Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 10 septiembre 2006
XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (AÑO B)
I lectura: Is35,4-7; salmo 145; II lectura St. 2,1-5; Evangelio: Mc 7,31-37
Probablemente se os escapa la exacta comprensión e interpretación de algunos pasajes de la carta de Dios. Se trata de una serie de argumentos agradables, de los que he hablado solo después de una sugerencia de la Virgen. Vuestra curiosidad será satisfecha, pero no hoy; hablaré de ello el 14 de septiembre, porque no hay un día mejor para hablar de las “obras” que pertenecen a Dios y que son solamente suyas. Podemos regocijarnos por ello, no tenemos que sentirnos protagonistas ni mucho menos responsables, sino sencillamente beneficiarios de acciones del Señor que conciernen a la humanidad.
Os habréis dado cuenta de cómo la revelación pública, presente en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, y la revelación privada, presente en las cartas de Dios dadas durante las apariciones de la Madre de la Eucaristía, coinciden felizmente. La carta de Dios es un grito, una invitación al valor, la misma invitación escuchado en el pasaje sacado del libro de Isaías. Este gran profeta, uno de los más grandes del Antiguo Testamento, ciertamente reflexionaba sobre la situación histórica y particular del pueblo judío, que luego ha sido correctamente interpretada como anuncio de los tiempos mesiánicos. Comparad el pasaje de Isaías y las últimas palabras del Evangelio que acabamos de leer y encontraréis plena concordancia.
Decid a los pusilánimes: ¡Ánimo, no temáis! Mirad, es vuestro Dios; ya viene la venganza, la revancha de Dios; viene él mismo a salvaros. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo gritará de júbilo, porque en el desierto brotarán corrientes de agua, y torrentes en la estepa; la tierra ardiente se trocará en estanque, el suelo sediento en hontanar de aguas. (Is 35,4-7)
Salió del territorio de Tiro, fue por Sidón y atravesó la Decápolis hacia el lago de Galilea. Le llevaron un sordomudo y le rogaron que le impusiera sus manos. Jesús lo llevó aparte de la gente, le metió los dedos en los oídos, con su saliva le tocó la lengua, alzó los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «¡Effatá!», que quiere decir «¡Ábrete!». Inmediatamente se le abrieron los oídos y se le soltó la atadura de la lengua, de modo que hablaba correctamente. Les encargó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo ordenaba, más lo proclamaban. Y en el colmo de la admiración decían: «Todo lo ha hecho bien, hasta a los sordos hace oír y a los mudos hablar». (Mc 7,31-37)
El punto de partida es la situación histórica: el pueblo judío sufrió la invasión del poderoso ejército asirio y sus representantes más ilustres, empezando por la corte, fueron deportados a Asiria; todo el pueblo estaba sujeto al invasor. Ciertamente muchos han hecho nuestras mismas reflexiones: “Nosotros somos el pueblo de Dios, hemos sido escogidos para cumplir la promesa del Mesías, el poder divino nos ha ayudado continuamente y ahora estamos sujetos a enemigos tremendos, por lo que nuestra situación no tiene vuelta atrás”. Esto es lo que pensaban ellos, esto es lo que hemos pensado también nosotros.
En la situación actual, si miramos a nuestro, alrededor vemos personajes que, aunque pertenecen nominalmente al Cristianismo y estando además investidos de autoridad, se comportan como los invasores asirios que están contra el resto de Israel. Estos están en contra de aquellos a quienes Dios ha llamado para llevar a cabo una misión dentro de la Iglesia y en contra de aquellos que han elegido apoyar a los profetas a quienes Dios suscitó. Una vez más os explico el significado bíblico, diferente del pagano, del profeta. El profeta es el que es llamado directamente por Dios, es escogido y enviado a cumplir una determinada misión, a comunicar determinadas verdades a su pueblo.
La presencia de los profetas no se acaba solamente en el Antiguo Testamento. Dios todavía llama, y habéis oído lo que el Señor ha dicho dirigiéndose a mí: “Yo soy Dios, hago lo que quiero y nadie se puede oponer a mi voluntad”. Tenemos que entender esto, tenemos que pensar en esto. Como el pueblo judío, también nosotros nos hemos sentido solos a causa de la fragilidad, de la debilidad y del cansancio; nos hemos sentido abandonados, pero el momento en el que Dios estaba más cerca. Quería provocar fuertes reacciones espirituales de abandono en nosotros, de modo que ese grito que Isaías dice en nombre de Dios: "¡Ánimo!" también está dirigido a nosotros. En un momento en que el pueblo judío experimenta más su propio cansancio y debilidad y carece de esperanza y confianza, Isaías, en nombre de Dios, dice: "Ánimo, esta situación está a punto de terminar, reúne tus fuerzas, resiste y sigue adelante”.
Maternalmente, también la Virgen, a mí, a la Vidente y a cada uno de vosotros, ha dicho: “Ánimo, se acerca el momento”. Nunca como hoy ha hecho un anuncio tan claro, hasta el punto de prometeros también a vosotros el gozar y ver la luz de Dios, una luz maravillosa, cálida, palpitante, que no deslumbra ni molesta, sino que llena de gozo y de alegría el alma entera. “¡Ánimo!” Se dice en el momento adecuado, estamos más cansados de lo habitual y lo notamos al observar que pocas personas están presentes. Por desgracia, a menudo el desánimo es causado o empeorado por el demonio que presenta las situaciones peores de lo que están, induciendo al desapego y al alejamiento del Señor.
Éramos mucho más numerosos pero estamos viviendo la historia del pueblo judío: el susodicho “resto de Israel” ha mantenido inalterada la seguridad de las realizaciones y de las promesas de Dios. Si tuviéramos que contar todas las personas que han pasado por este lugar, llegaríamos fácilmente a decenas de millares, pero si miramos hoy y nos contamos, somos pocas decenas de personas presentes. Pero recordad que Dios no tiene necesidad de nosotros, sino que somos nosotros los que le necesitamos a Él. Dios también puede manifestarse a una o dos personas, puede tener en contra todos los poderosos de la Tierra y de los infiernos, pero nada ni nadie puede resistir su poder. Basta un gesto de su voluntad y destruye y aniquila a sus enemigos, como hizo en el Antiguo Testamento, en el Nuevo Testamento y también hace pocas semanas con respecto a los ejércitos infernales y del demonio. Después os explicaré cómo.
Entonces la palabra “Ánimo” tiene que ser seguida por la realización de promesas: vuestro Dios llega, ¡helo ahí! Como dijo Juan Bautista: “¡Eh ahí el cordero de Dios!”. El cordero de Dios no estaba lejos ni en otra parte, se encontraba allí, a pocos metros, por tanto, también fue visto por aquellos a quienes se dirigió Juan el Bautista. Esto significa que está a punto de llegar el “momento de Dios”, aunque para nosotros, no sé exactamente cuándo, pero escuchando a Dios Padre, Jesús y la Virgen, comprendo que la situación se va decantando a favor nuestro, aunque las apariencias muestren lo contrario
Los lugares de autoridad y de poder están ocupados por personas que están en contra de nosotros y, estando en contra nuestro (esto no sería importante), están desafortunadamente contra Dios. Las consecuencias de la presencia de Dios residen en el hecho de que las acciones divinas provocan cambios. Isaías se dirige a un pueble de dura cerviz, como dirá Jesús mismo y, por tanto más dispuesto a comprender los cambios y las situaciones materiales externas; yo, en cambio, os indico cambios y situaciones espirituales. Me refiero a lo que se ha dicho tanta veces: los cambios en el Iglesia han ocurrido, no porqué la autoridad haya gestionado la situación, sino sencillamente porque Dios ha confiado estas tareas a criaturas pequeñas y débiles, pero asistidas por Su Omnipotencia y Su Autoridad. El triunfo de la Eucaristía y el conocimiento del título, de la imagen, de la figura y de la misión de María, Madre de la Eucaristía, por mencionar los dos pilares más importantes de esta misión, se han construido durante años y son visibles a todos.
Hay una expresión sobre la que me gustaría enfocar vuestra atención. En los cambios anunciados hay algo que preocupa al pueblo judío de modo particular y al que es particularmente sensible: la abundancia de las aguas. Palestina es una zona árida y sin agua y lo es también hoy. Aunque la tecnología ha avanzado, sobre todo en la parte judía, la riqueza del agua es particularmente agradecida por este pueblo. Para despertar la imaginación de la gente, el Señor habla de lo que es particularmente apreciado por la gente misma, a saber, "una abundante cantidad de agua", por lo que el desierto se convierte en pantano, el suelo seco se transforma en fuentes de agua. La palabra agua me hace venir a la mente la palabra agua contenida en el Evangelio de Juan: del costado de Cristo, ya muerto en la cruz y traspasado por la lanza del centurión, brotan sangre y agua.
Ved, es fácil el acercarse al sacrificio de Cristo, es fácil el acercarse a la Santa Misa, que es la actualización del sacrificio de Cristo. Isaías no podía hablar, entonces, de la Eucaristía, paro a través de este término, “agua” nos abrimos al consuelo, a la belleza, a la grandeza de la Eucaristía. La Eucaristía, de hecho, como todos los Sacramentos, ha brotado del costado traspasado de Cristo y el agua nos recuerda de manera particular a este sacrificio, nos recuerda la muerte de Cristo y su pasión, pero también a su Resurrección, ya que Cristo resucitado se aparece a los apóstoles con el costado traspasado, con los estigmas en las manos y en los pies. Por tanto, de resucitado, los estigmas se convierten en gloriosos y luminosos y la Eucaristía contiene toda esta realidad, encierra a Cristo que sufre, Cristo que muere, Cristo que resucita, que se transforma en alimento del pueblo cristiano: el Pan bajado del Cielo, que se mezcla con el agua. Vuelve continuamente el término “agua”, por este motivo nos es fácil llevar a pensar en la Eucaristía.
Nuestra fuerza es la Eucaristía, si no la hubiésemos amado profundamente, si no hubiésemos creído en la Eucaristía, si no hubiésemos cultivado una gran fe, ninguno de nosotros estaría aquí presente. Nos hemos abierto a Dios, a su acción, al poder eucarístico y ahora estamos aquí. Hemos superado dificultades, hemos encontrado obstáculos, hemos sido machacados por el sufrimiento, golpeados por la calumnia y la maldad, hemos tenido que inclinar la cabeza ante sentencias injustas e inmorales, pero ¡aquí estamos! Cristo no da la fuerza de seguir adelante y de esperar finalmente la realización de Sus promesas.
Tal como Dios ha mantenido las promesas hechas al pueblo judío, también Él mantendrá ciertamente las que nos ha dirigido a nosotros. Hemos empezado gritando “ánimo”, terminamos gritando: ¡“ánimo”! Yo, en este momento, idealmente me desdoblo: como Obispo, profeta y Sacerdote estoy aquí y como simple fiel estoy en medio de vosotros. También yo siento el aliento que viene de Dios, tenía y tengo tanta necesidad. La palabra “ánimo”, que en nombre de Dios pronuncio y que dirijo al fiel Claudio Gatti es una palabra que tenéis que aceptar también vosotros, mantener en el corazón y, en el momento oportuno, exteriorizar con himnos, cánticos y salmos, alabando a Dios, que triunfa siempre, pero solo en el momento en el que Él haya decidido. Su acción poderosa y divina se libera sobre todo cuando parece que todo se derrumba y no hay nada que hacer. Ésta es la señal de que solo Dios puede vencer lo imposible y realizar lo imposible.