Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 10 mayo 2009
V Domingo de Pascua (Año B)
I Lectura: Hch 9, 26-31; Salmo 21; II Lectura: 1 Jn 3,18-24; Evangelio: Jn 15, 1-8)
En 2009 se celebra el aniversario del nacimiento de S. Pablo, por eso Ha sido anunciado el año paulino. No sabemos con exactitud el año de su nacimiento, pero de acuerdo a los últimos estudios en profundidad se coloca entre el año 6 y año 10, por tanto ha sido elegido, por convención, que empezara en el año 2008 y terminara el 2009. Para mí ha sido un placer aprovechar la celebración del año paulino para centralizar mi atención y la vuestra en este apóstol y regalaros cosas que quizás no sepáis.
Los Hechos de los Apóstoles no se ocupan de la biografía de S. Pedro y de S. Pablo, pero cuentan la historia de la Iglesia en relación a estos dos apóstoles que, en los designios de Dios, han cumplido una misión de evangelización, el primero en cuanto papa, el segundo como apóstol de las gentes y de los paganos. Ha sido una misión de evangelización amplia y católica en sentido universal.
Leyendo la parte anterior el pasaje de los Hechos de los apóstoles de hoy se tiene la sensación de que el tiempo transcurrido entre la conversión de Pablo y su viaje a Jerusalén sea de pocas semanas, pero no es así: el evangelista Lucas no sigue cronológicamente los dos acontecimientos y nosotros sacamos ideas claras de la vida del apóstol por lo que él mismo cuenta en sus cartas enviadas a los fieles con los que entra en contacto.
En la carta a los Gálatas, Pablo hace escribir que, después de su conversión, ha recibido el episcopado, ciertamente no de Ananías, que no era obispo, sino un simple fiel, jefe de la sinagoga, que se convirtió en Damasco. Después de la conversión, que lo vio transformarse en ardiente creyente en Cristo, su vida estaba en peligro y se ha visto obligado a huir y sacado de los muros de Damasco dentro de una cesta. Pablo permaneció luego tres años en el desierto meditando y preparándose para su misión.
Creo que, en aquél largo período de estudio, meditación y oración, gozó de las visitas de Jesús, hasta el punto de ser ordenado obispo por Dios. Cuando yo pregunté a Jesús quién había ordenado a S. Pablo obispo, me respondió: "¿Quién crees que lo hizo? Yo lo ordené obispo".
Pienso que también la Madre de la Eucaristía contribuyó en la formación de Pablo. Ella, Madre de la Iglesia y Madre de los apóstoles, tomó bajo su ala materna a este último apóstol que, por desgracia, no tuvo la posibilidad y la fortuna de gozar de una formación directa y de ser plasmado por Jesús mismo, porque los designios de Dios era diferentes respecto a los demás. Fue la Virgen la que fue en bilocación a ver a los discípulos para animarlos, infundirles confianza y serenidad. Puesto que es Madre de la Iglesia y Jesús la ha dado a algunos hombres, de manera particular a Juan como defensor afectuoso y vigilante, se deriva que María ha dirigido su índole materna a todos los apóstoles. La Virgen ha sido la maestra espiritual de Pablo y lo ha formado junto a Jesús. Es por eso que salió esta obra maestra.
Aún hoy la Madre de la Eucaristía ejerce su misión de maestra. Os invito a razonar en las cosas y a verlas independientemente de lo que los hombres puedan contar. Dios se revela a los humildes, a los sencillos y los pequeños, los cuales, a veces, pueden comprender más que los grandes teólogos y estudiosos.
Después de tres años Pablo se fue a Jerusalén para encontrar a los apóstoles. Encontró sólo a Pedro y a Santiago, porque los otros, ya se habían alejado de Jerusalén para difundir la buena nueva. Pedro y Santiago, en un primer momento, se mostraron perplejos, ya que Pablo había encarcelado y matado a numerosas personas, había hecho llorar a muchas familias y ahora se presentaba como misionero.
Dios elige a los hombres y los pone en el camino que él quiere trazar, como Bernabé, que al principio tenía el papel de fiador, de garante. Bernabé gozaba de una confianza inmensa, para nosotros es un personaje casi desconocido, pero en la iglesia primitiva de Jerusalén era equiparado, por importancia e influencia, a los mismos apóstoles. En el calendario litúrgico, junto al nombre de Bernabé, hay la palabra apóstol, porque por lo que ha hecho, por la fama que tenía en su tiempo y la influencia ejercida, se ha revestido de un papel semejante al de los apóstoles, aunque no es apóstol en el sentido de ser llamado y enviado directamente por Jesús. Así Pedro y Santiago acogieron a Pablo, pero entre ellos había todavía luchas y desconfianza.
La desconfianza, a veces, es peor que la lucha, porque la lucha se puede afrontar cara a cara, mientras que la desconfianza es como una atmósfera venenosa que nos circunda, pero de la que no podemos librarnos. Hace daño respirar el veneno del aire, pero no nos podemos librar; al contrario, si una persona tratase de hacernos daño, podríamos defendernos de ella. La maledicencia empezó a introducirse ya desde entonces en la Iglesia y todavía hoy persiste esta atmósfera venenosa impregnada de maldad, malicia, calumnia y difamación.
Es natural comparar la Iglesia primitiva con la de hoy. La Iglesia entonces estaba en paz en toda Judea, Galilea, Samaria, se reforzaba y se difundía, caminaba en el temor del Señor observando los mandamientos y poniendo en práctica el Evangelio predicado por los apóstoles, confortados por el Espíritu Santo. Sabemos que el Espíritu Santo, si está presente, vivifica, refuerza y consuela la Iglesia; pero si no está, suceden todas aquellas acciones malvadas que se realizan hoy. Podemos utilizar la revelación pública, oficial, como texto que describa la Iglesia primitiva y servirnos de la revelación privada, igualmente importante ya que como fuente tiene siempre a Dios, para conocer la situación de la Iglesia actual. Dios Padre, Jesús y la Virgen dicen que la Iglesia está cayendo en ruina y continúa empeorando.
¿Qué hay que hacer para restituir fuerza y luminosidad y para que consiga confianza por parte de los hombres? La respuesta está en el pasaje del Evangelio de Juan, que acabamos de leer, que se enlaza con todas las cartas de dios traídas por la Madre de la Eucaristía; ese pasaje habla del amor:
"Hijitos, amémonos no de palabra ni de boquilla, sino con obras y de verdad.
En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia delante de él: en que, si alguna vez nuestra conciencia nos acusa, Dios está por encima de nuestra conciencia y lo sabe todo.
Queridos míos, si nuestra conciencia no nos acusa, podemos estar tranquilos ante él. Todo lo que pidamos, él nos lo concederá porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros, según el mandamiento que nos ha dado. El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Por esto conocemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado". (Jn. 3,18-24)
Lo que dice S, Juan lo hemos comprendido hoy y oído centenares de veces de Dios, de Jesús, de la Virgen y de San José. Actualmente se habla del amor, se escribe del amor, pero con palabras. Quienquiera que hable de amor, pero no lo vive realmente es un hipócrita, en cualquier situación que se encuentre en la historia de la Iglesia y en la jerarquía eclesiástica (diácono, sacerdote, presbítero, obispo).
La Iglesia está volviendo atrás porque se habla solo del amor, pero no se vive el amor. Si se viviese el amor - dice S. Juan - surgirían dos maravillosas consecuencias: el que ama verdaderamente está en la verdad, por otro lado le podemos pedir a Dios todo y Él nos lo concederá.
Hoy no hay amor y los que no aman, pertenezcan al grado de la jerarquía eclesiástica que pertenezcan, no están en la verdad, aunque con los labios, públicamente, elevan oraciones, Dios no les puede dar nada porque está sordo con las personas que tienen el corazón endurecido y lejos de él. Son sarmientos muertos, alejados de la vid y no dan fruto. Sirven solamente para ser quemados. Los sarmientos unidos a Cristo son los que aman, que tiene la linfa que partiendo de la vid penetra en los sarmientos. La vid es gracia, es decir, el amor.
Hoy la Madre de la Eucaristía nos ha repetido que el amor lo completa todo, lo abarca todo. El que ama es sincero, generoso, persona de oración, puro, obediente, dócil; si hay amor hay de todo, pero si no hay amor, no hay absolutamente nada. Así pues, tenemos que convertirnos, orientando toda nuestra vida hacia estas enseñanzas y ponernos de rodillas delante de Dios, no tanto nosotros que Le hemos acogido, sino los que no lo han hecho, rechazando Sus obras y Sus acciones. Para ellos no hay posibilidad de salvación. Sólo si se arrepintieran podría haber la posibilidad de salvación, pero si no se arrepienten no se salvarán.
Yo dudo que personas que obstinadamente se han opuesto a Dios durante muchos años puedan al final salvarse, ya que su corazón se ha endurecido y no palpita, está muerto, quieto, vacío. ¿De qué sirve conquistarlo todo y perder el alma? Podemos ver estos personajes orgullosos y satisfechos en sus tronos, pero hoy la Virgen nos ha recordado que Dios ha derrocado a los poderosos de sus tronos y ha exaltado a los humildes. ¿Quiénes son los humildes? Los que aman. ¿Quiénes son los puros de corazón? Los que aman. ¿Quiénes son los que creen en la Eucaristía? Los que aman. ¿Quiénes son los que son verdaderamente dóciles y obedientes? Los que aman.
Vienen a acusarnos a nosotros de que somos desobedientes, que somos heréticos, que somos una secta. Nosotros amamos y sería hermoso que ellos pudieran amar un poco de todo lo que amamos nosotros.
El que ama puede ir con la cabeza alta. Me he puesto en una posición de humillación delante de Dios, como dijo María: "Ha mirado la humillación de su sierva" (la palabra exacta no es humildad sino humillación). Contentaos con esta calificación porque, en el fondo, es una de las calificaciones más hermosas de Jesús: el Siervo de Yahvé. Nosotros podemos ser siervos de Yahvé sólo por participación en el amor, en la misión y en la voluntad de Cristo.
El que se enaltece será humillado, el que se humilla será enaltecido. Quiero esperar que no esté lejana la realización de esta afirmación divina, y, cuando llegue, podremos decir solamente una cosa: "a pesar de todo, Dios mío, te he amado y te amo".
La respuesta que tendremos será una sola: "Tú eres mi hijo predilecto, tu eres mi hija predilecta, en ti me complazco". Cuando Dios se complace en nosotros, los juicios de los hombres son polvo, no nos interesan. Dios tenga piedad y compasión de nosotros, en el sentido de estar a nuestro lado para ayudarnos y al lado de todas las personas que le presentamos, en este momento en nuestro corazón. Cristo es Dios y espero que le cantéis al final de la Santa Misa: Christus
vincit, Christus regnat, Christus imperat.