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9 marzo 2006: El Obispo habla a la comunidad antes de la S. Misa

43° Aniversario de la ordenación sacerdotal de Mons. Claudio Gatti

Antes he dicho, bromeando un poquito, pero en el fondo es la verdad, que en estos días el Paraíso se ha desplazado al lugar taumatúrgico, porque ha estado verdaderamente e intensamente cerca de nosotros. Además de la Madre de la Eucaristía, junto a los santos y los ángeles, han venido, además, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

No puedo contaroslo todo, porque la emoción todavía es tan fuerte que tengo necesidad de releer y de volver a ver la carta de Dios para poderla meditar en mi corazón. Lo que ha ocurrido esta mañana, ante Marisa y ante mí, no ha ocurrido nunca en toda la historia de la Iglesia. Me he dirigido a Dios, inicialmente con emoción, después con espontaneidad, porque Él me lo ha permitido y lo he sentido como Padre, he percibido Su amor. Dios habla a algunas criaturas y se pone a la escucha; ha permitido que abriese mi corazón y yo le he dicho todo lo que hemos vivido y estamos viviendo: el cansancio, el abatimiento, la amargura, la desilusión, la soledad y Él me ha escuchado.

La respuesta, en síntesis, ha sido dada por la Madre de la Eucaristía. Dios está intentándolo todo, y estamos hablando de Dios, para arrebatar almas del infierno. No se refería ciertamente a los laicos, porque convertir a un laico es mucho más fácil que convertir a un eclesiástico. El infierno está ya lleno de muchos sacerdotes, muchos obispos, cardenales y, por desgracia, también de Papas. No lo ha dicho esta mañana, pero ya lo había dicho otras veces. Casi me ha pedido permiso, al menos así lo he interpretado, de concederle todavía un poco de tiempo para convertir a los sacerdotes. En esta llamada paterna he sentido el amor de Dios, un amor que mantiene lo que promete. El amor divino se combina, y esto lo ha dicho él, con la justicia, porque cuando llegue el momento, Él decidirá quién deberá ir al Paraíso y quien, por desgracia, deberá ir al infierno.

Ha hablado también de mi futuro y éste es un argumento que, sobre todo, en los coloquios íntimos, en los que estamos presentes solamente nosotros, se plantea frecuentemente. El Señor, además de haberme prometido que no estaré nunca solo y que podré contar siempre con la presencia, con el aliento y la asistencia de la Virgen, ha dicho que también Marisa y la abuela Yolanda estarán a mi lado justamente para ayudarme a llevar adelante la difícil tarea que ya sabéis. Dios está preparando también a los colaboradores: diversos nombres ya han sido designados y hoy me ha comunicado que ya están preparados otros diez; entre estos hay sacerdotes, obispos y quizás cardenales italianos y extranjeros. No ha pronunciado el nombre de estos últimos, pero ya ha sido un gran ánimo saber que cuando llegue el momento no estaré solo, podré contar no solo con la ayuda de Dios, sino también, y es importante, con la presencia y la colaboración de los hombres.

El vacío que siento ahora en el desempeño de esta misión, ya que no hay sacerdotes, se llenará; inicialmente no serán muchos, pero los suficientes para ayudarme a llevar a cabo la gran y onerosa responsabilidad.

Dios ha pedido tiempo, ha pedido oraciones. A Marisa le ha pedido aún el sufrimiento y, creedme, para mí esto ha sido siempre un punto doloroso. Hoy la Virgen ha dicho que, últimamente, he llorado varias veces cuando he visto a Marisa asaltada por el sufrimiento, concededme esta expresión, porque no encuentro otra más indicativa, de manera cruel y devastadora.

No era capaz de soportar la visión de su sufrimiento y estoy seguro de haber sido ayudado, porque, en esos momentos, uno no puede permanecer indiferente: las palpitaciones aumentan, la tensión parece que se suelta y te destruye en el interior, casi parece que el cerebro y el corazón estén a punto de estallar. Y quizás habrían estallado si la mano materna de la Virgen y la paterna de Dios, como ha ocurrido tantas veces, no hubiesen intervenido para impedir que a estas tensiones, emociones fortísimas, fueran seguidas de drama y tragedia.

Resuenan en el oído las palabras casi suplicantes de Dios: “Dame tiempo”. No sé si podéis daros cuenta: Dios que suplica a una criatura; esto me ha enternecido y conmovido. La Virgen después que ha hablado Dios, ha dicho: “Esto indica la estima que Dios te tiene”. Y yo se lo agradezco, porque pensando en los 43 años de sacerdocio transcurridos, Le he sido siempre fiel gracias a su ayuda. De hecho, el mérito es también de Su gracia.

Todo empezó el 9 de marzo de 1963 con el primer Sí a causa de mi ordenación sacerdotal. Todo se intensifica el 15 de julio de 1971 con el segundo Sí, a causa del encuentro con Marisa, hasta el tercer Sí pronunciado en la gruta de Lourdes el 12 de agosto de 1972 cuando aceptamos la misión. Todo esto me ha dado la gran posibilidad de no perder el alma. Sé que algunos compañeros de seminario y sacerdotes, que he conocido, están en el infierno. Nadie lo hubiera pensado: su vida exterior parecía irreprensible. Recordad lo que dice Isaías: “Como se alza el cielo por encima de la tierra se elevan mis caminos sobre vuestros caminos y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos” (Is 55,9). Y el que por los hombres era o es considerado un rebelde, un sacerdote malo, deshonesto, en cambio para Dios es un santo; y viceversa, el que es considerado por los hombres una persona buena, o pía, es un lobo rapaz con piel de cordero. Solo cuenta el juicio de Dios.

Dios ha pedido tiempo, pues démoselo. Me entristece que tú, Marisa, serás la que pagará más. Pero todos nosotros, empezando por el que habla en este momento, trataremos de hacer lo posible y lo imposible para ayudarte. Es verdad, el Señor ha puesto sobre nuestras espaldas una cruz muy pesada, pero creo poder decir que, este largo via crucis, ya tiene pocas estaciones. La última estación será y se referirá a Marisa. Ciertamente su partida para el Paraíso que merece... De hecho os diré más: Marisa está ya en el Paraíso. Esta mañana Dios dirigido a mí me ha dicho que, concluída mi misión, me llevará con Él al Paraíso. Y Marisa, como la pequeña Sara, ha preguntado: “¿Y yo?” Entonces Dios ha respondido: “Hija mía, tu estás ya en el Paraíso”. Todo esto es humanamente inexplicable, pero desde un punto de vista sobrenatural, todo es posible para Dios. Esto es un “imposible” que se vuelve “posible”.

Entonces mira, Marisa, cuando sientas el sufrimiento te lamentarás como Cristo, porque también él se lamentó, como San José y esto nos lo ha dicho también la Virgen recientemente. Cristo, incluso gritó, sobre todo en Getsemaní, cuando se sintió solo, aplastado por la gran prueba del abandono y tú también imitarás a tu esposo en este camino.

Es mi fiesta, por tanto es también tu fiesta, porque somos uno solo. Esta S. Misa, a diferencia de la de esta mañana, que he regalado a Marisa, os la regalo a vosotros, a cada uno de vosotros para vuestras intenciones, para que el Señor nos asista a todos, nos bendiga y nos dé la fuerza de seguir adelante. Ahora quizás humananmente nos sentimos un poco en la recuperación, pero sabemos que vendrán para vosotros y también para mi los momentos en los que florecerá en los labios la palabra: “Basta Señor”. Entonces tendremos que apoyarnos unos a otros, uno tendrá que arrastrar al otro, porque la meta a la que tenemos que llegar, unos primeros, otros después, es el Paraíso. Entonces la alegría será sin límites, la felicidad será eterna, ya no habrá motivo de tensión y preocupación, de amargura y desilusión. En el Paraíso gozaremos de Dios por toda la eternidad. El conocimiento de Dios será cada vez más grande, porque cuánto más lo conozcamos, más lo amaremos. Pensad: ésta es la esencia de la eternidad, es decir conocer a Dios para poderlo amar, porque cuánto más se conoce a alguien más se le ama.

Doy gracias al Señor por el don del sacerdocio, porque ésta fue la ocasión de mi compromiso como buen cristiano. En estos días, en estas noches y, sobre todo, esta noche, he revivido la víspera de mi ordenación: siempre he visto la mano de Dios de manera nítida tomar la mía y llevarme hacia adelante. Me ha conducido al Gólgota, bajo la cruz, pero sé que cerca del Gólgota está la tumba vacía que nos recuerda la Resurrección.

Cuando Dios quiera habrá una resurrección para nosotros, pero recordad: teneís que vivir y preparar esta resurrección día a día.

Pero cuidado: ahora todo es hermoso, porque sois todos hermanos y hermanas, estamos en un ambiente santo, saludable, limpio, honesto, pero, vosotros, por desgracia, vivís en ambientes donde no hay limpieza. Y entonces recordad lo que nos ha dicho la Virgen: los lirios aunque estén rodeados de fango, permanecen siempre tales, por tanto, no permitáis que os ensucie el mal.

Aprended a sacudiros y evitar a los que os arrojan barro o quieren arrastraros al barro. Porque tenemos, tenéis que ser faros luminosos que ayudan a los que se han descarriado a encontrar el camino. Hace mucho tiempo que no se oye la expresión “apostolitos”, empecemos ahora de nuevo a usarla y sobre todo a tenerla presente para responsabilizarnos cada vez más. Apóstoles, pequeños apóstoles, importantes e indispensables para los apóstoles más grandes que Dios ha llamado.

Dios no tiene necesidad de nosotros, ni de vosotros, pero nosotros sí tenemos necesidad de Él, eh ahí porque tenéis que estar cerca nuestro e, independientemente de los lugares en los que vivís y de lo que nos sucederá a cada uno de nosotros, un mañana, recordad que estaremos siempre unidos por el amor a Cristo y por el amor a la Madre de la Eucaristía.

Gracias por haberme escuchado, gracias porque nos queréis, gracias porque espero y deseo que lo volváis a demostrar en el futuro y no haya espacios vacíos entre vosotros, ni sillas vacías que indican personas que ya no están. Y ahora celebro la S. Misa.