Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 12 octubre 2008
I Lectura: Is 25,6-10; Sal 22; II Lectura: Fil 4,12-14,19-20; Evangelio: Mt 22,1-14
Hoy nos detenemos sólo en el pasaje del Evangelio. Me habéis oído decir muchas veces que la Palabra de Dios es siempre joven, en el sentido que es actual y nunca se agotará su comprensión, profundización y reflexiones que puedan surgir, porque, siendo justamente Palabra de Dios, refleja la cualidad de Dios mismo, por tanto es sabiduría y es eterna y produce incluso después de siglos efectos y beneficios inmensos e incalculables. La Palabra de Dios se puede adaptar sin esfuerzo alguno y de manera maravillosa en cada situación y de esto también vosotros habéis tenido confirmaciones. Me refiero a los que de entre vosotros se han casado aquí, que han formado una familia y se han preparado para el matrimonio. En los encuentros que he tenido con cada una de las parejas, la Palabra de Dios se ha adaptado a las exigencias de los futuros esposos y les he hecho ver, pero ahora también a vosotros, que la misma enseñanza se adapta de manera precisa a cada categoría de personas y en cada situación, siendo tan rica, fértil y maravillosa como es.
"Y Jesús se puso a hablar de nuevo en parábolas: "El reino de Dios es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo. Envió sus criados a llamar a los invitados a las bodas, y no quisieron venir. Mandó de nuevo a otros criados con este encargo: Decid a los invitados: Mi banquete está preparado, mis terneros y cebones dispuestos, todo está a punto; venid a las bodas. Pero ellos no hicieron caso y se fueron, unos a su campo y otros a su negocio; los demás echaron mano a los criados, los maltrataron y los mataron. El rey, entonces, se irritó, mandó sus tropas a exterminar a aquellos asesinos e incendió su ciudad. Luego dijo a sus criados: El banquete de bodas está preparado, pero los invitados no eran dignos. Id a las encrucijadas de los caminos y a todos los que encontréis convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y recogieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de invitados. El rey entró para ver a los invitados, reparó en un hombre que no tenía traje de boda y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin tener un traje de boda? Pero él no contestó. Entonces el rey dijo a los camareros: Atadlo de pies y manos y arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el crujir de dientes. Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos".
Los exegetas, es decir los que estudian la Palabra de Dios, a menudo con un esfuerzo estrictamente humano y sin ir más allá del momento en el que ha sido pronunciada, dirían que esta parábola se refiere a la situación del pueblo judío. El rey es Dios, los que son llamados son los miembros del pueblo judío, los siervos que manda son los profetas en toda la historia del pueblo judío, la ciudad que es destruida es Jerusalén y los que fueron reunidos para ocupar los lugares dejados por los primeros son los paganos. Todo esto es cierto; de hecho, si el tema se detuviese en este comentario exegético desde un punto de vista cultural creceríais y madurarías, pero desde el punto de vista espiritual os detendríais donde habéis llegado sin ir más allá. Yo, una vez más, os digo que Jesús, ya que es Dios, cuando hablaba sabía que sus palabras se adaptarían a las situaciones individuales y él, en cuanto Dios, sabía que hoy vuestro Obispo os explicaría esta parábola adaptándola a nuestra situación y extendiéndola a la de la Iglesia de hoy que vive y trabaja en todo el mundo. Veréis que desde un punto de vista de comprensión y de profundización lo que oiréis es exactamente como os explicaré y daréis también vosotros confirmación de la validez de la nueva presentación; no he dicho interpretación porque la verdad de Dios es presentada y no interpretada por nosotros, sino por Dios mismo: Él la presenta y Él la interpreta; Jesús habla, enseña y explica y nosotros tenemos que estar a lo que dice en sus enseñanzas, que no se detienen con la muerte del último apóstol. Tenéis que poner en claro este concepto: cuando se dice que la revelación se ha terminado con la muerte del último apóstol tenemos que especificar que se trata de la revelación pública, la oficial, mientras que la llamada revelación privada no ha terminado, porque si Dios es autor y fuente tanto de la pública como de la privada, creo que después de haber hecho la distinción desde un punto de vista teológico, tendríamos que aceptar la Palabra de Dios tanto pública como privada con respeto, porque es la misma Persona la que la ha pronunciado.
Adaptemos la situación de la parábola a nuestra situación: el Reino de los Cielos es un término que tiene una extensión notable, de hecho ya os he dicho que no tenéis que interpretarlo solamente como realidad sobrenatural, sino también como realidad presente en la situación y en la historia humana. El Resino de Dios puede ser entendido como redención y también los llamados bienes mesiánicos: los Sacramentos, la Palabra, la Gracia que han venido contextualmente con la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo. Por tanto el Reino de los Cielos es todo esto y se refiere a un personaje que históricamente identificamos con Cristo. El rey es Cristo junto a todo lo que él ha hecho, realizado y dejado a los hombres, para que lo atesoraran. Esto hace referencia no sólo al pasado, sino también al futuro, respecto al momento histórico en el que estas palabras han sido pronunciadas. ¿Acaso no es Jesús el que dice: "Mi Padre trabaja siempre y también yo continuo trabajando?" Trabajar, realizar y asentarlo en la realidad, esto es lo que hace Dios; así pues en esta perspectiva, ¿Cuáles son algunas de las obras de Dios que realiza a lo largo de los siglos? Son las apariciones, los milagros, sobre todo los Milagros Eucarísticos, la ordenación episcopal de un sacerdote, la absolución que Dios da personalmente, si quiere, de manera extraordinaria a algunos, de manera ordinaria a todos lo que están a punto de morir. Así que Jesús obra, pero quiere involucrar a los hombres y por lo tanto lo otorga a toda la humanidad.
El bien que viene de Dios no es un privilegio de algunos, sino que es una dote de todos. No es un privilegio sólo de los bautizados y de los cristianos, porque sería injusto que Dios no concediese sus dones a todos los hombres indistintamente. A propósito de esto, también la teología ha evolucionado y progresado. Por ejemplo, San Agustín, uno de los más grandes teólogos y Doctores de la Iglesia, ha hecho la afirmación que luego ha sido superada por Dios mismo: fuera de la Iglesia no hay salvación, "Extra Ecclesiam nulla salus". Pero nosotros sabemos, porque se nos ha dicho, que en el Paraíso hay también personas que no son católicas ni cristianas, por tanto Dios lo concede a todos. Inicialmente Dios también lo puede conceder a las realidades históricamente determinadas y limitadas, como nuestra comunidad. Todo lo que se ha hecho y que ha ocurrido en este lugar es obra de Dios. Dios, aquí, ha preparado simbólicamente un banquete y qué grande y hermoso es poderlo compartir con muchas personas. Dios ha hecho aquí el banquete, ha realizado aquí los milagros, las apariciones, la ordenación episcopal del Obispo, mandando a sus siervos: sus ministros, los servidores, los profetas, los videntes, los carismáticos, así a través de estos ha efectuado una invitación a todos y muchos han respondido.
En la parábola ocurre un hecho extremadamente impresionante. Primero se invita a las personas importantes, y aquí ha sido dirigido ante todo a las almas consagradas, a los obispos, a los sacerdotes y a las religiosas. ¿Cómo han respondido éstas? Lo dice la parábola: tenían otro sitio a donde ir, otra cosa en la que pensar, tenían que seguir sus propios intereses, su propia carrera, las alianzas para poder subir de grado y ésta ha sido una ofensa a Dios. ¿Y qué ha hecho el Señor? Lo dice en la Sagrada Escritura: "Id, malditos", éstos han sido condenados antes de su muerte, porque están arraigados en el rechazo de las obras de Dios. "Ay de los que no acepten los milagros Eucarísticos": Dios no ha dicho las apariciones, porque nos encontramos ante las realidades sacramentales: "Ay de los que calumnien a mi Obispo": es una obra de Dios, y esto es la equivalencia de la condena que el rey hizo respecto de los que no aceptaron su invitación. Las primeras personas que tenían que venir aquí no han venido y pagarán por esto consecuencias extremadamente graves. El Señor ha mandado después a sus siervos que han recogido a los sencillos, a los humildes y a los pequeños: estos sois vosotros. Yo he dicho siempre que nosotros no somos poderosos, ni fuertes, ni cultos, ni tenemos ganchos políticos, no tenemos nada, somos personas pequeñas, humildes y sencillas, pero a nosotros se nos ha dirigido Dios y nos ha invitado aquí. Pero también entre nosotros ha habido personas que no tenían las vestiduras blancas, personas que han aparecido durante un cierto tiempo, otras se han quedado; la Virgen ha dicho que si tuvieran que estar presentes todos los que han venido a este lugar, no bastaría ni el jardín, ni las calles de alrededor para contenerlos. Estas personas han venido para jactarse, por curiosidad y para poder decir: "Yo también estaba", pero las condiciones para permanecer en esta comunidad son la fe iluminada, el ciego abandono, la aceptación del sufrimiento, y los que de entre vosotros no asumían esto han sido echados o se han alejado. El Evangelio dice cuál es el fin de aquél que no tenía el vestido nupcial: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el crujir de dientes". ¿Creéis que los que se han alejado de aquí, y algunos han sido invitados a marcharse, ahora son felices, están serenos y alegres? El gusano del remordimiento se hace sentir muy fuerte; y es tremenda la afirmación final: "Muchos son los llamados y pocos los elegidos". No nos quejemos si primero éramos más numerosos, aunque humanamente hablando es un lamento justo y ha hablado de ello también la Virgen hoy en su breve y sufrido mensaje. Pocos son los elegidos: el elegido es aquél que ordinariamente tiene una vida más difícil que los otros porque tiene que dar testimonio, tiene que aceptar situaciones incómodas, y hablo de las cosas ordinarias, no me refiero al sufrimiento al que Dios ha llamado sólo a algunos.
Me gustaría detenerme aún sobre un particular. En el fragmento del Evangelio está escrito que algunos siervos primero fueron insultados y luego muertos; si consideramos el fragmento del tercer secreto de Fátima que ha sido revelado, la historia dice que algunos soldados armados con flechas y armas de fuego dispararon y mataron a aquellos que estaban subiendo al monte. La interpretación que ha ofrecido la autoridad eclesiástica, y no podía ser de otro modo, es la de que representan los sistemas ateos que combaten a la Iglesia. Pero ¿era necesario un secreto? Jesús ya había dicho: "Me han perseguido a mí, os perseguirán también a vosotros". ¿Había necesidad, después de setenta años, que Dios hiciese saber que la Iglesia era perseguida por sus enemigos? Es una banalidad. La interpretación es la que ha dado Dios: los que disparan y matan son los miembros de la autoridad eclesiástica que condenan injustamente a los siervos de Dios, a los videntes, a los carismáticos, a los pastores auténticos. En el secreto se habla de armas de fuego y flechas porque Dios utiliza imágenes: en la antigüedad se mataba con las flechas, en los tiempos modernos se dispara con fusiles; aquellas dos expresiones indican tiempos diversos, es decir, en todos los tiempos de su existencia en la Iglesia ha ocurrido que los carismáticos, los santos y los buenos fueran injustamente condenados por la autoridad eclesiástica. Si conocéis la historia de la Iglesia a esto llegaréis vosotros solos fácilmente. Recordad a santa Juan de Arco, condenada y muerta en la hoguera; Savonarola, que probablemente será proclamado beato, muerto y quemado también él y si pensamos en tiempos más recientes, pensamos en Padre Pío; y después de él modestamente estamos también nosotros. ¿Quiénes son los que nos han condenado, nos han perseguido y hecho daño? Ved como la Palabra de Dios, llega y penetra en cada siglo, en cada año que transcurre y que contempla la Iglesia como algo siempre presente.
La conclusión de todo esto es que los elegidos recibirán por parte de Dios la invitación: "Venid, benditos de mi Padre, entrad", pero no nos conformemos sólo con el futuro. Yo no os digo, ni me lo digo a mí mismo, que esperemos la invitación de Dios después de la muerte para entrar en el Paraíso porque hemos sido fieles, aunque de manera e intensidad diversa y quizás con alguna caída y tropiezo, pero nosotros esperamos, y se nos ha dicho, el reconocimiento también durante la vida terrena. No es una pretensión esperar que no se prolongue todavía excesivamente esta espera, porque se nos ha prometido y anunciado, por tanto así será. Deseo que esto ocurra pronto más por Marisa y por mí que por vosotros. Aunque vosotros tenéis derecho, pero ciertamente reconoceréis que alguien tiene más que vosotros, por lo que no os excluyo, pero espero además compartir con vosotros esta alegría. Esta es la intención que os ofrezco y por la cual rezar: que ocurra pronto, porque no os escondo que ya no puedo más. No quiero decir nada más, pero os pido, y esta vez os suplico, que recéis mucho por Marisa y por mí, porque tenemos necesidad de fuerza. Esta mañana he hablado de esto con quien debía, he utilizado la imagen de Elías que se cayó al suelo agotado, he utilizado la imagen de Jesús agotado que ya no puede caminar materialmente y pide a su Padre, Él que es el Hijo de Dios, un bastón sobre el que apoyarse para continuar. Hemos llegado a la misma situación y, como para Elías ha llegado el ángel que le ha hecho refrescar, descansar y reponer fuerzas, como Jesús después de haber dirigido al Padre esta pequeña, sencilla petición ha sido escuchado, esperemos que seamos escuchados también nosotros. Sea alabado Jesucristo.