestial tal que ningún hombre poderoso de aquel tiempo pudo advertir; cuando Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán el cielo se abrió, el Padre se manifestó pero nadie oyó Su voz vio lo que ocurría, fuera de Juan Bautista; durante la Transfiguración, cuando Jesús manifestó, aunque sólo en parte, Su divinidad, sólo tres personas pudieron asistir a la gloria de Dios; en el momento de la Resurrección solamente los que estaban unidos a Dios, y la primera entre todos, fue la Virgen, gozaron de la gloria de aquel acontecimiento. Al contrario, el Jesús sufriente, maltratado, perseguido, condenado y muerto fue visto por muchas personas.
Ésta, queridos míos, es la lógica de Dios y nosotros podremos aceptarla o rechazarla: si la aceptamos vemos la realidad con Sus ojos, si la rechazamos veremos lo que nos circunda y las obras de Dios con los ojos de Sus enemigos, es decir, sin comprender lo que Dios ha realizado, realiza y realizará en el mundo para demostrar que él lo ha creado y es el dueño absoluto y protagonista de toda la historia humana. Bastaría esto para comprender la diferencia entre los que están con Dios y los que, en cambio, incluso declarando de palabra que le sirven, siguen y defienden solamente sus propios intereses, su propia gloria humana, su propio poder y riqueza. A estos no se les permitirá asistir, cuando sea el momento oportuno, a la gloria y a la belleza del Paraíso ni a la plena y total manifestación de la gloria de Dios, como, en cambio, ocurrirá para nosotros y esto es lo que os deseo porque os quiero.
Ahora tratemos de leer en esta óptica cuanto nos dice la Palabra de Dios:
Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor despunta sobre ti, mientras las tinieblas envuelven la tierra y la oscuridad cubre los pueblos. Sobre ti se levanta el Señor y su gloria aparece sobre ti. Las naciones caminarán a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora. Alza en torno los ojos y contempla; todos se reúnen y vienen a ti, tus hijos llegan de lejos y tus hijas son traídas en brazos. Al verlo te pondrás radiante, tu corazón se henchirá de emoción, porque a ti afluirán los tesoros del mar, las riquezas de las naciones llegarán a ti. Multitud de camellos te cubrirá, dromedarios de Madián y de Efá; todos vendrán de Sabá, trayendo oro e incienso y cantando las glorias del Señor. (Is 60,1-6)
Me doy cuenta de que, escuchando el primer fragmento de la Sagrada Escritura de hoy, quizás alguno de vosotros ha pensado que había expresiones hiperbólicas, exageradas que no describían verdaderamente la realidad. Queridos míos, nos hemos equivocado, porque si pensamos esto no vemos la realidad con los ojos de Dios. Es lógico que, en este caso, Isaías se refiera a un acontecimiento histórico dirigido enteramente por Dios. Habría sido imposible para un pueblo débil, sumiso, vencido y dominado volver del exilio y volver a tomar posesión de Jerusalén si Dios no hubiese intervenido. El regreso del pueblo judío a Jerusalén es una obra y una intervención divina y nadie lo ha comprendido, aparte de los que han sido capaces de leer los acontecimientos y verlos con los ojos de Dios. El profeta, aquél que sabe y percibe que se trata de una iniciativa de Dios, irrumpe y estalla en gritos de alegría y de júbilo; lo que se narra no es una exageración sino que es una descripción exacta de los acontecimientos que observa como discurren y pasan. El profeta habla de gloria y afirma cuanto, después, nosotros hemos leído en clave cristológica y cristiana. Isaías anuncia un acontecimiento histórico que tiene a Jerusalén en el centro de la historia. La Jerusalén devastada volverá a emanar una luz particular y ésta guiará, primero a sus hijos, es decir a los habitantes de otras regiones de Galilea y de Judea, después atraerá hacía sí a todos los demás pueblos, los cuales traerán como don, y como obsequio, sus propias riquezas.
Aunque si es cierto que Isaías no ha sabido leer con los ojos del futuro, se trata del anuncio de que la salvación de Dios no es prerrogativa de un único pueblo, sino que es un don extendido a todos. Es el mismo concepto expresado por Pablo cuando, dirigiéndose a los Efesios, dice: “Por revelación se me ha dado a conocer el misterio”. Pablo precisa que este misterio, que permaneció incomprendido hasta aquel momento, ahora está es capaz de aclararlo por “revelación”, por lo tanto por intervención divina, no humana. Aquí Pablo manifiesta el origen de su mandato, de su apostolado que no deriva de una autoridad humana sino que emana directamente de una intervención, de una acción y una manifestación sobrenatural: “He recibido el conocimiento del misterio por intervención de Dios”. El misterio hasta entonces silenciado es que la salvación va hacia todos los pueblos, a todos los hombres, independientemente de la pertenencia a una religión, a una nación o a una cultura. Pablo afirma que este misterio hasta entonces no era conocido de nadie, fuera de los apóstoles, y él estaba entre ellos, y por los profetas. El apóstol, sin embargo, no se refiere a los profetas del Antiguo Testamento, sino a los del Nuevo; sería una contradicción decir “nadie lo ha conocido” y luego sostener que ha sido conocido por los profetas del Antiguo Testamento:
Hermanos, creo que conocéis la misión que Dios generosamente me ha encomendado en favor vuestro, cuando Dios me dio a conocer su plan secreto, secreto que no se dio a conocer a los hombres de las generaciones pasadas, y que ahora se lo ha manifestado a sus santos apóstoles y profetas por medio del Espíritu. Este secreto consiste en que los paganos comparten la misma herencia con los judíos, son miembros del mismo cuerpo y, en virtud del evangelio, participan de la misma promesa en Jesucristo. (Ef 3,2-3.5-6)
Los profetas del Nuevo Testamento son los que han recibido de Dios una luz particular y los carismas necesarios para manifestar y realizar algunos designios de salvación. Los Magos son los primeros profetas del cristianismo. Ahora entendéis porque han venido de lejos afrontando muchas dificultades; sabían exactamente quien había nacido, de hecho preguntaron dónde se encontraba “el Rey de los judíos”. Los Magos no se dejaron influenciar por las apariencias: una gruta, una mujer joven, un hombre honesto pero pobre. Estas apariencias, sin embargo, han condicionado a los esbirros del rey Herodes que no han comprendido nada. Herodes llama junto a él a los doctos, a los cultos de la palabra de Dios y les hace la misma pregunta que los Magos la habían hecho a él y éstos le responden, repitiendo la profecía de Miqueas, que el líder tenía que nacer en Belén. Aunque ellos no habían comprendido nada, sólo Herodes temía en gran medida ser derrocado y concibió la matanza de los inocentes.
Ahora, sin embargo, analicemos solamente la experiencia de los Magos en la que vemos cumplirse una gran obra, una gran intervención de Dios. Nos asombra que personas llegadas de tan lejos y que no forman parte del pueblo judío sean los primeros testigos de la Encarnación y de la venida al mundo del Hijo de Dios. Su pueblo tenía la custodia de la promesa y las profecías, pero sólo una pequeña parte de éste, constituida por los más pobres y humildes, ha sabido, por intervención divina, lo que acontecería: una virgen había dado a luz al Hijo de Dios. La fiesta que hoy celebramos es grande, de hecho, es el anuncio de que esta obra de Dios no será exclusiva, será la más importante pero no la única en la historia de la Iglesia.
Nosotros hemos sido testigos de algo semejante. El próximo jueves, 10 de enero, celebraremos el sexto aniversario del anuncio del triunfo de la Eucaristía. En un mundo en que estaba aniquilado por las posiciones protestantes y se estaba alejando de la verdadera fe por lo que se refiere al misterio eucarístico, Dios ha intervenido de nuevo y, a través de los profetas que Él ha suscitado y escogido, se ha realizado lo que era humanamente imposible y hoy este acontecimiento forma parte del contexto, de la historia y de la situación de la Iglesia. Herodes trató de destruir aquel niño que tanto lo asustaba, pero no lo consiguió. Aquellos a los que Dios ha confiado la misión del triunfo de la Eucaristía han sido objeto de persecuciones, de condenas y también de atentados, pero nada se ha conseguido porque Dios lo ha impedido. El protagonista es siempre Dios. Los hombres pueden sucumbir, pero Dios es Omnipotente y aplasta los abusos y el poder humano, aunque pide mucho sufrimiento, como ha ocurrido la pasada noche, a los que ha dado las tareas y las misiones. Nosotros hoy celebramos el triunfo de la Eucaristía y el amor hacia la Eucaristía, sobre la que actualmente todos escriben y hablan deseando apropiarse de los méritos que no tienen. Pero Dios ya ha dicho de quién son los méritos de este triunfo y vosotros estáis al corriente. Hoy la Eucaristía ha triunfado y el misterio de la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo es más comprendido, aceptado y amado. No es casualidad que el anuncio del triunfo de la Eucaristía se realiza en la octava tras la fiesta de la Epifanía: seis de enero, diez de enero. Pensábamos que era una coincidencia, pero Dios tiene Su plan que nosotros comprendemos un poco cada vez. Era justo que la fecha fuese el diez porque está en cercanía a la Epifanía y como la Epifanía ha manifestado al mundo la presencia de Cristo en la historia, igualmente el 10 de enero del 2002 Dios ha manifestado al mundo el triunfo de la Eucaristía. Con el tiempo todo se recompone, todo se vuelve claro y lo que hasta ayer se me escapaba hoy, en cambio, es obvio: os estoy hablando de otro misterio de Dios. He sido llamado con Marisa a desvelar el misterio de Dios, desconocido durante siglos y que se ha realizado y manifestado sólo cuando Dios lo ha querido. Desde hoy hasta el 10, pensemos, meditemos y gocemos de esto porque también nosotros somos los que regresan y que van hacia el lugar taumatúrgico querido por Dios, de donde ha partido la luz. Tal como han ido a Jerusalén antes los judíos, los hebreos y a continuación todos los pueblos, también hacia este lugar, y hacia lo que representa, están yendo millones de hombres que se volverán cada vez más numerosos. Estos, viendo la luz, participan de la luz, porque ven la gloria de Dios irradiándose de este lugar taumatúrgico y llenar, iluminar y vencer todas las tinieblas del mundo. La luz resplandece, la alegría es desenfrenada y la acción de Dios se vuelve visible y objeto de alegría y de asombro. Os autorizo a aplaudir, de tanto en tanto es necesario, me sirve a mí y a Marisa para levantarnos la moral porque a veces claudica, pero también para vosotros porque a veces también vuestro moral cede. Y ahora el anuncio del día de Pascua.