Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 10 marzo 2006
I Lectura: Ez 18,21; Salmo 129; Evangelio: Mt 5,20-26
Hay muchas cosas, en buena parte hermosas, que hemos vivido y que, como miembros de la comunidad, es justo y sobretodo hermoso, que también vosotros sepáis.
Comencemos con el 8 de marzo. No me interesa que sea la fiesta de la mujer, porque habría que hacer una fiesta todos los días para quien hace su deber, no una vez al año. El 8 de marzo ha sido el tercer día del triduo y tengo que daros las gracias porque no me esperaba una presencia tan numerosa. De hecho, sobre todo para las madres de familia, aquella es la hora de los preparativos de la cena y veros tan numerosos para mí ha sido verdaderamente tonificante, ha sido una gracia, una nueva manifestación de afecto hacia mí. Durante la Misa también buena parte del Paraíso ha descendido y ha rodeado al que estaba celebrando, estaban presentes personas queridas como la Virgen, San José, abuela Yolanda, la madre de la abuela Yolanda, que no he conocido, pero que de todos modos era una santa mujer porque está en el Paraíso, Fatina, un miembro de nuestra comunidad y sacerdotes que nos han querido, como Enrico y Mons. Guido, que ciertamente recordáis todos con placer. Por otra parte, también había personas que han sido importantes para la Iglesia, sobre todo los últimos Papas, los santos que amamos más y tantos santos que de un modo u otro están ligados a nosotros. No puedo mencionarlos a todos porque estaría aquí buena parte de la tarde, pero os cito solamente algunos que son conocidos también de vosotros, como Padre Pío y San Juan Bosco. Esta presencia celestial masiva es la confirmación de la autenticidad de la misión.
El 8 de marzo es la víspera de mi ordenación sacerdotal.
Claramente, ese día estuve pensando en ello, con los recuerdos aún claros, aunque ya hayan pasado 43 años y me acuerdo de haber transcurrido buena parte de la jornada en compañía de Jesús y de la Virgen del Seminario Romano Mayor. En aquel momento había verdadera necesidad de confianza, sobre todo confianza en Dios, porque yo sentí muchísimo esta ordenación sacerdotal hasta el punto de que tuve una especie de decaimiento, justamente porque sentí la grandeza, la enorme responsabilidad, el peso del sacerdocio, y confianza en la Virgen, la que me estuvo cercana incluso desde niño y me guió con mano materna y firme. Este recuerdo me acompañó toda la vigilia del aniversario y recuerdo también, estando en la capilla, un coloquio hecho con Jesús. Le dije: “Jesús, debo ser Tú en el mundo, pero me gustaría serlo ante todo con el ejemplo, éste es el testimonio más alto. Por eso te pido el don y la gracia de no traicionar nunca el sacerdocio y, si tuviese que ocurrir, llévame antes”. También dije: “Señor, Tú me constituyes mañana maestro de mis hermanos, entonces te pido que me des el don de la palabra, no para dar una buena impresión, sino para que pueda encontrar fácilmente el camino para llegar al corazón de mis hermanos”. El Señor ha respondido ¿o no? Vosotros lo sabéis, por tanto sigamos adelante.
El 9 de marzo la habitación de Marisa se había transformado en un jardín de flores y doy las gracias a los que han prestado su obra inteligente para preparar todos estos jarros de flores, porque tenían que ser una digna acogida para hospedar, además de a la Madre de la Eucaristía, también a Jesús. La sorpresa fue enorme cuando, en el momento de la aparición, vino la Virgen para anunciar que vendría Dios Padre; por tanto, seguimos el ejemplo de la Virgen y nos postramos en adoración. Dios Padre vino y habló. Creo que no hay precedentes en la historia de la Iglesia, pero a mí no me importa la originalidad o ser el primero en algo, me interesa deciros esto para que podáis comprender el amor infinito y paterno de Dios. Empezó llamándome hijito y pronunciando con autoridad el apelativo de Excelencia, para subrayar que ha sido él el que me ha ordenado Obispo, pero lo grande y asombroso fue que Dios Padre me dijo, en tono paternal: “Hijo mío, ábreme tu corazón, dime todo lo que quieras y hazme las preguntas que quieras”. Creo hablé bastante tiempo, me desahogué verdaderamente y dije, no porque Él no lo supiese, sino para un desahogo mío personal, todo lo que tenía en el corazón. Dios, en su grandeza, en silencio, escuchaba pacientemente incluso sabiendo lo que yo tenía y quería decir y respondió a las preguntas que Le hice, pero lo asombroso fue que, al darme las respuestas y los motivos por los que está obligado todavía a no intervenir, dijo: “Si tuviese que intervenir, cosa que podría hacer incluso en este instante para revolucionar todo el mundo, muchos de mis hijos sacerdotes se perderían y esto mi corazón no lo acepta”. Hasta aquí el coloquio y fue tranquilo, pero luego sentí que me decía, y os lo digo para que podáis crecer verdaderamente en el amor a Dios: “Hijo mío, te ruego, dame tiempo todavía para convertir a estos hijitos”. Dios me pidió a mí el permiso y ¡lo repitió de varios modos! Habló también de mi futuro y lo bonito es que Dios está trabajando sobre este futuro. Desde hace algunas semanas, de hecho, la Virgen nos ha dicho ya los nombres de los futuros colaboradores y entre estos hay algunos cardenales, obispos y también sacerdotes que serán nombrados obispos.
Cuando pregunté a Dios Padre si había otros con los que pudiera contar, la respuesta fue que hay otros diez dispuestos a ponerse a mi lado. Los nombres de los primeros diez están impresos en mi mente y algunos los conozco en persona, los segundos diez no me los han dicho, pero sé que la Virgen los ha nombrado uno por uno a Marisa cuando ha habido la aparición de la tarde, en la presencia de los jóvenes.
¡He ahí quien es Dios! Aquél que ama tanto que se pone al nivel de sus hijos, implorando y pidiendo comprensión. También ha dicho: “Claro, sé muy bien todo lo que habéis vivido y estáis viviendo” y ha hecho también una pequeña broma: “No hay necesidad de que mandéis a la Virgen a que me diga las cosas porque Yo ya lo sé todo”. Mirad, éste es Dios. Luego hubo la Misa, en la que había quien celebraba y visualmente solo una persona que participaba, Marisa. He querido esta Misa reservada para Marisa y para mí justamente porque quería recordar la unión fuerte e indisoluble que nos ha mantenido unidos y ligados durante estos 35 años en los que el Señor ha querido que trabajásemos juntos. Yo no lo he visto, pero, creedme, he sentido Su presencia, verdaderamente estaba todo el Paraíso, más de los que estuvieron presentes el día anterior y lo bonito y significativo, pero no era la primera vez, fue que en el momento de la consagración Marisa ya no ha visto al Obispo, sino a Jesús. Esto no es un privilegio de uno, sino que es la realidad que tiene que ser vivida por todos los sacerdotes que, cuando celebran y confiesan en nombre de Cristo, tienen que ser uno con Cristo; esta Misa no ha sido filmada, pero permanece en nuestro corazón y las oraciones, las reflexiones que se han hecho son experiencias nuestras que permanecen en mi corazón y en el de Marisa.
Por la tarde ha habido de nuevo la aparición de la Virgen, que ha recordado a los que estaban presentes el gran momento vivido por la mañana, cuando Dios Padre ha hablado. El Señor ha escuchado también mi súplica, que al menos el 9 Marisa pudiese estar un poquito mejor y así ha sido, pero por desgracia solo el 9, porque hoy ha tenido una progresiva explosión de sufrimientos que han llevado la glucemia de Marisa a 450; dolores naturales fuertes, acompañados durante varias horas de la tarde por una pasión dura e intensa. No ha habido la aparición para todos porque Marisa no tenía la fuerza de transmitir, de sentir y repetir el mensaje, pero la Virgen ha venido igualmente y me ha revelado que mientras sufría y los dolores eran más fuertes, sin que yo pudiese oír, Marisa repetía en su corazón: “Dios mío, todo esto es por amor tuyo y por mis hermanos”. Creo que ver el sufrimiento de una persona querida es un gran sufrimiento para quien no se habitúa nunca y creo que en estos momentos, que son a veces largos, larguísimos, este sufrimiento, vivido de diferente manera por Marisa y por mí, es verdaderamente lo más importante que el Señor quiere que le demos por la Iglesia. Es fácil decir “Marisa ha sufrido la pasión”, pero quién de vosotros la ha visto, se ha quedado traumatizado, hasta el punto de decir: “Sí, es verdad, es muy duro, es inhumano”. Este es el camino de la cruz y una de las cosas que he dicho al confiarme a Dios Padre ha sido justamente esto: “¿No son suficientes los sufrimiento de tu Hijo?”. Yo sabía la respuesta, pero era legítimo también el desahogo. Dios no tiene necesidad ni de mí ni de nadie, pero es un acto de estima, de confianza, de amor por parte de Dios llamar a las personas a vivir el sufrimiento y la inmolación. Es duro, pero los hombres de la Iglesia son salvados por el amor de Dios, de la sangre de Cristo, del poder del Espíritu Santo y no tiene necesidad de intromisiones humanas, es Dios el que llama. Esto es hermoso porque la Iglesia está renaciendo, pero no porque hayan sido nombrados cardenales u obispos nuevos, no porque se hagan discursos, reuniones, sino sencillamente porque Dios está guiando a su Iglesia y Cristo es la cabeza de la Iglesia.
Termino dándoos las gracias también por vuestra generosidad. Este año, y no será ciertamente la última vez, os he pedido que donéis la suma de dinero destinada a comprar un regalo para mí y para la comida comunitaria, a favor de los niños de Filipinas de los que os he hablado. Según me dijo el administrador Franco, nunca como en esta ocasión habéis sido tan generosos, se han recogido 6000 euros. He pensado en mandar la mitad inmediatamente a estos niños, porque sé que han pedido cerca de 3000 euros para comprar las tiendas, mientras que la otra mitad la dejamos apartada para cuando haya otra ocasión en la que sentiré que debemos intervenir para ayudar.
Es importante ser generosos, pero hay una generosidad que de alguna manera tiene que ser pagada en persona. Recordad que el Señor apreció mucho más la ofrenda de una pobre viuda que las ofrendas de los poderosos y ricos personajes, porque fue generosa. Los otros dieron mucho, pero lo superfluo, la viuda dio poco, pero se privó de algo que le era necesario para darlo a los demás. Recordad siempre la cita que os di sobre Isaías: “Cómo se alza el cielo por encima de la tierra se elevan mis caminos sobre vuestros caminos y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos”. A los ojos de Dios, las personas que a veces para los hombres son insignificantes e incluso peligrosos, son extremadamente importantes. La historia que nos concierne la conocéis y os habéis encontrado ciertamente en situaciones en las que habéis oído pronunciar juicios negativos por parte de los eclesiásticos, pero recordad que cada palabra del Evangelio es verdad. Una de las últimas expresiones del Evangelio de hoy era: el que le llame renegado será reo de la gehena de fuego. Entonces no os tenéis que asombrar que la Virgen haya dicho varias veces, y lo ha repetido también Dios el 9 de marzo: “Los que han calumniado y ofendido a mi Obispo sufrirán las penas del infierno”, refiriéndose a los que han difamado consciente y deliberadamente, porque claramente ha ido en contra de la verdad. Estos son los juicios de Dios.
Me ha hecho y nos ha hecho bien la jornada de ayer, dije que nos preparáramos a días duros, pero no sabía que hoy sería el primer día duro. El momento de entusiasmo es bonito y hace falta, pero la realidad a veces es dura, dolorosa y se ha de afrontar. Por tanto tenemos que tratar de no vivir solo en un entusiasmo estéril, sino en una profunda convicción, que todos vosotros debéis sentir, de que Dios cumple lo que ha prometido. Lamentablemente, Marisa seguirá sufriendo, pero la he oído decir a la Virgen varias veces que no renegará del "SÍ" de su total inmolación al sufrimiento. Entonces nosotros debemos acompañarla participando en su sufrimiento, sufriendo también nosotros, rezando, porque estoy convencido que podemos ejercer la función del cirineo, que ayudó a Cristo a llevar la cruz, ayudando a nuestra hermana a llevar su cruz. Esto es un deber de caridad y sabed que cuando esta cruz sea alzada, Dios intervendrá y realizará sus grandes designios. Lo que he comprendido es que Dios tiene deseos de hacerlo y lo haría enseguida, pero lo frena el amor, el deseo de arrancar todavía a Satanás un número de sacerdotes, obispos y cardenales. Como ha dicho la Virgen, el infierno por desgracia está lleno de estos personajes, que para cubrir sus culpas hablan de la misericordia de Cristo y se olvidan que al lado de la misericordia está también la justicia. Esto dijo Dios el 9 de marzo: “Tengo paciencia, pero además de misericordioso soy también justo”. Salvarlos es un compromiso personal, pero es una bien para la Iglesia, porque cada alma que se salva es una victoria de Cristo, es el triunfo de la cruz, es el triunfo de la Eucaristía. El triunfo de la Eucaristía es este: que los hombres crezcan en el amor, se alejen del pecado y vivan unidos a Cristo.
Creo que os he dicho todo lo que debía; de todos modos, también esta tarde, en el momento de la consagración, Marisa ha visto de nuevo a Jesús. Creo, y aun en esto sin afirmaciones ni triunfalismos, que tenemos una primacía, que nadie jamás ha filmado a Jesús, la Virgen y los santos, pero esto sucedió aquí por la intervención de Dios. A través de la cámara ubicada en la capillita, por medio de la televisión de la habitación de Marisa, ella ha visto a Jesús, a la Virgen y a los santos. Hoy Dios Padre también ha dicho a Marisa que ella está ya en el Paraíso, pero no es consciente. Cómo es posible esto, no me lo preguntéis a mí, pero Dios lo puede hacer todo. Marisa es consciente solo en algunas ocasiones, como esta noche, en la que ha podido descansar tranquila justamente porque ha estado toda la noche en el Paraíso, con la única diferencia que en el Paraíso los que están allí habitualmente, por tanto de la Madre hacia abajo, ven a Dios, mientras los vivos, nosotros, el mismo Pablo que fue arrebatado al Paraíso, no podemos ver a Dios. Lo podremos ver solo después de la muerte, no antes, porque no podemos soportar este impacto que nos destruiría, porque la infinita grandeza de Dios es tan desproporcionada con nuestra pequeñez que no podemos enfrentarnos al infinito y experimentarlo. Solo cuando lleguemos al Paraíso será posible ver a Dios y es este el gozo, la alegría del Paraíso: ver a Dios y en Dios ver todo lo hermoso, lo grande y no nos cansaremos porque el infinito es infinito, es inagotable, y Dios está fuera del Tiempo. El tiempo es un límite que tenemos en la tierra, pero los que están en el Paraíso no tienen este tipo de límite ni el del espacio.
Juan Pablo II dijo una verdad que, puedo decir con sencillez, yo dije por primera vez cuando fuimos a las distintas iglesias. Era exactamente la fiesta de la Trinidad y estábamos en la iglesia de San Romualdo. Dije que el Paraíso es Dios, por tanto no hay una ubicuidad, es decir Dios no está aquí o allí, Dios es Dios y basta. El Paraíso es Dios, por tanto es una condición, no es un lugar. Ciertamente que ponerse a hablar del Paraíso o de Dios es imposible, podemos solamente balbucear alguna cosa, pero lo que cuenta es que podamos ir allí todos. Estamos en el 2006, en el 2016 esperemos estar todos en el Paraíso, es este el deseo que anhelo para mí y para cada uno de vosotros. Mi alegría será completa si verdaderamente podré gozar del Paraíso junto a cada uno de vosotros y vuestra alegría será completa si podéis, a vuestra vez, compartir la alegría del Paraíso con otros. Los que partirán los primeros esperemos que vayan directamente al Paraíso a prepararnos el sitio y entre estos ciertamente nuestra hermana Marisa, aunque no sabemos todavía cuando será su momento, pero no tiene que estar muy lejano. La Virgen lo ha dicho varias veces en los mensajes, aunque luego se acuerda de que el poco y breve de Dios es diferente del poco y breve humano. Sin embargo, por diferente que sea, seguro que sabéis que el triunfo vendrá después de la total inmolación de Marisa, por tanto será por su inmolación. Quizás es mi deseo que también ella pueda participar del ello, pero creo haber comprendido que todo sucederá después de su partida para la Patria Celeste. Esto se ha de vivir con alegría, sobre todo para el que se va; para el que se queda es humano y legítimo sentir la partida, pero en esto Dios me ha confirmado de nuevo que seré ayudado y veré, además de la Virgen, a Marisa y a la abuela Yolanda, que me ayudarán en mis responsabilidades. Esto para mí es un consuelo, un alivio, porque las alturas estupendas hacen venir vértigos, pero saber que seré ayudado, aconsejado, sostenido, apoyado, además de Dios, también por la Virgen, por Marisa y por la abuela Yolanda, para mí es motivo de serenidad y tranquilidad. Os doy las gracias por haberme escuchado y espero haber conseguido encender en vuestros corazones algo hermoso. ¿Qué puedo decir para concluir? Amemos a la Iglesia, porque quien ama a la Iglesia ama a Cristo.