Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 6 septiembre 2008
I Lectura: 1 Cor 4,6-15; Salmo 144; Evangelio: Lc 6,1-5
Tercera peregrinación al lugar taumatúrgico a Fuente San Lorenzo
"En aquellos días María se dirigió presurosa a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno e Isabel quedó llena del Espíritu Santo. Y dijo alzando la voz: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Y cómo es que la madre de mi Señor viene a mí? Tan pronto como tu saludo sonó en mis oídos, el niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído que se cumplirán las cosas que te ha dicho el Señor!". (Lc 1,39-45)
He escogido el Evangelio que acabamos de leer como introducción al fragmento que hace referencia a vuestra experiencia de hoy ya que habéis hecho un viaje a la montaña (Peregrinación al lugar taumatúrgico a Fuente San Lorenzo, N. d. R.). Algunos han venido desde cerca, otros de lejos, pero todos animados por los mismos sentimientos: encontrar a la Madre de la Eucaristía, que nosotros llamamos Mamá y Al que nosotros llamamos Papá, es decir, Dios.
Esta peregrinación tiene un valor particular, no sólo en nuestra vida o en la historia de la comunidad, sino para toda la Iglesia. El motivo es el que os he indicado esta mañana: la intención por la que, de hoy en adelante, cada uno de vosotros, presentes y ausentes, tendrá que rezar de manera generosa y disponible para llevarla adelante, es la conversión de los jóvenes.
La petición de Dios se refiere a la totalidad del mundo juvenil, los jóvenes de todo el mundo, no sólo los que vosotros conocéis. Alguno os podrá decir: "¿Cómo lo hacemos, cómo es posible?". Del mismo modo en que el Arcángel Gabriel respondió a María, os responde también a vosotros: "A Dios nada le es imposible".
Dios puede prescindir de mí y de cada uno de vosotros, pero nos ha llamado para esta tarea que está entre las más difíciles, sino la más difícil, de todas las que actualmente afligen la realidad eclesial: los jóvenes; ellos representan el corazón de Jesús. Algún Papa los ha llamado "mis pupilas", pero honestamente tenemos que decir que este corazón da señales de declive y estas pupilas empiezan a no ver bien. Algunas personas, que sólo tienen el interés de que parezca positivo, incluso lo que no es, pintan a los jóvenes como a personas maduras, responsables, maravillosas y algunos lo son realmente, pero nos gustaría que lo fuesen todos. No podemos conformarnos, por una parte porque somos católicos y todo eso explica la expresión "universal". A nosotros nos tienen que interesar los jóvenes de todo el mundo, incluso los de las zonas más lejanas, porque todos son hijos de Dios y por tanto nuestros hermanos. Tenemos que alegrarnos de encontrarlos un día en el Paraíso, del mismo que ahora tenemos que sufrir con el pensamiento de que muchos de ellos, por desgracia, no lo conseguirán y estas afirmación no son mías. Cuando la Virgen, el 20 de julio, pidió a Marisa, en nombre de Dios, sacar adelante esta última misión, yo temblé, porque conozco la situación de los jóvenes.
Desde que soy sacerdote y también Obispo, siempre me han interesado los jóvenes y el conocimiento de la problemática juvenil la sé a través de dos fuentes: del mundo y de Dios. Algunos de vosotros habrá leído últimamente en los periódicos o revistas especializadas en problemáticas juveniles, estadísticas catastróficas y terribles. La droga, el alcohol y el sexo hacen furor implacable y de manera despiadada entre los jóvenes. La Madre de la Eucaristía ha dicho también de quién es la culpa, quiénes son los responsables de esta situación indicando dos sujetos: nosotros los sacerdotes y los padres. ¿Qué se les da hoy a los jóvenes? Se intenta darles el bienestar material, pero nadie se preocupa de su alma, o de ayudarlos a cultivar las virtudes y a extirpar los defectos. ¿Quién se preocupa de intervenir si se nota en un joven una situación moral ilícita y problemática? Nosotros los sacerdotes no intervenimos porque tememos perder a los jóvenes, éste es el problema. Nos han dicho que si somos severos, los jóvenes se alejarán de las parroquias. Vosotros habéis conocido la severidad de Cristo, así pues, ¿porqué no seguirlo?
Pero la responsabilidad, no reside tanto en no intervenir cuando se equivocan, sino más bien en hacer la llamada educación preventiva: hay que empezar a educarlos desde pequeños, primero a través del ejemplo, después con la palabra y, a continuación, a través de los gestos hechos con autoridad. El ignorante está expuesto a más errores que aquel que conoce la realidad y la situación, en el campo civil es como en el religioso. Habría que emprender una campaña de sensibilización, pedir a los sacerdotes que sepan y deban ser educadores, que tendrían que estar bien formados ellos los primeros, de manera que puedan formar a los demás. Es absolutamente imposible impartir enseñanzas si primero no las ponemos en práctica nosotros. También para los padres sirve el mismo discurso.
Nosotros hemos tratado de formar a nuestras parejas con un sentido de responsabilidad, de conciencia iluminada, de capacidad de intervención. Creo, porque Dios lo ha reconocido, que los esfuerzos hecho han logrado su meta, y hoy lo ha repetido, tanto al referirse a los jóvenes como a las "perlas" (las personas ancianas). ¿Os dais cuenta? Os ha llamado perlas y esto quiere decir, que si de nuestra parte ha habido el empeño en la formación, de vuestra parte ha habido la disponibilidad en acoger y recibir los consejos, las sugerencias y también los reproches, que no han faltado.
La conversión de los jóvenes es una misión difícil y ha sido acompañada, desde que se ha empezado, por muchas oraciones por parte nuestra, por muchos sufrimientos, sobre todo por parte de Marisa y también por parte mía; sufrimientos de todo tipo: físicos, morales y sobrenaturales. Por desgracia todos estos sufrimientos, acompañados incluso por las oraciones por parte de aquellos que se iban enterando de esta misión, han producido solamente diez mil conversiones. Os puedo asegurar que el sufrimiento ha sido terrible. En una conversación que Dios me ha permitido tener con Él, le he preguntado: "Dios mío, ¿es posible que sea tan difícil convertir a los jóvenes? Me ha respondido: "Es tan difícil como convertir a los sacerdotes que están en pecado". Para mí ha sido un golpe muy duro. Me he dicho: "A esta pobrecita no sería suficiente la vida de Matusalén para poder llevar a Dios un número considerable de conversiones juveniles". Aquí entráis vosotros. Hoy, oficialmente, si lo queréis, sois llamados por Dios para uniros a la Vidente y al Obispo en esta misión, que continuará incluso cuando nuestra hermana vuele al Paraíso. Nosotros, vosotros, vuestros hijos y vuestros nietos, tendrán que continuar porque habrá siempre necesidad de sufrir, de rezar y de inmolarse por los jóvenes, que son la estructura de la Iglesia. Una Iglesia que no tiene jóvenes es una Iglesia que se desmorona, una Iglesia que tiene jóvenes es una Iglesia que resiste al tiempo.
Nosotros podemos decir que, en medio de alegrías y dolores, de victorias y derrotas, de presencias y abandonos, hemos dado mucho por la formación de los jóvenes. Hoy estos dos jóvenes harán su promesa. Me río porque hace dos meses, creedme, era imposible sólo pensar lo que está bajo vuestros ojos, pero Dios supera cualquier obstáculo e interviene. Después de tantos años puedo decir que he aprendido algo en las relaciones con Dios y una de las experiencias es esta: no asombrarse de nada. Lo que parece imposible para nosotros se vuelve en poco tiempo posible y realizable, lo que, sin embargo, a nosotros nos parece tan fácil no lo conseguimos nunca porque si no tenemos la ayuda de Dios no podemos seguir adelante.
Ahora es vuestro momento. Incluso en esta situación del amor juvenil, nosotros gracias a la enseñanza venida de lo alto, pensamos y reflexionamos con una mentalidad diferente a la mentalidad común entre los jóvenes. En nuestras parejas, tanto las que se han casado como las que se tienen que casar, no tiene que importar nunca la palabra enamoramiento, sino la palabra amor. El enamoramiento es un sentimiento, una emoción superficial que puede durar mientras duren las causas que lo han producido: la simpatía, la belleza, la riqueza, la salud. Pero todas estas cosas con el paso del tiempo disminuyen. A los señores presentes un poco más maduros os digo que miréis lo diferente que erais hace treinta o cuarenta años cuando os casasteis y comparadlo con ahora: tenéis que soportar unos los achaques de los otros y si no hubiese habido amor habría ocurrido lo que tantas veces, por desgracia, se oye: ha dejado a su mujer, porque está mal, ha dejado a su marido porque ha envejecido y así sucesivamente. ¿A esto se le llama amor? No. Eh ahí porque lo que a vosotros y los que os han precedido, tenéis que mirar, es la relación de amor, el amor que tiene a Dios como fuente. Nosotros tenemos necesidad de mantener contacto con Él, no podemos amar si no estamos unidos a Dios, no podemos amar si no estamos en gracia de Dios y si no nos alimentamos de la Eucaristía. Si recibimos de Dios estaremos dispuestos a dar a los demás lo que recibimos. Por tanto que en vuestras charlas haya siempre y únicamente la palabra "te amo" y no "me he enamorado de ti".
El amor lo es todo, es la virtud que nos lleva al Paraíso. Yo digo "Amo a Dios" no "Me enamoro de Dios". Dios me dice "Te amo", no me dice "Me he enamorado de ti". En vuestro vocabulario tiene que existir solamente la palabra amor. Para que el amor sea fuerte alimentaos siempre de la Eucaristía, el amor encarnado, el amor hecho hombre, el amor en cruz, el amor de purificación. Estad unidos en la gracia. ¿Habéis oído decir alguna vez con motivo del matrimonio: "Tenéis que estar unidos por la gracia"? si uno de los dos cónyuges no estuviese en gracia, la unión fallaría. ¿Recordáis la imagen de Jesús referente a la vid y a los sarmientos? Los sarmientos, para dar fruto, tienen que estar unidos a la vid, vosotros sois los sarmientos y Jesús es la vid: si uno de vosotros está separado de Jesús, ¿qué fruto da? Se seca y no sirve para otra cosa que para alimentar el fuego. ¿Es así como queréis acabar? Si sois buenos esposos seréis buenos padres, si sois malos esposos seréis malos padres.
Amor significa querer el bien de los otros, no el propio bien, no pensar en primera persona, trabajar y, si es necesario, sufrir para que el otro sea feliz. Si para que el marido alcance la felicidad, la mujer o los hijos tienen que hacer un sacrificio por parte propia, hay que estar dispuestos a hacerlo. ¿Es difícil? Sí.
La Virgen y San José han vivido amándose, buscándose, mirándose a los ojos. María y José son el ejemplo que todos debemos mirar.
Si durante la jornada, hay alguna espina, porque la vida es dura, monótona, llena de preocupaciones, de amargura y de tensiones, por lo que los nervios se descargan contra la persona más cercana, ay de vosotros si os vais a dormir sin haber hecho antes las paces. Es tan bonito decir: "Cariño, perdóname, estaba nervioso, o estaba nerviosa", éste es el verdadero amor, os dais un beso y os vais a la cama. La familia, de este modo, va adelante tranquila, serena y alegre.
Deseo a todos los presentes que renueven su matrimonio y lo alimenten con el amor del que os he hablado. Ahora, si no os parece mal, levantaos y bendigamos los anillos.