Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 11 octubre 2009
XXVIII° Domingo del tiempo ordinario (Año B)
(I^ Lectura: Sab 7, 7 - 11; Sal 89; II^ Lectura: Hb 4, 12 - 13; Evangelio: Mc 10, 17 - 30)
Girando la mirada alrededor mío, como hacía Jesús, me pregunto, con un poco de amargura, pero los otros ¿dónde están? ¿Por qué no han venido?
Queridos míos, aquí se viene porque está Dios. ¡Aquí Dios se ha manifestado de muchas maneras! Está la presencia real (y física) de la Madre de la Eucaristía no sólo durante la Santa Misa, sino también en los encuentros de oración. La amargura del momento, de todos modos, se supera por la seguridad que, aun cuando haya solo dos personas rezando, Dios está siempre presente. Y ¡nosotros somos más de dos! Lo que significa que la presencia de Dios es segura y está garantizada. Si nuestras vicisitudes hubieran seguido el curso normal, habríamos iniciado los encuentros bíblicos el 7 de octubre, pero los designios de Dios no son los nuestros: "Cuanto dista el Cielo de la Tierra", dice Isaías, repitiendo lo que Dios le ha dicho a él, "así mis pensamientos son diferentes de los vuestros". (Isaías 55, 8-9)
Nosotros podríamos pensar que nos encontramos en una situación crítica, difícil, imposible de arreglar, porque si el Obispo no está, por desgracia se paralizan las diversas actividades. En realidad su presencia no es indispensable: Dios puede prescindir también de él; solamente es indispensable una presencia, cualquiera que ésta sea y, en un cierto sentido, se crea una compensación porque habríamos tenido que empezar los encuentros bíblicos sobre la Palabra de Dios y hoy la carta de Pablo nos da la ocasión:
"La palabra de Dios es viva y eficaz, y más aguda que espada de dos filos; ella penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula y es capaz de discernir los sentimientos y pensamientos del corazón. Y no hay criatura que pueda esconderse ante ella, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien debemos dar cuentas". (Hb 4, 12-13)
La segunda lectura, tomada de la carta a los hebreos, es un fragmento breve, pero profunda e intensamente teológico y de una agudeza y de una profundidad clarísima. Pablo, a veces usando formas orientales, y no puede ser de diferente manera porque era hijo de su tiempo, de su nación y de su cultura, nos describe la potencia de la Palabra de Dios diciendo: "La Palabra de Dios es viva".
¿Qué significa "es viva"? Estar vivos quiere decir realizar determinadas acciones. Los hombres pueden obrar el bien o el mal porque ambas son expresiones de nuestra vida. Pues bien, Pablo tiene clara la diferencia entre palabra humana y Palabra divina. La Palabra divina, es decir la Sagrada Escritura, surte el efecto que dice; la palabra humana, aunque sea del mayor escritor, filósofo o pensador, es "letra muerta": no puede suscitar vida lo que no tiene vida.
La Palabra de Dios está viva y da frutos.
¿Por qué la Virgen ha repetido continuamente y un número ilimitado de veces: "Leed y meditad el Evangelio"? Justamente por este motivo. Llenándoos de las palabras de la Sagrada Escritura os llenaréis también de la eficacia que esta Palabra contiene. Por ejemplo, cuando los Apóstoles pidieron a Jesús: "Enséñanos a orar", Jesús formuló la maravillosa oración del Padre nuestro; ellos recibieron en su corazón algo hermoso y particular: la belleza y la infalibilidad de la Palabra de Dios. También nosotros leyendo aquel fragmento y escuchando lo que Jesús dijo a los Apóstoles, sentimos su eficacia: podemos gozar y gustar de la oración. Finalmente el S. Rosario, del cual muchos se quejan por la repetición, no puede ser un peso y un aburrimiento, porque es una oración de pura e intensa contemplación.
La Palabra de Dios es eficaz. He anticipado lo que Pablo dice luego: la capacidad propia y exclusiva de la Palabra de Dios de hacer real lo que está escrito, operativo lo que parece abstracto, maravillosamente incisivo en la vida lo que puede parecer sin embargo distante de ella.
La Palabra de Dios es incisiva, porque no encuentra obstáculos. Si nos ponemos en actitud de escucha, la Palabra de Dios llega directamente a lo íntimo, al interior de nuestro corazón, de nuestra alma y comparándola con nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestros sentimientos, nos ayuda a juzgar si son buenos o malos.
Todos tenemos necesidad de la Palabra de Dios: los que, manifestando soberbia y presunción, afirman: "Yo conozco el Evangelio, no tengo necesidad de frecuentar los encuentros bíblicos", dicen una gran tontería, porque la palabra de Dios es inextinguible. Incluso dentro de mil años, meditando la Palabra de Dios, encontraremos reflexiones y pensamientos diferentes de todos los que les han precedido. ¿Cuál es entonces la invitación que os hago? Reservaos, al menos una vez a la semana, un poco de tiempo para dedicar a la lectura del Evangelio o de las Cartas de los Apóstoles o de algún fragmento que os interese. Recortad un espacio de tiempo para encontraros con la Palabra de Dios. Ante la Palabra nos hallamos en la condición de ser conocidos por Dios: de hecho, entre el versículo 12 y el versículo 13, cambia el punto de referencia; en el versículo 12 la referencia es la Palabra de Dios, mientras que en el versículo 13 es directamente Dios. Porque -dice Pablo- no hay criatura que pueda esconderse delante de Él. La Palabra de Dios. La Palabra de Dios se genera y procede de Él y, si la conocemos, nos obliga a darle cuentas de lo que hacemos, las acciones que hemos podido realizar en total silencio, las que ningún hombre puede conocer porque las hemos realizado cuando estábamos solos; estas acciones son conocidas por Dios y de estas tenemos que rendirle cuentas.
Y ahora un pensamiento sobre el fragmento del Evangelio.
"En aquel tiempo, al salir Jesús de camino, un hombre corrió a preguntarle, arrodillándose ante él: "Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?". Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? El único bueno es Dios.
Ya conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre". Él dijo: "Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud". Jesús lo miró con amor y le dijo: "Te queda una cosa que hacer: Anda, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". Al oír esto, el joven se fue muy triste, porque tenía muchos bienes. Jesús miró alrededor y dijo a sus discípulos: "¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!". Los discípulos se quedaron asombrados ante estas palabras. Pero Jesús les repitió: "Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios". Ellos, más asombrados todavía, se decían: "Entonces, ¿quién puede salvarse?". Jesús los miró y les dijo: "Para los hombres esto es imposible; pero no para Dios, pues para Dios todo es posible". Entonces Pedro le dijo: "Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Jesús dijo: "Os aseguro que nadie deja casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por mí o por el evangelio, que no reciba el ciento por uno ya en este mundo, en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y en el siglo venidero, la vida eterna". (Mc 10, 17-30)
Es uno de los fragmentos más hermosos y significativos donde resplandece Cristo en su doble naturaleza, divina y humana, verdadero Dios y verdadero Hombre. El joven rico (que encontramos también en otros sinópticos) se arrodilla delante de Jesús. Este comportamiento no significa que el joven haya reconocido su divinidad porque la acción de postrarse de rodillas, en Oriente, indicaba un respeto y una veneración particular hacia la persona objeto de este tributo; este acto no manifiesta el reconocimiento de la divinidad de Jesús, pero el joven reconoce a Cristo por lo que es. Es la única vez, creo, en que en el Evangelio con la expresión "maestro" esté al lado el adjetivo calificativo de "bueno". Cristo ha sido llamado muchas veces "maestro"; Él mismo se ha definido como "maestro", pero "bueno" no ha sido dicho nunca por nadie.
Aunque este joven no es consciente de la divinidad de Jesús, en el fondo de su alma está presente una verdad: la bondad es un atributo de la divinidad. La bondad absoluta, total y completa es propia de Dios. Nosotros podemos tener bondad como participación de la bondad de Dios o como imitación de la bondad de Cristo. Viendo de la manera que se ha comportado Él y como consecuencia de ello, así también nos comportamos nosotros. Cristo ha amado, ha orado, ha sufrido; siguiendo su ejemplo, nosotros también podemos amar, rezar, servir, sufrir y, como resultado de eso, participar e imitar su bondad.
La pregunta del joven es extremadamente importante: "¿Cómo puedo tener la vida eterna?". Ante los hebreos estaba claro el discurso del más allá y este joven estaba deseoso de una indicación del maestro que considera, en aquel momento, el mejor. Sólo Él está capacitado para tranquilizarlo y hacerle actuar de la manera conveniente para llegar a la vida eterna. Jesús muestra en este caso, ser verdaderamente Maestro. La enseñanza válida de un maestro es el que tiene presente la formación y la cultura de los alumnos dando a esos, de manera gradual, el conocimiento de las cosas. Jesús utiliza exactamente esta continuidad. Sabe perfectamente, Él que es Dios y lee en el corazón, que lo que está a punto de pronunciar, el joven lo ha cumplido, pero cuanto dice es la base de la que no se puede prescindir para salvarse. Decir "vida eterna" significa la posesión del Paraíso, la posesión de Dios. Pero tiene diferentes grados: hay quien en el Paraíso está más cerca de Dios, hay quien está más distante, hay quien está ya en el Paraíso de la visión beatífica y quien se encuentra todavía en el Paraíso de la espera; además hay quien se encuentra todavía en el período de la purificación, en el Purgatorio. Los que se encuentran en el Purgatorio han respetado los Mandamientos y, aunque los hubieran ofendido, se han confesado y han vuelto a la gracia; nadie puede prescindir del respeto y de la observancia de los Mandamientos. A la santidad y a la perfección llega el que más se asemeja a Cristo. El obstáculo que el joven rico tiene que superar para lanzarse a la vida espiritual no es vivir en castidad, no es respetar y dar a los dependientes el justo salario, no es orar u honrar al padre y a la madre, sino el apego excesivo a sus riquezas. Y eh ahí que Jesús realiza un acto de amor: trata de quitar al joven el obstáculo y lo invita a privarse de lo que le puede impedir el acceso completo, definitivo y perfecto al Paraíso y a Dios, pronunciando aquella frase que ha sido interpretada erróneamente como dura y que sin embargo es una frase llena de amor. Además, si un padre se da cuente de que hay un impedimento en el camino de su hijo, ¿no correrá a quitárselo? Lo mismo hace Jesús: trata de quitar el obstáculo que impide al joven alcanzar lo que es verdaderamente importante, es decir la santidad, la unión con Dios y la íntima vida en Dios.
Al mismo tiempo Jesús se topa con la mentalidad de los hebreos, para los cuales las riquezas eran un signo de la bendición de Dios. El que era rico era bendecido del Señor y gozaba de su benevolencia. Jesús toma esta ocasión para redimensionar la verdad y le dice: "Vende todo y dáselo a los pobres". Ante esta perspectiva el joven rico se hunde. Tratad de imaginarlo: los ojos bajos, la cabeza inclinada y las espaldas curvadas, se aleja porque era rico, pero peor todavía, estaba excesivamente apegado a su riqueza. Jesús entonces pone en guardia no tanto a los Apóstoles, sino más bien a todos los cristianos del peligro de poseer y de tener un apego morboso a la riqueza, excluyendo de esta a los pobres que como cristiano se tiene el deber, mejor dicho la obligación, de ayudar.
¿Cuál es uno de los grandes reproches que la Virgen nos ha dirigido reflexionando sobre la situación de la Iglesia? El apego a las riquezas. Estoy convencido que si todos los eclesiásticos, desde el alto al bajo de la jerarquía, pusieran en práctica el consejo que Jesús ha propuesto a aquel joven rico, saldrían a la luz sumas enormes, incalculables que podrían servir para ayudar y hace el bien a los pobres. Pero esto, por desgracia, todavía no ha se ha hecho. Vosotros recordaréis, y cito un ejemplo personal con cierto pudor y dificultad, que cuando os pedí que no me hicierais regalos y que hicierais ofrendas por la suma que hubierais tenido que gastaros, yo he puesto en práctica lo que Jesús dijo. La Virgen apreció este gesto y dijo: "Ojalá lo hicieran también los otros". Las riquezas, el uso desordenado de éstas y el sentido de apego alejan al hombre de Dios. Cuando es rico, el hombre se siente omnipotente, seguro y paga generosamente por todo lo que necesita con tal de tener todo lo que quiere y no se preocupa del hermano que tiene hambre. Eh ahí porqué la afirmación: "Qué difícil es para los que poseen riquezas entrar en el Reino de Dios".
Es hermosa la pregunta de Pedro: "Entonces, ¿quién puede salvarse?". No está especificado explícitamente, pero está sobreentendido, el que Jesús condena también el deseo de tener riquezas. Pedro reflexiona sobre esto: también desear riquezas se convierte en un elemento negativo, un tropiezo para llegar a la santidad. Jesús lee en los corazones y ha leído en el corazón de Pedro lo que está sobreentendido y dice: "Lo que no es posible a los hombres es posible a Dios". Hay que tener la fuerza de desapegarse. No tenemos que privarnos de todo, pero al menos demos en proporción a lo que tenemos a los pobres y a los necesitados. La viuda fue elogiada porque dio pocos céntimos, pero quien tiene mucho dinero y da pocos céntimos no es elogiado por Jesús. No se salva dando unas cuantas monedas sueltas. No, hay que dar en proporción.
Esta es la enseñanza del Evangelio. Esta es una novedad: creo que estas reflexiones no han sido nunca expuestas como confirmación de lo que he declarado al inicio, es decir que en el Evangelio encontramos continuamente la posibilidad de nuevos pensamientos y ulteriores meditaciones.
Pedro se atreve de nuevo, con sinceridad y libertad, quizás frotándose un poquito las manos, dirigirse a Cristo diciendo: "Nosotros lo hemos dejado todo y Te hemos seguido", como para sobre entender: "tenemos derecho a la recompensa". Jesús responde que tendrán recompensa en la Tierra, pero sobre todo la tendrán en el Cielo y lo dice con aquel inciso "junto a persecuciones", que deja un poco de amargura en la boca. Veamos ejemplos concretos: Padre Pío y Don Juan Bosco empezaron sin dinero, pero el primero construyó el Hospital "Casa de Sanación y Alivio del Sufrimiento", mientras que el segundo escuelas para los jóvenes, huérfanos y así sucesivamente. ¿Cuál es la enseñanza? Si yo se lo doy todo a Jesús, Él me restituye mucho, no con fines para mi placer, sino para el amor y la caridad. Este es un maravilloso descubrimiento que es inherente a la respuesta de Jesús.
Yo lo puedo atestiguar también en nuestra situación: Marisa y yo empezamos esta misión contando solo con mi mísero sueldo de maestro. No tendíamos nada más. Ella no trabajaba y no tenía dinero; yo enseñaba en la escuela y sólo tenía aquello. Mirad alrededor vuestro. Hemos partido de cero, yo he dado todo lo que podía y ahora heme aquí con la realización de las promesas que han sido hechas, pero no para mi o para mi disfrute, sino para acogeros y para rezar bien, para que vosotros podáis escuchar la Palabra de Dios de manera serena y agradable, para que pudierais encontrar a través de Marisa, diría que casi físicamente, a la Virgen. Hemos transformado el jardín para vosotros, no según nuestro interés. Por otra parte, tendremos que construir la Iglesia de la Madre de la Eucaristía con un hospital anexo, salas de encuentro, la refección y todavía más, pero ¿lo haremos para nuestro interés o para nuestro beneficio? ¡No! En este proyecto podéis poner también ¿recordáis el qué?: "Villa Paraíso".
Esto significa, queridos míos, meditar la Palabra de Dios y gustarla, tomar posesión de ella. Agradeced a Dios porque lo que hoy se ha dicho, puedo hacer hincapié, se ha afirmado por primera vez en toda la historia de la Iglesia. Nosotros tenemos el privilegio de anticipar los tiempos. Recordaréis que la Virgen ha dicho que sacerdotes y obispos tienen que pensar en las almas y no seguir sus propios intereses. Hace poco tiempo, con ocasión de una ordenación episcopal por parte de Benedicto XVI, han sido pronunciados exactamente los mismos conceptos. Por tanto, lo que se dice aquí, se difunde por todas las direcciones. Recuerdo una frase de Isaías que leí hace tiempo que expresa el siguiente concepto: Dios dice que la Palabra que Él manda a la Tierra va por todas partes, la hace fértil y luego vuelve a Él. Aquí ocurre lo mismo: lo que Dios ha dicho en los mensajes directamente, personalmente o a través de la Virgen, S. José, los Apóstoles, está dando la vuelta por el mundo. En un mensaje de la Virgen, ha cuantificado además, que se repite un cuarto de lo que digo. Lo que cuenta es que los otros reciban y repitan las mismas cosas con exactitud. Se han atribuido un poco de todo, también del título de "Madre de la Eucaristía" Existen iglesias fuera de Italia, en África, en América Latina, nuevas congregaciones de hermanas dedicadas a la Madre de la Eucaristía, las Hijas de la Madre de la Eucaristía. Demos gracias a Dios de lo que nos dispensa y nos da. Para el Señor no cuenta el número de las personas. La Virgen ha dicho muchas veces: "Yo vendré aquí y apareceré y me manifestaré siempre mientras vuestra hermana viva, aunque si solo tuvieran que quedarse el Obispo y la Vidente".
Nos encontramos en la condición en la que a mi lado hay otras personas: ciertamente la Virgen es la que ha asegurado su presencia cada vez que celebro la Santa Misa. Daos cuenta de que esto es para vosotros, porque yo puedo tener a la Virgen en otros momentos dispuesta a ayudarme, a abrazarme, a darme fuerza y valor. Vosotros podéis gozar de su presencia cada vez que vengáis aquí a participar de la Santa Misa. La Virgen no viene nunca sola, sino que lleva consigo a su esposo, a la abuela Yolanda y, sobre todo para mí, a Marisa. Es un encuentro de verdad hermoso y maravilloso tanto que si, por hipótesis, el Papa, quienquiera que sea, pidiese venir a concelebrar conmigo, pero pidiéndome que renunciara a la presencia de la Virgen y de los otros, le diría: "Santidad, quédese en San Pedro". Para mí es mucho más rica y me da una gran fuerza la presencia de la Madre de la Eucaristía, del Custodio de la Eucaristía, de la Víctima de la Eucaristía y (de ahora en adelante llamaremos así a la abuela Yolanda, pero porque es verdad) de la amante de la Eucaristía.
Sea alabado Jesucristo.