Reflexión sobre el Via Crucis del Viernes Santo
6 abril 2007
Probablemente, no todos saben que el texto del Via Crucis que hemos recitado, nació espontáneamente en Lourdes en 1991, con motivo de una peregrinación.
A su tiempo habíamos decidido apartarnos, respecto de los demás peregrinos, para hacer el Via Crucis con más calma y dar más espacio a la reflexión y a la oración. Este Via Crucis, entonces, hizo el bien a los peregrinos presentes y creo que, hoy, también os lo hará a vosotros: fueron pronunciadas palabras que salían del corazón y, ciertamente, con la ayuda y la inspiración de la Virgen. Cuando prediqué este Via Crucis no pensaba que después sería transcrito; sin embargo, la Virgen intervino pidiendo que fuese publicado y, ya que algunos lo habían registrado, quiso que también se imprimiera. Este Via Crucis ha sido además traducido a otras lenguas y leído en diversas partes del mundo. Este texto hace el bien a los que lo meditan, no por méritos particulares de quien lo ha predicado sino, sencillamente, porque el Señor, en su bondad, ha querido que las palabras pronunciadas tengan una luz y una fuerza particular, para llegar a los corazones de los que lo escuchan. La lectura de este Via Crucis se puede hacer también privadamente, cada uno en su propia casa; tendréis el beneficio de volver a leer la pasión de Jesús porque, junto a la meditación, también se relata el pasaje evangélico.
Puedo decir que hoy, Viernes Santo, ha sido el más duro y sufrido moralmente, físicamente y espiritualmente por el Obispo y la Vidente. Hemos probado verdaderamente, en nuestra piel, el sentido del abandono por parte de Dios: lo que Cristo vivió en Getsemaní, el Señor nos lo ha hecho vivir también a nosotros. Os puedo asegurar que es una prueba que descarna y destruye a tal punto que, sin la ayuda de la gracia de Dios, uno se derrumba y cae sin poder volver a levantarse.
Este día del Viernes Santo ha sido el más doloroso en comparación con otros, tan fuerte que da esperanza de que pueda ser el último. Así lo quiero desear y, por esto, os pido también a vosotros que os unáis a mí en la oración, en la adoración a la cruz para que, efectivamente, esto suceda cuanto antes. Y entonces seguro que habrá alegría para los que tanto han sufrido y vendrá un poco de serenidad para los que han llevado esta cruz que, creedme, cuanto más pasa el tiempo más pesada se hace, porque las energías y las fuerzas disminuyen.
La Iglesia tiene que renacer del costado traspasado de Cristo, los sacramentos deben ser practicados cada vez más por cada hombre. El mundo no puede continuar siendo indiferente ante el sufrimiento de Cristo, y añado, al sufrimiento de almas que Cristo une a sí en el Viva Crucis, que empieza en el cenáculo y llega al Gólgota.
En el Vía Crucis escuchasteis la yuxtaposición entre el silencio de la tumba y el silencio del sagrario: es un silencio que oprime y hiere incluso a Jesús, realmente presente en el sagrario. Es verdad, La Eucaristía ha triunfado pero, para llegar a todos los corazones, o al menos a un número cada vez más grande de personas, es necesaria también vuestra colaboración y vuestra contribución a Dios.
Dad a Cristo lo que podéis dar: la fidelidad, el amor, la docilidad, la obediencia, la fe y el testimonio, para que también los demás, viendo vuestras buenas acciones, puedan convertirse, glorificar al Padre, amar a Cristo y abrirse a la luz y a la gracia del Espíritu Santo.
Que Dios nos bendiga a todos.