Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 8 diciembre 2008
I lectura: Gen 3,9-15.20 - Salmo 97 - II lectura: Ef 1,3-6.11-12 - Evangelio: Lc 1,26-38
Nosotros todavía no estamos en la condición en que están los ángeles y los santos del Paraíso que, enviados por Dios, pueden ver a las personas con las que entran en contacto, en su profunda identidad espiritual. Ya os he explicado, porque a mí, a su vez, me lo ha explicado la Virgen, que para ellos es una experiencia habitual ver el alma de las personas.
Ahora os pido que hagáis un esfuerzo con la imaginación, el corazón y la inteligencia para fijar la mirada en el alma de aquella que festejamos hoy: la Inmaculada Concepción. Alguno de vosotros podrá decir: "Pero, ¿cómo es posible? Nosotros no estamos aún en aquella condición de poder ver, admirar y quedar estupefactos ante el alma de la Virgen". Pues yo ahora os digo: atención, en la Palabra de Dios, en la Escritura encontramos siempre la posibilidad de comprender la verdad, al menos de la manera y en la medida adecuada a nuestra situación humana. Es providencial este fragmento de la lectura de San Pablo Apóstol a los Efesios (II lectura):
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales. Él nos ha elegido en Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables a sus ojos. Por puro amor nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos, por medio de Jesucristo y conforme al beneplácito de su voluntad, para hacer resplandecer la gracia maravillosa que nos ha concedido por medio de su querido Hijo. En Cristo también hemos sido hechos herederos, predestinados según el designio del que todo lo hace conforme a su libre voluntad, a fin de que nosotros, los que antes habíamos esperado en Cristo, seamos alabanza de su gloria.
Os he habituado a que veáis que todo lo que está presente en nosotros, y que nos ha dado Dios, se multiplica por un número inmenso cuando nos referimos a la Virgen. Cuando Pablo afirma: "Nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales", significa que si Dios concede generosamente a sus hijos dones, carismas, ayudas y favores espirituales, a la Virgen le son dados de manera perfecta y completa. Por si hubiera alguna duda, os invito a leer una vez más lo que Pablo dice a continuación: "Nos ha elegido antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables". Dios ha escogido a cada criatura. El que elige a Cristo, y mediante Él se presenta al Padre aceptando la obra de la Redención, puede convertirse en santo e inmaculado. Por lo tanto, si lo quisieran, todos los hombres podrían ser así delante de Dios y la Inmaculada por excelencia es la Virgen. Imaginad un panorama o una obra maestra que ciertamente todavía no podemos percibir en su profundidad y en su grandeza. Lo que nosotros podemos ver en María tiene que ser un estímulo para que nos regocijemos, como se ha regocijado Dios, ante esta obra maestra. Mis queridos hijos, la Virgen es la obra maestra más perfecta, más noble, más santa que ha salido de su Omnipotencia; Dios no podía conceder a una criatura más de lo que ha concedido a la Virgen. En nuestras letanías la invocamos: "Madre y Maestra de toda virtud"; ella es Madre y Maestra del abandono más total a Dios y nosotros hoy, al inicio del Año de la Fe, la tomamos como ejemplo luminoso a seguir. ¿Quién, aparte de María, ha tenido de Dios el don de la virtud teologal de la fe? Nadie. Porque sabéis que la cantidad y la elevación de cada virtud teologal "fe, esperanza y caridad" depende de la cantidad de la gracia santificante que hay en el alma que ama, espera y cree. A partir del momento en que María tiene esta gracia inmensa, su fe es inmensa, eh ahí porque os pongo ante esta obra maestra y os digo: mirad, amad e imitad la fe de la Virgen, porque este año queremos hablar exactamente de esta virtud.
Cuando, hace pocos días, la Virgen en un mensaje dijo: "Vosotros queríais el año de la realización de las promesas, pero es más apropiado el Año de la Fe. La elección le toca a vuestro Obispo", ella sabía que me habría decidido por el Año de la Fe por una serie múltiple de motivos. En días pasados he hecho un trabajo de búsqueda y, sólo en el Nuevo Testamento, he encontrado casi cuarenta citaciones y no están todas. No he buscado en el Antiguo Testamento porque sería un trabajo de búsqueda que habría requerido un tiempo mayor respecto al que tengo a disposición. Esto ya debería hacer reflexionar. Si Dios, porque la palabra de la Sagrada Escritura es de Dios, ha hablado así a menudo de la fe, quiere decir que Dios le reconoce a esta virtud teologal una grandísima importancia. En primer lugar, digámoslo claramente, sin fe no se llega a Dios. Pablo lo afirma de maneras diferentes, pero sustancialmente el concepto es el siguiente: la fe es una virtud que probablemente exige un trabajo, un compromiso particular, es una virtud que a veces por nuestra fragilidad ofendemos y por eso caemos. La última recomendación que Jesús hizo a Pedro y a los Apóstoles hace referencia exactamente a la fe. En la última cena éstas son las palabras de Jesús a Pedro: "Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder cribaros como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe, y tú, cuando te arrepientas (sabía, porque era Dios, que lo negaría), confirma a tus hermanos" (Lc 22, 31).
Jesús habló de amor y habló de la fe. Hoy nos interesa fijar la atención en el tema de la fe. Nos encontramos en la misma situación que Simón Pedro: también para nosotros es difícil mantener nuestra fe, no tanto por lo que respecta a los dogmas y a las verdades principales, porque sobre eso quiero pensar que haya adhesión completa y total por parte de cada uno de vosotros. Aquello sobre lo que quiero que fijemos la atención es creer en todo lo que Dios nos ha prometido e indicado durante todos estos largos, fatigosos y sufridos años, o directamente, como hoy, o a través de la Madre de la Eucaristía. Yo me encuentro en la situación de tener que hacer la parte de Pedro por el papel que ejerzo, por la plenitud del sacerdocio que me ha sido dado directamente por Dios, de hecho debo y me esfuerzo, creedme, en confirmaros a cada uno de vosotros en la fe. A través de mi fe tiene que robustecerse la vuestra; a través de mi adhesión a Dios tiene que crecer la vuestra. Vosotros sabéis que ésta es la voluntad de Dios, porque recientemente y repetidamente la Virgen ha hablado de esta ordenación hecha por Dios, la misma ordenación que Jesús, que es Dios, ha concedido a Pedro y a los apóstoles. Este papel que tengo que ejercer hacia vosotros, creedme, no es fácil. En todos los momentos de oscuridad, de cansancio, de fragilidad y cuando el sufrimiento parece pisotearnos bajo un peso superior a nuestras fuerzas, entonces viene espontáneo que yo, antes que vosotros, sucesor como lo apóstoles y ordenado directamente por Dios, tengo que rezar por mí y por vosotros: Señor, aumenta nuestra fe. Tenemos necesidad de crecer en la fe, porque creo que Dios se manifiesta y nos hace entender de manera perfecta exactamente que aquellos que van hacia él con la lámpara de la fe en la mano y, como las lámparas, dan luz al camino rechazando las tinieblas desde lejos; igualmente la fe será esta luz. Esta luz la tenemos con nosotros y en nosotros y nos ayudará a avanzar más rápidamente en el camino haciéndonos ver y evitar las piedras, los baches y los recorridos que nos podrían hacer tropezar y que podrían obstaculizar la rapidez del camino.
San Pablo en la lectura a los Romanos (10, 17) afirma: "La fe proviene de la predicación y la predicación es el mensaje de Cristo" por tanto sin anuncio, sin catequesis, sin encuentros bíblicos, no puede haber fe. Hoy doy gracias a la Virgen que ha querido subrayar que esta predicación mía os ha ayudado a crecer. Es verdad, os he enseñado todo lo que se podía enseñar y habría mucho más que añadir, pero creedme, lo he hecho siempre sintiéndome instrumento y megáfono, un micrófono del Señor. No aspiro a títulos que no tengo, pero reconozco la importancia de la misión que Dios me ha confiado y que me estoy esforzando dócilmente por llevar adelante. ¿Cómo se crece en la fe? En la sociedad que han tenido un origen, un inicio y una historia basada en el cristianismo, justamente porque la predicación se ha debilitado, ha disminuido la fe. Por otro lado, vosotros mismos os habéis quejado de que la predicación de los sacerdotes de vuestras parroquias, de vuestras ciudades, es pobre y cuando escucháis las homilías pensáis: "Pero ¿qué ha dicho?". La Palabra de Dios es tan rica que no es un esfuerzo presentarla, sino un compromiso para el sacerdote prepararse y asimilarla, para luego darla a los fieles. "Y la predicación es el mensaje de Cristo", ¿veis la claridad de la Sagrada Escritura? Me tendría que detener largamente en cada una de estas citas, pero las haré transcribir en el próximo número del "giornalino". Serán sólo presentadas, porque no os las puedo explicar todas, pero por lo menos tendréis la posibilidad de conocerlas.
Os he dicho que me siento micrófono de Dios, por tanto me pongo un paso atrás y tengo como maestro de esta decisión a San Pablo, que en la Iª carta a los Corintios, capítulo 2, afirma: "También yo, hermanos, cuando vine entre vosotros, no me presente a anunciaros el misterio de Dios con la elocuencia de la palabra o de la sabiduría. Yo nunca me precié en medio de vosotros de saber otra cosa que a Jesucristo y, Jesucristo crucificado. Me presenté entre vosotros débil y temblando de miedo. Y mi palabra y mi predicación no se basaban en la elocuencia persuasiva de la sabiduría, sino en la demostración del poder del Espíritu, para que vuestra fe no estuviese fundada en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios".
No existe predicador que pueda echarse atrás de su tarea de predicador aduciendo su incapacidad. Cada ministro de Dios recibe de Él la luz y la sabiduría, si la acoge en su corazón, para poder ser instrumento eficaz y creíble, y subrayo estas dos palabras, ante sus propios hermanos. Pablo, un hombre dotado de grandísima inteligencia, de un profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, se ha presentado como una persona que es consciente de su propia debilidad y lleno de miedo y temblando. A él no le importaba destacar, como por desgracia hoy codician y desean muchos eclesiásticos, sino que quiere exaltar la figura de Cristo, el conocimiento del Evangelio y la profundización de la ley, el amor y la caridad de la que ha hablado tantas veces. Si verdaderamente cada sacerdote se comprometiese en ser este instrumento de la predicación, al final de su vida podría ir al encuentro de Dios con alegría, con paz, con serenidad, sin ningún miedo, consciente de poder repetir la misma expresión de Pablo, ya próximo al final de su vida, que escribía dando enseñanzas a uno de sus dos más queridos discípulos, Timoteo, diciendo: "He combatido la buena batalla, he concluido la carrera, he conservado la fe" (2Tm. 4, 7). En las angustias, en las pruebas, en los naufragios, en las flagelaciones, en los encarcelamientos, a pesar de todo esto, Pablo dice: "He conservado la fe". Esto me dará la posibilidad de ir al encuentro del Esposo, del Amigo Divino y cuando llamará a mi puerta y dirá: "Mira, vengo a llevarte a la otra parte", habrá una respuesta llena de entusiasmo: "Heme aquí, o mi Señor, seré feliz de poderte seguir por toda la eternidad".
Vosotros sabéis que cuando se refiere a la Palabra de Dios yo no terminaría nunca de comentarla, de reflexionar sobre ella, pero ahora es necesario terminar y querría hacerlo encendiendo, una vez más, si es posible, la fe en cada uno de nosotros, en todo el mundo. Tenemos que esperar verdaderamente como las vírgenes prudentes, con la llama de la fe en la mano, la venida del nuestro Señor, de nuestro Amigo. Sabemos que vendrá, pero no sabemos cuándo. Hace pocos días dije, y lo confirmo hoy en presencia de todos vosotros, que mi deseo, mi esperanza, y esperar significa estar seguros, es que dentro del año que empieza hoy se puedan realizar al menos el inicio de las promesas de Dios. Quiero esperar esto, tengo que esperar esto y siento el deber de poner también en vuestro corazón esta esperanza, porque desde hace mucho tiempo estamos esperando y podemos decir al Señor, no sólo durante el Adviento: "Maranathà", que significa "Ven Señor Jesús". Habituémonos a repetir esta invocación y este grito incluso después del Adviento: por la mañana y cuando el día decline y estemos a punto de tomar el merecido descanso, vayamos a la cama repitiendo esta invocación: "Ven, Señor Jesús". Repitámosla juntos: "Ven, Señor Jesús".
Sea alabado Jesucristo.