Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 12 noviembre 2006

I lectura: 1Re 17,10-16; Salmo 145; II lectura: He 9,24-28; Evangelio: Mc 12,38-44.


Creo que, sintéticamente, podemos resumir la palabra de Dios que habéis escuchado en las lecturas, me refiero de manera particular a la del Antiguo Testamento y a la del Nuevo Testamento y exactamente al Evangelio de Marcos, en dos expresiones, respectivamente: la providencia de Dios y el amor de Dios por la virtud de la pobreza.

Elías se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por las puertas de la ciudad, vio a una mujer viuda, que estaba recogiendo leña. La llamó y le dijo: «Tráeme, por favor, en un vaso un poco de agua para beber». Cuando ella iba por el agua, Elías le gritó: «Tráeme también un pedazo de pan». Ella entonces replicó: «¡Vive el Señor, tu Dios!, que no tengo una sola torta; sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la orza. Estaba recogiendo esta leña para prepararlo para mí y mi hijo, comérnoslo y luego morir». Elías le dijo: «No temas. Ve a casa y haz lo que has dicho, pero primero hazme a mí una torta pequeña y tráemela. Para ti y para tu hijo, la harás después. Porque esto dice el Señor, Dios de Israel: No se vaciará la tinaja de harina, ni la orza del aceite disminuirá hasta el día en que el Señor haga caer la lluvia sobre la faz de la tierra». Fue e hizo lo que Elías le había dicho, y tuvieron para comer él, ella y toda su casa durante algún tiempo. La tinaja de harina no se vació, ni disminuyó la orza del aceite, según la promesa que el Señor había hecho por medio de Elías. (1Re 17,10-16).

La providencia se ha expresado a través del relato que se refería a la viuda de Sarepta, en la que, inicialmente, se advierte afán, tensión, miedo y tristeza. Esta viuda es consciente que, por ahora, las provisiones que aún puede utilizar son reducidísimas y que, después que haya cocido el último pan y puesto en él las últimas gotas de aceite, no habrá otra posibilidad de subsistencia para ella y para su hijo. Con una tristeza que hace referencia más la vida del hijo que a la suya, dice comerían y luego morirían. En esta viuda, con su niño huérfano, privados de lo necesario, yo veo hoy, imaginativamente, a todos los hombres de la Tierra que, como ellos, están privados de lo necesario, viven con dificultades y están, incluso, por debajo del umbral de la pobreza. Estas voces infantiles que lloran, estas lágrimas de madre que no tienen nada más y que conmueven el corazón de Dios, los lamentos de los inocentes y las lágrimas de madres privadas de todo, encuentran solamente el corazón de Dios dispuesto a responder y no el corazón de los hombres.

La Iglesia, al inicio de su historia, y podéis encontrar confirmación en los Hechos de los Apóstoles, ha vivido en la pobreza, ha predicado la pobreza. Los primeros cristianos lo tenían todo en común e, incluso cuando vendían sus propiedades, los ingresos lo daban a la Iglesia. En particular, encontramos aquel episodio emblemático y significativo, de aquella pareja que no dio todos los ingresos de la venta de su propiedad y fue amargamente reprendida y castigada por Pedro, por desgracia, con la muerte. Parece una exageración, pero yo quisiera gritar a la Iglesia de hoy que vuelva a ser como la Iglesia del siglo primero, como la Iglesia más cercana a Cristo, no sólo por lo que se refiere al tiempo de su existencia sino, sobre todo, por lo que se refiere al estilo de vida. La pobreza es una condición que, por desgracia, después de dos mil años de cristianismo, no solo no se ha atenuado sino que, además, ha empeorado de manera dramática y penosa. ¿Cuántas viudas hay aún, como la de Sarepta, que no tienen nada que dar a sus hijos? ¿Y cuántos son los niños que, todavía hoy, esperan que las naciones opulentas cristianas y la Iglesia les dé el pan a los pobres y, si fuese necesario, vendan sus tesoros para dar el dinero en beneficio de estas personas? Quiero citaros una frase de Juan Pablo II, que debería resonar en todo el mundo de hoy: “Si Cristo volviese, reconocería su Iglesia?”. ¿Pero cómo es posible que Cristo reconozca su Iglesia puesto que sus enseñanzas han sido ignoradas? Hoy habéis comprendido que el cristianismo se puede reunir y resumir en una sola frase, la que dijo Jesús: “Ama a Dios y al prójimo como a ti mismo”. Era la verdad del Antiguo Testamento, es la verdad hecha aún más luminosa en el Nuevo Testamento, por las enseñanzas y el ejemplo de Cristo: Cristo, Hijo de Dios, no tiene una casa en la que nacer, no tiene seguridades financieras en las que confiar, a pesar de que es el rey del universo, el cual celebraremos dentro de 15 días, incluso si nunca quiso coronarse con el signo de la realeza, que conocemos e identificamos en la imagen de la corona.

Esta viuda, que representa a todos los pobres del mundo, da una enseñanza que está repetida por otra pobre, pequeña y débil criatura durante la vida de Cristo. Mirad, hoy aquí delante de vosotros sobresalen y son figuras que tienen que servir de ejemplo, la viuda de Sarepta y la pobre mujer anciana que echa, en las bocas donde se recogen las ofrendas al templo, lo que le hace falta para sus necesidades, a pesar de ser y consistir en pocos céntimos.

“En aquél tiempo Jesús, en sus enseñanzas decía: «Guardaos de los maestros de la ley, a los que les gusta pasearse con vestidos ostentosos, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; devoran los bienes de las viudas pretextando hacer largas oraciones. Ellos serán juzgados muy severamente». Sentado frente al tesoro, estaba mirando cómo la gente echaba en las arcas. Muchos ricos echaban mucho. Pero llegó una viuda pobre y echó unos céntimos. Llamó a sus discípulos y les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado más que todos, pues todos han echado de lo que les sobra; en cambio, ella ha echado de su indigencia todo lo que tenía para vivir». (Mc12, 38-44).

Estas son las personas que hoy, os ofrezco para vuestra admiración y para la admiración de toda la Iglesia, ellas son más generosas que los que dan mucho materialmente, pero solo lo hacen por ostentación, para atraer hacia ellos estima, alabanza, aprobación y gratitud. Estas personas no recibirán nada de Dios porque ya lo han recibido de parte de los hombres. Para los que dan, que podrían dar y que tienen riquezas, estas palabras de Cristo resuenan como advertencia: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos”. Yo no quiero hacer discursos anti clasicistas, discursos de penalización de una social con respecto a otra, sino que digo que, si sois cristianos, si sois pastores, si sois sacerdotes y obispos, mirad el ejemplo de estas dos sencillas y pobres mujeres y seguidlo, privándoos de lo que a vosotros y para vosotros os es necesario, para salvarlas a ellas. ¿Cómo es posible que hombres de la iglesia vivan en el lujo, en la abundancia del confort, en las seguridades mas descaradas, en la elegancia más absoluta? ¿Cómo es posible todo esto, cuando hay personas que mueren de hambre? Oh Señor, te pido que ilumines estas mentes, da a tu Iglesia de nuevo la pobreza evangélica. Recordad que cuanto más pobre es la Iglesia, más poderosa es la Iglesia; cuanto más se aferra la Iglesia a Dios, encuentra más caminos para llegar a los hombres.

Tenemos que tratar de dar todo lo que podamos dar. ¿Os habéis dado cuenta que, en el camino de nuestra formación, ya ha llegado el capítulo de dar para recibir? Dar a los otros para recibir de parte de Dios. Esto no debería ser un discurso que afecte solamente a las emociones, que puede derretir el corazón solo en ciertas épocas del año, sino que tiene que ser una condición de espíritu constante, para mirar más allá de la mesa puesta. Si, en vuestra mesa, hay el signo de la Providencia, ¿por qué en otras no está? ¿Por qué los otros son menos dignos que nosotros o no son dignos de recibir lo necesario que hace falta para vivir? Simplemente porque la riqueza ha sido robada a otros, lo que había en sus países ha sido robado y que las naciones europeas han saqueado y robado, naciones que, potencialmente, hoy podrían ser más que ricas, están todavía en la pobreza, porque han sido devastadas por la avidez y la sed de lucro de las susodichas naciones occidentales, y muchas de ellas, se definen incluso cristianas.

¿Qué hay de cristiano cuando se hace llorar y sufrir al pobre? Eh ahí, entonces, que las palabras de Cristo resuenan fuertes y actuales: guardaos de los escribas, que circulan con vestidos elegantes, una elegancia descarada, que se impone. Les gustan los primeros lugares y ser honrados, incluso muestran piedad, pero una piedad falsa, que no va hacia Dios y que simplemente satisface su vanidad y su orgullo. En el Evangelio hay una frase tremenda: “Devoran las casas de las viudas”, o bien el patrimonio de las viudas, estas dos viudas que, hoy, coloco y someto a vuestra atención. Ellas resumen todas las viudas del mundo y las personas que sufren la avaricia de hermanos que deberían dar consejos espirituales y sabios, pero que se hacen pagar generosamente por el servicio que brindan y no hacen nada si no escuchan el tintineo de las monedas o el perfume, ni siquiera bello, que emana del dinero de cierto valor. Eh ahí porque también yo os digo que os cuidéis de los que hablan de la pobreza, que piden por los pobres, pero que no dan nada de cuanto es propio y personal para ayudar a los pobres. Cuidado con ellos: tienen vestidos lujosos, casas confortables y seguridad económica, pero están lejos de Dios. Mirad, en cambio, a estas dos mujeres que dan. Eh ahí, porque en esta comunidad, y también en la Iglesia, espero que pronto llegue el deseo de ayudar a quien no tiene, de dar a quien no tiene.

Recordad que Dios no se deja superar nunca en generosidad, esto lo he podido experimentar personalmente muchas veces. He ayudado, he dado en estos numerosos años de mi sacerdocio, pero Dios me ha dado mucho más de lo que he dado a los que tenían necesidad y, si éste es el modo de actuar de Dios, si Dios se ha comportado así conmigo, se comportará igualmente también con vosotros. Pero lo más hermoso, más consolador, lo que llena en mayor medida de entusiasmo, será cuando estemos delante de Dios en el Paraíso y a nuestro lado, al dar gracias a Dios, alabanza y honor, estarán muchos hermanos y muchas hermanas que hemos ayudado sin conocerlos, pero unidos por el mismo amor que es el de hacernos sentir a todos hermanos e hijos de Dios. Rezad para que la Iglesia tenga la fuerza de desincrustarse del poder y de la riqueza y pueda volver a brillar en la pobreza evangélica querida por su fundador.