Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 8 marzo 2006
No estaba previsto que hablase hoy y creo que esta tarde se me pueden aplicar las palabras de Jesús, cuando dijo: “Tengo compasión de esta multitud”, frase pronunciada después de haber hablado durante mucho tiempo a la gente y darse cuenta que tenían hambre. Os doy las gracias porque habéis venido aún siendo un horario incómodo para vosotros y, si por una parte ha sido favorecido el grupo de los trabajadores, por la otra parte quizás ha sido desfavorecido el grupo de las amas de casa o de los amos de casa. Quiero daros las gracias por esto y por tanto no puedo no dirigirme a vosotros. Os doy las gracias sobre todo porque vuestra presencia no es formal sino afectuosa, y sé que estáis rezando ininterrumpidamente al Señor por el Obispo y por la Vidente, durante este aniversario de mi ordenación sacerdotal que, por desgracia y hasta ahora, todavía es angustiado.
Es el cuadragésimo tercer aniversario de mi ordenación sacerdotal, han pasado muchos años, y es el trigésimo cuarto aniversario del inicio de la misión. Han pasado muchos años, una vida entera diría yo. Hoy, nítidamente en mi mente han vuelto las imágenes del 8 de marzo de 1963: me he visto a mí mismo en la pequeña capilla dedicada a Nuestra Señora de la Confianza, donde pasé buena parte de aquella jornada, en oración delante de Jesús y de la Virgen; no hubieron homilías, predicaciones o ejercicios espirituales, pero cada uno gestionó la vigilia de su ordenación como creyó oportuno. Yo la pasé rezando por mi sacerdocio y pedí al Señor que me concediese el don de no traicionarlo nunca. Con sencillez, puedo afirmar que no he traicionado nunca a Dios y esto es un consuelo, porque he visto escuchada mi oración; no ha sucedido a causa de mi fuerza, sino gracias a la Suya. Hoy, a los recuerdos tan lejanos, se han unido sensaciones de la jornada de hoy, muy dolorosa y sufrida; no he sido capaz de retener las lágrimas, pero las he compartido con la Virgen, porque la Madre de la Eucaristía estaba con nosotros. No ha dicho ni una solo palabra, ha llorado todo el rato, quería compartir así su dolor materno con nuestro dolor filial, el mío y el de Marisa. Sí, es verdad, hemos llegado a un punto en el que le decimos con franqueza al Señor: “No podemos más, basta, estamos cansados, Señor” y la oración: “Ten piedad”, aquella oración que vosotros recitáis, refleja de lleno nuestra situación. “Aférrate a la Eucaristía” me dijo Jesús y, en los momentos de la prueba y del sufrimiento, lo hemos hecho y ciertamente esta fuerza, aunque muchas veces no la hemos sentido, sin embargo ha estado presente. De hecho, bastaría hacer esta reflexión: si estoy aquí delante de vosotros, si os estoy hablando es porque la gracia de Dios, lo puedo decir con Pablo, en mí no ha sido vana. Si no hubiese tenido la gracia de Dios, no estaría aquí. Ni siquiera vosotros estaríais aquí. Ciertamente el Señor habría realizado igualmente sus designios, porque no tiene necesidad de los hombres, pero debo decir que si no hubiera habido gracia, no habría sido humanamente posible escalar esta prueba interminable y llegar al Gólgota. Como sabréis, muy cerca de la cruz en la que Cristo fue levantado, está el sepulcro y está vacío, porque Él resucitó. En compensación, nosotros tenemos el sagrario lleno, porque Cristo está allí presente; es por esto que, a pesar del desánimo, el abatimiento, la amargura y la desilusión, Cristo nos ha unido a Si mismo. De hecho, cuando Cristo subía hacia el Calvario, cuando se arrastraba, caía y le volvían a levantar con tirones, cuando sentía palabras irónicas y malvadas contra él, pensaba en los que le acompañarían y le seguirían a lo largo de los siglos. Por tanto, creo poder afirmar que, mientras Jesús subía hacia el Calvario y llevaba la cruz, vio también al Obispo y a la vidente llevando su cruz.
Muerte no es la palabra final para los cristianos, porque sabemos que después de la muerte hay la resurrección, la victoria. Nosotros la estamos esperando y también vosotros; deseamos que venga pronto, no porque es fuerte el deseo de revancha, sino sencillamente porque, aunque las apariencias no lo permitan, creemos todavía firmemente en Dios que nos ha hecho promesas y esperamos que las pueda realizar lo antes posible. Gracias por vuestras oraciones, sé que mañana rezaréis de manera particular, porque mañana es el aniversario de mi ordenación sacerdotal. Yo siento mucho más el 9 de marzo, quizá porque fue largamente esperado, quizá porque fue el objetivo de tanto años, respecto al 20 de junio, el día de mi ordenación episcopal, porque no me lo esperaba, no lo pedí; para la ordenación sacerdotal hubo una larga espera de años y cuando llegó ese día, lo sentí particularmente mío y la Virgen estaba presente; sabéis que aquél día estaba también presente Marisa.
Mañana por la mañana nos pondremos en oración, Marisa y yo, estaremos solo nosotros; no porque hayamos querido excluiros, sino porque deseamos que este momento sea nuestro, lo fue hace cuarenta y tres años. Han sido cuarenta y tres años vividos en compañía de la Madre de la Eucaristía y quién sabe si vendrá el Jefe a infundir, en estos cuerpos cansados, nuevo vigor y energía. Yo miro a la cámara frente a mí porque sé que en este momento Marisa me está viendo y escucha desde su habitación: Marisa, en Lourdes dije sí dándote la mano, esta vez lo hago a través de un medio mecánico y volvemos a concertar una cita sobre el altar de Dios y repitiendo nuestro sí a Dios, aunque asustados y cansados.
Te ruego, Señor, no nos abandones y nunca nos hagas sentir solos.