Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 11 febrero 2007
I Lectura: Jer 17,5-8; Salmo 1; II Lectura: 1Cor 15,12.16-20; Evangelio: Lc 6,17.20-26
Dios siempre interviene de manera sencilla y familiar, de modo que no haya excusas o justificaciones para no entender su intervención y su palabra. Dios es extremadamente sencillo, le gusta la sencillez; son los hombres lo que para demostrar su potencia y su poder, tratan de ponerse en posiciones elevadas de las que puedan recibir obsequios de sus propios súbditos. Él no es así; las intervenciones más grandes en la historia de la Iglesia las ha hecho de manera sencilla y comprensible; ha escogido siempre, para realizar Sus obras, instrumentos débiles e ineficaces a los ojos de los hombres. Lo digo con toda la sencillez de la que soy capaz y puede demostrar este momento: hoy, para la Iglesia es un día muy importante y no porque se celebre la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, sino que hay una motivación más alta porque hace referencia a Dios y viene de Dios. Hoy arrojamos, con sencillez, una semilla que debe crecer y llegar a cada rincón de la Iglesia, la semilla que tiene que evidenciar a los hombres la grandeza, la importancia, la afectuosidad y la paternidad de Dios Padre. Es absurdo, y nos damos cuenta sólo cuando la conciencia nos evidencia ciertos límites, que, después de dos mil años de cristianismo, nos encontramos en una situación embarazosa. Si recorréis las páginas del misal donde hay las Misas votivas, encontraréis Misas para la Santísima Eucaristía, en honor del nombre de Jesús, de Su Preciosa Sangre, de Su Sagrado Corazón, del Espíritu Santo, y me limito a las personas divinas, pero no hay una fiesta de acción de gracias al Padre. ¿Cómo es que después de veinte siglos nadie ha puesto la atención en la centralidad de Dios Padre, fuente de la divinidad, primera persona de la Trinidad? Estaba oculto, incomprendido y se impidió a los hombres tener una relación con él, una verdadera relación filial. Durante veinte siglos hemos hecho a los hombres huérfanos de Dios el Padre, y este concepto absurdo debe ser asumido, ampliado y entregado a toda la Iglesia. Dios se manifiesta continuamente, sin embargo los hombres no se adhieren a Sus mensajes, a Sus invitaciones, no aceptan Su presencia y rechazan Su Palabra. ¿Qué hace Dios? ¿Se venga? ¿Actúa con poder? No, al contrario, espera que los tiempos estén maduros para una justa e inteligente comprensión que destaca la relación entre Dios el Padre por un lado y la criatura humana, hijo, por el otro. ¡Este es el momento! Tenemos que recuperar veinte siglos, tenemos que librarnos de imágenes estereotipadas, vacías y retóricas. Dios no es aquél que ha sido indicado como inaccesible, lejano y distante del hombre, no es aquél que está fuera de la historia de los hombres y de cada individuo. Dios está en el centro de la Historia, está en el corazón de cada hombre, también de los que no le conocen y no lo aprecian. Dios continúa dándonos dones y concediéndonos gracias, otorga regalos que los hombres no aceptan. Sin embargo, ha hecho muchos en este lugar; 185 milagros eucarísticos, apariciones de la Madre de la Eucaristía que han llegado y superado el millar de veces, el don de la Puerta Santa, el don del episcopado hecho a una criatura directamente por Él, conversiones y curaciones del alma y del cuerpo. Los hombres, en vez de encontrar alegría y satisfacción en todo esto, han tratado de alejarse y se han puesto en la situación de la que habla Jeremías cuando afirma con palabras fuertes: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que en el mortal se apoya, y su corazón se aparta del Señor” (Jer 17,59). Es hora de cambiar el estilo y comportamiento de vida. Si recibís como regalo un objeto precioso, un anillo de oro en el cual está engastada una perla o un brillante, si recibía un collar de perlas preciosas o un colgante de oro y enseñáis a los demás estos reglaos que os han hecho y los otros no los aprecian, ¿acaso el regalo pierde su preciosidad y su importancia? El regalo es precioso en sí mismo y por sí mismo, no por los reconocimientos de los hombres. Nosotros nos encontramos en esta situación: los regalos que antes os he enumerado han sido hechos a esta pequeña, sencilla, débil y maltratada comunidad, pero son preciosos e importantes porque vienen de Dios; no los hemos reservado para nosotros, no podemos apoderarnos, sino que hemos tratado de darlos, de hacer partícipes a los demás. Todavía no se dan las condiciones, pero lentamente e inexorablemente, en la Iglesia Dios hará reconocer y triunfar sus obrar y Sus intervenciones. El último regalo que Dios Padre nos ha hecho ha sido mostrarse verdaderamente como Papá; sólo Jesús, Su Hijo predilecto unigénito, hasta hoy, se había dirigido a Dios Padre llamándolo “Abbà”, “Papa´”. Ninguno de nosotros, en las oraciones, se ha dirigido nunca a Dios llamándolo “Papá”. Dios, al manifestarse a sí mismo y para hacer entender Su voluntad y Sus pensamientos, usa instrumentos, es decir, los hombres, porque el acceso directo a Él, mientras estemos en la Tierra, no será posible. Sólo en el Paraíso Le veremos tal como es. En el Antiguo Testamento, Dios se manifestó a Moisés y a otros pocos hombres bajo forma de nube, fuego y arbusto ardiente; en cambio, en el Nuevo Testamento se manifestó bajo forma de flor, de estrellas a una sencilla criatura, a través de la cual ha llegado a nosotros el amor sensible, vivido y participado de Dios. El 9 de marzo es una fiesta emblemática y significativa, es la fiesta del sacerdocio, no sólo de mi ordenación sacerdotal. En aquél día os haremos un gran regalo, os daremos los coloquios que en el periodo estival Dios Padre tuvo conmigo y con Marisa. Nos ha permitido que le hagamos preguntas y pedir determinadas cosas. Saborearéis la paternidad afectuosa, a veces incluso con una ligera reprimenda, para animar, pero en la mayor parte de los casos descubriréis una afectuosidad tan grande y hermosa que os conmoverá también a vosotros. Es un hermoso y precioso regalo por el cual os pido que os preparéis con la oración, para acogerlo de la mejor manera. “Oh, Dios Papa´, ¿por qué hemos tardado tanto en reconocer Tu paternidad?”, porque en nosotros no había suficiente dosis de amor. Es sólo en el amor que se entiende algo de Dios. Sin el amor no se comprende a Dios, sin amor ¿cómo lo hacemos para dirigirnos a Dios y llamarlo Papá? Habréis notado también la paciencia con la que Dios, en todos estos años de mensajes públicos en los que la Virgen se ha manifestado a Marisa, nos ha educado en amar y en entender la importancia del amor. De la comprensión del amor ha salido un conocimiento grande del misterio eucarístico, del misterio de la gracia, del misterio de la Iglesia y por último, en orden temporal, pero no de importancia, el misterio que se refiere a la vida en Dios y la participación de la vida divina en cada uno de nosotros. Yo os confío a vosotros la tarea de empezar a difundir, de hablar y de presentar a Dios como desea ser presentado. Dios es el soberano, el Todo, ante Él incluso la Virgen se inclina y se arrodilla en reverente adoración, pero también es aquél que sabe sonreír, jugar y bromear, que besa y acaricia a sus hijos aunque estos no se den cuenta. El Dios lejano e inaccesible ahora debe ceder el paso al Dios presente y afectuoso. Este concepto en la Iglesia tiene que entrar y estad seguros que entrará. Otros se han apoderado de tantas iniciativas, misiones y cruzadas partidas de aquí, haciéndolas suyas y manifestándolas como parte de su magisterio y de su predicación, pero nosotros no estamos celosos de estos, no nos importa hacer saber quién ha sido el que ha lanzado la semilla, a nosotros nos interesa que la semilla arraigue en la tierra, en el jardín de Dios, en la Iglesia de Dios y dé los frutos que Dios quiere. Estad seguros que cuando la verdad sea conocida bajo cada una de sus facetas, Dios hará saber también cuál ha sido el instrumento del que se ha servido para darse a conocer, para hablar a los hombres, para hacerse amar como Papá por parte de todos los hombres. Eh ahí, queridos míos, que este es el motivo por el que hoy, 11 de febrero 2007, para la Iglesia es una fecha histórica y tendrá que ser recordada. Repito, para no enorgullecernos, miremos alrededor y reconozcamos nuestra pequeñez, fragilidad y debilidad. La grandeza de Dios brilla, resplandece de manera nítida y precisa ante el hombre débil. Cuanto más débil es el hombre, más potente es la acción de Dios, cuanto más se descuida al hombre, más se debe destacar a Dios. Queridos míos, levantemos la mirada al Cielo, abramos nuestro corazón para sentir nítida y fuerte esta palabra de Dios que nos anima a empezar, a llevar adelante y a concluir esta misión con los mismos resultados y efectos que todos los demás. Todo esto a Su gloria y alabanza y no por nuestra gloria ni por nuestra alabanza.
Sea alabado Jesucristo.