Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 13 abril 2008
I lectura: Hc 2,14.36-41; sal. 22 ; II lectura:1 Pe 2,20-25; Evangelio: Jn10,1-10
“Queridos hermanos, soportar pacientemente los sufrimientos habiendo obrado bien eso agrada a Dios. Más aún, ésta es vuestra vocación, pues también Cristo sufrió por vosotros, y os dejó ejemplo para que sigáis sus pasos. Él, en quien no hubo pecado y en cuyos labios no se encontró engaño; él, que, siendo ultrajado no respondía con ultrajes siendo maltratado no amenazaba sino que se ponía en manos del que juzga con justicia; él que llevó en su propio cuerpo nuestros pecados sobre la cruz para que, muertos para el pecado, vivamos para la justicia: por sus heridas hemos sido curados. Pues erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas. (1 Pe 2, 20-25)
Hoy me gustaría tener con vosotros un momento de familiaridad y de intimidad particular. No con los hábitos de sacerdote o de obispo que, con la autoridad que le viene dada de Dios, explica la sagrada escritura, sino como un hermano mayor.
Todo está en los planes de Dios y la providencia es una acción divina que se ve, se experimenta y se toca con la mano. Si vosotros reflexionaseis e hicieseis una comparación entre la fiesta de hoy, Jesús “Buen Pastor”, y las lecturas, encontraríais una perfecta similitud con la iniciativa que hoy he lanzado. Nosotros, de maneras diversas y con intensidad diversa, hemos tratado de hacer el bien; hacer el bien es un término muy amplio y puede contener varios significados como el apostolado, la enseñanza, el testimonio o dirigirse con atención y respeto al hermano, tratando de ayudarlo y librarle de sus defectos y llegar juntos al abrazo final con Dios.
Nosotros hacemos el bien incluso yendo al encuentro del sufrimiento. A estas alturas ya sabéis la historia de mi vida y la de Marisa, y, en aproximadamente treinta y siete años, ya sabéis que no ha habido día en que no hemos probado el pan del sufrimiento en forma física, moral o espiritual. Creo que también vosotros, en vuestra mesa, habéis encontrado alguna vez el mismo pan y habéis tratado de alejarlo. Para realizar los designios de Dios, Él nos pide sin embargo nuestra participación a la pasión y muerte de Su Hijo, de maneras diferentes y con intensidades diferentes: “A esto habéis sido llamados”. Sois llamados a dar testimonio y el testimonio a menudo está bañado de sangre.
“Por eso Jesús lo explicó así: «En verdad, en verdad os digo que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante. (Jn 10, 8-10)
Lo que entristece más es que aquellos que causan golpes, procuran heridas o causan sufrimiento, son los que, por el oficio que revisten, en cambio, deberían de quitarlos y aliviarlos.
De pastores se transforman en mercenarios y, a menudo, de mercenarios como dice Jesús en el Evangelio, se transforman en ladrones, porque cogen lo que nos les pertenece. El ejemplo que Cristo nos ha dado y que tenemos que seguir es ser verdaderos como lo ha sido Él. Siendo inocente, siendo Dios, “Él no cometió pecado y en cuyos labios no se encontró engaño. (1Pe 2, 22)
Una de los elogios que la Virgen me ha dado, y que me importa mucho, es esta: “El obispo, como defensor de la verdad, es el que dice la verdad y es insuperable”. Por amor a la verdad he aceptado lo que ya sabéis. Si no hubiese amado la verdad, me encontraría en una situación diferente. De mi boca o de la boca de Marisa nunca ha sido proferido el más pequeño engaño. De mi boca, puedo afirmar con seguridad, no ha salido nunca el más pequeño engaño, porque engañar al hombre, para mí y para todos, tiene que ser considerado como una ofensa dirigida a Dios, ya que es engañada, humillada y ofendida la verdad. Puedo afirmar esto delante de Dios durante la celebración eucarística; nosotros hemos dicho siempre la verdad, nos hemos expuesto siempre y hemos apechugado con las consecuencias, con tal de decir la verdad y no hemos inclinado nunca la cabeza ante quien estaba investido de títulos y no hemos aceptado nunca ofender a Dios, ofendiendo a la verdad. Del mismo modo, nos hemos comportado cuando hemos sido objeto de insultos: “Insultado, no respondía con insultos”. Los hemos soportado de los más altos vértices de la jerarquía eclesiástica, de los hermanos, de personas amigas, de los parientes y de los ex miembros de la comunidad. Cristo se ha lamentado porque, de los diez leprosos sanados, nueve no han vuelto atrás para dar gracias. Pero tenemos motivo de suponer que aquellos nueve no se han comportado como algunas personas que han formado parte de esta comunidad y que han recibido gracias para luego criticarlo todo y a todos.
Después de treinta y siete años, humanamente hablando, esta situación de casi inmovilidad que nos rodea, nos ha cansado y agotado. Vosotros, en medida mucho más reducida respecto a nosotros, participáis en esta situación de cansancio y participáis justamente porque habéis dado testimonio, en vuestro pequeño sector, la fidelidad y el apego a este lugar taumatúrgico, a los ciento ochenta y cinco milagros eucarísticos, a las centenares, si no millares de apariciones, a las numerosas teofanías trinitarias, a todos los dones que Dios ha concedido. Uno de estos es la posibilidad de ganar la indulgencia plenaria del año santo en nuestra capilla. No tenemos que olvidarlo. Hemos llegado todos, quien más quien menos, al menos los que han amado verdaderamente y se han esforzado por ser fieles a Dios, a una situación de postración y cansancio.
Los numerosos y poderosos enemigos, todavía desafían a Dios. En ellos está presente el miedo que el Señor pueda cambiar la situación, pero en lugar de decir mea culpa, se abalanzan contra los que Dios ha mandado a la Iglesia para cumplir las misiones, no pudiendo arrojarse directamente contra Él. “Se ríen de los profetas mandados por Dios”, se ríen a sus espaldas, traman engaños y trampas y organizan también atentados contra nosotros. Si hubiesen utilizado la inteligencia habrían comprendido que los numerosos fracasos que han tenido han demostrado la presencia, la asistencia y la protección de Dios. Sin embargo no quieren ver porque son ciegos, no quieren oír porque tienen los oídos cerrados, pero su reacción, al menos aparentemente, es de triunfo. En realidad por la noche son perseguidos por pesadillas y por el día temen que de un momento a otro su aparente seguridad sea verificada y se transforme en gran miedo. Ellos tienen miedo de que se produzcan las intervenciones prometidas por Dios porque las temen, de lo contrario no tendrían ciertas reacciones.
Con este ánimo y con la esperanza de que Dios, durante este año, empiece a poner en práctica sus promesas, he lanzado 'El Año de la Esperanza'. He acogido la invitación de la Virgen a dedicar este año a la esperanza, aunque en mi corazón había ya florecido tal deseo. No nos queda más que esperar en Dios, nuestras fuerzas son escasas, no tenemos protectores humanos, ni medios económicos; todo haría presuponer o pensar que nos encontramos en una situación extrema debilidad y fragilidad tal y que, humanamente hablando, no nos queda nada más que hacer, que esperar la derrota final. No habrá tal derrota final porque sabemos que Dios intervendrá.
Deseo y pido a Dios que haga lo que ha prometido cuanto antes. Sí, yo oso pedirlo dentro de este año, dentro del año de la esperanza, pero tengo necesidad de vuestra colaboración porque las gracias a Dios se le arrancan con la oración, con los sacrificios, con los florilegios, con los ayunos, con la adoración eucarística, con la participación a la Santa Misa, comulgando en gracia. Este es el compromiso que os pido. Tenemos muchas intenciones por las que rezar, algunas sugeridas por Dios, otras por la Virgen o por mí, y también están vuestras intenciones personales y particulares. No os pido que las olvidéis, os pido que antepongáis todas las otras, la intención que hoy he expuesto solemnemente a Dios.
Sé que Dios está presente porque me lo ha asegurado y cada vez que formulo la oración en aquel modo, Él, mejor dicho, la Trinidad, además de la Virgen, San José, la abuela Yolanda y, a menudo, también otros santos, están junto a mí. Por lo tanto si Dios está presente, quiere decir que lo agradece y acepta, hace falta ver si acepta nuestra petición. Tenemos que asegurarnos de que las dos estén entrelazadas y que sean verdaderamente la imagen de la otra. Dios sabe que estamos cansados, esto está fuera de discusión, pero esperemos que nos permita y que nos muestre lo antes posible que las cosas cambian.
Yo sé que el Señor está trabajando, que la Virgen está trabajando, no vemos nada por el sencillo motivo de que el estilo de Dios es diverso del rimbombante de los hombres. Recordad aquel proverbio que dice: “Hace más ruido un árbol que cae que mil pinos que crecen en el bosque”. Los mil pinos están creciendo, pero están creciendo en el silencio. Dios está preparando a los sacerdotes y a los obispos de la futura Iglesia, que tendrán que colaborar con el futuro Papa. Si Dios quisiera intervenir antes seríamos ciertamente más felices.
Además de la oración, me gustaría también un compromiso personal por vuestra parte a crecer en el amor, en la fe, en la esperanza, en la gracia, por tanto, en la santidad. Esto porque cuanto más santos somos, más cercanos a Dios estamos y nos podemos hacer escuchar más por Él. La Virgen es la persona que Dios más escucha, esto no ocurre siempre, como ella misma ha revelado, aunque yo no habría pensado nunca una cosa semejante. Es la más cercana y semejante a Él. En este mes tan importante tenemos que rodear a Dios, no con espíritu hostil, sino con espíritu filial, como os he sugerido: en el amor, en la fe, en la esperanza, en la caridad.
Marisa lo ha explicado perfectamente: cuando Dios se le manifiesta nos sentimos más apoyados, más tranquilos, más seguros. Cuando Dios está presente, me gustaría que el encuentro con Él no se acabase nunca y pienso que también nuestro buen Papá está feliz de encontrarse con nosotros. La felicidad de Dios es una felicidad sorprendente, porque su gran felicidad es encontrar pocas personas. Dios no tiene necesidad de masas, no tiene necesidad ni siquiera de los pequeños, como somos nosotros, pero dirige más Su mirada paterna, afectuosa, sobre los pequeños, que reconocen su pequeñez, que sobre los grandes. Tiene horror y vergüenza de los grandes justamente porque se definen y se sienten semejantes a Él. Sólo Dios es grande, los hombres no pueden, sobre todo ante Él, presentarse como grandes hombres. Los que razonan de este modo están lejos de Dios.
13 abril 2008 – 13 mayo 2008: viviremos un mes extremadamente importante, al que miro con enorme confianza y me gustaría que vosotros lo hicierais también. No os dejéis impresionar sólo por el primer entusiasmo, haya más bien, una ayuda mutua. Si nos damos cuenta de que alguno se atrasa en el camino y trata de sentarse porque no quiere comprometerse después, démosle un golpecito en la espalda, respetuoso y afectuoso, tomémosle de la mano y conduzcámoslo adelante. Marisa y yo tenemos necesidad de vosotros, no Dios, nosotros tenemos necesidad porque queremos sentirnos circundados de afecto, casi protegidos, defendidos y comprendidos. Tenemos necesidad de todos vosotros, que nadie se sienta excluido, que nadie se sienta menos importante que los otros. Nos confiamos al corazón cada uno de vosotros y quién sabe si, dentro de un mes, el estímulo de pensar en los demás puede haber representado el resorte que se toma para empujar a cada uno de ustedes a una santidad más afirmada y más grande. Podemos hacerlo.
Estoy convencido de que Dios, en este momento, está sonriendo complacido y benévolo sobre cuanto su obispo ha dicho, pues creo tener, respecto a Dios, no por mi mérito, sino porque él lo ha querido, un acceso más fácil, porque soy el único obispo ordenado por Dios. Como he dicho, con humildad, tantas veces durante la oración, no pudiendo callarlo, yo he sido ordenado por Él y creo que esta ordenación me pone, siempre por su bondad, en la condición de poder ser escuchado más que mis otros hermanos, no porque yo merezca algo, sino porque Él lo ha querido así.
Como ha querido el sufrimiento, ha querido también esta distinción, que yo reconozco, porque si no la reconociese sería falso y sería un impostor. Lo que podéis hacer es ir a rezar delante de Jesús Eucaristía. A diferencia de aquel periodo en el que la Virgen pidió, a fin de hacer cesar las guerras, de venir aquí a rezar, yo os eximo de tales peregrinaciones. Si lo deseáis, la Iglesia está abierta pero, dado que ya los años, las dolencias, los problemas os absorben, os invito a ir a rezar a cualquier Iglesia donde Jesús esté presente, porque es el lugar ideal para hablar y dialogar con Él. Id delante de Jesús Eucaristía, el custodio de la Eucaristía. Hagamos esta campaña, será el regalo más bello que podáis hacer a vuestro obispo y a vuestra hermana vidente. Abandonémonos a la voluntad de Dios, hagamos lo que podamos, pero será Dios el que decida.
El primero de agosto del 2007, después de una oración mía, que conocéis, en la recopilación de las cartas de Dios de aquel periodo, he hecho insertar una en la que el Señor me dijo: “Tomaré en consideración lo que has dicho”. Yo espero que tenga en consideración también lo que he dicho ahora, porque los beneficios no serán sólo para Marisa y para mí, sino también para vosotros. Es justo que finalmente cesen, como ha dicho la Virgen, los misterios dolorosos y que podamos cantar los misterios gloriosos, el triunfo de la Iglesia, el triunfo de la Eucaristía, el triunfo de la Madre de la Eucaristía, el triunfo de los hijos de la Madre de la Eucaristía.
Gracias por haberme escuchado.