Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 11 agosto 2009
Queridísima Marisella, dulce hermanita, Dios nos ha puesto el uno en el camino de la otra y durante treinta y ocho años hemos vivido amando, respetando el candor del alma, la pureza del corazón, la rectitud de los sentimientos. Yo siento en mí, y esto no es mérito mío, una fuerza, una calma, una serenidad y un abandono que tu me habías prometido que me darías y como de costumbre estás manteniendo la palabra.
Tú eres mi dulce hermanita, pero eres también la madre espiritual de esta comunidad que está reunida en torno tuyo. Si no hubieses estado tú, si no hubiese estado yo, hoy en la Iglesia el amor a Jesús Eucaristía habría sido decadente y débil; en cambio ha estallado con una potencia ante la cual los mismos ángeles se quedan atónitos y maravillados.
Ya que la resurrección está en proporción a la pasión y a la muerte (para darse cuenta es suficiente pensar en la de Jesucristo) nosotros ya podemos decir perfectamente que nuestra resurrección está propiciada por nuestros sufrimientos, sobre todo por tu inmolación, que yo he definido "el último acto de amor" relativo a mi persona; todo esto nos llevará a gozar verdaderamente de las promesas de Dios.
Comprender a Dios es difícil, y tu lo sabes mejor que yo, hermana mía; lo que a nosotros nos parece irracional sigue, sin embargo, un hilo lógico de una naturaleza y espontaneidad impresionante. Lo que a nosotros nos parece justo y equitativo sin embargo encuentra oposiciones y dificultades.
¡Hablemos de tu vida!
Hoy es un adiós sencillo, la rapidez con que has volado hacia el Cielo de algún modo nos ha conmovido. No todos han podido venir, pero lo que cuenta es que cuando hagamos, creo que en Octubre, la gran fiesta de tu matrimonio místico con Jesús, ésta será grandiosa, maravillosa y llena de alegría. Tú deseabas esto, yo te lo he prometido y esto se realizará.
Has vivido plenamente, hermanita querida, como dice Pablo en la segunda lectura a los Filipenses: "Para mi el vivir es Cristo y el morir una ganancia". Oh sí, en treinta y ocho años cuantas veces he oído que deseabas llegar al Paraíso, pero inmediatamente después añadías, junto a Pablo: "Si el quedarme en la Tierra es útil para vosotros, a pesar de los sufrimientos, me quedo". Y esto ha permitido, mi querida hermana, que se realizaran millones de conversiones, se reuniesen familias, nacieran niños que nunca habrían nacido, vocaciones que han surgido, madurado y crecido. ¿Recuerdas cuando, de vez en cuando, la Virgen nos hacía encontrar a aquellas almas y nos decía: "Aquel sacerdote es fruto de tu trabajo y de tu sufrimiento"?
Y ahora hete aquí. Ayer hablando en la cámara mortuoria dije: esto no es un ataúd sino una patena, y en aquel momento ofrecí a Dios el contenido de aquella patena. La víctima y el sacerdote, el sacerdote que alzaba la víctima, la hostia, porque hostia significa víctima, hacia Dios; mientras hacía aquel gesto litúrgico, todo el Paraíso, empezando por aquella vocecita tan dulce, materna y agradable de la Abuela Yolanda, rezaba y alababa a Dios.
Yo te espero; antes o después, sé que me vendrás a buscar, sé que vendrás a buscar a este lugar, a las personas que viven en gracia de Dios. Aquí todo habla de amor, de potencia, de gracia, de sinceridad y todo esto lo has vivido tú. Es verdad, por lo que has dado, habrías tenido derecho a recoger más amor, más respeto, más consideración, pero has trabajado por las almas, no has trabajado nunca, querida hermana para recibir recompensas humanas. Sin embargo, en este momento, estoy seguro de que el Paraíso está tumultuosamente en fiesta. Millones, millones y millones de almas salvadas por ti que te homenajean, y finalmente cuando, Dios quiera vendrás a buscarnos, no te veremos sufrir más, ya no vendrás más con las lágrimas en los ojos por el sufrimiento, sino que será la alegría de llevar a Dios a los propios hermanos, porque esta es la realidad cristina. ¡Oh hermanita, hemos pasado treinta y ocho años! Nadie, nadie y lo repito, nadie puede ni siquiera mínimamente comprender lo que hemos vivido y cómo lo hemos vivido. Otros pensaban, y estaba justificado, en el novio, en la novia, en el trabajo, en la familia, en el sueldo, pero nosotros pensábamos en las almas. El Señor nos ha confiado muchas y, ya que las almas no ocupan espacio, estoy seguro de que aquí están presentes millares de ellas.
Cuando el 8 he celebrado la S. Misa, sabía que además de la Virgen, que está siempre a mi lado cuando celebro, estabas también tú, junto a la Abuela Yolanda que me ha amado tanto y junto a S. José al que yo estimo y sostengo que es el santo más grande de todo y de todos.
Ahora te digo: ve hermana, corre por los espacios del Cielo, corre y juega con los niños de todas las razas y de todos los colores a los que has ayudado y a los que has acompañado y derramado a manos llenas el verdadero amor, seguro que, todos los que se aprovechen de ello, cambiarán verdaderamente su vida.
Hermana mía, gracias por lo que has hecho por mi, tu último gran acto de amor lo has consumado en el silencio; me tendrás que decir si, al menos en bilocación inconsciente, Dios me ha permitido estar a tu lado, porque todos los programas han sido adaptados a las nuevas situaciones, a las nuevas exigencias. Ahora te veo sonriente en mi alma, te veo feliz, te veo dispuesta a acoger las oraciones de estos hermanos, porque cada uno de ellos tendrá gracias que pedirte. Permíteme decirte una frase que ha sido dirigida a su tiempo a Juan Pablo II y que, modestamente, creo que tu tienes más derecho de oírla: "santa enseguida"; sí, santa enseguida. Tenemos que dar gracias a Dios por habernos dado personas como tú y no llorar porque nos las han quitado.
Ahora en nombre de toda la comunidad, pongo un beso en esta patena, y en este beso está todo el reconocimiento, todo el amor y todo lo que de hermoso, de grande, de honesto y limpio hemos hecho hacia tu persona.
No te digo "Adiós", sino "Hasta pronto", porque "Hasta pronto" significa "nos veremos dentro de poco"; cada vez que diga la Misa tu estarás a mi lado, cada vez que rece estarás a mi lado, cada vez que sufra para seguir adelante la misión que Dios me ha confiado, tú estarás a mi lado, y por tanto el mío es un "hasta pronto" fraterno, afectuoso, convencido y cordial.
Hasta pronto, Marisella, que Dios te bendiga y te lleve a lo más alto de los cielos donde junto a los ángeles y a los santos, cantarás: "Santo, santo, santo es el Señor Dios de los ejércitos", porque el poder de Dios es conquistar los corazones, conquistar las almas. Hasta pronto, hasta más tarde, querida hermana.
Recordad: la muerte es vida, es la puerta para comunicar con Dios.