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Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 11 junio 2006

Santisima Trinidad (Año B)
I Lectura: Dt 4, 32-34. 39-40; Salmo 32; II Lectura: Rm 8, 14-17; Evangelio: Mt 28, 16-20

Cuando litúrgicamente se celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad, yo creo que cada sacerdote en la homilía, teniendo que explicar el misterio, solo puede balbucear conceptos y expresar palabras; pero todo esto queda lejos de la realidad, porque no debemos olvidar, queridos míos, que estamos hablando de Dios que es infinito y no puede ser comprendido con el intelecto, por la inteligencia humana. El Señor, sin embargo, viene en ayuda de nuestra debilidad y nos permite comprender algo más sobre Él, sobre el misterio, también por medio de Teofanías y manifestaciones de Sí mismo que suceden a determinadas personas. Hoy celebramos Dios Uno y Trino y ya ante tal afirmación la mente humana vacila, porque no se puede conciliar la unidad con la Trinidad. En el Credo recitamos que el Hijo ha nacido del Padre, después hablamos del Espíritu Santo y profesamos nuestra fe en Él declarándolo Señor y Dios y afirmamos que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Habéis pronunciado muchas veces estas palabras y profesado esta fórmula, pero ¿qué habéis sentido y comprendido realmente? Dios nos hace comprender este altísimo misterio, aunque es posible que la inteligencia humana lo comprenda a través de manifestaciones. Estábamos de vacaciones, creo que era julio de 1992, cuando aún no habían empezado las apariciones para todos, la primera vez en la que Marisa me contó las manifestaciones de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo a la que había asistido, una teofanía trinitaria. La misma Virgen ha contado algo sobre este evento que luego, en el transcurso de los años, se ha repetido de nuevo. Vosotros sabéis ante todo que Dios no puede ser visto por el hombre, nosotros podremos ver y gozar de Dios solo cuando estemos en el Paraíso. Jesús teniendo la naturaleza humana, por tanto un cuerpo humano, se manifiesta de manera visible, sensible a los hombres, pero el Padre y el Espíritu Santo, siendo puro espíritu, no se manifiestan porque el hombre es incapaz de tolerar la vista de Dios mientras está en la Tierra; entonces hay símbolos a través de los cuales Dios Padre y Dios Espíritu Santo se manifiestan, uno de estos, por ejemplo, es la paloma. No es un misterio, por ejemplo, que en Su infinita bondad la Santísima Trinidad se me haya manifestado también a mí; digo esto casi sonrojándome, pero también es un deber para mí informarlo porque ahora está escrito en los libros que hablan de las apariciones. Una vez vi una grandísima hostia en el cielo y en ella tres palomas luminosísimas, esto porque el Padre se quiso manifestar bajo la forma de paloma, el Espíritu Santo se manifestó bajo la forma de paloma y también Jesús se manifestó bajo la forma de paloma, justamente para indicar esta perfecta igualdad que hay entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero hay otra manera, y esta la ha visto Marisa varias veces, a través de la cual la Santísima Trinidad se manifiesta y tanto el Padre como el Espíritu Santo han tomado la apariencia de Jesús, así tuvo lugar la primera Teofanía Trinitaria a los ojos de Marisa. Ella vio a Jesús luminosísimo y después, esto lo ha recordado hoy la Virgen, vio salir del primer Jesús un segundo Jesús idéntico al primero, ni más pequeño ni más grande, sino perfectamente idéntico al primero e inmediatamente después, del primer Jesús, que es el Padre, salió Dios Espíritu Santo, siempre con la semejanza del primer Jesús. Esto significa: “Nacido y procede” y Dios nos ha hecho comprender este concepto a través de tales imágenes. En el Padre que es fuente de la divinidad está presente el Hijo y el Espíritu Santo que son diferentes y distintos de Él, pero iguales a Él. Al término de la teofanía trinitaria, Dios Espíritu Santo y Dios Hijo volvieron a entrar en el Padre para que comprendiéramos mejor este misterio. La Virgen ha recordado también que las tres Personas de la Trinidad son iguales pero distintas. Cuando estaban delante de Marisa Dios Hijo tenía los estigmas y Dios Espíritu Santo tenía en la mano una paloma, pero son modos a través de los cuales Dios se relaciona con el hombre para hacernos comprender algo de Su naturaleza, de Su ser divino.

Nosotros, como ya he dicho, podremos gozar de Dios en el Paraíso, pero cuando hablamos de Paraíso, y esto lo ha dicho también Juan Pablo II con mi gran alegría, no tenemos que pensar en un lugar, en un sitio físico como si hablásemos de otro continente, hablando del Paraíso tenemos que recordar: el Paraíso es igual a Dios. Por lo tanto, Dios es infinito y, en consecuencia, el Cielo es una realidad infinita porque se identifica con Dios. ¿Qué es el Paraíso? Es el disfrute de Dios, es la presencia de Dios, es la manifestación de Dios. Me doy cuenta que las mentes probablemente vacilan un poco pero, queridos míos, estoy hablando de una realidad infinita y me faltan también las palabras, me faltan los conceptos, no tengo las herramientas porque yo, limitado y finito, me estoy esforzando para indicaros una realidad que es infinitamente superior a mi ser y por tanto a mi entendimiento, pero, igualmente, infinitamente superior a vuestro ser y a vuestro entendimiento. Dios no puede ser visto mientras estemos en la Tierra, pero puede ser encontrado. Podemos encontrar al mismo Dios, Uno y Trino, que en todo su esplendor, en toda Su divinidad se manifiesta y es fuente perenne y eterna de felicidad para los ángeles y para los santos, en la Eucaristía, porque, recordad que, donde está el Padre, está el Hijo y el Espíritu Santo, donde está el Hijo está el Padre y el Espíritu Santo, donde está el Espíritu Santo está el Padre y el Hijo. De este misterio eucarístico, también inaccesible al entendimiento humano, podemos saborear su realidad por lo que Dios nos dice y Dios mismo nos ha hecho saber por medio de su madre, la Madre de la Eucaristía, que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo están presentes en la Eucaristía. Lo absurdo de esto es que, entrando en las iglesias, vemos que son lugares de disipación y distracción, se pasa por delante del sagrario y, a veces, incluso los mismos sacerdotes no se inclinan reconociendo que se encuentran anta Dios Uno y Trino. Recordaréis que cuando Dios se manifestó a Moisés, a través de la famosa zarza ardiente que no se consumía, Moisés oyó que una voz salía de la zarza y le decía: “Quítate las sandalias porque este lugar es santo y está santificado por Mi presencia”. Cuando entramos en la iglesia no se nos pide que nos quitemos el calzado y que nos cubramos el rostro, pero tenemos que tener una actitud de respeto, de atención, porque estamos ante Dios y debemos tomar esta actitud, ante todo, los sacerdotes, exponiéndonos, si es necesario, también para hacer frente a las reacciones negativas de las personas a las que invitamos a ser educadas y respetuosas, porque están en presencia de Dios. Es en la Eucaristía que encontramos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y, como he dicho y manifestado muchas veces, este estar delante de Dios no es estéril, porque, cuando nos ponemos delante de Dios y luego salimos de la iglesia, nos alejamos de Su presencia, pero no estamos exactamente en la misma situación en la que estábamos cuando entramos. Cada vez que estamos delante de Dios, Él introduce en nuestra alma gracias, luz, dones y fuerza; por tanto, si queremos ser hijos de Dios, debemos cultivar esta relación con una frecuencia, una presencia constante, porque nuestra conversión y transformación se llevan a su máximo potencial solo cuando estamos delante de Dios. Ahora comprendéis porque este milagro, que ocurrió hace seis años, exactamente el 11 de junio del 2000, no es solo un recuerdo, ahora fijado en una imagen, sino una realidad perpetuamente en acción y continuamente actuando. Vosotros, me refiero sobre todo a los que estáis cumpliendo la misión de ir a hablar con los sacerdotes, debéis tener la certeza que la fuerza, la luz, el valor, la claridad con que os enfrentáis y habláis a los sacerdotes, viene de la Eucaristía, viene de esta intervención de Dios que no ha terminado, no ha cesado, sino que continúa dando lugar a todo lo que los hombres necesitan para poder comprender a Dios, para poder hablar de Dios. También hay otra realidad que hay que subrayar: cuando le Eucaristía está en presencia de personas alejadas de Dios, que tienen el mal y el demonio dentro de su alma, estos tienen reacciones negativas. Entonces ¿por qué os sorprendéis si, a veces, hablando del milagro escucháis a sacerdotes que tienen reacciones negativas? No puede haber Dios y el demonio al mismo tiempo, es Jesús quien nos lo recuerda, o se ama al uno o al otro; si se ama a Dios se desprecia al demonio, pero si se sigue al demonio el hombre se pone en situación de alejarse de Dios; no se pueden servir a dos señores, estas son las palabras de Jesús, no se puede servir a Dios y al Diablo, o al uno o al otro, por tanto es necesario e inevitable que haya reacciones.

Hermanos, los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Porque no recibisteis el espíritu de esclavitud para recaer de nuevo en el temor, sino que recibisteis el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ¡Abba! ¡Padre! El mismo Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; si es que padecemos con él, para ser también glorificados con él. (Rm 8, 14-17).

Hay corazones que están al lado de Dios, los corazones que sienten la relación con Dios como padre e hijo, como dice Pablo en el fragmento que acabamos de leer, que tienen en ellos el espíritu de Dios que permite, dirigiéndonos a Dios, llamarle Padre; por eso si en nosotros está presente Dios nos dirigimos a Él llamándole Padre, pero si en nosotros no está presente Dios, ¿cómo podemos pensar en volvernos a él? Nos dirigimos a su antagonista, entonces comprendéis ciertas reacciones. En lugar de alegrarse, en lugar de apreciarlo os habéis encontrado ante personas que han negado la evidencia, han llegado, además, a profanar la Eucaristía diciendo que el demonio puede hacer milagros, que aquella efusión de sangre es obra del demonio, como si el demonio pudiese ser más fuerte y poderoso que Dios. Todo se entiende, todo se comprende cuando estamos en la luz de Dios, el bien comprende el bien, el bien rechaza al mal, quien está con Dios lucha contra el mal, quien lucha contra Dios se vuelve esclavo del mal y llega a aberraciones de pensamiento y de acción que son verdaderamente sorprendentes. Vosotros seguid adelante con confianza, avanzad con serenidad, todos podemos encontrar a Dios en la Eucaristía y tenemos que defender este misterio que se nos ha manifestado. Debemos seguir el ejemplo de la Virgen. Si pudierais ver lo que ha visto nuestra hermana tantas veces, es decir, la actitud de la Madre de Dios, de la Madre de la Eucaristía cuando se encuentra ante la Eucaristía. Tiene un recogimiento profundo, toma una actitud extremadamente serena y ésta es una gran y sabia enseñanza para nosotros. Cuántas personas en el pasado dijeron: “Durante la misa la Virgen me ha dicho…, la Virgen me ha revelado…; la Virgen me ha hablado…”, pero la Madre de la Eucaristía siempre ha dicho: “No soy yo, no hablo cuando está Jesús, yo no digo nada cuando hay Misa, sino que junto a vosotros participo en la Misa y me inclino ante mi Hijo, porque, sí, es mi Hijo, pero también es mi Dios”. Estas son las enseñanzas que hemos recibido pero que no solo son nuestras y que con sencillez damos a todos. Pongámonos también nosotros detrás de la Madre de la Eucaristía y adoremos en silencio, dentro de poco, a Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, Dios Uno y Trino, realmente presente en la Santísima Eucaristía.

Sea alabado Jesucristo.