Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 14 septiembre 2006

FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
I Lectura: Nm 21,4-9; Salmo 77; Evangelio: Jn 3,13-17

Nuestra comunidad está afrontando un período en el que estamos inmersos en un mar de sufrimiento que pesa, de manera particular, sobre los hombros del Obispo y de la Vidente, pero también sé que algunos de entre vosotros no están exentos. Quiero exhortaros a poner todos estos sufrimientos en el cáliz, ofreciéndolo todo al Señor, inclinando la cabeza y diciendo, aunque apretando legítimamente los dientes: “Señor, que se haga tu voluntad”. Durante los últimos dos meses, he comprendido de manera aún más nítida y profunda, que Dios actúa independientemente de todo lo que los hombres pueden pensar o desear. Dios no se deja condicionar por nadie, es superior a cualquier autoridad humana y nadie puede poner límites a su modo de actuar y proveer. En mi opinión, intentar hacer esto es inútil porque, gracias a las lecciones recibidas durante estos dos meses pesados, duros y dolorosos, he comprendido que Dios dicta la ley. Como consecuencia de esto, los hombres no pueden decir: “Esto es imposible”, pensando que se tenga que actuar de acuerdo con su lógica. Ahora es muy claro para mí que lo único que deberían hacer es entender que nada es imposible para Dios. Por tanto, si la ordenación episcopal, de origen divina, es racionalmente comprensible, es decir no va contra la lógica porque es sencillamente una manifestación de Dios, tal como ha sido confirmada a través de algunos hechos sorprendentes, entre los cuales el gran milagro eucarístico del 11 de junio del 2000, hay que inclinar la cabeza y, empezando del que lleva el solideo de color blanco, ponerse de rodillas y decir: “Señor, que se haga tu voluntad”. De lo contrario, nos ponemos en una situación de oposición.

Hoy celebramos tres aniversarios que tienen en común día y mes pero, por supuesto, el año es diferente. Celebramos el undécimo aniversario del primer milagro eucarístico, cuya representación veis detrás de mí: 14 de septiembre de 1995. Celebramos también el séptimo aniversario desde que Dios me dio el episcopado. Lo hizo por propia iniciativa, sin ni siquiera preguntarme, a mí, que era y soy el interesado, el permiso de actuar. Este episcopado Dios lo mantiene celosamente guardado y, durante el pasado mes de agosto, tronó una vez más su “Ay”. Tenéis que saber y recordar que el “Ay” de Dios es tremendo. “Ay de los que han calumniado, calumnian y calumniarán al Obispo que Yo de ordenado: los enviaré al infierno sin dudarlo". Traducido en términos comprensible a todos, calumniar al Obispo, significa recibir la condena de Dios, sin excusas. Cuando Dios juzga y condena es porque la persona se ha hecho responsable, voluntariamente de una grave falta hacia Dios. Hablamos, por tanto, de un pecado voluntario y como tal tiene que sufrir claramente el juicio y el castigo debido. El tercer gran aniversario que celebramos es el del 14 de septiembre de 2000 cuando, por orden de Dios, firmé el primer decreto que hasta ahora he redactado, con el cual, en nombre de Dios, he reconocido la autenticidad de todas las apariciones de la Madre de la Eucaristía y de los milagros eucarísticos. Esto significa que ese decreto, que cuenta con la aprobación de Dios, permanecerá claramente presente entre los documentos importantes de la historia de la Iglesia.

Nuestras últimas vacaciones, si podemos definirlas así, fueron quizás las más dolorosas, pero al mismo tiempo también las más ricas de acontecimientos sobrenaturales, de los que os puedo indicar algunos. Ya la indicación de la casa, tanto en el mar como en la montaña, vino de lo alto y Dios nos demostró su presencia y ayuda: en la casa del mar había nueve escalones que teníamos que subir para acceder al apartamento, pero la Virgen dijo en nombre de Dios: “No os preocupéis, ya nos ocuparemos nosotros de ayudar a Marisa a subir y bajar las escaleras”. Marisa, como ya sabéis, tiene grandes problemas incluso para dar pasos simplemente en sitio plano, pero fue capaz de hacer estos pasos incluso dos veces al día con relativa facilidad. Las leyes de la naturaleza dependen del creador de la naturaleza, pero ahora uno podría decir:” Si lo ha hecho durante pocas veces, ¿por qué no lo hace siempre? La respuesta no puedo dárosla, sino es repitiéndoos que, siendo esta la voluntad de Dios, no la podemos cambiar. Cuando estábamos en la terraza de la casa, venían con una frecuencia que nunca antes hubo, los huéspedes de lo alto mantenían conversaciones con nosotros y permitían continuamente, incluso a mí mismo, hacer preguntas sobre lo que queríamos. El primer encuentro gratificante fue cuando Jesús mismo vino a desearnos, en la medida de lo humanamente posible, unas buenas vacaciones, al menos como interrupción y suspensión del trabajo desarrollado durante el año. La asistencia de la Virgen la sintió incluso Máximo, aunque no lo notó por completo, que conducía el coche en el camino de ida. No conducía él, sino que era la Virgen la que conducía, a fin de evitarle a Marisa sacudidas y sobresaltos causados por el terreno durante el trayecto. Por tanto fue ella misma la que se puso al volante para facilitar un viaje que, humanamente hablando, sería motivo de muchas preocupaciones. El viaje fue bien, fue tranquilo y sereno, descansado para el que conducía y descansado también para quienes iban dentro del vehículo.

Ocurrió también otro episodio muy bonito y significativo: Marisa asistió a una Misa celebrada por Jesús. Durante esta Misa, alrededor de este altar estaban, para mí invisibles, pero visibles para Marisa, la Virgen, San José, abuela Yolanda, todos los últimos Papas, diversos santos y muchos ángeles. El mismo Jesús dio la Comunión a todos. Alguno podría arrugar la nariz, pero lo invitamos a no hacerlo, por el simple motivo que nadie puede dictar leyes a Dios, ni siquiera puede avanzar hipótesis y describir cómo ocurren las realidades sobrenaturales, que escapan a cualquier control y ley. De hecho, ¿quién somos nosotros para afirmar que Jesús celebró la Misa solamente el Jueves Santo? El 7 de julio, día de mi onomástica, como ocurre ahora cada año, hubo la tradicional felicitación hecho por el santo de mi homónimo, que me dijo cosas verdaderamente gratificantes y hermosas. Permitidme que permanezcan personales, no me siento con ganas de compartirlas con vosotros, no porque no os ame o no os estime, sino porque son estrictamente personales y prefiero que lo sigan siendo.

El 8 de julio fue el primero de los dos días tranquilos que hemos tenido en todo el período estival y hubo también una alegría total porque Marisa, por primera vez pudo, no solo caminar, sino que además, casi correr, como ocurría desde hacía tiempo y no volvería a ocurrir. Esa carrera no la hacía porque ella quería, sino que sintió el impulso de correr porque vio a Jesús aparecer al otro lado de la calle y quería ir a su encuentro. Fue el encuentro entre dos personas que se aman, se estiman y se quieren. El rostro de Marisa desprendía alegría justamente por el hecho de encontrarse con su esposo, aunque no era la primera vez y no será la última, porque cada vez que ocurre es para ella fuente de alegría.

El Señor estuvo también en nuestras bromas porque la Virgen trató siempre, a pesar de los sufrimientos y los problemas, de invitarnos a saber reaccionar y saber sufrir. Ella misma estaba en ciertas bromas que organicé respecto a Marisa cuando se encontraba casi en una situación de éxtasis, es decir parcialmente consciente de la realidad que vivía y que la circundaba. Por hacerle una broma le di el celular diciéndole que la Virgen la estaba llamando. La sorpresa fue que, efectivamente, ella escuchó y habló con la Virgen y además la broma se prolongó porque, solo algunos minutos después, ella sintió sonar de nuevo su celular, respondió y era la Virgen que continuaba el discurso que había empezado en la llamada anterior. Esto por deciros lo cercanos que han estado de nosotros.

Con relación a las conversaciones con lo alto, hasta ahora uno de los temas recurrentes, era la trágica situación de los sacerdotes. De esto se habló durante mucho tiempo y la Virgen entró en detalles. Daba nombres e indicaba hechos atribuyéndolos a estos personajes y terminaba con la habitual recomendación: “Aceptad el sufrimiento porque Dios espera que al menos una parte de estos sacerdotes, sin distinciones de jerarquías, puede convertirse y volver al Padre”. El único motivo por el que Dios ha aplazado, para nuestro pesar, las fechas de sus intervenciones es que espera todavía la conversión de los hombres y, sobre todo, de los sacerdotes. Su paciencia infinita no tiene límites, mientras que la mía es muy limitada. Claramente, mientras Él pide tiempo para poder trabajar y salvar todavía almas y, sobre todo almas sacerdotales, yo espero que se apresure lo que tiene que ser hecho, porque verdaderamente, creednos, estamos en una situación de postración total. En este período la Virgen habló muchas veces de la partida de Marisa y este es un tema que a Marisa le da particularmente alegría, porque está cansada de vivir pero sobre todo de sufrir. Ya que humanamente ésta es la situación, oír hablar de su partida ha sido para ella siempre motivo de renovada alegría.

Tengo que hablaros con sencillez y francamente de una de las cosas que dijo la Virgen y que, puesto que me concierne, me causa una cierta vergüenza, pero forma parte de la situación que tenéis que conocer. Cuando por la tarde se manifestaba y nos entretenía con algunas conversaciones, justo al inicio de este período de vacaciones, la Virgen dijo: “Cuando Marisa suba al Paraíso, tú la acompañarás. Una vez llegados al Paraíso, os saludaréis con un beso y tú volverás a la Tierra para continuar la misión que Dios te ha confiado”. No lo digo por exhibición, lo digo simplemente para convenceros de que Dios hace lo que quiere, aunque a veces nos parezca extraña o imposible su manera de actuar.

Este verano se alternaron momento alegres de orden espiritual y momento y momentos llenos de preocupación. Uno de los momentos más duros y llenos de sufrimiento, que fue superado solamente a través de la intervención de lo alto, se refiere a la situación del estómago de Marisa, cuando tuvo un bloqueo intestinal. Como hemos hecho siempre en otras situaciones parecidas, nos pusimos a rezar y el Señor quiso poner a prueba nuestra confianza y fe en Él y probar también el abandono de Marisa y su capacidad de sufrimiento, que en aquel momento era enorme. Finalmente llegó la Virgen, largamente invocada, diciéndonos: “Creéis que he venido solo en este momento, pero yo he estado siempre a vuestro lado, desde el momento en el que se ha manifestado esta crisis”. Abrazó durante mucho rato a Marisa como hace una madre con una niña y la situación sencillamente se desbloqueó. Aunque este temor permanece, junto a todos los demás, nítido y preciso, pero al lado de éste se queda el recuerdo de la intervención de Dios.

El 15 de julio festejamos y celebramos el trigésimo quinto aniversario del inicio de nuestra misión. Como hizo otras diecisiete veces durante estos dos meses, vino Dios Padre, que se manifestó también solamente a nosotros. He podido experimentar la paternidad de Dios y, a través de estos encuentros, creo que he cambiado mi modo de rezar. Ahora cuando rezo me dirijo directamente a Dios Padre, porque, bondad suya, la relación que se ha instaurado es verdaderamente de padre a hijo y he podido ver además Su ingenio, Su manera de bromear. Es impensable que Dios bromee con los hombres y sin embargo ha bromeado con nosotros y también ha mostrado esta paternidad no solo permitiéndome, sino incluso instándome, que le hiciera determinadas preguntas y haciéndole determinadas peticiones. Una vez, en una conversación muy personal, hacia el final de la Teofanía de Dios Padre, percibí que Marisa estaba fatigada y estaba tan preocupado que quería terminar la conversación y dije: “Dios Padre, terminemos porque veo que Marisa no está bien, tenía todavía una pregunta que hacerte, pero hablaremos de ello otra vez”. Después pensé y me dije: “Pero ¿he hablado así a Dios Padre? Él paternalmente me dijo: “No, Excelencia, habla pues, yo sé lo que tienes que decirme, pero dímelo igualmente”. Entonces, le hice mi pregunta que concierne a nuestra comunidad y más allá. Veremos si luego se realizará.

Posteriormente, partiendo hacia las montañas, desafortunadamente la situación no cambió y siempre fue bastante problemática y difícil. La asistencia del Cielo fue muy frecuente y, en algunos de los diferentes momentos duros, Marisa veía a la abuela Yolanda en compañía de la Virgen y de San José que, arrastrando a todo el Paraíso con ellas, iban delante de Dios, se arrodillaban y pedían ayuda, solicitando consuelo para ella y para el Obispo. Claramente Marisa no veía a Dios, porque nadie Lo puede ver. El primer capítulo de San Juan, versículo dieciocho dice: “Nadie ha visto nunca a Dios, solo el Hijo que nos lo ha revelado”. Tened presente esto, porque de aquí se empieza a llegar a cuanto nos ha dicho la Virgen en la aparición del domingo. Marisa, no viendo a Dios, sentía Su voz que venía de una luz maravillosa, aquella luz que hemos viso y que veréis también vosotros. Incrustada en esta luz había una flor maravillosa que no tiene igual en la Tierra, o una estrella brillante. Esto no significa que Dios fuese lo uno o lo otro, sino que se manifestaba de esta manera porque el hombre siempre tiene necesidad de una mediación, para que pueda percibir de alguna manera Su presencia.

Quiero contaros también una cosa bonita y una menos bonita que nos preocupó durante unos doce días. Marisa llevaba siempre consigo la Eucaristía en una caja de oro, porque era el único modo de tener alejado el demonio, de manera que no la pudiese agredir. Sin embargo, Dios permitió que Marisa se quedase por algunos días sin tener consigo a Jesús Eucaristía; lo permitió para su santidad, para hacer aumentar nuestra fe, por el bien de la comunidad y de la Iglesia. Lo que ocurrió en aquellos doce días tremendos e infernales fue quizá la experiencia más dolorosa de todas las vacaciones, más que los problemas de salud o que los sufrimientos morales. De improviso miríadas de demonios la circundaban, sin tocarla, infundiéndole un tremendo terror y esto ocurrió muchas veces en el mismo día causándole una tensión que luego le afectó todo el físico y se descargaba particularmente sobre el estómago. Gritaba como nunca la he oído, pero recordándome que siendo obispo, era suficiente que diese la orden “En nombre de Dios os ordeno que os marchéis”, que ellos se escabullirían como abejas de su nido. Pero los demonios, que son listos e inteligentes, volvían aprovechando los momentos en los que, por necesidad física, tenía que ausentarme; muchas veces tuve que interrumpir lo que estaba haciendo para correr y alejar a estos tremendos desgraciados. Creedme que vivimos días que defino infernales, y esta situación nos dejó exhaustos, agotados y cansados hasta el punto que, y también esto fue permitido por el Señor, Marisa confundió la voz de la Virgen con la meliflua del demonio que trataba de imitarla. En aquel periodo Marisa no comía nada y estuvo cerca de 10-12 días alimentándose solo de la Eucaristía. La primer vez el demonio le dijo que comiera ensalada porque le haría bien, pero él la envenenó; podéis imaginar lo que sucedió después que comió alguna hoja, sintiendo enseguida que había algo no iba bien. Los dolores cesaron solo después de la intervención de Dios, pero caímos una segunda vez. Una vez más esa voz meliflua le dijo que comiera un panecillo y que lo compartiera conmigo y con otros. Yo le di este panecillo, pero la parte que comimos nosotros estaba exenta, mientras la parte que comió ella estaba de nuevo envenenada. Recuerdo que después de esta segunda experiencia, exploté gritando: “Dios mío, ven Tú en mi lugar, que yo no puedo más”. De hecho, el sentirme engañado por el demonio me pareció algo que no tenía que ocurrir y finalmente Dios Padre intervino después de esta estafa diabólica diciendo: “Quizás pensáis que he sido demasiado severo y exigente con vosotros, pero, creedme, tenía necesidad y tenía que hacerlo. De ahora en adelante no permitiré más a los demonios que os molesten y si vienen, como ya he empezado a hacer hoy sin que vosotros lo supierais, los destruiré a todos”. Finalmente, desde aquel momento, ya no vinieron más y pudimos respirar, porque vivíamos en una pesadilla. Marisa me dijo mil veces que prefería los dolores más insoportables a estas visiones terroríficas porque, aunque se pusiera bajo la sábana o se cubriese con las manos los ojos, estas imágenes permanecían. Lo tremendo es que los demonios sabían siempre buscar el momento oportuno para llegar: cuando no estaba presente o cuando estaba distraído, hasta el punto que había nacido un mecanismo por el que continuamente decía: “En nombre de Dios, os ordeno que os marchéis”. Pensad qué significa en una jornada repetir continuamente esto. Llegaba el momento en el que me relajaba un poco, mientras hablábamos o comíamos juntos y volvían inmediatamente. Creo que esto no lo ha experimentado nadie.

Conté dieciocho veces la intervención de Dios Padre, pero hubo también la intervención de Jesús y del Espíritu Santo. Una vez vino Dios Espíritu Santo y Marisa le preguntó que cuándo me daría el don de lenguas. Sabéis muy bien que está siempre en el aire esta promesa y Él le respondió que en el momento oportuno recibiría este don, porque para hablar también a los extranjeros es necesario conocer sus idiomas.

Ahora quiero hablaros de la partida de Marisa, vinculada a dos números y lo que os digo ha ocurrido en la realidad sobrenatural. El Señor nos ha hecho saber que cuando Marisa vaya al Paraíso traerá consigo a 3540 almas del purgatorio que formarán una procesión con la Virgen, San José, la abuela Yolanda y Marisa a la cabeza e, inmediatamente después, nuestros padres y luego todos los demás. Por el momento hemos llegado a escribir los nombres o la proveniencia de 2800 personas, entre los cuales hay papas, cardenales, obispos, sacerdotes, religiosas, laicos, reyes, princesas, simples fieles, jóvenes y niños con el uso de razón, pero lo más importante es que no hay una disposición jerárquica. La Virgen ha dicho que la procesión estará formada según el orden con el que ella nos dicta estos nombres, por lo que los papas y los cardenales irán después de los simples fieles, porque delante de Dios ya no hay grado, poder o autoridad; es esto lo que tendrían que tener presente los que ejercen el poder. Jesús ya lo ha dicho: “Las prostitutas y los publicanos os precederán en el reino de los cielos”. ¿Veis como el Evangelio es verdad? Por tanto lo que sucederá significa que el orden es dado por el amor. De hecho, allí hay personas que ni siquiera imagináis, hombres y mujeres que yo mismo creía que estaban en el infierno, pero un acto de amor ha sido suficiente para salvarlas. La caridad, hecha con generosidad a quien no tenía, ha abierto el camino; por tanto, la frase “El amor es el pasaporte para llegar al Paraíso” está confirmada por el juicio de Dios. Si queremos tener la seguridad de ir al Paraíso, no tenemos que hacer grandes cosas. Lo veo, por ejemplo, por cómo Dios estima a la abuela Yolanda: la envía a todas partes del mundo para ayudar y ahora está continuamente cerca de nosotros. En este momento, si no lo sabéis, os digo que a mi derecha está la Virgen y a la izquierda está la abuela Yolanda. En el momento oportuno os hablaré del Paraíso, pero según la concepción divina, no según nuestra comprensión humana.

Otros momentos de alegría ocurrieron cuando Jesús, Nuestra Señora, San José, la abuela Yolanda, Marisa y el Obispo, a menudo acompañados también por los niños pequeños de la comunidad, que no lo saben, fueron al Jordán: allí Jesús cogía el pescado y lo cocía en una parrilla preparada por San José, luego la Virgen los limpiaba y, cantando himnos a Dios, eran degustados. Después de haber comido, Jesús me tomaba del brazo e íbamos a hablar del Paraíso, de la Iglesia y de la situación de los hombres, pero de esto no seré consciente hasta que Dios lo quiera. Estas son las cosas que hemos vivido continuamente.

Una noche después de la cena, ocurrió un episodio del que ha hablado incluso la Virgen. Yo estaba hablando de lo hermoso que será el cortejo que entrará en el Paraíso detrás de la Madre de la Eucaristía, un cortejo que seguramente yo también veré; ciertamente ellos verán también a Dios, mientras que yo no podré verlo porque estaré todavía vivo. En aquel momento intervino Dios diciendo: “¿Pero qué dices? ¿Quién eres tú para decir si me verás o no me verás? Soy Yo quien decide”. Yo me quedé callado y quieto, porque me acordaba del versículo del Evangelio; solo después he comprendido que Juan quería decir que nadie ha visto nunca a Dios, pero solo hasta el momento de la revelación; de hecho, no ha dicho que nadie verá nunca a Dios. Por tanto, una vez más, he tenido que inclinar la cabeza y decir: “Dios, Tú eres verdaderamente el dueño de todo y haces lo que quieres. Nosotros, pequeñas criaturas, a veces no podemos ni siquiera comprender lo tontos y pequeños que somos pensando que tenemos que dictarte leyes o maneras de comportamiento”. Hemos sido llevados en bilocación a diferentes zonas pobres entre las que está África y Marisa ha estado muchas veces en zonas peligrosas, sobre todo en los lugares en los que ha estallado aquella tremenda guerra, en el Líbano, entre Israel y los Herzbollah, justamente para ayudar a las personas necesitadas y sobre todo a los niños.

Hasta ahora os he contado algunas de las cosas que podía decir sobre nuestras vacaciones, pero ahora quiero hablaros de la misión que ha sido llevaba a cabo por los jóvenes y algunos adultos. Durante las vacaciones he tenido la posibilidad de leer vuestros informes uno por uno y me he hecho una idea precisa de cómo han ido las cosas. La Virgen ha dicho ya diversas veces que la misión ha ido bien; de hecho, muchos sacerdotes se han preguntado: “Si la verdad está en aquél lugar, ¿qué será de nosotros?”. Puedo deciros que sobre 334 sacerdotes visitados, los dos tercios han tenido un comportamiento sustancialmente positivo; algunos encuentros que los interesados han pensado que habían ido mal, sin embargo han ido muy bien. El Señor me ha hecho comprender que lo que decían no era lo que pensaban, sino lo que estaban obligados a decir por miedo; por tanto, sobre 334 sacerdotes visitados, 220, o dos tercios, se han beneficiado claramente de estos encuentros. Un tercio de estos ha sido verdaderamente malvado, pero esto no nos tiene que interesar ahora ni siquiera más adelante. Por otra parte, me viene a la mente un enfoque: un tercio de los ángeles se rebelaron contra Dios y fueron arrojados al infierno creado especialmente para ellos. Un elemento que surgió, además del miedo que en muchos era tangible, fue el hecho doloroso que tenían una preparación escasa, porque no sabían rebatir a determinadas objeciones. Sin embargo, ha habido muchos aspectos positivos sobre los cuales está bien detenerse: por ejemplo, muchos han dicho que es absurdo condenar sin haber hecho previamente un examen y un juicio a través de los jueces. El hecho de que la comunidad tuviese jóvenes y adultos preparados era un signo tangible positivo, porque el árbol se ve por los frutos y si estos son los frutos, ciertamente el árbol es extremadamente positivo. Muchos sacerdotes han alentado con palabras claras a continuar avanzando y repitieron que los frutos eran positivos y, por lo tanto, se encontraban ante una realidad digna de atención. Muchos elogiaron el valor demostrado y la preparación alcanzada y también han prometido oraciones para el triunfo de la verdad, llegando a decir que no escucharían al Vicariato, porque no son personas fiables. Otros han reconocido que la autoridad Eclesiástica se ha equivocado, incluso gravemente, y han dado gracias a Dios por haber conocido finalmente la verdad, porque conocían una versión diferente y distorsionada. Han dicho que ante una orden equivocada es justo no obedecer, porque de otro modo se va contra la ley de Dios y han afirmado que el comportamiento del Vicariato es sumamente equivocado. También puedo añadir que del extranjero han llegado muchos ánimos, no solo a través de Internet, sino sobre todo, a través de nuestras conversaciones con la Virgen, con Jesús y con el mismo Dios Padre. Nos han dicho varias veces que ni siquiera imaginamos cuántas personas nos aman, nos valoran y rezan por nosotros todos los días.

También en Roma la situación está cambiando, aunque aparentemente no lo parezca, porque tenemos todavía experiencias dolorosas, pero las ha tenido también Cristo. Aquí está María Teresa que puede testificar en su propia piel que, claramente contra la ley canónica e incluso contra la ley humana, un obispo ha llegado a impedirle que comulgara. Esto es completamente erróneo, porque nadie puede impedir a una persona que comulgue. Además, si yo, sacerdote, que estoy dando la comunión, supiese que quien viene a recibirla no debería porque es un traidor, un asesino, un hereje, yo estoy obligado a dar la comunión. En cambio se tiene que rechazar a los pecadores públicos, a quien es condenado, pero condenado personalmente, de lo contrario no. Algunos obispos han caído verdaderamente en lo absurdo, además al condenar las intenciones: ella no forma parte de la comunidad, pero tiene intención de formar parte y por lo tanto yo la condeno. No puedo entrar en detalles sobre esta historia.

La Iglesia tiene que renacer y no puede dejar de renacer, porque tantos sufrimientos habrían sido verdaderamente inútiles o, lo que es peor, contraproducentes. Me gustaría decir ante todo a mí mismo y a Marisa, y recordaros a cada uno de vosotros, la palabra de Isaías que leímos el domingo pasado: “Valor, Dios está con nosotros y lo ha demostrado de muchas maneras”. Nos ha pedido muchísimo, podría añadir que incluso demasiado, pero las promesas que ha hecho, ya que son promesas de Dios, se cumplirán una tras otra. Si miramos a nuestro alrededor, podemos decir que somos pobres, pequeñas y débiles criaturas, pero el poder de Dios está con nosotros y el momento que esperamos, como Nuestra Señora repitió el domingo pasado, no debe estar lejos. Usó el término “dentro de poco” y usó la expresión “pronto”, pero un “pronto” no puede ser de, todos modos, un tiempo demasiado largo, porque nosotros, humanamente hablando, no podremos resistir. Cerremos filas, no nos dejemos condicionar por ausencias, separaciones o alejamientos, pero recordemos la parábola de las vírgenes: las necias, que llamaron después de que ya estaba cerrada la puerta y había entrado el esposo, se quedaron fuera. Aquellas personas que han actuado como las vírgenes necias se encontrarán en la misma situación y recordad que Dios mantiene lo promete. Yo quiero seguir su ejemplo y mantendré lo que he prometido: sabed también que en el futuro quien ha estado cerca de mí en el momento de la prueba estará igualmente cerca en el momento del triunfo. Yo no puedo olvidar a quien nos ha dado afecto y comprensión, mientras que solo puedo orar por quien nos ha dado la espala.