Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 6 febrero 2008
I lectura: Gl 2,12-18; Sal 50; II lectura: 2Cor 5,20-6,2; Evangelio: Mt 6, 1-6.16-18
Miércoles de Ceniza
El año litúrgico está dividido en diversos períodos y algunos particulares y característicos son llamados “tiempos fuertes” como el Adviento y la Cuaresma. Son denominados “fuertes”, porque preparan a la celebración de los misterios más grandes del Cristianismo: la Encarnación, el nacimiento, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. En la celebración de la Navidad y de la Pascua, precedida por el Triduo sagrado, Jueves, Viernes y Sábado Santo, en el que se encierra todo el misterio Cristológico.
¿Cómo nos preparamos para el encuentro con Dios? ¿Cómo se preparan los hombres para el encuentro en la audiencia con un personaje poderoso o famoso, el Papa, un soberano, o un obispo? Los que son llamados en audiencia no improvisan una conversación, al contrario estudian las palabras más adecuadas y las memorizan para poder ser lúcidos y claros, por otra parte escogen la vestimenta más idónea. ¿Y con Dios? Por desgracia el encuentro con Dios por parte de los hombres siempre importa menos. ¿Quién se preocupa de prepararse al encuentro con Dios en la Eucaristía, en la S. Misa, en el rezo del S. Rosario, en la oración?
Pensad que algunos Santos han enseñado a las personas como prepararse para rezar.
Parece absurdo, pero esto no se hace. En este mundo estamos bombardeados por rumores, reclamos, anuncios, sonidos y ¿cómo se puede pasar del momento de la confusión al momento de la paz y el silencio? Se requiere una preparación que, digámoslo claramente, nadie hace. Para prepararse al encuentro con dios, hay que sondear el propio corazón para ver si está limpio y es honesto. Es necesario examinar la propia conciencia, valorar la condición espiritual de la propia alma antes de acercarse a Dios con la oración. ¿Vivo en gracia? ¿Estoy unido firmemente a Dio o mi alma está manchada por el pecado?
Queridos míos, la vida espiritual no es un juego de niños, la vida espiritual es un compromiso fuerte, es el compromiso más fuerte que puede haber. Sin embargo, hoy, este compromiso a menudo está asociado a momento de evasión y de diversión.
El motivo principal por el cual nuestra comunidad no crece en número, sobre todo entre los ex jóvenes, es el miedo al compromiso. Tenemos la fama de ser personas exigentes en la vida espiritual: es un reto vivir en gracia de dios y respetar los Mandamiento, vivir una vida sacramental cotidiana acompañada de una oración ardorosa. Queridos míos, estos compromisos, que son la base del cristianismo hoy en día no son respetados ni siquiera por aquellos que deberían enseñarles con la palabra y con el ejemplo. Vemos sacerdotes comprometidos en todo menos en el vivir santamente la propia vocación.
Finalmente hoy se habla de la Eucaristía, de la importancia de acercarse a Jesús, pero falta el pasaje anterior: vivir en gracia y respetar los Mandamientos. Lanzamos en la Iglesia una nueva gran cruzada, la de vivir en gracia y vivir el cristianismo con el máximo esfuerzo. He aquí la importancia del Adviento al igual que la de la Cuaresma.
La invitación a la conversión vale también para nosotros que nos comprometemos y que creemos que hemos dado mucho, porque a la luz de lo que os he dicho, podríamos dar mucho más.
Del libro del profeta Joel.
Y ahora -dice el Señor- volved a mí de todo corazón con ayunos, llantos y lamentos; desgarrad vuestro corazón, no vuestros vestidos; volved al Señor, vuestro Dios, porque él es clemente y misericordioso, lento a la ira, lleno de lealtad y no le gusta hacer daño. ¡Quién sabe si cambiará de idea y dejará tras de sí una bendición, ofrendas para el Señor, vuestro Dios! ¡Tocad la trompeta en Sión, proclamad un ayuno sagrado, convocad una asamblea, reunid al pueblo, congregad a la comunidad, juntad a los ancianos, traed también a los pequeños y a los niños de pecho! Deje el esposo su alcoba y la esposa su tálamo. Que entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: «Perdona a tu pueblo, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio, a la burla de las gentes. ¿Por qué se ha de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?». El Señor se mostró celoso de su tierra y perdonó a su pueblo. (Gl 2,12-18).
En la primera lectura, el profeta Joel utiliza expresiones luminosas y clarísimas para explicar que la conversión de una persona no se puede atribuir a los méritos humanos, sino que la iniciativa de todas las conversiones surgen siempre de Dios.
¿Recordáis la palabra de los obreros que, en diferentes horas, son llamados para trabajar en el campo del dueño, pero reciben la misma recompensa? Ésta es la conversión y el Señor establece cuál es el momento para todos los hombres. Recordad: la llamada a la conversión no está reservada a una élite, sino que abarca a todos, porque la iniciativa es de Dios. Sin embargo la respuesta depende del hombre: “Si vis”, “Si quieres”. Esta expresión está presente muchas veces en el Evangelio y es la piedra angular para entrar en la auténtica, verdadera y genuina conversión.
¿Cómo es posible que un cadáver pueda caminar? Sólo si Dios interviene, sucede la resurrección. Jesús, a la hija de Jairo, uno de los jefes de la Sinagoga, le dijo: “Talitha kumi”, que significa: muchacha, yo te lo digo ¡levántate!” (Mc 5, 41) y ante la tumba de su amigo Lázaro gritó en voz alta: “Lázaro, ¡sal fuera!” (Jn 11, 43).
Para pasar de la muerte a la vida es necesaria la resurrección, que siempre requiere una intervención milagrosa de Dios. Cada uno de nosotros debería aportar aquí un ex voto, por los favores recibidos, cuando un ciego ha recobrado la vista, un sordo ha recuperado el oído, un enfermo grave se ha curado. Pero yo creo que el ex voto más hermoso, más precioso que cada uno de nosotros debería ofrecer al Señor es el espiritual es decir el reconocimiento y la gratitud, porque de la muerte del pecado hemos resucitado por intervención de Dios.
Esta resurrección espiritual tiene que ser protegida, defendida y fortalecida con la oración y con las obras buenas y también con el ayuno. Por otra parte la penitencia al comer lo que no nos gusta, bajo algunos aspectos, yo mismo lo he experimentado, es mucho más duro que el simple ayuno de pan y agua. De hecho, comer lo que al paladar no le gusta sino que rechaza es mucho más duro y tenemos que hacerlo porque nos refuerza y da vigor a nuestra alma. Por tanto, junto a la oración, éste es un modo de dar vigor a nuestra alma, pero es importante también la caridad. Ahora comprendéis porque ayer, día reservado a la adoración eucarística, establecí que no se haría aquí: además de la oración y la adoración en vuestras iglesias, teníais que ayudarla con alguna obra buena, porque la caridad robustece el alma.
No tenemos que pensar solamente en nuestra conversión, aunque ésta sería suficiente y exige un compromiso muy fuerte y consistente, para que dure en el tiempo. También tenemos que mirar alrededor nuestro, no para juzgar o para condenar, sino sencillamente para ayudar al que lo necesita. Por desgracia hoy la Iglesia tiene la necesidad de la colaboración de todos sus hijos buenos y honestos. Os aseguro, queridos míos, nunca como en estos últimos tiempos Dios está actuando; la conversión siempre es una iniciativa de Dios, pero mucho depende de aquel “Si vis”.
Hoy en día la situación espiritual está bloqueada, mejor dicho, por desgracia estamos asistiendo además a una regresión: vemos sacerdotes buenos, pero débiles, carentes de valor, que no han tenido la fuerza de oponerse al superior en grado jerárquico que les ha impuesto determinadas decisiones equivocadas. No han tenido la fuerza y el valor de profesar la auténtica adhesión a Dios respecto a la verdad, sino que se ocultan detrás de la llamada obediencia. Vosotros sabéis que el chantaje no debe ser confundido con la obediencia. De hecho estos superiores non representan a Dios, porque han llegado al poder a través de una serie de compromisos, de chantajes y de elecciones erróneas.
La Iglesia de hoy es como una barca que se está hundiendo: Dios trata de quitar el agua para salvarla, pero los hombres se divierten poniendo a su paso continuamente piedras y rocas, así la proa no hace otra cosa que romperse contra estos escollos trayendo nuevas fallas y aberturas. Después de haberos mostrado esta triste situación, os indico también el camino de recuperación, que está indicada en la oración que recitamos antes de la S. Misa (la oración por la Iglesia escrita por Mons. Claudio Gatti el 5 de agosto de 2007 N. d. R): sacrificio y oración. También Juan Pablo II, con palabras diferentes expresó el mismo concepto: “La Iglesia renacerá de la sangre de sus hijos”, la Iglesia renace siempre a través de la sangre, las lágrimas, sacrificios y la penitencia de sus hijos.
Por lo tanto si queremos salvar la Iglesia, tenemos que comprometernos personalmente con el amor, la oración, las obras buenas, los sacrificios, los florilegios y la penitencia.
Eh ahí la importancia de la Cuaresma: Cristo resucita en Pascua, pero tiene que resurgir también el cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia; si resucitase sólo Cristo y no el cuerpo místico viviríamos y celebraríamos una Pascua incompleta y parcial. Eh ahí porque en esta Cuaresma, en preparación a la Pascua del 2008, doy una importancia enorme, grandísima, porque con Cristo tiene que resurgir también el cuerpo místico. Tengo el deber y la autoridad de decirlo, por esto os pido un compromiso diario que no tiene que limitarse solamente a lo que es estrictamente personal, sino que tiene que extenderse a un horizonte amplio que abarca, estrecha y une a toda la Iglesia.
El renacimiento y el triunfo de la Iglesia dependen también del compromiso de cada uno de vosotros. Nadie debe sentirse exento o excluido de este compromiso. Dad el máximo porque el compromiso es grande, la tarea es enorme, pero el objetivo es sacrosanto, eh ahí porque el Señor se dirige a los humildes, a los pequeños, a los sencillos. Os encomiendo a vosotros el destino de la Iglesia
Los hombres poderosos están demasiado ocupados en cultivar sus intereses, en trabajar por sus triunfos, en mostrar lo que no son; para éstos valen las palabras de Cristo: “Ya han recibido su recompensa” (Mt 6,2). Aunque muchos hombres se les unen y los siguen, vitoreándolos y aplaudiéndoles, Dios, que lee los corazones, sabe que este triunfo dura el espacio de un día, que es efímero.
Hoy, a Dios sólo le interesa el triunfo de su Iglesia y para colaborar a este triunfo no llama a los poderosos, sino una vez más llama a los pequeños y a los humildes, para que pueda brillar de luz plena la acción y la intervención de Dios.
Hoy en día y, termino, urge una santidad personal e individual; cuanto más cultivemos nuestra santidad personal más podremos tener la certeza de que la Iglesia es santa y sus miembros podrán convertirse en santos.
Ánimo, fuerza, no nos abatamos: el compromiso es enorme, la fatiga da miedo y esta responsabilidad hace vacilar las rodillas, pero nosotros no estamos solos, Dios está con nosotros. Y si Dios está con nosotros, ¿qué tememos, quién nos meterá miedo?
Llegará el momento que, ante Dios, incluso las coronas rodarán por tierra, los cetros desaparecerán, la mitras serán reducidas a polvo y ceniza, los oropeles pontificales y episcopales serán quemados, porque están sucios, llenos de orgullo, de soberbia y a esos les sucederán nuevos tejidos, nuevos oropeles, una nueva vida, una nueva existencia.