Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 8 septiembre 2009
Es hermoso, es normal, que en el fondo de nuestro corazón haya un espacio enteramente ocupado por la emoción y no puede ser de otra manera.
Nosotros vivimos en la luz de la fe, de la esperanza y de la caridad, por tanto lo que los hombres ven como una separación, nosotros lo vivimos como un encuentro. En este momento, queridos míos, nosotros estamos celebrando una conmemoración; se conmemora a quien está lejos de nosotros o incluso con los que ya no se tiene relación. Éste no es un simple "recordar a Marisella", sino un encuentro vivo y palpitante entre personas que, aunque de manera diferente, viven su vida.
Ha pasado un mes.
Me gustaría que hasta agosto del 2010, cada ocho del mes nos reuniésemos para encontrarnos de manera familiar y simpática con Marisa.
Mientras cantabais el Magnificat, ha habido una explosión de recuerdos, de pensamientos y también de una cierta nostalgia por aquello que sabemos que no se podrá volver a repetir. Ciertamente hemos tenido y gozado de tantas apariciones de las que ahora podemos vivir de renta, pero las cosas no están como habíamos pensado; durante el Magnificat, el Paraíso, que no está ligado al espacio, se ha desplazado hasta aquí, a esta capilla que Marisa ama. Atención, no he dicho "ha amado", sino "ama" con un amor particular. Esta es su capilla y nuestra a la que estamos encariñados mucho más que aquella a la que nosotros llamamos pomposamente basílica, porque ha sido construida, adaptada y arreglada poco a poco. Éste es el ambiente más querido, amado y deseado por Marisa. Como ocurre cuando se intercambian los saludos de las visitas amigas que son acogidos en la estancia más bonita e importante, del mismo modo acogemos a nuestra hermana en esta capilla que ella ama tanto.
Mientras subían las notas del Magnificat, que precederán siempre al inicio de la celebración de la Misa, creed en mi palabra, ha descendido el Paraíso para acompañar a Marisa. Centenares o mejor dicho millares de veces ella ha visto descender el Paraíso durante las apariciones y hoy el Paraíso ha descendido para escoltarla a ella y para hacernos compañía a nosotros.
Durante este mes lleno de gracias, de ayudas y sufrimientos, ha sido para mí repetitivo y espontáneo el hacerme una pregunta retórica: "Y ahora, querida Marisella, querida hermanita, ¿qué haces allí arriba?" Entonces me parecía verla circundada de las numerosas almas a las que ha salvado con su enorme sufrimiento. Los niños se la disputaban: unos querían subir en brazos, otros trataban de estrecharle la mano y otros le tiraban la túnica, la famosa túnica de la que ha hablado también Nuestra Señora. El cuadro se completaba cuando llegaba la Abuela Yolanda. De repente resonaba en el Paraíso la voz fuerte y poderosa de Dios que llamaba a la Abuela Yolanda y a Marisa delante de Él y, como a menudo nos contaba, a propósito de su madre, corrían juntas ante Dios, se postraban y Le encomendaba a cada uno de nosotros.
Tenéis que tener presente que la misión de nuestra hermana, de mi hermana Marisa, consiste exactamente en ayudar al Obispo para que el renacimiento de la Iglesia pueda surgir verdaderamente y sostener y ayudaros a vosotros que la habéis amado y la amáis. Dadla a conocer, porque almas tan hermosas, probablemente entre las más hermosas salidas de la Mente y del Corazón de Dios, no hay muchas en el Paraíso. En el cielo están todos los santos, pero vosotros sabéis, queridos míos, que la Santidad tiene diversos grados y Marisa ¡ha llegado al máximo!
Ahora, querida Marisella, me dirijo a ti.
Los ojos de la carne no te ven, pero los ojos del alma sí y te ven serena, feliz y sonriente. A cada uno de nosotros nos repites: "He ido antes que vosotros, como ha dicho Jesús a los apóstoles, para prepararos un sitio y mientras viváis en la Tierra, os ayudaré"
Creo que la Virgen no ha usado nunca la palabra muerte, sino "partida". La palabra muerte representa un alejamiento, mientras que la "partida" es un viaje compuesto de ida y vuelta. Experimentamos la partida cuando vamos de vacaciones y, aunque estemos lejos durante mucho tiempo, después volvemos. Pues bien, Marisella ha partido, por tanto ella puede volver a la Tierra, entrar en vuestras casas y repartir las gracias y los dones que esperáis. Ahora tenemos ante Dios a dos grandes mediadoras, la Abuela Yolanda y Marisa que rezan, nos aman y nos mantienen unidos.
Sí, queridos míos, nos mantienen unidos.
Las experiencias que hemos vivido recientemente han sido fuertes, angustiosas y han puesto a dura prueba la unidad de la comunidad, pero Marisella ha tomado el lugar de Jesús. ¿Os acordáis cuando dijo: "Como una gallina he tratado de reunir a los polluelos bajo mis alas"? Ella ha hecho lo mismo. Como una gallina ha procurado que no hubiera distanciamientos ni alejamientos, ha hecho sentir, de manera viva y sensible, su ayuda y su protección, para que nosotros estuviésemos verdaderamente unidos. Hemos hecho también un gran descubrimiento: se piensa que sólo la alegría une. ¡Oh, no! El mundo ante la experiencia del dolor reacciona de modo negativo, llegando al distanciamiento y a la separación. Cuantas veces parientes enfermos han sido dejados solos, porque eran una carga. Sin embargo nosotros hemos aprendido que el sufrimiento une, amalgama y hace que de muchos individuos se pueda llegar a la unidad, a algo hermoso y grande.
Marisella, esto es ciertamente mérito tuyo.
Tu modo de ser, a veces, vivaracha e impetuosa, incluso durante las apariciones o las Teofanías, o en el encuentro con Dios mismo. Dios Padre no te ha reñido nunca por esto cuando estabas en la Tierra y creo que tampoco lo hará ahora que estás en el Paraíso, porque eres única en tu género, única en tu manera de ser. Ha sido dicho por otra persona que "el molde" se ha roto, pero si queremos hablar de moldes, queridos míos, como el de Marisa, en verdad, ya no se encuentra.
Todos nosotros tenemos que tratar de asemejarnos a ella. Nos ha enseñado a vivir unidos a Dios, cualquiera que fuese la situación, la experiencia que viviéramos. Y de esto, querida Marisella, te estamos agradecidos.
Tu gran amor por los niños. Confiadle vuestros niños para que pueda protegerlos del mal y de todo lo que, en este mundo corrupto y sucio, les pueda dañar. También éste es otro cometido suyo. Sed responsables y seguid su ejemplo.
En los últimos meses de la vida de Marisa cuando, muy tarde, íbamos a la cama, sin que fallara nunca nos preguntábamos: "Esta noche ¿nos mandará Dios la rosa? ¿Nos dejará descansar?" si hubieseis entrado en aquella habitación en la que descansábamos, habríais visto a dos personas desgranando las cuentas del rosarios para superar la incertidumbre y vencer el miedo en una oración convencida, en una oración suplicante y llena de amor, porque el uno rezaba por la otra y la otra rezaba por el primero.
Hoy haremos a Marisella un bonito regalo: le regalamos la Santa Misa, el centro de su vida.
Si no hubiese tenido la Eucaristía, si no hubiésemos tenido la Eucaristía, no hubiésemos aguantado. Éste es el don que le hacemos. Me gustaría, pero ya os habréis dado cuenta, haceros ver como en el corazón y en la mente de Marisa, ha estado siempre la Eucaristía: en este último regalo que me ha hecho, esta cruz pectoral, se ven las espigas, los racimos de uva y, a los pies de la Cruz, la "M" de María. Hasta el ocho de agosto solo leía "María", pero desde ahora además de María, leo también Marisa. Durante la Misa está aquí, al lado del Obispo. Yo la noto presente, la siento viva, la siento cercana y no puede ser de otro modo. Recordad también que, cuando Dios da un don, no lo retira. Notaréis la falta de la Virgen probablemente, pero cuando celebro la Santa Misa, sola o muy a menudo en compañía de San José, de la abuela Yolanda y ahora también de Marisa, está a mi lado y podemos notar su presencia. ¿Veis como une la Eucaristía? Es durante la celebración de la Misa del Obispo que podéis hallar a la Virgen, a San José, a la Abuela Yolanda y sobre todo a Marisella. No habrá una separación, habrá una diversidad de relaciones y de intercambios, pero la separación no, queridos míos.
La Eucaristía ha sido la razón de su vida, como es la razón de mi vida. Sus enseñanzas nos llevan a considerar la Eucaristía como el don más grande, más hermoso e infinito que Dios nos ha dado. Incluso cuando estaba muy mal, llena de dolores, participaba en la Santa Misa y estaba en la cruz; finalmente ahora está en el Paraíso, en la alegría y en la felicidad, junto a la Virgen, a los pies de la cruz y sobre esta cruz destaca Jesús, su Esposo, que la ha llamado junto a Él por toda la eternidad. Nosotros somos llamados por Dios a cambiar la sociedad y el mundo, pero recordad queridos míos que la sociedad y el mundo cambian si empezamos a cambiar cada uno de nosotros. Si cada uno de nosotros se vuelve más santo, se vuelve mejor, entonces ciertamente el mundo será más hermoso y mejor.
Tenemos que restituir al mundo, por el poder de la Eucaristía, por la intercesión también de nuestra hermana Marisa, el rostro y la fisonomía que Dios le ha dado. Dios lo ha creado hermoso, justo, santo; los hombres, por desgracia la han arruinado y destruido. Al que dice: "¿Qué podemos hacer nosotros, pocos, débiles, pequeños?", le recuerdo que ¡a Dios nada le es imposible! Muchas veces Dios ha mandado a Marisa por el mundo en bilocación a hacer el bien. Ahora tratemos, queridos míos, de hacer lo mismo aunque nosotros con la oración, con los sacrificios y los florilegios. Pensad lo hermoso que es: una oración hecha aquí, en esta capilla, lleva lejos sus beneficios, justamente a través de nuestra hermana Marisa, que recoge nuestras oraciones y las distribuye como flores, donde hay más necesidad. Donde hay llanto puede volver la sonrisa; donde hay desesperación puede florecer la esperanza; donde hay aversión, sobretodo, puede nacer el amor, porque nosotros tenemos que circundar el mundo de amor y este amor tiene que brotar de esta fuente, de este lugar taumatúrgico.
Que Dios nos asista y nos bendiga. El 24 de octubre, si Dios quiere, haremos la gran celebración de las bodas místicas de Jesús y Marisa, junto a la fiesta de la Madre de la Eucaristía. Por otra parte, cada 8 de mes, nos reuniremos justamente porque los vínculos de amor entre nosotros y nuestra hermana no tienen que debilitarse con el tiempo, sino reforzarse y convertirse verdaderamente en una cadena de oro, que nos une, sobre todo nos une a Dios, a la Madre de la Eucaristía. Ya que esta Misa es un don que ofrecemos a Marisa, en esta misma Misa pedid a Marisa lo que necesitéis, lo que más os interese y podréis sentir y experimentar su poderosa intercesión, si Dios quiere.
Si Dios quiere, nos veremos el 14, otra fecha importante que no puede pasar en el silencio, sino que tiene que ser recordada, porque sabéis que todo empezó desde aquél famoso 14 de septiembre de 1995.
Pasarán los años, pasarán los decenios, pasarán los siglos, pero en la Iglesia esto será un recuerdo vivo y palpitante, mantenido vivo por los que vendrán detrás, para seguir dando un testimonio de fe, de amor inquebrantable hacia la Eucaristía y hacia la Madre de la Eucaristía.
Sea alabado Jesucristo.