Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 11 marzo 2007
Las lecturas que hemos elegido hoy son tan ricas y fértiles de reflexiones que elegir una en lugar de otra significa privarse de algo hermoso y grandioso. No hemos olvidado los destinatarios de las dos lecturas de Pablo, o mejor de los fragmentos de sus Lecturas, pero nos hemos dirigido a Pablo porque lo que él escribió nos permite hacer el retrato robot del sacerdote y para qué los fieles pueden encontrar en el sacerdote el modelo para su propia vida espiritual. En el primer fragmento sacado de las Lecturas, de hecho, está escrito justamente eso, y esto ya os hace comprender que hay más de una Lectura; el primer grupo comprende las dos Lecturas a Timoteo, mientras que el segundo grupo se refiere a la Carta a los Filipenses, la Carta a los Colosenses y la Primera a los Tesalonicences.
Vosotros mismos deberíais conocer estos fragmentos, tanto porque ya los habéis leído en precedentes celebraciones de aniversarios, o porque los hemos examinado y han dado lugar a reflexiones profundas. Nadie mejor que Pablo, el hombre valiente e intrépido que no se ha detenido ante las persecuciones, las calumnias, la prisión, el juicio o los naufragios, puede decir: “Dios no nos ha dado un Espíritu de timidez”, porque lo que el apóstol escribe a los demás lo ha experimentado largamente y abundantemente en sí mismo y ha tenido la audacia de enfrentarse a las autoridades religiosas, tanto las judías como las cristianas. Pablo ha tenido el valor, está escrito en los Hechos de los Apóstoles, de enfrentarse, de resistir abiertamente, incluso a Pedro, cuando se contradecía con la cuestión del alimento que concernía a los paganos, comportándose primero de una manera y después de otra. Cuando un sacerdote expresa en su testimonio sacerdotal tal seguridad y falta de temor, quiere decir que éste es un verdadero apóstol y discípulo de Cristo. El sacerdote es fuerte y de hecho la mayor parte de los males presentes de hoy en día en la Iglesia podrían cesar si los sacerdotes tuvieran el valor de proclamar y defender la verdad; quien sostiene que la verdad está sólo del lado de los superiores, se equivoca, porque nuestro Señor ha enseñado que la corrección fraterna se tiene que ejercer en toda dirección y ante cualquier persona. Esto es importante y se ha de poner en práctica y el que es fuerte, pero de la fortaleza que viene de Dios, es igualmente una persona llena de amor. El reproche en sí mismo no tiene valor ni significado a menos que esté acompañado de amor; el amor tiene que sustentarlo todo, tiene que alimentarlo todo. Cristo ha enseñado y ha practicado el amor, Dios por definición es amor, el sacerdote, y en consecuencia también el fiel, tiene que saber amar. El que conserva en su corazón sentimientos de aversión, de venganza y de represalia no es verdadero discípulo de Cristo; amar, y, nosotros lo hemos experimentado, es mucho más difícil que odiar. Odiar significa dar espacio y posibilidad a nuestros bajos instintos y sentimientos. Amar, en cambio, es un esfuerzo que debe hacerse para elevarnos tan alto, hasta, digamos, tocar con los dedos el manto de Dios. El que ama es prudente, Jesús mismo nos pide que seamos prudentes, astutos, incluso como serpientes, no para engañar a los demás, sino para no ser engañados. El verdadero sacerdote no es un descuidado, no es un ingenuo o un crédulo, es uno que sabe reconocer donde está la verdad, que la sabe defender y la sabe dar a sus feligreses porque el que vive en la verdad desea que también los demás sean igualmente libres y puedan gozar de la misma libertad y sensatez. No os avergoncéis: muchas veces nos hemos avergonzado, en algunas ocasiones, ante situaciones en las que deberíamos haber intervenido, no hemos intervenido ante personas que podían atemorizarnos por la importancia del cargo que ocupaban, hemos preferido guardar silencio. Recordad, queridos míos, que el callar por el vivir tranquilo solo produce confusión, malentendidos y no resuelve nada. En vuestras familias no calléis si algo no va bien, hablad, porque podéis ayudar a cambiar a quien es débil y actúa mal, evitándole así, que cometa errores. No nos avergoncemos nunca de dar nuestra plena adhesión a Cristo. En el mundo actual, en el que hay contraposición entre las enseñanzas de Cristo y la vida social, la vida política e incluso cotidiana, el verdadero fiel que sigue las enseñanzas de Cristo se encuentra en una situación difícil porque es mucho más fácil seguir al mundo que seguir a Cristo, es mucho más fácil hacer lo que dice el mundo que lo que Cristo ha enseñado. Todavía hay otras consideraciones pero os las dejo a vosotros.
Vayamos a la segunda Lectura sacada de diferentes pasajes de las Cartas de Pablo. El primer versículo nos puede sonrojar: creo que ningún sacerdote, ni obispo, ni Papa ha tenido la sencillez de Pablo al decir: “Seguid mi ejemplo, como yo sigo el ejemplo de Cristo”. Si yo tuviera la osadía de decir eso y si conmigo hicieran lo mismo sacerdotes y obispos, inmediatamente seríamos apedreados, todos dirían: “Es soberbio, es orgulloso, es presuntuoso”; me pregunto porque Pablo lo afirmó sin sonrojarse y sin sentir turbación o vergüenza. Pablo vio más allá y razonó sobre el hecho de que si los sacerdotes son auténticos discípulos de Cristo, entonces son su imagen y los fieles pueden, del ejemplo de sus sacerdotes, sacar la fuerza para cambiar. Yo, sin tener el valor de Pablo, os digo simplemente que sigáis su ejemplo porque de esta manera podéis seguir el ejemplo de Cristo. “Sed imitadores”. Hay una obra maestra frente a nosotros, existe la posibilidad de parecerse a la obra maestra de Dios, él ha hecho muchas obras maestras. Para que una obra maestra sea reconocida como tal se necesita un experto que pueda decir si los cánones de belleza, de estética son respetados, hay un mundo interior que se manifiesta y, por consiguiente, se trata de una obra maestra. A veces no podemos entender si estamos en presencia de una obra de arte porque no contamos con el apoyo de un conocimiento adecuado; entonces nos vemos obligados a fiarnos de los consejos de un crítico, pero en la vida espiritual cada uno puede llegar a comprender cuando se encuentra con una obra maestra de Dios. Tanto si se trata de un hombre, una mujer, un niño, un joven, un adulto, un anciano, en suma, cualquier ser humano lleno del amor de Dios es una verdadera obre maestra que tiene que constituir para nosotros un impulso a imitarlo. Eh ahí porque la insistencia de Pablo “ser imitadores, sed imitadores”, palabras que me gustaría que entrasen en vuestro corazón. Toda la comunidad, incluida esta, tienen que comportarse y ser como aquellas ovejas de las que Jesús habla en el pasaje del Evangelio. Ya he mencionado varias veces la maravillosa realidad del rebaño custodiado, levantado y defendido por Jesús, el Buen Pastor que afirma: “Yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a Mi”. Éste no es un conocimiento visible, no es un conocimiento que se experimenta en un encuentro ocasional, sino el conocimiento del que habla Cristo, parte de su corazón y llega al corazón del hombre y cuando este corazón es avivado por el amor de Cristo, es restituido a Cristo y se expande a sus hermanos. Cuando las ovejas están serenas, son felices, son alimentadas y saciadas, están en paz unas con otra; entonces no luchan por un puñado de hierba que puede ser deseado y luego robado a los demás, se comparte todo, se comparte la alegría, el sufrimiento y la oración. El discurso del rebaño es un discurso que tiene que dar serenidad y tranquilidad, no significa excluir lo que viene del exterior, sino que representa la posibilidad de ser defendidos de cuanto hay de negativo, de malvado que sucede afuera. Notad también la mirada de Cristo que se alarga y está triste, porque querría traer a otras ovejas allí, porque sabe bien que si viven fuera del redil se conviertan en presas fáciles para lobos feroces que las dispersan y las matan. Cristo es capaz de amarnos hasta el punto de llevarnos sobre sus hombros y hay espacio para todos en los hombros del Señor, dejémonos llevar por su amor. Deseo pediros hoy que recéis de manera particular por mi sacerdocio que prosigue su camino hacia situaciones cada vez más comprometidas, pero también me gustaría, como ya pedí ayer, que recéis por todos los sacerdotes ordenados conmigo, para que puedan ser, verdaderamente imitadores de Cristo para que estén serenos y sean auténticos pastores. Que la Madre de la Eucaristía alargue su manto sobre cada uno de nosotros, hasta llegar a vosotros, a esta comunidad que sé cuan sensible es a la problemática de la Iglesia y de los sacerdotes. Continuad orando incesantemente, ofreced vuestras oraciones, vuestros ayunos, vuestros florilegios para que podamos ver pronto una Iglesia renacida del amor y con el amor de Dios. Sea alabado Jesucristo.