Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 11 febrero 2009
Nuestra Señora de Lourdes
I Lectura: Gen 2,4-9.15-17; Salmo 103; Evangelio: Mc 7,14-23
Bastaba haber leído que hoy es la fiesta de la Santísima Virgen María de Lourdes para que se enciendan en mi corazón recuerdos, algunos un poco desvaídos, otros aún muy vivos y claros. De Lourdes tengo un recuerdo intenso y particular: en Lourdes, en el lejano 1963, puse bajo la protección de la Virgen mi sacerdocio; en Lourdes, en 1973, recibimos, oficialmente de la Virgen, la invitación a aceptar la misión que Dios quería confiarnos y que había descrito con pocas y elocuentes palabras: “Sufriréis mucho”. A Lourdes volvimos en 1991 y justamente allí Marisa empezó, bajo dictado, a escribir el libro de la vida de la Virgen. Por tanto podéis ver que con Lourdes hemos tenido una relación privilegiada. Algunos la han definido como la esponja del mundo porque, como una esponja absorbe el agua, también Lourdes absorbe todos los males del mundo. Uno de los momentos con mayor palpitante emoción, conmoción y, a veces, con temblores y lágrimas, creedme, es el momento de la bendición eucarística a los enfermos. Yo no puedo, nunca he logrado, en las tres ocasiones en las que he estado en Lourdes, dejar de llorar. Creedme, ver a los niños pequeños, que estaban allí inermes y sufrientes, ver a los jóvenes confiados en la espera de que, junto a su cama, pasara Jesús bendiciendo y apoyase Su mano divina en su cabeza para restaurarles la salud, me ha conmovido profundamente. También he visto ancianos que llevan años acostados en sus camas y ¿cómo no temblar y llorar? Cada vez, tres veces a lo largo de los años, he repetido la misma invocación: “Jesús, Tú eres Dios, ¿por qué no los curas a todos?”, pero cada vez que pronunciaba esta frase, siempre se ha derramado en mí nueva luz para comprender un poco más y de una manera cada vez mejor y más rica en adelante, el misterio del sufrimiento. El misterio de la Encarnación es un misterio que nos satisface porque nos ve unidos a Cristo y regenerados por Él. El misterio eucarístico nos satisface, porque sabemos que aquella comida es alimento de nuestra alma y nos hace fuertes, pero el misterio del sufrimiento nos hace gemir. Se puede vivir de dos maneras el misterio del sufrimiento, lo vive el que padece el sufrimiento y lo vive el que asiste al o a los que sufren. He dicho que he comprendido cada vez más este misterio en el curso de los años, pero me han ayudado a comprenderlo, a adentrarme en el misterio del sufrimiento, a través de las enseñanzas de Dios, las enseñanzas de la Madre de la Eucaristía y he visto que su manera de expresarse, los juicios que ellos señalan sobre el sufrimiento son completamente diferentes de los juicios humanos. Entonces es oportuno recordar a Isaías: “Cuánto dista el cielo de la Tierra también mis juicios son diferentes y distantes de los vuestros”. La radio, la prensa y los diarios dicen que hoy es la jornada del enfermo, subrayo “jornada”, y Dios ¿qué dice, la Virgen qué ha dicho al respecto? Han hablado de la “fiesta del enfermo”, porque la jornada es algo diferente. Si hacen tantas jornadas para conmemorar tantos eventos, la fiesta en cambio indica participación, eh ahí donde está la distancia y la diferencia entre los dos términos. De un modo o de otro creo que, antes o después, todos los hombres entran en contacto con el sufrimiento y la fiesta del enfermo, según Dios, significa que el que asiste y el que padece el sufrimiento vive esta condición con una actitud viva, participativa y fuerte, esto es lo que significa el término fiesta. Pero vayamos adelante; los periódicos, la televisión, todos los medios de comunicación ¿hablan quizás de los enfermos? Últimamente sí, lo han hecho por el sonado asunto que terminó de manera dramática y contraria a la ley de Dios. Pero, ordinariamente, ¿de qué hablan? De acontecimientos humanos, políticos y algunos órganos de la prensa van a la búsqueda de toda una serie de chismes para despertar la curiosidad de los lectores. ¿Quién habla del anciano? ¿Quién ama al anciano, al enfermo, quién lo respeta? Si se habla de los ancianos se hace con desapego y, diría, que a veces con fastidio. Dios en cambio, cuando habla del enfermo, cuando habla del anciano que, a menudo, es anciano y enfermo, ¿qué término usa? “Perlas de Dios”, mirad, ¿veis qué diferente es el modo del proceder humano del modo de proceder de Dios, de razonar de Dios, de sentir de Dios? “Perlas de Dios”, las perlas se guardan en cofres, se guardan bien guardadas para que el ladrón no se apodere de ellas. Mirad, Dios es celoso de sus perlas, las guarda, a veces devuelve a estas perlas un brillo, una luminosidad que habían perdido con los años. Un pequeño ser humano, olvidado a veces incluso de sus mismos parientes, delante de Dios es algo precioso, algo importante, por otro lado ¿dónde y sobre qué nos juzgará Dios? Tenía sed, tenía hambre, estaba desnudo, estaba enfermo, estaba en la cárcel…, nos juzgará sobre el amor, sobre la caridad y entonces si un samaritano pudo ver en un hombre que había sido robado, herido por los ladrones, a un hermano a quien asistir, nosotros tenemos que poder ver en el enfermo a alguien aún más importante, que es Cristo, que sufre y que se hace presente en cada ser humano. Es el sufrimiento de Cristo, el dolor de Cristo que ha engendrado al mundo, ha dado vida a este mundo. Nuestros seres queridos enfermos son de una utilidad enorme para Dios, porque sus sufrimientos detienen su brazo y no se enfurece, Dios no golpea. Cuando se produjo, no hace mucho, aquella inundación que mantuvo en vilo a cientos, si no a miles de personas, incluidos los habitantes de la ciudad de Roma, las aguas no fueron más allá, no sobrepasaron ciertos límites, porque fueron detenidas y sabemos que Dios intervino. ¿De qué se sirvió Dios para decir: “Yo realizo este milagro, pero vosotros dadme algo”? Dios tomó los sufrimientos de todos nuestros hermanos enfermos; sí, también tomó nuestras oraciones, también acogió nuestras súplicas, pero de manera particular, como cada uno de nosotros busca flores en un prado, especialmente en lo que se refiere a este episodio que podía haber sido dramático, Dios buscó en la Tierra cada enfermo y tomó, como una abeja, la miel del corazón de cada enfermo, para darla como alimento a toda la humanidad. El sufrimiento genera mucho más que sermones, mucho más que encíclicas, mucho más que seminarios, mucho más que intervenciones de grandes personajes; el sufrimiento hace presente a Cristo que sufre y muere en todos los rincones de la tierra. Como Cristo Eucaristía está presente en cada rincón de la Tierra, así bajo la apariencia de los que sufren, se hace presente en cada rincón de la Tierra. El Cristo paciente, sufriente y Cristo Eucaristía: eh ahí lo que significa que el hombre todavía tiene esperanza de renacer, que todavía tiene esperanza de resurgir porque, en el mundo, Dios se hace presente continuamente y bajo formas también diferentes. No tenemos que rezar por los enfermos y demostrarles afectos, cercanía y reconocimiento solamente en estas fechas y en estas ocasiones, sino que debemos hacerlo siempre. ¿Os acordáis cuando, hace años, a instancias de la Virgen yo dije: por qué no vais a hacer trabajo de voluntariado en los hospitales, por qué no vais a estos lugares de sufrimientos? Si lo hacéis estaréis en condiciones de recibir mucho más de lo que podáis haber dado. El contacto con el sufrimiento que impresiona, que turba, nos hace crecer y nos hace ver a Cristo en cruz y al encuentro de nuestro deseo que es el de ver a Cristo, por esto yo creo poder adaptar a esta situación la respuesta que Cristo dio a Felipe cuando le dijo: “muéstranos al Padre” y Él dijo: “Felipe, quien me ve a Mí ve al Padre”. Podemos adaptar estas palabras a cada enfermo, porque cada enfermo puede decir: “¡quién me ve a mí, ve a Cristo!”. No es una exageración, no es una hipérbole, es una realidad: “Lo que hagáis al más pequeño de mis hermanos a mí me lo hacéis”, por tanto hay esta identificación entre el pequeño, que puede ser el débil, el enfermo, el anciano, con Cristo. El sufrimiento es una consecuencia del pecado, lo sabemos. Dios había creado a nuestros padres inmunes de sufrimiento y con una salud física perfecta, pero nosotros perdimos, además de la gracia, también los dones sobrenaturales y los dones preternaturales pero, cuidado, el pecado fue vencido por la redención, la redención genera nueva vida pero la vida ha sido generada por el sufrimiento de Cristo. Entonces, una vez más, hay esta invitación de Cristo, que es una invitación que hace pensar, hace reflexionar, nos lo dice Pablo: “Cumplo en mí lo que falta a la pasión de Cristo”, puesto allí en cruz que alarga los brazos, que ve a cada hombre y que ve quien sufre, y entonces, como la Virgen ha acogido en sus brazos el cuerpo exánime de su Hijo, así también nosotros tenemos que acoger, al menos en nuestro corazón, el cuerpo y el alma, el ser humano que sufre. Podemos pedirle a Dios y Él interviene muchas veces, para atenuar, mitigar o incluso eliminar el sufrimiento. A algunos les hace un milagro, a otros no, pero solo Dios conoce sus criterios y, a veces, son impresionantes también para nosotros, por lo que quizás puede sanar a una persona que a nuestro juicio no lo merece y a veces, en cambio, se muere una persona que, según nuestro juicio, estaba bien que viviese y, sobre todo que sanase. Dejemos escoger al Señor, estemos abiertos a recibirlo todo, no seamos celosos si alguno se cura o mejora y si alguno se queda con el sufrimiento. Dios lo sabe todo, tiene sus planes, por eso cuando al final de la Santa Misa imponga mis manos sobre la cabeza de cada uno de vosotros, en ese momento podréis encomendaros a Dios, si tenéis graves problemas de salud, o a las personas que conocéis, que amáis, que están enfermas. Precisamente en ese momento la bendición de Dios, que concretamente no sólo la da el Obispo sino también, como habéis oído, por la Virgen, por San José y por la abuela Yolanda, se extenderá a todas las personas que encomendáis y que, por un motivo u otro, no han podido venir y estar presentes. Me gustaría que en ese momento, encomendaseis no solo a vuestros parientes, sino también a algunas de las personas de la comunidad que vienen frecuentemente y que, por desgracia, a causa de la enfermedad no pueden estar presentes. Les hubiera gustado más que a vosotros estar presente hoy, pero no han podido hacerlo así pues encomendad no solo a los parientes sino también a cada miembro de esta comunidad que vive el misterio del sufrimiento. La bendición que daré es una bendición colectiva al inicio y extendiendo los brazos, idealmente podréis ver que los que he mencionado también están extendiendo los brazos, con los ojos del alma, y después de la bendición colectiva, ya que no puedo repetir la fórmula con cada uno de vosotros, me bastará poner mis manos sobre vuestra cabeza por orden de Dios y, en ese momento, tomad las decisiones que creáis oportunas. Esto sucederá al final de la Misa y os diré, para tratar de contener en lo posible un movimiento desordenado, cuál es la mejor manera de recibir la bendición en silencio, recogimiento y con orden. Alabado sea Jesucristo.