Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 8 Diciembre 2006
I lectura: Gen 3, 9-15.20; II lectura Ef 1, 3-6.11-12; Evangelio: Lc 1, 26-38
Después que el hombre hubo comido del fruto del árbol, el Señor Dios le llamó y le dijo: «¿Dónde estás?». Y éste respondió: «Oí tus pasos por el jardín, me entró miedo porque estaba desnudo, y me escondí». El Señor Dios prosiguió: «¿Quién te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿No habrás comido del árbol del que te prohibí comer?». El hombre respondió: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí». El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Qué es lo que has hecho?». Y la mujer respondió: «La serpiente me engañó y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho esto,
maldita seas entre todos los ganados
y entre todas las bestias del campo.
Te arrastrarás sobre tu vientre
y comerás del polvo de la tierra
todos los días de tu vida.
Yo pongo enemistad entre ti y la mujer,
entre tu linaje y el suyo;
ella te aplastará la cabeza
y tú le acecharás el calcañal».
El hombre llamó Eva a su mujer, porque ella fue la madre de
todos los vivientes. (Gen3,9-15.20).
Habéis oído diversas veces la expresión: “La Inmaculada Concepción abre la historia, la Madre de la Eucaristía cierra la historia”. Hoy la Virgen lo ha repetido, pero, probablemente, se os escapa la interpretación teológica de esta alta y solemne afirmación, hecha por la Madre de la Eucaristía.
En el plan de salvación y en los designios de Dios la Virgen está presente desde el inicio e incluso antes de la realización del mismo designio de salvación. Es justo al inicio de la historia humana, poco después que Dios intervino creando las realidades animadas e inanimadas y poniendo al hombre en el centro de la creación, que el hombre se rebela a Dios y la consecuencia de esta rebelión es la que todos conocéis. Podemos decir que Dios es más rápido prometiendo la salvación y la redención, que el hombre en cometer este acto de desobediencia y de rebelión hacia Él. Y eh ahí las palabras que se transmiten, que vienen del mismo Dios, y que han sido y deben tenerse presentes en la historia de la humanidad: “Yo pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; ella te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañal».
Los estudiosos, los exegetas han llegado a la conclusión más lógica: es Cristo, estirpe de María, el que aplasta al demonio, que vence sobre el pecado y que anula el pecado. Para realizar este plan de salvación Dios se ha servido de María, ha querido que María, una criatura humana, fuese elevada y compartiese, como consecuencia, el destino de su Hijo. Dios la ha elevado y ha querido que fuese madre de Su Hijo y que compartiese su suerte en el dolor y en la glorificación. Por tanto es verdad que Cristo, en cuanto Hijo de Dios, aplasta la cabeza de la serpiente, pero también es verdad que es María, junto a su Hijo, la que aplasta la cabeza de la serpiente
La precisión y el significado del término “linaje” no debe detenerse solo aquí, es grande e inmenso: en su amor, en su bondad, en el respeto que Dios ejerce hacia sus criaturas, en el término linaje también hay que tener presente el género humano, que acepta la redención y la salvación que viene de Cristo. Nosotros somos hijos de Dios e hijos de María, por eso, también nosotros, con humildad y gratitud, porque Dios nos ha elevado tan alto, participamos en la lucha para alcanzar la derrota definitiva del demonio.
“Yo pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo”. ¿Quiénes son los que forman parte del linaje del demonio? Son los enemigos de Dios. ¿Quiénes son los que forman parte del linaje de María? Son los hijos de Dios. Encontráis la confirmación de lo que os estoy diciendo en el grandísimo apóstol Pablo cuando, en el fragmento que habéis oído y que ya hemos comentado en los encuentros bíblicos de este año, dice: “Bendito sea Dios que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos, en Cristo” (Ef. 1, 3). En esta afirmación de Pablo está contenido, de manera teológicamente más elevada y perfecta, todo lo que os he dicho: es en Cristo y por medio de Cristo, que nos convertimos en hijos de Dios y, en consecuencia, hijos de María, tanto es así que Pablo siempre afirma esta filiación, predestinándonos a ser sus hijos adoptivos por obra de Jesucristo. Por eso, si somos hijos de Dios, también somos, en consecuencia, linaje de María. Y os he explicado que el término “adopción” que usa aquí Pablo, no tiene que ser considerado con el significado y la acepción que comúnmente damos al término “adopción” en la legislatura civil. En este último el término “adopción” significa reconocer la paternidad de uno sobre otro, quien es señalado y reconocido como hijo por el estado. En la adopción humana, entre el padre y el hijo no hay ninguna similitud ni paso de ADN y de carácter como es el caso del nacimiento humano, en la generación natural. Nuestra relación de adopción con Dios, por tanto, es diferente de la adopción humana, significa que Dios nos introduce una realidad que nos asemeja a él. Es justamente al principio de la Biblia que leemos: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, por tanto, nosotros, en cuanto a Dios, tenemos esa justa semejanza que nos permite llamar a Dios, Padre y parecernos a Dios. Todo esto nos pone en la situación y en la realidad que también caracteriza la lucha que existe entre Dios y la Virgen por un lado, y el demonio por otro. Si somos “linaje elegido”, como dice Pablo, “sacerdocio real”, lo tenemos que demostrar de manera particular, al emprender la lucha diaria contra el mal y contra el pecado.
Y entonces eh ahí porqué, quizá de manera solemne y por primera vez, digo, a toda la comunidad, a todos los miembros que están esparcidos por el mundo y están ligados a ella y son mucho más numerosos de lo que podamos imaginar, a todos vosotros, gracias en nombre de Dios porque habéis decidido y elegido estar de parte de Dios. Lo repetiré hasta el último instante de mi vida, no porque Dios tiene necesidad de nosotros, sino porque Dios nos ama de tal manera que quiere, desea ardientemente que estemos unidos a Él en la vida terrena y sobre todo, en la otra vida. Si esto no ocurre no es pon incapacidad de Dios, sino por responsabilidad de los hombres, de nosotros hombres, que como Adán y Eva, como los ángeles rebeldes, tuvieron el valor y la presunción de decir “no” a Dios. Vosotros habéis dicho “sí” a Dios y es justo que, en este día solemne en el que la Iglesia ha sido consagrada a Dios, cada uno de vosotros reciba el justo reconocimiento, la justa alabanza por parte del pastor, porque sois miembros elegidos del cuerpo místico de Dios, ocupáis los primeros lugares en los planes de Dios, sois y debéis sentiros linaje de Dios y linaje de María.
Todo esto tiene que ocurrir con un espíritu de auténtica humildad y eh ahí porqué este año es el año de la humildad y ha sido indicado este compromiso, para un adecuado y proporcionado crecimiento en esta necesaria e indispensable virtud, porque la humildad es la verdad.
No podemos prescindir de la humildad que nos hace apreciar los dones de Dios y, a la vez, no atribuirnos el mérito de lo que hacemos porque lo hacemos ayudados de estos dones; toda alabanza, toda gloria es para el artífice que nos ha otorgado estos dones a cada uno de nosotros: humildad y verdad. Dios aleja de Ti a los soberbios y orgullosos, Dios transforma a los últimos que son humildes en los primeros, los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros, esta es la voluntad de Dios, esta es la enseñanza de Cristo.
Hemos extraído del canto del Magnificat de la Virgen algunas expresiones que van bien a nuestro caso, “ha derrocado del trono a los poderosos”. Aquellos que, en su orgullo ilimitado, incluso pensaron que podían prescindir de Dios y llegar a ser los arquitectos de los destinos de los hombres, tanto en el campo civil como en el religioso, serán derribados con la misma facilidad con que un niño derriba un castillo de naipes, que anteriormente, ha sido hecho con paciencia y puesto en pie por un adulto. Los que fueron poderosos y que se levantaron, dejan lugares vacíos y estos lugares vacíos son ocupados por los últimos. "Enalteció a los últimos", este año nuestro estilo de vida tiene que ser éste.
Esperemos que el Señor lleve a cabo sus intervenciones y, aunque comenzara sus intervenciones y nos llamara la atención de la Iglesia y del mundo, ¡ay de nosotros si viviéramos estos momentos de exaltación, de grandeza, con el espíritu humano de autosatisfacción y autocomplacencia. Hay que dar gracias a Dios, punto y basta. Éste es el ejemplo que nos da María: en el momento en que es apreciada, reconocida y, por primera vez, externamente declarada “Madre de Dios”, ¿cuál es su respuesta?: “porque ha mirado la humillación de su esclava”. También la Madre de Dios, que tiene una grandeza y dignidad enormes, frente a Él, respecto a la de Dios, está siempre subordinada y es inmensamente inferior. y también San José se pone, delante de nosotros, en su grandeza vivida en el silencio y en la humildad.
Pero hay un tercer personaje, que quiero indicaros este año como ejemplo y a él le pido una protección particular; es el que ha estado sobre el trono de Pedro solo durante treinta y tres días, pero que ha dejado, en la historia de la Iglesia, un rastro indeleble. Pocas semanas que han dado un impulso y un estilo nuevo sobre como encarnar y vivir el servicio del pontificado, del papado. Sabéis que he conocido y amado a Juan Pablo I, cuando era obispo, no tuve tiempo de verlo después, lo veré, ciertamente, cuando los dos nos encontremos delante de Dios, en el Paraíso, pero aprecié su humildad desde entonces. Es por eso que os digo amémosle, sigamos su ejemplo, no buscó nunca honores ni cargos pero fue llevado progresivamente por Dios hasta ocupar el cargo más alto en el gobierno de la Iglesia. No cuenta que haya ejercido el poder pontificio solo durante poco tiempo, lo que cuenta es el modo en qué lo ha concebido. Después de Juan Pablo I, solamente quien esté unido a Dios podrá continuar su estilo de vida y su modo de ejercer el papado que no ha vivido en tono de abandono como han dicho sus críticos, sino con aquel espíritu que viene de Cristo y hace que se pueda ir al encuentro de los últimos, preocuparse de ser comprendidos incluso de las personas que no tienen cultura, porque pudo haber hecho gala de cultura y sabiduría, pero dijo una frase muy importante y significativa: "Las nubes altas no dan lluvia". Si el hombre se eleva tanto y pierde los contactos con sus hermanos, se vuelve inútil. Él puede ser culto, conocer todas las lenguas, puede tener una experiencia grandísima, escribir numerosos libros, pero si se eleva tanto, se convierte en incomprensible y los libros escritos no sirven para nada porque están privados de la única sabiduría que es necesaria para conocer el Evangelio y seguir a Cristo, y es la sabiduría que viene de Dios.
Este año nos dirigiremos, frecuentemente, al siervo de Dios, Juan Pablo I. Su proceso de beatificación a nivel diocesano ha terminado y han traído a Roma las actas, yo deseo y ruego a Dios para que su canonización pueda ser dentro de no mucho porque, si hay un Papa que merezca subir a los altares y a los honores de los altares, éste es Albino Luciani. Quizás ha sido el Papa de este siglo que ha sabido encarnar más la imagen de Cristo: “Venid a mí que soy manso y humilde de corazón” y los hombres, los pequeños, los sencillos lo han comprendido, lo han aceptado, lo han amado y continúan amándolo. ¿Queremos ser humildes? Pues sigamos a este gran Papa, grandísimo e incluso nos convertiremos en otros grandes y grandísimos, no según los juicios humanos que no sirven para nada, sino según el único juicio que sirve y es importantes, el de Dios, juicio que será seguido de la invitación a ser introducidos al Paraíso. Esto es lo que cuenta, a esto tenemos que llegar, esto tenemos que desear, es decir poder sentir las palabras de Dios que resuenan en nuestra alma: “Ven siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor preparado para ti desde la fundación del mundo”. Y entonces, hijos de María, hijos de Dios, gozaremos de esta filiación y veremos a Dios tal como es. Recordad, cuando estemos en el Paraíso tendremos un conocimiento, una elevación de inteligencia, una penetración del misterio de Dios muy grande y muy fuerte, por el que conoceremos las verdades divinas mucho mejor de cuanto los más grandes teólogos hayan podido alcanzar en sus estudios y en su vida terrena. Con esto, inclinados a Dios, le damos gracias por el don que nos ha hecho de darnos una Madre tan alta, poderosa y llena de gracia y, también nosotros, detengámonos ante esta obra maestra y digamos: “Bendito sea Dios, autor de todo bien”
Sea alabado Jesucristo.