Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 7 octubre 2007
I lectura: Ab 1,2-3; 2,2-4; Salmo: 94; II lectura: 2Tm 1,6-8.13-14; Evangelio: Lc 17,5-10.
A menudo nos acercamos a la Sagrada Escritura con distracciones y casi incrédulos de que Dios pueda hablarnos también a nuestros corazones. Recordad lo que Jesús dijo: "Te doy gracias, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, porque así lo has querido". (Lc 10. 21); eh ahí cuál es la condición para poder comprender y sobre todo poner en práctica la Palabra de Dios. El estudio, el conocimiento de las lenguas antiguas, el arameo, el hebreo, el griego y el latín, no bastan; de hecho el conocimiento y la reflexión sobre la Palabra de Dios, surge en el corazón de aquellos en los que Dios está presente, aunque no hayan dedicado años y años al estudio de la Escritura. Éstos pueden, además, enseñar a los grandes teólogos, como ha afirmado también Cristo.
Los grandes teólogos han afirmado inexactitudes muchas veces cuando se han adentrado en las explicaciones de hechos narrados en la Palabra de Dios y peor aún sobre temas que el Evangelio no cuenta.
Por ejemplo, en la Encíclica "Deus caritas est" exactamente en la conclusión hay una reflexión que tanto Jesús como la Virgen han rechazado: "(La Virgen) acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia" (Carta Encíclica Deus Caritas est Cap. 41). El que la ha escrito habría evitado hacer el ridículo, que en el futuro será peor ante la Historia, si hubiese tenido la humildad de reconocer la revelación privada. Nadie está obligado a aceptar y creer en la revelación privada, pero ésta contiene hechos adicionales que no se han escrito en el Evangelio. En las últimas líneas del Evangelio de San Juan está escrito: "Otras muchas cosas hizo Jesús. Si tuvieran que ser escritas una por una, me parece que no cabrían los libros que podrían escribirse" (Jn. 21, 25). Sólo Dios puede revelar lo que se esconde entre una línea y otra del Evangelio y de la Sagrada Escritura. El caso de la Encíclica es triste, porque atribuye a Cristo lo que ningún hijo bueno debería hacer con respecto a sus padres, o descuidar a su madre. Por desgracia se ha escrito que María ha sido descuidada por Jesús durante los años de su vida pública; creo que recordáis lo que ha dicho la Virgen: "Mi Hijo no me ha olvidado nunca, me ha tenido siempre en primer lugar".
De hecho, por la revelación privada, sabemos que la Virgen ha estado siempre al lado de Jesús de manera ordinara y de manera extraordinaria a través de la bilocación. Ella, en su profunda humildad, se quedaba detrás, para dejar a los apóstoles el espacio al lado de Jesús, pero Él cada poco se giraba y la llamaba diciendo: "Mamá, ven a mi lado" y la abrazaba. ¿Os parece que la olvidaba? Jesús mismo ha dicho: "Yo no he olvidado nunca a mi Madre", por lo tanto es muy grave la afirmación de la Encíclica porque puede generar dudas e incertidumbres sobre el comportamiento de Jesús.
Tengo el valor de denunciar esta afirmación y muy pronto esto llegará a las altas esferas del Vaticano, pero creedme la cosa no me importa mucho. Dios me ha llamado para defender y difundir la verdad y por lo tanto tengo el deber de corregir y llamar la atención de quienquiera que la ofenda.
Procedamos con el comentario de la primera lectura de hoy. Hababuc es un nombre que a vosotros no os dice nada, porque es uno de los llamados profetas menores. Ya os había explicado que esta expresión, llamada así por s. Agustín, indica simplemente a los profetas que han dejado los escritos más breves respeto a los llamados mayores: Isaías, Jeremías y Ezequiel.
El profeta Hababuc es importante porque ha manifestado para nosotros verdades muy fuertes. La primera parte de sus escritos contienen una serie de invectivas contra los pecadores, los rebeldes y los injustos, la segunda sin embargo contiene una maravillosa oración a Dios, en la que cuenta las victorias y los triunfos de Yahveh. El fragmento de hoy forma parte precisamente de ésta última y es un fragmento que podemos sentir como nuestro. De hecho, puede ser dirigido tanto a los judíos como a nuestra comunidad, que aunque pequeña y débil, en su esencia, es Iglesia.
El Cuerpo Místico de Cristo está formado por muchas células y una de estas células es nuestra comunidad, a pesar de las debilidades y las faltas, es ciertamente una entre las más vivas, no porque sea numerosa, sino por la presencia de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo, de la Virgen, de San José y de los otros santos y de todos los ángeles del Paraíso. Aquí han ocurrido los más grandes y numerosos milagros eucarísticos, las más numerosas e importantes apariciones de la Virgen a una sencilla criatura y a un pequeño sacerdote que ha sido ordenado Obispo directamente por Dios. Aquí está la Puerta Santa, que según la voluntad de Dios permite pagar la deuda con Él y por lo tanto ganar la indulgencia plenaria para sí mismos o para los difuntos. Todo esto ha ocurrido aquí. ¿Y cuál ha sido nuestra actitud? ¿Cuál ha sido nuestro comportamiento?. Ha sido exactamente el del pueblo de Israel. Como éste último ha faltado al reconocimiento, de confianza y de fe hacia Dios y no ha puesto en práctica las enseñanzas recibidas a través de los profetas, también nosotros hemos caído en las mismas faltas: no hemos dado a Dios aquél testimonio que él esperaba. Nos hemos mostrado aquél reconocimiento hacia él que habríamos tenido que tener, no hemos tenido aquella fe fuerte que surge también de los milagros eucarísticos y de toda una serie de gracias, físicas, naturales, materiales, de las que muchos de nosotros hemos sido los beneficiarios. Ante todo esto, ¿cuál es nuestra actitud? Pretender de Dios que se dé prisa en realizar lo que ha prometido.
La Virgen, la criatura que ha amado a Dios más que nadie, con materna solicitud e inmensa dulzura, hoy, como muchas otras veces, nos ha dicho: "Hijitos, si no amáis, ¿cómo podéis pretender algo de Dios?".
Nosotros quizás rezamos mucho más que otras muchas comunidades, pero a veces la oración es una satisfacción, y a mí personalmente creedme me gusta mucho, para poder estar calmado, tranquilo y sereno delante de Jesús Eucaristía y no estar oprimido minuto a minuto por todos los problemas que por desgracia la vida me ofrece. La oración, por tanto, es alegría, es un encuentro feliz con Dios, pero la caridad es superior; recordad la enseñanza: "Primero aprended a amar y después rezad". Así que propongo para el martes próximo, jornada en la que en nuestra comunidad hay adoración Eucarística, la jornada de la Caridad. Recordad la enseñanza del Evangelio de Jesús: "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y fuisteis a estar conmigo. Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos emigrante y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt. 25,34-40) Jesús se encuentra en la Eucaristía, nosotros adoramos Su cuerpo, Su Sangre, Su Alma y Su Divinidad en la Eucaristía, pero lo podemos encontrar también de otras maneras. El martes próximo, en lugar de venir a este lugar taumatúrgico para la adoración y estar tranquilos, serenos, sentados cómodamente o arrodillados pacíficamente delante de Jesús Eucaristía, haced obras de caridad. Participad también en la S. Misa en vuestras parroquias, para recibir la fuerza, pero el tiempo necesario para venir aquí y hacer la adoración reservadlo para realizar obras de caridad: "En esto reconocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros" (Jn. 13, 35). Id a ver quien está enfermo; ayudad a los ancianos que no son autosuficientes y que no tienen cuidadores a los que no pueden pagar; id a los orfelinatos, a los hospicios, a los hospitales y, si os apetece, informaos de qué enfermo no recibe nunca visitas y acercaos a su lecho de sufrimiento y de soledad; esto es lo que os pido que hagáis y lo digo con mucha sencillez, es Jesús mismo el que me lo ha sugerido. Cuando ayer consagraba la Eucaristía y la adoré sentí claramente que Él quería esto que os he propuesto. Probablemente dedicaremos un martes al mes a las obras de caridad.
Si no crecemos en la caridad no se realizarán las promesas de Dios. El profeta Hababuc nos lo hace comprender de manera nítida y precisa, para que la posteridad pueda tener la documentación en que Dios había dicho y prometido estas cosas: "Escribe la visión, grábala en tablillas" (Hab 2, 2). "Es una visión para una fecha fija, llegará a su término y no fallará; si tarda, espérala, pues llegará en el momento preciso" (Hab 2,3).
Pero ¿quién es el que obtendrá la victoria? Sólo el justo y no el pecador. Nosotros habríamos podido conseguir la victoria después de la prueba de 1999, después de los tres millones y medio de personas convertidas y en fin, después del último golpe de Satanás, pero ¿estábamos preparados? ¿Habíamos dado verdaderamente con un amor total y completo? No. Ninguno de vosotros puede levantarse y afirmar que ha amado siempre. Eh ahí el porqué Dios ha aplazado justamente Sus intervenciones. Claro que, uno de los motivos es la falta de tantas conversiones entre los poderosos de la Iglesia, pero no pensemos siempre en los demás, sino también en nosotros. Ha habido fallos en las acciones, obras, omisiones y pensamientos: todos, no hay excepciones para nadie. A pesar de todo, la misericordia y el amor de Dios vienen en nuestra ayuda. Estas pequeñeces y mezquindades estaban también presentes entre los apóstoles, sin embargo mientras ellos lo reconocían, en nuestra comunidad, no obstante, cada vez hay que señalarlo. Cada uno de vosotros se siente justo y santo mientras Jesús, la Virgen o el Obispo no intervienen. ¡No somos capaces de examinar nuestra conciencia!
Los apóstoles pidieron a Jesús: "Auméntanos la fe". Y la fe se aumenta de muchas maneras: manifestando a Dios nuestra total adhesión, creyendo en todo lo que se nos ha revelado en la revelación pública y en la revelación privada; pero la manera más segura para crecer en la fe es incrementar la riqueza de la gracia en nosotros. La gracia aumenta de manera más propicia con el amor y el amor lleva al Paraíso. Tenéis también la estampa en la que se recita: "La caridad es el pase para llegar al Paraíso", pongámoslo en práctica. Si uno tiene el pase en el bolsillo, pero no lo utiliza para pasar por el peaje de la autopista, es bastante tonto e ingenuo. Mirad, hemos sido tontos e ingenuos, teníamos el pase; pero el pase no sirve sólo para llegar al Paraíso, sino también para llegar al corazón del hermano. De hecho, se llega al corazón del hermano a través del amor y con el amor, porque el amor es: comprensión, diálogo, sensibilidad, atención y respeto hacia el otro. Si falta el amor, entonces faltan todas estas otras cualidades. Por tanto el amor lleva a Dios, a los hermanos y, podemos añadir que para nosotros, acelera el triunfo.
Después de muchos años la Virgen ha recordado una promesa que había hecho hace mucho tiempo, es decir, que todos nosotros la veríamos. Ciertamente muchos de vosotros han pensado que esta promesa ya no se realizaría. Sin embargo la realización de esta promesa depende de nosotros y espero que hoy lo hayáis comprendido. Quién sabe, probablemente se habría ya realizado si hubiésemos llegado a aquel grado de amor y de caridad que Dios quiere.
Nosotros hemos sabido por la revelación privada que en el Paraíso existe una condición por la que algunas almas no gozan todavía de la visión beatífica de Dios: el Paraíso de la Espera. Éstas todavía no han llegado todavía con sus hermanos y hermanas para gozar de la visión beatífica de Dios, porque no han alcanzado todavía aquél grado de amor y de caridad que Dios quería para cada una de ellas. De hecho, a pesar de no tener pecados que descontar, ya que en el Paraíso ya no hay deudas, las almas tienen que subir todavía algunos escalones en la famosa escalera del amor; si Dios espera de un alma diez y esa le ha dado nueve, falta todavía un punto y así la espera y la privación de la visión beatífica de Dios induce al alma a amar más y a alcanzar aquella meta que Dios ha decidido.
Nosotros queremos ir al Paraíso, pero no queremos hacer la llamada sala de espera en el ante Paraíso; estas son expresiones humanas, no he encontrado todavía otras más significativas. Por lo tanto, si queremos cruzar enseguida, y llegar delante de Dios para verlo tal como es, tenemos que amar.
Ninguna criatura humana puede decir como es Dios; de hecho Él no se manifiesta abiertamente a los hombres mientras viven en la Tierra, porque nadie sería capaz de sostener esta visión, tan grande, majestuosa, inmensa e infinita. La pequeñez de la naturaleza humana advertiría sus propios límites, la propia insuficiencia y por lo tanto el hombre podría además morir por la alegría de la visión divina, existe este límite que no puede ser superado mientras vivamos en la tierra. Por lo tanto si queremos evitar esta sala de espera en el Paraíso de la Espera, tenemos que amar.
Amar no es fácil, hace falta paciencia, resignación, fuerza, constancia, valor, perseverancia y confianza, hace falta todo. Si queremos el triunfo y ver a la Virgen tenemos que amar. Muchas veces la Virgen ha dicho y lo ha repetido también hoy: "Amad al Obispo". La mejor manera es amaros entre vosotros, amar a los demás, sin excluir a ninguno: esto aceleraría las intervenciones de Dios. Os ruego, por tanto, no penséis solamente en vosotros mismos, sino en los demás.
Ea, esto tenía que deciros; espero que lo que os he dicho será puesto en práctica. Si no fuese posible ir materialmente a ver al que sufre, hay otra posibilidad: ofreced el equivalente de vuestra comida y de vuestra cena a quien tiene necesidad. No tenéis que darme explicaciones, testimonios o referencias, sino que será Dios el que mirará y verá lo que hemos hecho. Si no hemos hecho todo lo que teníamos que hacer, será sencillamente por nuestro descuido.
A Dios Uno y Trino, a Dios Papá, a Dios Hermano, a Dios Amigo sea el honor, la gloria por todos los siglos de los siglos. Amén.