Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 10 junio 2007
I lectura: Gen14,18-20; Salmo 109; II lectura: 1 Cor11,23-26; Evangelio: Lc 9,11-17
Os he invitado a menudo, y creo que también os he enseñado a encontrar en la Palabra de Dios una disposición lógica y cronológica, a analizar los textos de la escritura que se ofrecen en la lectura de la celebración eucarística dominical. Siempre habrá un único tema que tiene una sucesión lógica y clara, de modo que aquellos que logran leerlos de manera inteligente tienen una facilidad extrema para seguir las homilías que quieren ilustrar, comprender, probar y asimilar estos textos. ¿Cuál es la disposición lógica y cronológica que dar a estos textos? Primero que nada viene el pasaje del Génesis, luego el Evangelio de Lucas, y finalmente la Primera Carta a los Corintios. Son pasajes que conocéis, sobre todo Lucas y Pablo, quizás un poco en penumbra es el pasaje del Génesis, pero no podemos dar siempre una gran importancia y relevancia a toda la escritura porque efectivamente los libros son muchos y lo que se ha escrito es abundante. Pero nosotros ahora, con calma y pidiendo ayuda y luz al Espíritu Santo, nos estamos moviendo hacia la contemplación de lo que el Señor nos ha dicho, incluso si los pasajes leídos y escritos en ese momento tienen una distancia entre ellos, especialmente entre el primero, el segundo y el tercero, de siglos de antigüedad. Comencemos a entender el pasaje del Génesis.
En aquellos días Melquisedec, rey de Salem, ofrecía pan y vino: era sacerdote del Dios Altísimo y bendijo a Abraham con estas palabras: "Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra, y bendito sea el Dios Altísimo, que ha puesto en tus manos a tus enemigos". Abraham le dio la décima parte de todo (Gn 14,18-20).
Como sabéis Abraham fue llamado por Dios desde la ciudad de Ur, en Caldea, al territorio que el Señor le indicaría, Caná, y nacería una nación que conservaría con Dios una alianza y que sería la depositaria de la Palabra de Dios y de la promesa del nacimiento del Mesías, del Redentor. Para recordar de vez en cuando, claramente, lo que el pueblo judío estaba llamado a hacer, el Señor daba enseñanzas y aquí hay una enseñanza que prefigura realidades que serán luego actualizadas y se harán presentes en el Nuevo Testamento. Abraham obtuvo la victoria sobre sus enemigos y encuentra a este personaje, Melquisedec, del cual no sabemos nada, y sin embargo es una figura importante porque anticipa la figura de Cristo como sumo y eterno sacerdote. El Génesis destaca la cualidad de Melquisedec, él es un Rey y es un sacerdote y aquella expresión: “Ofrecía pan y vino” no tiene que ser entendida como una especie de banquete para celebrar la victoria sino que es un verdadero y propio acto de ofertorio, es decir, a Dios se le ofrecen los dones de la tierra para darle gracias por Su asistencia, por eso este rey lleva a cabo una tarea exquisitamente sacerdotal, tanto es así que después, en los libros del Nuevo Testamento, esta figura se presenta como prefiguración del sacerdocio de Cristo, pero yo me permito añadir también del sacrificio eucarístico, porque el pan y el vino son los elementos con los que se celebra la Eucaristía, los elementos indicados por Cristo. Por tanto esta elección de los alimentos se hizo muchos siglos antes y el pueblo judío lo mantiene como algo vivo, palpitante, que debe encontrar después una confirmación en la realidad. Por desgracia para el pueblo judío no será así, pero lo será para muchos otros pueblos que se acercarán al Señor no solo a través del testimonio de la palabra y a través de la enseñanza, sino también a través de los grandes milagros y de las grandes intervenciones.
Pasemos al pasaje del Evangelio.
La gente, al saberlo, lo siguió. Él los recibió bien, les habló sobre el reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Al caer el día se le acercaron los doce y le dijeron: «Despídelos para que vayan a las aldeas y caseríos del contorno a buscar alojamiento y comida, pues aquí estamos en descampado». Pero Jesús les dijo: «Dadles vosotros de comer». Ellos le dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces. ¡A no ser que vayamos a comprar alimentos para toda esta gente!». Pues eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se sienten en grupos de cincuenta». Así lo hicieron, y dijeron que se sentaran todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos peces, alzó los ojos al cielo, los bendijo, los partió y se los dio a los discípulos para que se los distribuyeran a la gente. Y todos comieron hasta hartarse. Y se recogieron doce canastos llenos de las sobras.
¿Por qué Lucas cuenta y se detiene en la multiplicación de los panes? Porque la multiplicación de los panes, que es una intervención milagrosa del Señor, se presupone y anticipa el gran milagro eucarístico. En Lucas no hay después del milagro de la multiplicación de los panes el gran discurso que está contenido en el capítulo sexto de S. Juan sobre la institución de la Eucaristía: “Vosotros me queréis hacer Rey porque os he dado pan hasta hartaros, pero os daré otro pan que es mi cuerpo…”. Tenemos que tener presente, para comprender bien el significado y que se ha escogido este pasaje porque debe llevarnos de vuelta al anuncio, al mensaje del gran milagro eucarístico, porque cada vez que los sacerdotes celebramos la Eucaristía realizamos un gran acontecimiento, un gran milagro porque hacer presente a Dios es el acontecimiento, es el milagro más grande que pueda haber y esto lamentablemente todavía no se ha entendido. Hacer que Cristo esté presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad es el acontecimiento más grande y hoy habéis sentido el desánimo de la Virgen: “En lugar de alabar a Cristo Eucaristía, alababan a aquél que debería ser el siervo de Jesús Eucaristía” pero lamentablemente, después de dos mil años, los sacerdotes y los obispos no hemos podido hacer entender como mínimo lo que podría entenderse de la presencia e importancia de la Eucaristía. Y yo deseo que, por intervención del Señor, los milagros eucarísticos ocurridos en este lugar, sean un empuje precioso para que el pueblo cristiano pueda comprender verdaderamente la realidad eucarística. Así pues la multiplicación de los panes es un acontecimiento que anticipa el gran discurso que es símbolo y figura de la Eucaristía. Hay una particularidad sobre la cual os invito a deteneros: cuando los apóstoles fueron a decir a Jesús: “Despide a esta gente porque tiene que comer”, ¿qué ha dicho Jesús? ¡Dadles vosotros de comer! Pero ¿no es esta una provocación? ¿No es ponerlos a prueba? Me parece que el Señor tiene este estilo y este modo y lo hace varias veces y yo me he acordado, leyendo esto, que varias veces nos ha puesto también a nosotros en situaciones de tenernos que preguntar, pero ¿Cómo es posible, cómo podemos hacer lo que nos está pidiendo? Pero probablemente, mejor dicho, ciertamente, lo hace para suscitar en nosotros la verdadera fe en Él, porque no nos sentimos a la altura o capaces, sin embargo Tú eres capaz y Jesús responde: “¿No lo habéis comprendido? Entonces me encargo Yo”, así ha sido por lo que se refiere a la multiplicación de los panes.
Vayamos ahora a Pablo, es este pasaje de la Primera Lectura a los Corintios.
Hermanos, yo recibí del Señor lo que os he transmitido: Que Jesús, el Señor, en la noche que fue entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada vez que la bebáis, hacedlo en memoria mía». Pues siempre que coméis este pan y bebéis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva. (1Cor 11,23-26).
Encontramos la narración de la institución de la Eucaristía en la escritura cuatro veces: en el Evangelio de Mateo, en el Evangelio de Marcos, en el Evangelio de Lucas y en la primera carta a los Corintios de Pablo, pero de estos cuatro textos el más cercano al momento de la institución es el de Pablo, porque este pasaje fue escrito por Pablo cerca de treinta años después de la última cena, mientras que la versión escrita de los Evangelios por parte de los evangelistas es posterior. Alguno también podría estar perplejo y preguntarse: Mateo es apóstol, Lucas y Marcos no son apóstoles, pero son discípulos por tanto han oído directamente de los apóstoles la narración de la última cena y ¿Pablo? Aquí nos encontramos en la misma situación de cuando nos hemos interrogado acerca de la ordenación episcopal de Pablo y se nos ha respondido que Pablo recibió la ordenación episcopal directamente por Cristo. Pablo hace esta afirmación “Yo he recibido del Señor lo que a mi vez os he transmitido”. Muchos exegetas, los que estudian y explican la Palabra de Dios, han dado a esta expresión un significado traducido, metafórico y desde el momento en que los apóstoles han recibido del Señor el encargo de explicar, anunciar su Palabra, Pablo, como los otros, ha recibido la narración de la institución de la Eucaristía y del sacerdocio por los apóstoles. Pero cuando Pablo dice: “He recibido del Señor”, la cosa más obvia, la explicación más sencilla es que Pablo ha sido ordenado obispo por Jesús y ha tenido una serie de coloquios con el Señor que lo han preparado para su misión apostólica, por tano ha recibido directamente de Cristo la enseñanza de la Palabra de Dios y se la ha guardado y ha comprendido cual era su primer trabajo “Yo predico a Cristo y Cristo crucificado”. Pablo ha sido mandado y lo dice él mismo, para anunciar la Palabra y se ha reservado para sí esta tarea, pero la importancia del anuncio de la Palabra, ha sido puesta en su corazón exactamente por las conversaciones, por los encuentros que ha tenido con Jesús. Hay todavía otra observación que hacer referente a la expresión: “En la noche que fue entregado”. ¿Por qué Pablo aborda el momento de la institución de la Eucaristía a lo que quizás sea lo más repelente que hay en la relación humana que es la traición, específicamente la traición de Judas? ¡Oh no, queridos míos! Aquí hay presente otra cosa que sobresale a la enseñanza que Pablo ha recibido del mismo Cristo. Cristo es Dios, para Él no hay distinción entre futuro, presente y pasado, por lo tanto en el momento de la institución del misterio eucarístico Cristo sintió en sí mismo el sufrimiento de todas las traiciones que los hombres ocasionarían contra Él de diferentes maneras a lo largo de los siglos: misas sacrílegas, comuniones sacrílegas, profanaciones de la Eucaristía, celebraciones de la Eucaristía sin creer en lo que se hace, sino simplemente forzados por la necesidad y por los compromisos asumidos a cumplirlo. Por lo tanto en el momento en el que ciertamente los apóstoles han gozado porque estaban preparados para acoger este misterio, en el momento en el que los apóstoles gozaron porque comprendieron que se encontraron ante la realidad eucarística, Cristo sufría porque se ha encontrado ante todas las traiciones. ¿Entonces? Somos llevados a consolar a los que sufren, sobre todo a nuestros parientes, amigos y conocidos, y bien, al lado de las traiciones, Cristo también vio a aquellos que lo amarían, nos vio a cada uno de nosotros; pero ¿os asombráis de esto? Pero Él es Dios, para nosotros es imposible casi pensarlo, mientras que para Él realizarlo no le cuesta nada. Así pues nos vio a cada uno de nosotros, vio las disposiciones espirituales que están en nuestro corazón, vio la fe en la Eucaristía, el amor hacia Él, Jesús Eucaristía, y si ha sufrido por las traiciones, se ha consolado por estos testimonios sobre Él. Por lo tanto, en este punto, lo que podríamos prometer y comprometernos a lograr es continuar, insistir, mejorar la relación y crecer diariamente en la fe, en el amor a la Eucaristía, que es realmente el centro de la vida. Cada sacerdote, aunque creo que esto se podría extender a todos los fieles, debería decir: “la Eucaristía es la razón de mi misa, o mejor, la Eucaristía es la razón de mi vida”; esto estaba escrito en la estampa de mi primera misa, a propósito he dicho “de mi misa”, porque me he acordado de ello y he adjuntado los dos hechos, “que la Eucaristía sea la razón de mi vida”. Sin embargo esto no es solo tarea del sacerdote, es tarea también de quien ama verdaderamente a Cristo, eh ahí entonces las enseñanzas de la Madre de la Eucaristía: “Id todos los días a misa y si no podéis ir por cualquier motivo serio, haced la comunión espiritual y yo” ha dicho “que soy la madre y sé como están las cosas, os puedo asegurar que Jesús vendrá igualmente dentro de vosotros”. Esto ha sido un don enorme, grandísimo, que hoy nos ha hecho la Madre de la Eucaristía. Siempre se había dicho que con la comunión espiritual tenemos la presencia moral, figurada de Jesús, porque no se tenía el valor de decir “presencia real”; la Virgen hoy, y es un don que ha hecho a toda la Iglesia, nos ha dicho: “Viene mi hijo Jesús”, pero ¿Jesús está obligado a las situaciones o a las circunstancias? No, Jesús es libre, es Dios, pero ved como poco a poco estamos desacreditando tantas cosas que nos han sido enseñadas, desafortunadamente de una manera incompleta e incluso errónea. Cristo llamado viene dentro de nosotros. Pero, en el fondo, está también en el Evangelio esta certeza que no sé por cuál motivo ha sido olvidada: “el Padre y Yo vendremos y haremos morada en vosotros”, esto dijo Jesús. Pero qué mezquinos somos, o mejor, presuntuosos, si pretendemos decir a Dios lo que tiene que hacer y cómo lo tiene que hacer; esto es un pecado enorme, esto es tremendo, pero nosotros queremos sin embargo gozar de este don y entonces cuidado, podemos, durante la jornada, multiplicar la entrada de Jesús en nuestra alma, Le podemos hospedar, invitar a estar presente realmente dentro de nosotros cada vez que queramos y esto verdaderamente es algo hermoso, grande, por lo que hoy, en el momento de la comunión, cuando Jesús esté dentro de vosotros, daos una cita todos los días y varias veces al día para que pueda regresar y estar presente en vuestra alma. Alabemos a Dios por esto, estemos agradecidos a Dios por esto y sigamos adelante. Alabado sea Jesucristo.