Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 11 febrero 2008
I lectura: Lv 19,1-2.11-18; Sal 18; Evangelio: Mt 25,31-46
Hoy la homilía se inspirará en el magníficat que se canta a la Virgen. Detengámonos en la expresión: “ha ensalzado a los humildes”. Si tengo que hablaros de una persona humilde, os hablaré de Bernadette: ella es el ejemplo concreto de la humildad.
Dios dirige su atención a una niña cuya vida había sido y seguiría siendo extremadamente problemática, tanto en lo económico como desde el punto de vista de la salud.
En los primeros años de su infancia, la familia de Bernadette, desde el punto de vista económico, era discreta, pero por una serie de causas, se abatió sobre ellos la pobreza. Su familia, por tanto, se vio obligada a vivir en lugares cada vez más en ruinas, hasta que se mudó a la que vivían cuando empezaron las apariciones y donde continuaron viviendo durante diverso tiempo después del inicio. Su vivienda era un verdadero y propio tugurio, una antigua prisión, llena de humedad, lo que perjudicó en gran medida la salud ya precaria de esta muchacha. Pocas personas saben que a temprana edad Bernadette también se vio afectada por la peste y para curar las heridas, su familia, al no tener los recursos financieros disponibles, utilizó métodos empíricos que utilizaban los campesinos de entonces: frotamiento enérgico con paja, una cura dolorosa pero muy eficaz. Bernadette se cura de la peste, pero su cuerpo se quedó debilitado y fue atacado de tuberculosis ósea, que invadió su cuerpo y que, junto con el asma que se originó en aquella húmeda vivienda, la llevaría, con sólo 35 años, a volar, con su gran alegría y con su gran deseo, hacia el Paraíso. Si bien Bernadette era analfabeta, no era como comúnmente se piensa, una estúpida, una tonta, muy por el contrario, era inteligente, tenía una inteligencia práctica. Está claro que encontrándose en la aridez de las preguntas teológicas que estaban presentes en el catecismo de entonces, tenía dificultad en responder, porque no comprendía las preguntas abstractas que le dirigían, ya que escapaban a la mentalidad de aquella niña. Bernadette tuvo una vida difícil, luchó para crecer y encontró también diversas humillaciones porque, para traer a casa algún dinero para ayudar a sus padres, estuvo al servicio de algunas familias ricas que vivían en el pueblo de Lourdes. La mañana del 11 de febrero de 1858 nadie, ni siquiera el Papa, que en aquella época era el Beato Pío IX, imaginaba que, en la Iglesia, entrarían una avalancha de gracias y que nada sería como antes. Nadie imaginaba que Dios prodigaría a manos llenas fuerza, gracia, y energía, a partir de un pueblo desconocido de los Pirineos, y por una aparición, o más bien, por dieciocho apariciones a una chica de 14 años. En los Pirineos hacía mucho frío, las familias pobres de entonces se calentaban encendiendo el fuego y, por tanto, tenían necesidad de almacenar leña. Bernadette obtiene el permiso de su madre para salir a buscar leña. La madre, conociendo la condición de debilidad de su hija, no hubiera querido mandarla en aquél día frío a buscar leña con su hermana y otra amiga.
Nadie sabía el hecho de que la Virgen la estaba esperando. Y eh ahí, entonces la sorpresa, el estupor, de esta niña que siente el viento y se maravilla (Todo esto recuerda también la entrada de Dios en el momento del sacrificio que Abraham le ofrece. Dios no se manifiesta en la tempestad, Dios no se manifiesta entre rayos y centellas, sino, dice el Antiguo Testamento y en el Nuevo se vuelve a encontrar la situación, en un vientecillo que agita la ropa y no molesta). Y eh ahí el asombro de Bernadette, al ver esta maravillosa criatura celestial, que ella llama “Achero”, es decir aquella de allí, nunca dirá la Virgen. Esta criatura se le presenta con una túnica blanca, una banda azul, un velo, las dos rosas apoyadas en los pies y la coronilla de oro del rosario en la mano. No dice ni una palabra y se miran, la criatura celeste toma en la mano el rosario, Bernadette comprende que es una invitación a recitarlo y lo recita, pero lo hace sólo Bernadette, porque la Señora mueve los labios, pero no pronuncia ni siquiera una palabra. La aparición termina de este modo. Pasemos de lo que sucede después, pero preguntémonos como se ha manifestado el gran deseo de Bernadette de volver a aquél lugar donde acontecían las apariciones. Lo dirá ella misma: sentía, de hecho, un irrefrenable impulso interior que me empujaba a la gruta. De hecho volverá a la gruta otras diecisiete veces. En total, por tanto, han habido dieciocho apariciones. Quiero subrayar el gran respeto de la Virgen hacia una adolescente de 14 años, hacia una niña, a la que no trata de tú, sino de usted. Quizás aquí la Virgen se adecua a los tiempos y, además, usa el dialecto local. Aquellos de vosotros que hayáis estado en Lourdes, habréis podido notar que, bajo la estatua de la Inmaculada, la estatua blanca que se encuentra en el interior de la gruta, en el hueco, no hay la expresión “Yo soy la Inmaculada Concepción” escrito en francés, sino en el dialecto patois del tiempo. Por lo tanto nos encontramos con esta adaptación de lo sobrenatural a lo natural. Durante estas dieciocho apariciones no han sido muchas las conversaciones que se produjeron entre Bernadette y la Virgen que a menudo se ha limitado a aparecer para orar juntas. No dirá muchas cosas, pero las palabras que pronunciará, serán todas de extrema importancia. Será la Virgen la que pida y repita tres veces la invitación: “Penitencia, penitencia, penitencia, rezad por los pecadores”, será ella la que prometerá proféticamente a Bernadette la misma promesa que ha hecho a Marisa: “No te harÉ, no os haré felices en la Tierra, sino en el Cielo”. La Virgen, por otra parte, manda a la pequeña vidente como embajadora ante el párroco de Lourdes que ni siquiera la conocía. El párroco era un hombre rudo, pero honrado y del que Bernadette tenía miedo, casi terror. Pero Bernadette sabe que tiene que llevar a cabo su misión, la afronta con valor y dice algo que desconcierta al sacerdote: la Señora dice que hay que construir una capilla en este sitio e ir en procesión.
Bernadette recibirá después tres secretos personales, los cuales no mencionará a nadie, son personales y como tales permanecen. Si los queremos conocer se los tendremos que preguntar cuando vayamos al Paraíso, pero creo que tendremos otra cosa que hacer que ir a buscar a Bernadette y pedirle que nos comunique los secretos que recibió. Lo más desconcertante ocurre en la sexta aparición. Bernadette, solicitado previamente por el cura Peyramale, preguntó varias veces el nombre de la Señora. La Virgen no responde. Sin embargo, durante la sexta aparición, Bernadette se lo pide tres veces, a la tercera vez la Señora sonríe y dice:”Yo soy la Inmaculada Concepción”. Bernadette, en ese momento, no comprende nada de cuanto le estaba diciendo la Virgen, el dogma había sido definido hacía apenas cuatro años, por el Beato Pío IX pero, ciertamente, Bernadette no lo sabía, no lo podía saber. Y es en esta ocasión que se lleva a cabo el cambio de actitud del párroco. El sacerdote se pregunta: ¿cómo puede una niña ignorante, sin saber teología, decir lo que dijo?
¿Qué habría sido de la historia y de la condición de la Iglesia si no hubieran habido las apariciones de Lourdes hace 50 años? Habría sido muy distinta y diferente de la actual, habría sido, a pesar de que ya vivimos en la actualidad una situación tan crítica y negativa, aún más crítica y negativa
Dios, cuando actúa e interviene, no deja nunca del mismo modo la situación que encuentra, sino que la modifica y la mejora. La amplitud, la profundidad y la intensidad de los cambios, dependen de los hombres, es decir varían en proporción del número de los hombres que acogen las intervenciones de Dios, así Su intervención se manifiesta y se vuelve concreto y visible a todos. En el mundo la situación de la fe sería todavía más débil si no fuera por Lourdes. Ni siquiera Bernadette podía imaginar este río de gracias que entrarían en la Iglesia, pero fue elegida justamente para hacerlo surgir. Para la Iglesia es muy importante la experiencia de Bernadette cuando la Virgen le dice que vaya a beber a la fuente, que ella cree que es el rio Gave y, de hecho se dirige hacia el río. Pero la Virgen la llama y le dice que vaya al interior de la gruta. Esto dejó atónitos a los habitantes de Lourdes y perplejas a las personas que estaban presentes (Ya le había ocurrido unos días antes, otro episodio. La Virgen, de hecho, le dijo a Bernadette, como le diría en el futuro a Marisa, que cogiera hierba y comerla, en señal de penitencia). La Virgen por lo tanto, le dice: “Coge agua”, ella responde que allí no hay agua, pero la Virgen le hace una señal y ella empieza a cavar y, después de haber cavado un poco, empieza a brotar el agua con la que Bernadette se lava la cara, y al haber fango, el rostro de Bernadette, que era una bonita muchachita, se ensucia y esto provoca risotadas. Pero a Dios, ¿todo esto le puede interesar? Seguramente no. Este río, o mejor esta fuente, es un símbolo que representa la voluntad de Dios. De hecho, el agua que brota del interior de la gruta de la cual surge la fuente será milagrosamente mantenida y no se extinguirá, incluso siendo modesta. El agua, que de repente comenzó a surgir, produjo de inmediato grandes milagros y es el símbolo de la gracia, de la savia que fluirá en la Iglesia. Y es justamente esta savia, esta gracia, obtenida a través de la intercesión de María, el gran anuncio de Lourdes que, quizás, nunca se ha destacado suficientemente. A menudo ha sido recordada la llamada a la penitencia, pero deberían ser más evidentes las manifestaciones de la misericordia y del poder de Dios.
Si Dios sana a los hombres de enfermedades físicas, tanto más obrará Dios, y yo mismo he sido testigo en Lourdes, de curaciones espirituales.
Nosotros con Lourdes tenemos una relación exclusiva y privilegiada. Ni siquiera yo sabía que, al final de julio de 1963, yendo a Lourdes y poniendo mi sacerdocio bajo la protección de la Virgen, allí me prepararían y tirarían las redes con las que me capturarían después.
En 1973, diez años después, es la Virgen la que nos dijo a Marisa y a mí que fuéramos a Lourdes. Estábamos en Taizé para coger experiencia y rezar, para vivir este espíritu ecuménico pero, estando allí se nos dijo que prosiguiéramos hacia Lourdes y yo objeté que no teníamos dinero para llegar hasta Lourdes. “No te preocupes, abre el monedero y cuenta el dinero”, me respondió la Virgen, y en aquella ocasión se realizó una imprevista presencia de dinero, que me dejó aturdido y perplejo a la vez. Comprendimos, por lo tanto, que teníamos que ir a Lourdes.
Desde arriba sabían lo que nos esperaba en Lourdes, porque detrás había un gran director. De hecho allí fue la gran llamada y el gran anuncio: “Os quedaréis solos, no seréis comprendidos, seréis perseguidos por todos, incluso por la autoridad eclesiástica pero, al final, venceréis”. En el mismo Lourdes nos pidieron que diéramos nuestra respuesta, nuestro “Sí” y en el momento de la paz quisieron que fuera pronunciado el “Sí” o el eventual “No”. Pero ellos sabían que sería un “Sí”. Durante la Santa Misa le dije a Marisa, en el momento de la paz, “Sí”. En 1991 volvimos a Lourdes y allí empezó la narración del libro de la vida de la Virgen.
Eh ahí lo que es Lourdes para nosotros. En Lourdes uno se conmueve fácilmente al ver y al tocar el sufrimiento de los demás, de modo particular, creedme, el sufrimiento de los niños. Duele cuando se ve a un adulto, a un anciano que sufre, pero cuando se ve a los niños, tantos niños que sufren, no puedes contener las lágrimas, no se puede expresar el dolor más que a través de las lágrimas. Y así fue. Muchas oraciones se dijeron por estos niños, dirigimos muchas súplicas a la Virgen, para que sanase a estos ángeles heridos en sus miembros. También en esta circunstancia nos encontramos ante el misterio del sufrimiento, que se ha de aceptar, y cuya interpretación es estrechamente ardua y difícil. Todo el mal y el sufrimiento está encerrado allí en Lourdes bajo el manto y la protección de la Virgen.
Hoy Lourdes ¿qué puede decir a la Iglesia, qué tiene que decir a la Iglesia? Hoy es una jornada particular, la misma televisión pública emitirá una transmisión en la primera cadena para conmemorar este evento, muy importante históricamente. Se ha hecho una solemne ceremonia en San Pedro, una procesión eucarística que ha recorrido la Vía della Conciliazione, hasta llegar a la Basílica. Han hecho celebraciones, en particular en Iglesias dedicadas, aquí en Roma, a Santa Bernadette o a Nuestra Señora de Lourdes. ¿Dios ha agradecido todos estos ritos? Por parte de los sencillos ha habido espontaneidad, fidelidad y amor, pero ciertos ritos se han vuelto, una vez más, para muchos eclesiásticos, en manifestaciones de vanidad, de presunción, de deseo de sobresalir, de ponerse en el pedestal para que les honren.
Detengámonos ahora en la otra expresión del Magnificat: “Ha derrocado a los soberbios de sus tronos”.
Delante de Dios tenemos que seguir el ejemplo de Bernadette que, terminadas las apariciones, después de que había decidido entrar en un convento, donde murió, dio de sí misma una imagen extremadamente elocuente: “Yo soy como una escoba, cuando se necesita para la limpieza está trabajando, cuando ya no se necesita, se pone en un rincón detrás de la puerta y no se la tiene en cuenta ni es digna de una mirada”. Así tenemos que hacer nosotros delante de Dios.
Fuera la presunción y la gloria, tratemos de superar y de vencer las tentaciones del orgullo que son más peligrosas que las que ofenden la pureza. La humildad es una virtud más difícil que la pureza, la lucha contra la soberbia es más difícil que la lucha contra la impureza, porque la soberbia está dentro de nosotros.
Un gran predicador hablando a algunas hermanas, creo que en 1700, dijo: “Sed puras como ángeles y soberbias como demonios”. Así Bernadette es el ejemplo, es la persona que tiene que gritar en la Iglesia, a la jerarquía de la Iglesia, humildad y sencillez. Nosotros los sacerdotes no tenemos que celebrar Lourdes para los demás, tenemos que pensar en Lourdes para nosotros mismos. Tenemos que reflexionar sobre este gesto que la Virgen pidió a Bernadette que llevara a cabo, y el de comer hierba, aquél gesto de limpiarse o ensuciarse el rostro, según las interpretaciones, y la frase de Bernardette tiene que ser para nosotros clara: “Dios ensalza a los humildes”. Os puedo hacer una pequeña confidencia, el 5 de febrero hubo una larga manifestación de Dios Padre, entre otras cosas habló de la situación de la Iglesia, de cómo se comportan ciertas personas, citando nombres, y yo le dije: “¿Cómo reaccionan ante esta ordenación episcopal?”. Me respondió: “Están corroídos por la envidia y los celos”, y yo, con franqueza dije: “Dios mío, tu sabes que yo, sobre todo antes de que me ordenaras, no me sentía nadie, veía a los otros mejor que yo, más cultos, más santos, más inteligentes”, ¿sabéis que dijo Dios? “Por esto te he escogido”. Os he hecho una confidencia personal justamente para que pudierais comprender y aplicar a vuestra vida, también este compromiso de ser últimos y sencillos.
El humilde es la persona que vive en la paz, porque no está movido por la envidia y los celos, más bien si ve que los demás son mejores, se alegra, si ve que los demás tienen lo que él no tiene no se turba.
El verdadero humilde no tendrá nunca resentimiento, rencor, fastidio, ni irritación hacia nadie, el verdadero humilde no litigará con los otros. Eh ahí porque la lección que viene de Lourdes se puede encerrar en esta palabra: humildad. Algunos podrían objetar: pero la Virgen en Lourdes habló de penitencia. Pero yo os digo humildad.
La Iglesia, para renacer, tiene necesidad de hacer un baño de humidad, de quitar todos aquellos oropeles, aquella vanidad, todos los deseos y el poder, que no sirven absolutamente para nada. Hoy recemos a la Virgen, la Madre de la Eucaristía, para que nos enseñe a vivir en la humildad y haga comprender a sus hijos predilectos los sacerdotes, desde el más alto al más bajo en la jerarquía eclesiástica, la importancia de ser humildes, por lo que no tiene que haber en nosotros el deseo de hacer carrera. Pero si llegara el nombramiento de un cargo importante, debe estar presente en nosotros el deseo de servir. El humilde es luz y consuelo para todos los hermanos.
En realidad nosotros ya estamos en Lourdes, cuántas veces ha dicho la Virgen: “Esta es vuestra pequeña Lourdes”. Es el 150 aniversario de las apariciones y ¿cómo lo celebran? Lo celebraremos también nosotros, pero no a través de los ritos, no a través de las ceremonias, no a través de los fastos, sino a través de un radical cambio de nuestra vida, que nos lleve a vivir humildemente y sencillamente nuestra llamada.