Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 9 diciembre 2007
I lectura: Is 11,1-10; Salmo 71; II lectura: Rm 15,4-9; Evangelio: Mt 3,1-12.
Hoy volad con la fantasía e imaginad que veis, aquí delante de vosotros, tres grandes personajes: Isaías, Pablo y Juan Bautista. Los tres han sido llamados a cumplir la misma misión, aunque de manera y estilo diversos: anunciar a Cristo y hablar del Regino de Dios. Isaías usa unas imágenes poéticas y sorprendentes, cuando habla de la convivencia entre animales que, por su naturaleza, están tendencialmente en lucha el uno contra el otro.
Hablemos ahora de Adán y Eva: si hubiesen obedecido a Dios, habrían podido vivir una vida tranquila, serena, dichosa, sin luchas, sin preocupaciones y sin afanes. Dios había puesto en sus manos la posibilidad de conseguir estas cosas, que parecen inalcanzables, pero que podían realizarse. No quisieron obedecer al Señor y así tuvieron que afrontar las consecuencias. Cristo, con su encarnación, pasión, muerte y resurrección, nos ha puesto de nuevo en situación de vivir en paz y con alegría. El Redentor ha vencido al pecado y nos ha dado la gracia, restituyendo al hombre la posibilidad de hacer de su vida una sucesión de alegrías y de experiencias felices. La redención comporta también este aspecto, no hay que considerarla sólo desde el punto de vista estrictamente moral o espiritual, sino que ha de ser considerada también bajo la realidad completa que hace referencia a todo lo que afecta al hombre. Pensad en lo diferente que sería nuestra vida si hubiésemos escuchado todas las enseñanzas de Cristo, si hubiésemos aceptado la redención, aplicándola a nuestra vida. Como Adán y Eva, cada uno de nosotros, con sus pecados, ha dicho no, no sólo a Dios, sino también a la posibilidad de llevar una vida feliz en la Tierra. Y entonces yo me pregunto: ¿De qué nos lamentamos? Es culpa nuestra si no llevamos una existencia feliz.
Juan Bautista, cuando acusa a la clase dominante de su tiempo, la define con la frase de "Raza de víboras". Pues bien, después de dos mil años, las mismas acusaciones son repetidas en las cartas de Dios, en las que se usan los mismos términos cuando, hablando de los poderosos, de los grandes hombres de la Iglesia y del ambiente en el que viven y obran, se utilizan expresiones como: "cueva de víboras". Hoy, el Señor, refiriéndose a los grandes hombres de la Iglesia, repite los mismos términos que Juan Bautista. No nos lamentemos, nosotros somos los responsables. ¿Y qué hay que hacer? Seguir a Juan Bautista y ver cómo se ha comportado.
Juan Bautista era coetáneo de Jesús y tuvo el valor de acometer contra los poderosos y además de acusar al más poderoso de todos, que era el rey. De hecho su trágico final es la consecuencia directa de este valor suyo.
En nuestros tiempos ¿quién tiene el valor de comportarse como el precursor? Naturalmente, no me dirijo a vosotros, ¿qué podéis hacer? Sin embargo, me pregunto porqué aquellos que están muy alto en la jerarquía eclesiástica y que se dan cuenta de que la Iglesia se está hundiendo, callan, en lugar de amonestar y ayudar a cambiar a los hermanos que se equivocan. ¿Por qué se escabullen y no tienen el valor de decir: "Estás equivocado, estás escandalizando al pueblo de Dios"? recordad que cuando leéis la oración para la Iglesia al inicio de la celebración de la Santa Misa, estáis leyendo la imagen exacta de lo que es la realidad actual de la Iglesia. Por suerte la situación cambiará, no por mérito nuestro, sino por mérito de Dios.
Después de Isaías y Juan Bautista, hablemos de Pablo que, más o menos, confirma los mismos conceptos. La carta a los Romanos que ha escrito el gran Pablo indica la lealtad que había en la comunidad de Roma. La comunidad de los cristianos estaba formada por paganos y por judíos. Habiendo, pues, diversas procedencias religiosas, era fácil que hubieran antagonismos, disputas y conflictos. Los judíos, de hecho, siendo muy apegados a su tradición, querían conservar el rito de la circuncisión y todas las demás disposiciones. Los que provenían del mundo pagano, en cambio, eran reacios a aceptar ciertos vínculos que eran considerados como una típica característica de una nación de la que no se sentían parte. Así pues, para evitar que hubiera motines entre ellos, Pablo los escribió para invitarlos a la pacificación.
El apóstol de las gentes, para este fin, utiliza una expresión bellísima: "Acogeos como Cristo os ha acogido". Recientemente el rito matrimonial ha sufrido modificaciones y en el momento de la fórmula de consentimiento, un esposo dice al otro: "Yo te acojo". El gran Pablo utiliza este término, porque acoger significa aceptar al otro tal como es, con sus límites, sus defectos y sus fragilidades, pero con la intención de ser el uno para otro, ayuda e instrumento de crecimiento para cambiar, mejorar y transformarse.
La enseñanza de Pablo es la enseñanza de Cristo. Los términos "acogeos" o "amaos" en el fondo quieren decir lo mismo. El que ama, quiere a las personas amadas tal como son. El término "Acogeos" indica un comportamiento dinámico, es decir, indica el esfuerzo y el empeño, porque amar no es nada fácil. De hecho el mismo Jesús afirma: "¿Qué mérito tenéis si amáis a los que os hacen el bien? Amad a vuestros enemigos". Amar a los enemigos y acogerlos es verdaderamente difícil. Acoger a los enemigos significa también decirles la verdad y no renegar de sus compromisos y de sus responsabilidades. Significa tener el valor de no bajar la cabeza, sino de erguirse ante ellos y decir: "Estoy defendiendo la verdad y, aunque tuviera que pagar con la renuncia a los honores, con la condena, la calumnia y finalmente la muerte, no me volveré atrás ni un centímetro, porque Dios me dará la fuerza para llevar adelante mi misión".
Cuando la Virgen, durante el Adviento, nos dijo: "Preparad la canastilla a Jesús", no lo hizo para emocionarse, dado que es una frase poética y que conmueve, sino que nos quería decir que en nuestra vida tenemos que comportarnos como Dios nos ha enseñado.
Hoy, segundo domingo de Adviento, el Señor nos llama a comportarnos de una determinada manera. Esta enseñanza nos llega a través de Isaías, Juan Bautista y Pablo.
En este período no es suficiente recitar el Santo Rosario, alguna oración, preparar el pesebre o el árbol de Navidad. Ser verdaderos hijos de Dios es mucho más, significa mirarse dentro y cambiar, significa también mirar alrededor y ayudar a los demás a cambiar, incluso si esto tuviese que costar reacciones poco simpáticas o desagradables. ¿Se ha detenido Jesús ante estas reacciones desagradables? ¡No, nunca! Ha seguido siempre adelante. ¿Se ha parado la Virgen ante algunas susceptibilidades o vacilaciones, que nosotros mismos hemos demostrado hacia sus llamadas maternas? No, todavía hoy, aunque si afortunadamente nuestras faltas son pequeñas, ha intervenido para "limar los ánimos" de manera que en Navidad nos podamos presentar ante Jesús, no sólo con la canastilla, sino con una túnica más bella y limpia. Por lo tanto tener una túnica blanca quiere decir tener más gracia, más fuerza y más valor.
La Virgen nos dirige llamadas maternas porque nos quiere y porque quiere llevarnos a la santidad. Entonces asimilad estas enseñanzas y hacedlas florecer en vuestro corazón, tratando de ponerlas en práctica. Si hacéis esto, el próximo no será la acostumbrada y tradicional Navidad, sino que será un aniversario diferente, de transformación y crecimiento interior.
Recordad que la Iglesia renace, cambia y se transforma a través de cada uno. Si cada uno de nosotros está dispuesto a realizar el propio cambio interior, toda la Iglesia obtendrá beneficio. La Iglesia está ya cambiando y sólo de este modo conseguiremos quitar las arrugas y las telarañas que aprisionan su luz. Es justamente ésta la imagen que yo guardaba en mi corazón en estos días. La imagen de una Iglesia envuelta en telarañas y arañas repugnantes, de las que se libera a través del poderoso soplo del Espíritu Santo. Estas telarañas pueden ser quitadas también por las escobas que podemos usar cada uno de nosotros. Santa Bernadette dice: "Yo soy una escoba que es utilizada para limpiar la casa y que, en el momento en que ya no sirve, se arrincona. Nadie se acuerda ya de la escoba, pero Dios sí". No es humillante esta imagen, más bien es muy hermosa. Por lo tanto tratemos de ser las escobas de Dios para ayudarlo a hacer limpieza y tratemos de estar siempre dispuestos y ser fuertes. Podremos hacer todo esto sólo con el compromiso y el amor de Dios. Mis queridas escobas, tratemos de desarrollar bien nuestro trabajo, y no lo digo sonriendo, sino que lo afirmo con profundo respeto y convicción. Ojalá hubiera muchas.
Sea alabado Jesucristo.